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El invierno árabe

Opinión
Tiempo de lectura: 4 min.

Invadido Afganistán de los Talibanes en 2001 y muerto Sadam Hussein en 2006, nacen esperanzas con “la primavera árabe” de 2011, que muchos creían haría democracias a Egipto, Libia, Túnez, Siria, pero los resultados fueron muy diferentes. Al cúmulo de desventuras y frustraciones ante el fracaso posterior, lo llamaron “invierno árabe. La melancolía de los orientalistas, entre ellos Edward W. Said, moja interminables pañuelos en llanto por el colonialismo, la injusticia y los crímenes sufridos, para justificar el encono de árabes y musulmanes hacia occidente, incluido el terrorismo, para maquillar lo ocurrido. Su letanía descuida que los árabes fueron sojuzgados y humillados seiscientos años por musulmanes otomanos, y no pudieron soltarse por sí mismos, sino gracias a los ingleses y a la condescendencia de un laico, Ataturk, el primer presidente de Turquía en 1922. Mientras los turcos los oprimieron, el inglés Lawrence de Arabia y muchos otros cristianos se consagraron a la independencia árabe. En síntesis, luego de Bin Laden, Sadam, Gaddaffi, Al Bagdadí y Al Assad, nadie ha asesinado tantos árabes y musulmanes como ellos mismos. Viene exacta una frase de Joyce: “la historia es una pesadilla de la que quiero despertar”.

El Medio Oriente sólo produjo- produce teólogos delirantes, crispados, fanáticos, violentos, y payasos populistas. Ni antes ni luego de la independencia, surgieron pensamientos y liderazgos modernos para la construcción de mejores sociedades, como sí ocurrió en Hispanoamérica con Betancourt, Haya, Figueres y Muñoz, obsedidos por la democracia desde principios del siglo XX. Por eso el Medio Oriente son 14 millones de kms2 de musulmanes que viven aun hoy día en la edad media (pero con misiles y armamento moderno) que asedian a 20 000 kms2 de judíos. El fascismo islámico, expresión del Baas y contra él, “partido de la resurrección árabe”, una fuerza internacional militarista, creada en 1943 en Damasco y extendida a Irak. Surge Gamal Abdel Nasser, fundador de la fracasada República Árabe Unida que, apaleado por Israel en la Guerra de los Seis Días, languideció de tristeza en 1970. La alternativa no era mejor y sigue amenazante: el integrismo de los Hermanos Musulmanes desde 1947, Al Qaeda, Estado Islámico, Yihad Islámica, Hezbolá, y otros muchos surgidos en el camino.
Hoy recomienza la guerra civil en Siria desde 2011 para derribar al heredero de una dictadura creada entre 1970 y 2000 por Hafez Al Assad, el padre, conocido como el “Carnicero de Damasco”. Agente soviético, sobrevivió en el poder hasta su muerte, su legado principal es que Israel le arrebató las Alturas del Golán, haber masacrado 20.000 personas en la ciudad de Hama y convertir Siria en reducto terrorista de “el Chacal”, Abu Musa, Septiembre Negro, Abu Nidal, Hezbolá, Yihad Islámica. Ido de este mundo Hafez Al Azad, el sucesor ungido era el primogénito, pero la muerte, pese a la estrecha alianza con su padre, la muerte agarró a Basel a traición en un accidente de automóvil en 1994. Bachar, el menor, tuvo que regresar a Siria desde Londres y abandonar sus zanahorias estudios de oftalmología, lo que hacían presumir un moderado que introduciría reformas democráticas. En 2001 cambia la constitución y elimina el límite de 40 años para optar a la presidencia (tenía 34) y obtuvo 98% de los votos en unas elecciones no tan modélicas. Las Fuerzas Armadas gobiernan desde el golpe de Estado en 1963 y aún hoy, pese a la guerra, son suficientemente poderosas para mantenerlo en el poder, aunque no tuvieron el papel protagónico en la custodia del orden.

Bachar confió más en los cuerpos especiales, sus pretorianos radicados en Damasco, cuatro poderosas maquinarias de terror, no sabemos exactamente cómo están después de la guerra civil, pero en su esplendor fueron así: la Guardia Republicana con diez mil hombres, las Fuerzas especiales, desplegadas en puertos y aeropuertos, con quince mil; la Tercera División Armada, de cinco mil; y la Cuarta División Armada, con veinte mil. La base esencial del poder es el aparato de espionaje, la terrible y escalofriante Mujhabarat, ante la que se estremecía hasta la oficialidad de los mencionados cuerpos especiales. Puede confiscar bienes muebles e inmuebles y pasaportes, sus centros de detención son imprecisos y maneja directamente los tribunales para el uso político de la justicia, con autonomía para asesinar y secuestrar dentro y fuera del país. Está maquiavélicamente dividida en ramas paralelas que se vigilan entre sí: el Directorio de la Seguridad General, el Directorio de la Seguridad Política, la Inteligencia Militar y la Inteligencia de las Fuerzas Aéreas.

Con motivo de las manifestaciones de 2011, un sector de las fuerzas armadas intenta un golpe de Estado fallido contra Al Assad, dirigido por la oposición agrupada en el Consejo Nacional Sirio, con sede en Estambul; la nación kurda, que hoy controla 25% del territorio sirio; y los fundamentalistas de Al Nusra y el terrible Estado Islámico o DAESH, que aún sobrevive, pese a la razzia en su contra realizada por Rusia en 2022. Se configuró un amplísimo frente en favor de la oposición, cuyo resultado fue que millones de dólares en armas y ayudas pararon a manos de los terroristas amparados en el “frente democrático”. Eso produjo un cambio en la naturaleza del conflicto, que estabilizó a Al Assad, porque surgió otra guerra dentro de la guerra que sustituyó a la primera. Ante los horrores del Estado Islámico, EE. UU decidió configurar una Coalición Internacional contra él, en el que participaron más de 30 países, entre ellos, EE. UU, Australia, Canadá, Dinamarca, Francia, Países Bajos, Reino Unido, Baréin, Jordania, Arabia Saudita, Turquía, Emiratos, Alemania, Italia, Nueva Zelanda, Eslovenia, España, Irán.

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