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Integración Nacional y Prosperidad Económica

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 14 min.
  1. Prosperidad económica. Significados
  1. Sentido convencional.

Los economistas entendemos por prosperidad cuando se logra que la producción de bienes y servicios aumente a una tasa anual mayor que el incremento de la tasa de población, lo cual quiere decir que cada habitante estaría recibiendo una mayor cantidad de ellos, con respecto a un periodo anterior similar. Los economistas medimos este beneficio al comparar la tasa de aumento del Producto Interno Bruto, el PIB, como se le conoce normalmente, con la de la población. A la vez, este indicador nos da una medida del crecimiento por persona, esto del PIB por habitante o, del PIB per cápita, como se le conoce también.

Sin embargo, no podemos olvidar que el PIB es la sumatoria de todo lo producido en el país, expresado en lo que la sociedad añade de valor cada año, quiere decir la suma de las remuneraciones de los factores productivos utilizados, el trabajo, el capital y la tierra que reciben, respectivamente, salarios, beneficios y renta.

De esa forma, el tema “prosperidad” también debe ser visto desde esta perspectiva, porque revela cuanto más y cuanto mejor la sociedad percibe de lo que ha producido. Desde luego, para que en primer lugar una sociedad pueda “prosperar” tiene que llenar esos dos requisitos. Producir más y mejor y remunerar más y mejor.

Esta versión convencional, como sabemos, se basa en la idea de que basta con lograr con un crecimiento económico positivo, por encima del de la población, para que la sociedad prospere, pero esta condición, si bien es necesaria está demasiado atada a las políticas macroeconómicas de los gobiernos y pueden no repercutir en el bienestar de cada quien.

El caso de Venezuela es emblemático porque, aunque se puede hacer crecer la economía de un todo, por ejemplo, con una expansión del PIB de origen fiscal o monetaria, esta no necesariamente repercute en el bienestar de cada quien, además de que induce un cierto comportamiento pasivo por parte de la sociedad. Necesitamos, entonces, una visión microeconómica, tanto receptiva, como activa.

  1. Prosperidad individual.

Para complementar o, inclusive sustituir en alguna medida el peso de lo macroeconómico en el logro de la prosperidad, queremos rescatar el valor de la acción individual en el doble sentido que le atribuimos de seguidas Prosperar tiene dos significados:[1]

“Mejorar progresivamente de situación, especialmente en el aspecto económico y social” y,

“Tener éxito o imponerse [una idea, una opinión o una iniciativa].”

Obsérvese, que la primera guarda estrecha relación con el concepto convencional que utilizamos, pero le añade una característica que resulta sumamente importante en dos direcciones. La primera, porque registra precisamente esa propiedad de un mejoramiento del individuo, pero con la superposición de la palabra “progresivamente”, lo cual quiere decir que no es suficiente la concepción anterior, de alguna manera pasiva, sino que implica la exigencia de algún tipo de acción humana que le imprime dinamismo al progreso. Acción que conecta, justamente con el segundo significado que se le atribuye, aquel de “Tener éxito o imponerse [una idea, una opinión o una iniciativa]”.

De ahí que, para prosperar, el individuo debe adoptar una posición activa que se contribuye a generarle progresividad. Si entendemos esta idea cabalmente, lo que estamos sugiriendo es entenderla con un juicio más amplio que el convencional, no sujeta al estricto planteamiento macroeconómico, pero que ayuda a encontrar un nuevo vínculo con el concepto de integración.

En esta circunstancia la acción humana, en busca de la prosperidad, en la forma activa de hacerla progresiva, de tomar iniciativas, de perseguir el éxito impone una normativa de conducta que compromete o involucra al individuo en una acción necesariamente completa, integral por consecuencia. Es lo que denomina el economista Amartya Sen el concepto de “agente” y que acogemos en estas notas:[2]

“Estas conexiones empíricas refuerzan las prioridades valorativas. Basándonos en la distinción medieval entre “el paciente” y “el agente”, esta interpretación de la economía y del proceso de desarrollo basada en la libertad es una teoría que se apoya en gran medida en el concepto de agente. Con suficientes oportunidades sociales, los individuos pueden configurar en realidad su propio destino y ayudarse mutuamente. No tienen por qué concebirse como receptores pasivos de las prestaciones de ingeniosos programas de desarrollo.

