A lo largo de la historia del siglo XX se produjeron numerosas transiciones de regímenes dictatoriales a democráticos. No fueron procesos fáciles ya que había que superar las heridas causadas y mucha rabia acumulada. Sin embargo, prevaleció en la mayoría de los casos el interés de crear un futuro digno sobre la necesidad, por demás justificada, de cobrar lo vivido.
Analicemos algunos casos. Después de la derrota militar del nazismo, es verdad que un par de decenas pagaron con su vida las atrocidades cometidas por Hitler y su banda de delincuentes, pero muchos exmiembros del Partido Nacional Socialista encontraron trabajo tanto en la República Federal Alemana como en la República Democrática, y en el caso de los llamados juristas del horror, un 80% permaneció en el sistema judicial. No podemos olvidar a los científicos autores de los cohetes que destruyeron parte de Inglaterra, los cuales terminaron trabajando en la NASA. Y hoy en día Alemania es la principal potencia económica de Europa.
El caso de las dictaduras del cono sur es parecido. Fueron dictaduras que asesinaron a miles de opositores y para poder reconstruir las democracias y la convivencia social, solo una ínfima porción de los que apoyaron a esos regímenes militares tuvo castigo.
El caso de Sudáfrica es tal vez el más emblemático porque la lucha por acabar con el Apartheid fue muy cruenta y hubo muertes de ambos lados. Incluso Mándela estuvo preso 27 años y cuando finalmente logró alcanzar la presidencia de su país, nombró como vicepresidente a su “carcelero”, De Clerck
Lo mismo sucedió en las transiciones en los países de la excortina de hierro, donde se produjeron acomodos entre los antiguos dueños del poder, es decir, los comunistas, y los dirigentes demócratas.
En nuestro caso es evidente que los que han cometido delitos de lesa humanidad tendrán que enfrentar la justicia, pero sin una derrota absoluta del régimen de carácter militar, la transición va a tener que lograr una base amplia de soporte político, que permita ir a un gobierno de transición para convocar a elecciones libres.
Por eso, cuando se escuchan voces aisladas que rechazan todo tipo de entendimiento con el chavismo, uno se pregunta cómo y con qué fuerzas podrán imponer una solución que los excluya de manera total y definitiva de la vida política en Venezuela.
Ese planteamiento es irreal y fantasioso y no sólo contribuye muy poco al logro de una transición, sino también los cohesiona, los fortalece y les da argumentos para decir que esta oposición no es democrática.
Nos guste o no, ese sector político representa un porcentaje quizás ya no tan grande como en otra época, pero que supera el 15% de la población, y eso no puede ser borrado en una verdadera democracia.
La lucha no puede ser odio contra odio, tiene que ser justicia contra retaliación y, en definitiva, civilización contra barbarie.
11 de noviembre 2020
Analítica
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