Los venezolanos, desde hace más de veinte años, venimos padeciendo de una de las dos dictaduras populistas más perniciosas que han existido en América Latina durante el siglo XX y lo que va del XXI. La cubana de los Castro y la venezolana de Chávez y Maduro. En ambas, lamentablemente, han tenido enorme influencia los Castro y quienes ellos dirigen. Tanto el ominoso régimen cubano como el venezolano se dicen llamar socialistas, cuando la realidad en el caso del nuestro es que es de características parecidas a las del cuento de Alí Babá y los 40 ladrones, solo que aquí son bastantes más.
Ambas tiranías se iniciaron dándose a conocer como “revolucionarias”, lo cual ha debido significar que llegaban con el ánimo de cambiar las cosas, lo cual hicieron, pero no en favor de las clases más desposeídas, que fue lo proclamado, sino de los propios “revolucionarios” y de su cohorte. Usan la mejor arma del comunismo: la mentira.
Los del siglo XXI encontraron una Venezuela que venía superando década y media de dificultades económicas; que tenía una industria petrolera capaz de producir más de tres millones de barriles de petróleo diariamente y que refinaba más de un millón de barriles al día, con lo que abastecía en su totalidad las necesidades de gasolina de nuestra población y vendía el excedente a terceros países. Contaba además con una infraestructura que garantizaba a los venezolanos energía eléctrica en casi todos los rincones del país; suministro permanente de agua potable para la población y del agua necesaria para la producción agrícola y pecuaria, con la que se podía satisfacer buena parte de los requerimientos alimenticios de la población. Con industrias en pleno proceso de producción y desarrollo y con gente capaz para continuar mejorando, gracias a un sistema educativo que cada vez se hacía más eficiente. Todo ello con unos precios del petróleo que en el siglo XX no alcanzaron los cuarenta dólares por barril en sus mejores momentos.
En la primera década del siglo 21, con Chávez en el poder, el precio del petróleo llegó a superar los cien dólares por barril e ingresaron más de un millón de millones de dólares. Todo desapareció. La industria petrolera, las fincas, las industrias, las siderúrgicas, la luz, el agua, la salud, la educación, la vialidad y sobre todo, los dólares. Ahora, se vanaglorian de todo ello. Es un triunfo importar gasolina y “venderla” a tres y cuatro dólares el litro, por ahora, así como ser acusados de narcotraficantes y terroristas.
Mario Vargas Llosa, nos dijo en su ensayo “América Latina y la opción liberal” que: “De México a Ecuador la palabrota pendejo quiere decir tonto. Misteriosamente, al cruzar la frontera peruana se vuelve su opuesto. En el Perú el pendejo es el vivo, el inescrupuloso audaz. En Colombia, en Venezuela, al cacaseno de provincia recién llegado a la capital, al que le venden el metro o el palacio de gobierno, llaman lo que en el Perú al ministro manolarga que se llena los bolsillos robando y no le ocurre nada. En Centroamérica, una pendejada es una despreciable estupidez; en el Perú, una deshonestidad que tiene éxito”. Los venezolanos soportamos todo sin reaccionar, tenemos pendejos de los dos signos.
¿Hasta cuándo?