.En lo que respecta a nuestro propósito de fundamentar la atadura entre la prosperidad y la integración, la tesis de ese individuo activo, de ese “agente” que se desempeña no como un “paciente”, según palabras del autor, la prosperidad no queda sujeta solo a su derivación macroeconómica. Ese individuo, repetimos es quien puede o no ensamblar un proceso de integración social que tiene asidero en su propia existencia y en su propia realidad ontológica, si se nos permite la afirmación. La integración y la prosperidad, diríamos, tienen en él una expresión real y no puramente conceptual o imaginaria.

Habíamos dicho: ¿Qué es prosperar? Ahora podemos darle un contenido mucho más completo y eficaz, al colocar su significado en la capacidad del individuo para hacer, para perseguirla y así desprendernos de la versión pasiva que nos brinda la macroeconomía.

Necesitamos ahora ampliar lo que hemos elaborado a un ámbito mayor que hace, no solo al individuo el sujeto y objeto de las prosperidad, sino llevarlo al terreno de su núcleo de vida más importante, el de la familia.

  1. Prosperidad de la Familia.

En efecto, no hay un componente más importante para estos fines que la conformación de una familia prospera y lo es si se logra que el bienestar económico llegue a todos sus miembros, pero también al reforzamiento del propio valor familiar y, para ello ha de tener un hogar, con lo cual requiere una vivienda, ha de educar a los hijos y, al final, ha de garantizarse el bienestar para el retiro o la jubilación.

Se puede comprender, con la mención de estos requisitos, las capacidades que les son reclamadas a sus integrantes, en especial a padres y madres, dependiendo del tipo de familia que se conforme. Sin embargo, también su prosperidad puede depender de acciones externas, en especial de determinadas políticas del Estado.

Por ejemplo, en lo que respecta a una categoría fundamental para desarrollar una familia, la vivienda y el hogar, el Estado venezolano, en un momento dado, diseñó y puso en práctica una sabia política monetaria que permitió crear un mercado hipotecario[3], capaz de multiplicar la adquisición de viviendas, con lo que se generó un importante sector de “clase media” y se robusteció el valor familia.

También una masiva política educativa contribuyó con ello, multiplicando la secuela de prosperidad de la familia venezolana, en donde conseguimos concordancia entre el propósito del Estado y el de la familia. El posterior abandono de esas políticas hizo que la prosperidad que se había conseguido se perdiera, ratificando lo que aquí identificamos: la familia quedó a la deriva, siguió siendo pasiva y, así casi se podría generalizar a toda la sociedad, quedando a la espera de la magia de la macroeconómica y del Estado que todo provee[4].

Como se puede constatar esta concepción tiene un efecto “desintegrador”, no solo sobre la familia, sino en la sociedad en general, ya que una de sus consecuencias es su secuela de empobrecimiento. Nuestra hipótesis es que la prosperidad es un incentivo muy importante para la integración, pero que no se produce natural y automáticamente, como veremos.

  1. Prosperidad e Integración Nacional
  1. Prosperidad e Integración.

Creemos, por tanto, que existe un estrecho vínculo entre prosperidad e integración, donde cada elemento alimenta al otro. La prosperidad ofrece un ambiente propicio para fomentar la integración entre los individuos y los miembros de la familia, además de los factores históricos y culturales que la han constituido tal como es[5], pero a la vez sostenemos que el componente de prosperidad ha actuado de manera preponderante en la constitución e integridad de la familia. La ausencia de prosperidad, obviamente, independientemente de otras causas, tiende a romper esa unidad o ese núcleo y contribuye con su disociación o desintegración.

