¿La paz perpetua es posible? La pregunta suena ingenua después de cerrar un 2023 en el que continúa la guerra de Ucrania y se ha sumado la de Israel y Gaza.
Un mundo sin conflictos armados parece una utopía. Pero eso es porque no hemos prestado toda la atención que deberíamos a Immanuel Kant, que en 1795 publicó Sobre la paz perpetua, un pequeño escrito en el que exponía los tres pasos para lograrla.
Recordemos que Kant fue un filósofo que en su vida (1724-1804) apenas salió de Köningsberg, donde dio clases de Lógica y Metafísica. Entre 1781 y 1790 publicó sus tres grandes Críticas: de la razón pura, de la razón práctica y del juicio, con las que revolucionó lo que pensábamos sobre nuestro conocimiento y sobre la ética. Pero, además de eso escribió algunas obras sobre política que seguían las corrientes ilustradas y revolucionarias de la época, entre las que se incluye este texto.
El punto de partida de Kant es realista y defiende que los instrumentos de la razón, en especial el derecho, pueden contrarrestar los instintos naturales que nos llevan a la guerra. El camino pasa por la democracia, los acuerdos internacionales y el respeto al otro.
Estos son los tres pasos que propone Kant:
1. Los Estados han de tener una constitución republicana. Cuando Kant habla de república se refiere a una democracia representativa, que puede ser compatible con la monarquía. Lo importante es que esté basada en los principios de la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) y en la división de poderes.
Kant defiende que los ciudadanos de una república se opondrán no solo a la posibilidad de tener que luchar en una guerra, sino que tampoco querrán hacerse cargo de sus costes. Solo los oligarcas y los dictadores declaran la guerra porque para ellos es “una especie de juego sin causas significativas”.
Esta idea está en línea con su ética: toda persona ha de ser respetada como un fin en sí mismo y no tratada como un medio. Ninguno de nosotros es carne de cañón intercambiable por la península de Crimea o por un trozo de desierto.
Kant aún no tenía información, pero solo este punto ya ayudaría mucho a alcanzar la paz: las guerras entre democracias son muy poco frecuentes, casi excepcionales, aunque sí ha habido golpes de Estado, guerras civiles y terrorismo, como bien sabemos. Al menos, cuando se han enfrentado democracias y dictaduras, las democracias han ganado el conflicto el 80 por ciento de las veces.
2. Los Estados han de formar una federación de repúblicas. Los objetivos de esta federación son los de mantener la libertad de los países y asegurar la paz. Si todos ellos acuerdan una legislación común y hay una entidad que decide sobre los conflictos, se pueden evitar las guerras.
Si vemos el ejemplo de la Unión Europea, podemos apreciar que Kant no propone ninguna utopía extraña. La historia de Europa está llena de guerras entre los países europeos en casi todas las combinaciones imaginables. Incluso hay una "Guerra de los Cien Años", lo que no tiene ningún sentido, y no solo porque durara 116. Tanto el desastre de la Segunda Guerra Mundial como la Unión Europea han favorecido que ese escenario sea, como mínimo, muy improbable en las próximas décadas. Y este es otro peligro de los partidos políticos esencialistas que juegan al antieuropeísmo: que volvamos a ver a nuestros socios como enemigos potenciales. La UE es mejorable, por supuesto, pero sigue siendo uno de los mejores inventos del continente.
Tal y como intuye Kant y como se se ha visto a lo largo de la historia, los Estados que comparten al menos intereses comerciales rara vez van a la guerra, al menos los democráticos. De nuevo, el filósofo no plantea un escenario utópico, sino realista: no se trata de que nos vayamos a convertir todos en hermanos, sino de que los Estados y sus ciudadanos pueden formar alianzas por interés propio y de acuerdo a valores compartidos, como el respeto a la ley.
Es decir, hacen falta más uniones en otros continentes y, como proponía Kant, una federación mundial que podría juzgar si una guerra es justa o injusta, de acuerdo con leyes internacionales. Como la ONU, pero sin tantas dictaduras: recordemos que según el Índice de democracia global de The Economist, solo 24 países (un 14,4%) son democracias plenas (entre ellos, España) y otros 48 (un 28,7%) son democracias deficientes (esto incluye, por poco, a países como Estados Unidos, Portugal y Grecia). Más de la mitad de la población mundial vive en regímenes autoritarios o híbridos.
3. El derecho cosmopolita a la hospitalidad. Kant defiende “el derecho de un extranjero de no ser tratado con enemistad a su llegada a territorio foráneo”. Se refiere a un “derecho de visita, que les corresponde a todos los humanos”, “no teniendo nadie más derecho de estar en un lugar de la tierra que cualquier otro”. Y añade: "Mientras el extranjero esté en su sitio pacíficamente, no puede el otro comportarse hostilmente".
El objetivo es favorecer el contacto y el comercio, además de, sobre todo, el respeto mutuo. Y, en unas líneas que suenan muy contemporáneas, contrapone el comportamiento inhospitalario de los países europeos hacia los extranjeros con sus conquistas coloniales en América, África y Asia.
El filósofo insiste en que no es una cuestión de “filantropía, sino de derecho”. Es decir, no está proponiendo ninguna utopía ingenua, sino el uso de nuestras herramientas racionales para prevenir males y para defender valores.
Un proyecto realista
Estos tres puntos no son imposibles: Kant no propone que abracemos árboles y nos hagamos todos amigos por arte de magia, sino que nos demos cuenta de que evitar la guerra y promover el bienestar y el provecho tiene mejores resultados que el imperialismo. Y defiende además que los ciudadanos tengamos el derecho y la obligación de tomar partido y participar en la vida pública.
A los países que han seguido las ideas de Kant, aunque sea sin saberlo, les ha ido mejor. Es más, hay pensadores como el economista Max Roser o el científico cognitivo Steven Pinker que aseguran, con datos, que vivimos en una época en la que, por comparación, hay muy pocas guerras y muy pocos homicidios, y no solo en Europa.
Por supuesto, esta tendencia a largo plazo no está asegurada: según Our World in Data, el proyecto de Roser, el número de conflictos se ha incrementado en los últimos años, aunque no sea así a largo plazo. La mayoría son guerras civiles o contra grupos terroristas. Las guerras tradicionales, como la invasión de Ucrania por parte de Rusia, son menos frecuentes, e incluso ha habido años recientes, como 2009 y 2010, en los que no ha habido ninguna.
Es decir, la situación actual no es buena, ni siquiera aceptable, pero sí es mejor que hace cien o doscientos años, lo que significa que puede ser aún mejor dentro de cien o doscientos años. Y en esto nos pueden ayudar las herramientas que proponía Kant en 1795: democracia, acuerdos internacionales y el respeto mutuo.
La paz perpetua quizás sea un objetivo inalcanzable, pero tampoco tenemos por qué resignarnos al conflicto eterno.
El País
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