A la gente del Grupo Orinoco
I.
El tema petrolero ha marcado, como lo sabe cualquiera, nuestro discurso político. La renta petrolera ha sido vista desde diversos puntos de vista. Como amenaza y como oportunidad. Como maná que nos cayó del cielo y como estiércol del diablo. En fin, este país es lo que es y lo que no es por lo que ha hecho y no ha hecho con la renta petrolera. Esta pudiera ser la conclusión que de una u otra forma permea la comprensión del último tramo de nuestra historia.
Hoy en día pareciera estar claro que el país no puede continuar dependiendo tan decisivamente del petróleo. Que le ha llegado el momento de mirarse más allá de la renta, pero no sólo, creo, por circunstancias que tienen que ver con los acontecimientos que rodean al propio negocio de los hidrocarburos (aparición de nuevas técnicas para extraerlo y de nuevos productores, sus consecuencias en el plano ecológico, la creación de tecnologías limpias, etcétera), sino también porque estos tiempos muestran que la evolución de las sociedades tiene que ver, y mucho, con la manera como encaran el desarrollo de sus capacidades científicas y tecnológicas. Pensar en los tiempos del post rentismo significa, entonces, ver cómo construimos una economía distinta, capaz de crear bienes y servicios intensivos en conocimientos. Una “economía ingrávida”, como la identifica el profesor Jeremy Rifkyn, un dato que, reitero, no se puede soslayar al imaginar el futuro nacional.
II.
Vivimos, como ya va quedando claro, en tiempos de la Sociedad del Conocimiento, en tiempos de cambios que están empezando a afectar profundamente casi todos los ámbitos de la vida humana. En lo que atañe específicamente a la actividad productiva, se habla una economía basada en bienes intangibles, cuyo comportamiento muestra diferencias con respecto a los bienes tangibles, la cual pareciera poner en remojo, de distinta manera, los patrones que pautan la forma en que se entienden los modos de producción y acumulación de valor, el concepto de materias primas, el volumen y características del empleo, las normas que rigen el mercado, los esquemas de propiedad y, como éstos, otros aspectos más. Por sólo poner un ejemplo, entre muchos posibles, se ha observado que las computadoras 3D asoman como una alternativa a la actividad manufacturera que conocemos, en medio de sus variantes, desde los inicios de la revolución industrial.
Brevemente muestro, así, apenas la punta de un tema complejo que obviamente no se encuentra exento de polémicas e interrogantes ¿Habrá un nuevo capitalismo o se configurará, más bien, un esquema post capitalista? Esta pudiera ser la pregunta que mejor ilustra el debate suscitado.
III.
Visto lo anterior y si hubiese que expresarlo en pocas palabras, habría que señalar que Venezuela no pareciera estar en las condiciones más adecuadas para dialogar con el Siglo XXI, en función de las claves fundamentales que ya han empezado a regirlo. Urge, así pues, iniciar el proceso de transición hacia la Sociedad del Conocimiento, conforme a los propósitos y posibilidades nacionales, orientándolo hacia la inclusión y la sustentabilidad, ubicándolo dentro del contexto de la globalización y mirándolo conforme al precepto ético que implica mejorar la calidad de la vida humana, en función, como lo resumió el profesor Amartya Sen, de la expansión de las libertades.
HARINA DE OTRO COSTAL
Nuestro Estado es omnipresente. Es un Estado que se encuentra en casi todos lados, haciendo de todo, en buena parte lo que no le toca hacer, pero que se desentiende (o mal atiende) respecto de las tareas que son irremediablemente suyas. Por ejemplo la de garantizar la seguridad de la gente. De acuerdo a las cifras, el nuestro se ha vuelto uno de los países más inseguros del planeta. Pero las estadísticas son frías y hasta cierto punto inexpresivas. No hablan de la degradación de la vida venezolana. No dicen, por ejemplo, que hace unos días varias personas, considerándose autorizadas para administrar la ley por su cuenta y según les parece, quemaron vivos a tres delincuentes. Ni dicen que se trata de un episodio bárbaro que ha dejado de ser extraño entre nosotros y que cuenta, incluso, con la justificación y hasta el beneplácito moral de muchos ciudadanos que se sienten desamparados por el Estado.
Así las cosas, se me ocurre preguntar dónde es que queda la Patria Bonita. No la encuentro, debe ser por vainas mías.
El Nacional, miércoles 14 de octubre de 2015