Como se puede imaginar la prosperidad no se produce natural y espontáneamente, aunque los economistas clásicos le dieron mucho peso a esa posibilidad[6], porque hoy día las políticas económicas juegan un papel central en lograrlos. Estas pueden actuar en favor o en contra, tal como variadas experiencias históricas lo demuestran.

En un primer plano, el rol de las políticas económicas es clave para cultivar la prosperidad y ello depende de la capacidad que se tenga para armonizar sus distintos frentes (monetaria, productiva, cambiaria, fiscal, etc.), esto es, han de convenir de forma integral en ese objetivo, pues cualquier ruptura o discordancia entre ellas destruye los resultados[7].

Un ejemplo evidente de ello lo constituye la necesidad de la estabilidad monetaria, medida por la menor tasa de inflación posible y por la estabilidad de la tasa de cambio, de forma tal que puedan garantizar que la producción y las remuneraciones respectivas, mantengan su poder adquisitivo en el tiempo. Otra vez, debemos aquí magnificar, el sustantivo valor que, para una sociedad, tiene la estabilidad, sobre todo porque elimina de raíz cualquier efecto empobrecedor y produce, al menos, una condición inicial para que la prosperidad se propague a todo el conjunto social y, por consecuencia, para un mayor grado de integración social.[8]

Un componente adicional aparece como necesidad Integradora: las Instituciones que lo hacen posible pues esas políticas no “nacen de la nada”. La economía teórica ha puesto, a lo largo del tiempo, un énfasis especial entre la conexión institucional y un buen desempeño económico.[9] Acemoglu y Robinson nos brindan el concepto de “instituciones inclusivas”[10] cuya influencia en el grado de integración es decisiva, en tanto que permiten que la prosperidad se derrame hacia toda la sociedad.

  1. Prosperidad, Integración y Desintegración Nacional

Definidos esos parámetros, entramos en el plano nacional y en el caso venezolano. Desde un momento dado fenómenos como la marginalidad, un considerable aumento de los índices de pobreza, y su repercusión en la desigualdad social o, simplemente el empobrecimiento de una parte sustancial de la población, revelan una vertiente de disociación o desintegración social, cuya generalización lo convierte en un problema nacional. Sin embargo, no se puede afirmar que el tema es nuevo, ya que razones históricas no permitieron que Venezuela se integrara plenamente como Nación.

Desde la Guerra de Independencia, la Guerra Federal y las luchas caudillistas por el poder hicieron de Venezuela un país devastado, hasta mediados de los años treinta, cuando comenzó un primer esfuerzo por la integración del territorio, con la construcción de vías de comunicación y los servicios alcanzaron a todo el país. La llegada del petróleo fue el detonante que aceleró un proceso de modernización y centralización que podría calificarse de “integrador”, salvedad de la propia industria que no siempre lo fue[11].

Como se recuerda, y hemos precisado anteriormente, que se produjese o no ese resultado, dependió de que la prosperidad perdurara, pero no fue así, a sabiendas de que la volatilidad de la economía venezolano era lo característico, expuesta como estuvo a “shocks” positivos y negativos no encontró las políticas que le permitieran superar esa conducta.[12]. Es muy difícil defender un proceso de Integración Nacional sin que lo acompañe un rumbo de prosperidad consistente y duradera, lo que implica una cierta garantía de sostenibilidad.

  1. Prosperidad Sostenible e Integración Nacional.

Llegamos aquí a una esfera central de nuestro análisis y nuestra propuesta, porque la interface que se da, o se debe dar entre esas dos categorías, se aleja completamente de la espontaneidad y la automaticidad. Para que un país en particular, y un mejor ejemplo es Venezuela, conquiste una trayectoria de prosperidad de largo alcance, su sociedad, sus dirigentes y su elite tienen que asumir una posición y una conducta activa.

