El presidente de Chile ha sostenido una posición clara y firme ante la crítica coyuntura que vive hoy Venezuela. Su ejemplo es fundamental para América Latina.
Diversas reacciones internacionales
Tras las elecciones presidenciales que tuvieron lugar en Venezuela el pasado 28 de julio, los gobiernos de los demás países han reaccionado de formas distintas. Rusia, China, Cuba, Bolivia y Nicaragua se encuentran entre los países que de inmediato reconocieron los resultados emitidos por el Consejo Nacional Electoral de Venezuela, organismo que controla Nicolás Maduro y que nunca fue capaz de presentar las actas de escrutinio. Ninguno cuenta con un gobierno democrático.
Otros países, regidos por gobiernos de centroderecha como los de Argentina, Ecuador, Perú, Panamá o Uruguay, asumieron ya al contendiente Edmundo González Urrutia como presidente electo, en virtud de que casi un 85% de las actas sí fueron presentadas por la oposición venezolana y se encuentran disponibles para verificación pública.
Existe un tercer grupo que sostiene una posición intermedia, liderado por el presidente Lula da Silva del Brasil junto a Gustavo Petro de Colombia y Andrés Manuel López Obrador de México. Estos tres gobiernos se han mostrado ideológica e históricamente afines al chavismo, pero no lideran regímenes autocráticos. No se sienten cómodos respaldando sin tapujos estas derivas antidemocráticas y por ende intentan mediar en esta coyuntura crítica. Por eso, como opción intermedia, le han dado tiempo al CNE venezolano para que presente las actas, como requisito previo antes de asumir una posición oficial con respecto a las elecciones del 28 de julio.
Por su parte, tanto los Estados Unidos como la Unión Europea han preferido secundar –con algunos matices– tercera vía, apostando también a que los buenos oficios del presidente brasileño ayuden a destrabar la situación realmente compleja que priva hoy en Venezuela.
Boric en la encrucijada
Sin embargo, hay una posición particular que por diversas razones destaca en medio de las anteriores. Se trata de la que ha asumido el presidente de Chile, Gabriel Boric, quien tenía la opción y el dilema de seguir cualquiera de las anteriormente señaladas.
El joven jefe de Estado chileno dejó entrever en un pasado no tan lejano sus abiertas simpatías hacia regímenes revolucionarios como el de Cuba o el de Venezuela, que lastimosamente degeneraron en autocracias. Sin embargo, Boric también ha destacado por su constante defensa de los derechos humanos, una de las banderas más firmes que levantó siempre la oposición a la dictadura de Augusto Pinochet. Esa convicción le ha llevado con el tiempo a cuestionar, con una firmeza cada vez mayor, a los gobiernos de Nicaragua y Venezuela, aunque no tanto al de Cuba.
En virtud de lo anterior, Boric venía teniendo ya una voz ligeramente distinta a la de otros gobiernos de izquierda en el hemisferio occidental, quienes a todas luces se sienten incómodos ante las derivas asumidas por sus contrapartes de Nicaragua y Venezuela pero que al mismo tiempo evitan pronunciarse de forma explícita al respecto. El presidente de Chile, en cambio, sí se ha sentido obligado a cuestionarlas públicamente en determinadas ocasiones.
Por un lado, Boric pragmáticamente ha entendido que la creciente afluencia de venezolanos en territorio chileno se debe, pura y simplemente, a las consecuencias nefastas que se derivan del tipo de régimen que impera hoy en Venezuela. Esta circunstancia, reproducida en todo el hemisferio, acarrea problemas de toda índole para los países receptores y suele afectar negativamente a los mandatarios que no expresan con firmeza su condena a lo que ocurre en el país caribeño. Ya en su momento la fórmula “Chilezuela”, por ejemplo, perjudicó las opciones electorales de la izquierda y de la centroizquierda chilenas.
Pero por otro lado, se percibe en Boric una posición de conciencia, una convicción firme con respecto a la necesidad de hacer respetar los derechos humanos en todo el mundo, y una noción muy clara de cuáles son los estándares que todo demócrata cabal ha de respetar y para los cuales ha de exigir respeto siempre. Si estos parámetros estuvieron siempre claros para el joven presidente chileno, o si más bien han madurado con el tiempo, es materia de especulación. Pero lo cierto es que Boric ha mantenido encuentros con los venezolanos que se han desplazado hasta su país, ha podido conocer de primera mano su situación, y parece haber comprendido las causas profundas de la migración masiva que hoy desangra a Venezuela.
La verdad como guía y límite
En virtud de todo lo anterior, la posición asumida por el presidente Boric se aleja con toda claridad de las que caracterizan a las dictaduras afines al régimen venezolano. No necesariamente se alinea con la de los gobiernos democráticos de centroderecha, en virtud de las diferencias de diversa índole que pudieran existir. E incluso ha marcado también una distancia con respecto a la línea trazada principalmente por el gobierno de Lula. Boric aprueba las iniciativas mediadoras que el gobierno brasileño encabeza en Venezuela, pero no llega al punto de encubrir o disfrazar la realidad.
A diferencia del principal líder del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño –organización que sí ha reconocido a Maduro como presidente electo–, quien recientemente afirmó que en Venezuela no hay una dictadura sino “un régimen muy desagradable”, el presidente de Chile ha indicado con claridad que en Venezuela se ha impuesto una voluntad contraria a la que la mayoría de los venezolanos expresó claramente en las urnas.
Boric ha fijado así un estándar notable, mediante el cual deberían removerse las conciencias de toda la izquierda hemisférica. Ese estándar quizás no lo alinea dentro de iniciativas multinacionales; no necesariamente lo lleva a congeniar con rivales ideológicos, pero sí apela a un examen de conciencia dentro de la propia familia de la izquierda, obligándola mediante la prédica del ejemplo a evaluar su coherencia interna y apego real con respecto a los mínimos estándares de la democracia y los derechos humanos.
Ese “estándar Boric”, en resumidas cuentas, emerge como resultado de la convicción firme en principios universales, la voluntad de hacer el bien y la humildad necesaria para rendirse ante la verdad de los hechos. He ahí, por cierto, un patrón para la revisión de toda la izquierda latinoamericana, que tantas opciones le viene abriendo a la consolidación de tiranías en la región.
30 de agosto 2024
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