Hace unos días, a propósito del partido entre Croacia e Inglaterra, escribí sobre el tema “psicología del fútbol”. Hoy -15.07.2018- día de la final, estuve a punto de escribir otro sobre “teología del fútbol”.
Afortunadamente me contuve a tiempo. A pesar de lo que piense (¿piensa?) Maradona, a pesar de que muchos futbolistas se persignan, y a pesar de que el entrenador croata mira los partidos con un rosario en sus manos, creo yo que, si Dios existe, no interviene directamente en los partidos de fútbol. Creo que el fútbol, los deportes en general, así como la política y el arte y otras disciplinas de la vida humana, son espacios en los cuales Dios nos deja en paz para que hagamos ejercicio del más grande de los dones que Él nos concedió: el de la libertad. Es decir, arrojados en la cancha los jugadores son libres, libres de jugar bien o mal, libres de cometer agravios y ser expulsados, libres para golear y ser goleados. El fútbol es un juego -remunerado o no, no tiene importancia- y con Dios no se juega.
La idea de meterme con la teología me vino por simple asociación analógica. La final de un campeonato es efectivamente un juicio final. A través de su resultado un cuadro será declarado vencedor y el otro perdedor. Los buenos para la pelota, los justos, serán compensados y los demás serán relegados. No al infierno por supuesto. En los campeonatos mundiales no existe infierno. Tampoco hay un limbo desde que el Papa Francisco -lamentablemente- lo abolió. En los campeonatos nacionales sí existe algo parecido al infierno. Los más malos (para el fútbol) descienden y los más buenos (para el fútbol) ascienden. En ese sentido en el fútbol impera cierta justicia, superior en todo caso a la que reina en otros campos de la vida.
El comentarista de la tele lo dijo de modo textual: Francia se coronó campeón mundial con justicia. ¿Qué justicia? me pregunté. Desde luego, no la judicial. ¿Justicia divina? Menos. Lo que el comentarista quería decir es que Francia hizo méritos para coronarse campeón, es decir, que Francia jugó mejor que los demás. Y por lo mismo, Francia fue justamente compensado. ¿Pero jugó efectivamente Francia mejor que los demás? Aquí afortunadamente debemos abandonar toda teología para hablar de materias puramente futbolísticas.
¿Qué significa jugar mejor? En fútbol hay dos respuestas: una estética, y otra táctica. Eso supone que hay equipos que juegan lindo, pero suelen perder (México, Brasil) Hay otros que son muy tácticos pero los jugadores carecen de la menor elegancia (equipos árabes) Quien por lo tanto juega mejor es aquel equipo que logra un equilibrio estable entre la estética y la táctica. Y el que mejor logró ese equilibrio fue Francia. Quizás se lo deba a su entrenador, el muy conservador Didier Dechamps.
Por de pronto Francia alineó casi todo el campeonato -una u otra variación- con los mismos hombres. Eso quiere decir que Dechamps no padece de ningún complejo de genialidad y no se juega previamente los partidos con la almohada como pareció ocurrir a algunos de sus colegas, entre ellos al argentino Sampaoli y al alemán Löw quienes en cada partido intentaron impresionar al mundo con alineaciones surrealistas. Dechamps en cambio nunca modificó su esquema: absolutamente simple, enteramente tradicional: un 4-3-3 clarísimo.
Atrás: Pavard, Verane, Umtiti y Hernández, construyeron una muralla casi horizontal, con leves licencias a los centrales para ir a cabecear al arco contrario. En el medio, y bien en el medio, el trío de mediocampistas: Kante, Matudi y Pogda donde los tres cumplen, alternadamente, cuatro funciones: cerrar la media cancha, marcar, organizar, atacar. Frente a ese trío, tanto Modrik como Rakitik, puntales del cuadro croata, terminaron por hundirse en la nada. Desde ese centro francés nacía el juego que nace del juego, precisamente el que necesitaban los dos delanteros geniales (del tercero, Giroud, es mejor olvidarse) los que desde las puntas corren en diagonal hacia el arco a la velocidad de la luz: Griezmann y Mbappe, este último sin duda, la revelación del campeonato. Un nuevo Pelé dicen los superlativistas. No es para tanto, aunque, de verdad, a veces tiene movimientos que hacen recordar al niño que se destapó en Suecia.
Frente a un equipo tradicional y estandarizado poco pudieron hacer los croatas con su 4-5-1. Y no por fallas en el esquema, que lo cumplieron bien, sino simplemente porque Francia tenía definitivamente los mejores jugadores del mundo. He ahí el pequeño detalle. He ahí la gran diferencia.
Los croatas forman un equipo ordenado, pero su estrategia pasa por crear desorden, aglomeraciones frente al arco adversario donde arremeten con fuerza y coraje, hasta que el balón encuentra una pelota huérfana y una pierna o cabeza oportuna. Los franceses, en cambio, intentan hilvanar, y para eso tienen un gran hilvanador, el nunca bien ponderado Pogda. De combinaciones estandarizadas nacieron dos goles standard: a los 18 un tiro libre realizado por Griezmann el que rebotó en Mandzukik, a los 33 el mismo Griezmann convirtió un penal digital, luego a los 59 un disparo de fina puntería de Pogba y a los 65 una pequeña joya de precisión a media distancia, obsequiada por Mbappe. Los goles de los croatas fueron típicamente croatas. A los 28 un disparo de Persic nacido de una situación muy confusa y a los 68, una increíble torpeza de Lloris, quien emulando a su colega argentino, Caballero, puso la pelota en los pies a Mandzukik.
15. 07. 2018 día del juicio final del mundial de Rusia, ganaron los mejores. Vive la France.
Julio 16, 2018
Polis
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