Esa exigencia, que postulamos, supone varias acciones, entre ellas las siguientes:

1º La sociedad civil venezolana debe tomar conciencia y activar iniciativas para promover una senda de prosperidad sostenible, a sabiendas de que la solución de los temas de pobreza e inequidad pasan, necesariamente, por ella,

2º La Sociedad Civil debería proponerse como objetivo asumir la tarea de diseñar y desarrollar un programa autónomo de cooperación económica entre la fuerza laboral y el capital privado venezolanos, a ser presentado a las autoridades gubernamentales y legislativas. Dicho programa se fundamenta en la necesidad de revertir la primacía y el protagonismo estatal en la promoción del desarrollo productivo.

3º La dirigencia del país, en especial los partidos políticos, deben acordar un plan mínimo para garantizar la estabilidad inter temporal de las tasas de inflación y de cambio[13], sumadas al estímulo a la economía privada y a las vocaciones económicas regionales, tal que califiquen como competitivas bajo los estándares internacionales.[14] “Volcar el crecimiento hacia adentro” motoriza un cambio en la disposición espacial de las actividades productivas, con una apreciable consecuencia en revertir la tendencia de desplazamientos migratorios hacia el centro del país.[15]

4º Instituciones apropiadas juegan un papel central para que un plan de sostenibilidad opere exitosamente. Entre ellas destaca, una confiable separación de los poderes públicos y un mayor peso para la función legislativa[16]. Como hemos señalado anteriormente, apelamos al concepto de “instituciones inclusivas” que garanticen la universalidad de los beneficios económicos y sociales. El Estado venezolano, siendo parte de ellas, debe actualizarse en procura de este objetivo.

5º El contexto y las acciones en el espacio de lo político son cruciales en el logro de una prosperidad económica sostenible, especialmente porque supone la ruptura de la trayectoria de conflicto político que ha caracterizado a Venezuela y debería posibilitarse una era de Consenso, tal como Venezuela lo experimentó en un momento dado[17]. Ese solo hecho “abriría las puertas” para una nueva etapa de prosperidad duradera, siempre y cuando ese Consenso no se circunscriba a los problemas de la actual coyuntura y aborde los temas de largo aliento que sugerimos en estas notas.

Recuperamos aquí lo dicho al principio: Un crecimiento sostenible del PIB per cápita, por encima del incremento de la población, estabilidad monetaria y cambiaria, evitar pérdidas generalizadas del poder adquisitivo, remuneración a los factores productivos, acorde con su contribución y participación, protagonismo de la economía privada y del desarrollo regional y local, instituciones que se acoplen a la necesidad de garantizar sostenibilidad y durabilidad, son las tareas y distintivos del modelo de Integración Nacional que proponemos.

  1. Integración Nacional y Democracia.

En el Número anterior de la Revista defendimos la relación entre estas dos esferas desde un punto de vista político e institucional. Ahora corresponde examinarla desde un punto de vista económico. En ese orden de ideas, una era de Prosperidad Sostenible, derivada de un Consenso Político son los ingredientes cardinales para vencer en la lucha contra la pobreza y la inequidad, base fundacional de una auténtica democracia. Sabemos que, para consolidar un modelo democrático exitoso en nuestro país, es absolutamente indispensable resolver los temas de la pobreza y la inequidad. Mientras ese obstáculo no se despeje la democracia será cuestionada y seguirá en peligro.

También sabemos que para ampliar y profundizar el grado de Integración Nacional aquellas condiciones son ineludibles porque, como hemos descrito, no podemos imaginarnos una sociedad venezolana más integrada, si esos dos tópicos no son resueltos.

Finalmente, Venezuela puede franquear los escollos por los que atraviesa actualmente, pero puede hacerlo de dos maneras. Una, repitiendo el “espejismo estatista” de los expedientes fáciles y mágicos, que ya hemos experimentado, “con la mira” en el corto plazo y en la coyuntura que, seguramente, van a repetir un desenlace similar al que tuvimos y el que tenemos.

