Se dice que existe una tormenta perfecta cuando se juntan grandes corrientes de aire frío con otras de aire caliente. El choque entre ellas logra producir enormes desgracias. El mismo término se ha aplicado cuando en un país o región confluyen numerosos hechos negativos que traen como consecuencia la ruina del país o de la región.
En Venezuela, luego de más de veinte años de soportar lo que el régimen se ha empeñado en denominar socialismo del siglo XXI o comunismo pero que no es más que una tiranía, se ha logrado que estemos “viviendo” una tormenta perfecta.
En efecto, en los primeros diez años del régimen comunista las arcas públicas se encontraban llenas de dinero gracias al incremento de los precios del petróleo. Esa inmensa cantidad de recursos, en lugar de utilizarlos en beneficio del país, se usaron para satisfacer los sentimientos ególatras de quien gobernaba, para dilapidarlo entre los que le eran afectos y para cometer enormes hechos de corrupción.
Siguiendo las instrucciones de la tiranía cubana, durante estas dos últimas décadas la política de Estado ha sido, no solo la destrucción de la industria petrolera, que era la principal fuente de ingresos del país, sino la de todo el sector productivo. Pero no contentos con ello, han logrado destruir los sistemas de salud, la educación y, las fuerzas armadas han sido objeto de ideologización y desmantelamiento. El transporte en estado agónico y el tránsito en situación de anarquía. Los servicios públicos, el suministro de agua y energía eléctrica brillan cada vez más por su ausencia. Los semáforos que existen en las mayores ciudades no funcionan. La seguridad por el suelo. La población bovina no alcanza sino para alimentar al treinta por ciento de la población. Hay más de ocho millones de habitantes pasando hambre y otros cinco millones han migrado a otros países en busca de un proyecto de vida. Y… los capitostes del régimen disfrutando de las enormes sumas de dinero que han obtenido gracias a la corrupción y a la permisividad con la que han manejado los recursos auríferos y de otros minerales estratégicos.
Hoy, el billete de más alto valor –que difícilmente se consigue- no alcanza ni para comprar un dólar y el salario mensual básico de los trabajadores no supera los seis dólares. Todo esto constituye una tormenta perfecta que ha arruinado al país.
Ahora más que nunca, hay que echar el miedo a un lado y resistir y protestar hasta lograr el cese de la usurpación y un gobierno de transición, para luego hacer unas elecciones transparentes y legítimas. Esa debe ser tarea de todos.