Otra manera seria intentado una solución sostenible en el tiempo que “ponga la mira” en “blancos” más sustanciales y trascendentes. Nos conformaríamos con que este escrito contribuya a amplificar el enfoque de los problemas venezolanos y trace un abanico de alternativas que dejen en el pasado las que ensayamos sin éxito.

Estamos convencidos de que, si ligamos los temas de una Prosperidad Sostenible, con el de la pobreza y la inequidad y, el de estos, con la necesidad de un Consenso Político en su procura y una participación determinante de la sociedad civil, la democracia venezolana, podría decirse, entraría también en una zona de sostenibilidad.

Artículo publicado en la Revista de Integración Nacional No.2 con la idea de divulgar los conceptos que venimos divulgando en el Centro de Estudios de Integración Nacional (CEINA) de la Universidad Monteávila.

[1] De acuerdo con LEXICO. Oxford Diccionario

[2] Amartya Sen “Desarrollo y Libertad” Edit. Planeta, 2000.

[3] La conocida “Cedula Hipotecaria”, cuya tasa de interés de muy bajo costo permitió un desarrollo importante del mercado hipotecario y, por consecuencia, de la construcción de viviendas de bajo costo.

[4] Obviamente esta condición se ha exacerbado más recientemente con las políticas de reparto que practica el Gobierno

[5] Hacemos referencia a la controversia entre los estudiosos del tema quienes la definen de distinta manera, sea “normal” o “matricentrada” (Alejandro Moreno y José Luis Vethencourt).Citados en “La matricentralidad de la familia venezolana desde una perspectiva histórica” María Susana Campo-Redondo, Jesús Andrade, Gabriel Andrade. Frónesis v.14 n.2 Caracas ago. 2007

[6] Desde las tesis de la frase “Laissez faire, Laissez passerr”, (Dejar, hacer, Dejar pasar) de los tratadistas franceses, hasta la versión más acabada en Adam Smith de libertad de los mercados.

[7] Nuestro país es un buen ejemplo de ello cuando esa “ruptura” ha producido los resultados que conocemos.

[8] Es el efecto de prosperidad que se produjo en la Venezuela de los inicios de la era petrolera, hasta mediados de los setenta, cuando baja inflación, estabilidad cambiaria y una población relativamente reducida lo permitieron.

[9] Douglas North (1990) fue uno de los pioneros de esta tesis, hoy bastante generalizada.

[10] Acemoglu y Robinson. “Porque las naciones fallan” Ariel, 2012.

[11] Recordemos que, en sus inicios, el concepto de “enclave externo” estuvo ligado a su presencia en el país y luego la industria estatizada se percibía separada del resto de las actividades. La idea de una economía petrolera y un no- petrolera ha estado presente en nuestra historia.

[12] Ello sin tomar en cuenta el deterioro de las actividades productivas y de la institucionalidad que se ha producido en los últimos tiempos.

[13] Mientras tanto se puede mantener el actual proceso de dolarización, completando su formalización en todos los mercados e instituciones.

[14] Mayores detalles se pueden revisar en el documento principal a que hemos aludido, pero al momento conviene señalar que, En nuestra opinión la industria petrolera debe integrarse a mayor profundidad con el resto de actividades económicas y ocupar un lugar secundario como protagonista del crecimiento económico

[15] Sabemos que esta propuesta se ha ensayado muchas veces, sin lograr un cambio significativo en la tendencia del campo de venirse a la ciudad, pero ello no descarta sus inmensas ventajas.

[16] Obviamente un poder legislativo más fuerte tiene una considerable influencia en una mayor integración, en especial por aquilatar el valor de los partidos políticos

[17] Ese fue uno de los principales logros del Pacto de Punto Fijo, el cual, a pesar de las críticas recibidas proyectó una economía saludable por un buen periodo.