Las elecciones parlamentarias francesas traducen el colapso de Europa bajo la Unión Europea, el Foro de Davos, la Agenda 2030, el Club de Bilderberg y otros, dirigidos a la “nueva civilización” que decía Rimbaud. Importantes medios acusan el avance “extremista”, aunque ellos son expresión del auténtico extremismo dominante hacia un régimen orwelliano que organiza el mundo desde arriba. Bruselas abandona el atisbo de economía de mercado de los 80s, que ahora es bandera de China, Rusia y el bloque de Asia central. La globalización muere, y nace el globalismo posmoderno: wokismo, pedofilia, pansexualidad, antisemitismo, feminazismo, islamofascismo, legados de Sartre, Beauvoir, Foucault, Deleuze, Marcuse, unidos a la farsa ambientalista y la inmigración indiscriminada y masiva. Ese es el plan que avanza: desindustrializar Europa “para no contaminar”, entregarla al islam, hacerla tercermundista con masas de lumpen-proletariat y antisociales (la idea de Marcuse). Final de la Ilustración, y también de la globalización de Reagan, Clinton, Felipe González, Aznar, Thatcher, Tony Blair, sustituida por el proteccionismo de Trump y el belicismo de Biden.
La guerra Rusia-OTAN hizo palmario que Europa es el nuevo patio trasero de quien sea esté gobernando por Biden, las decisiones nacionales las absorben renacidos “planes quinquenales” desde U.E, OTAN; y Soros resuelve financiar el ingreso a Europa de un millón de inmigrantes al año. Desde finales del siglo XIX y durante el XX, en los intermedios que Europa se tomaba entre guerras, libraba debates políticos cruciales que decidieron el triunfo de moderados sobre comunistas, anarquistas, fourieristas, saitnsimonianos, nazis, fascistas y demás especies. La cordura se impuso sobre la insania, aunque ésta intentó siempre tomar el manicomio, inspirada paradójicamente en una monstruosidad, la Comuna de París y de allí la de Berlín, el golpe de Bela Kun en Hungría, la república española, el Mayo Francés. Desde el marxismo de los partidos socialistas o socialdemócratas y el sindicalismo, en Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña, ocurren grandes rupturas democráticas con leninistas y el stalinistas, el salto cualitativo al socialismo democrático, la gradualidad, el orden y la normalidad institucional.
A lo largo del siglo XX los protagonistas de esa ruptura estabilizadora fueron Karl Kautsky, Eduard Bernstein, Billy Brandt, Jean Jaurés, Léon Blum, Francois Mitterrand, Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, Enrico Berlinguer. Estos tres últimos, abuelo y padres, forjadores, ejecutores del eurocomunismo, el comunismo no comunista, sellan junto con la democracia cristiana, el Compromiso histórico: pacto para no cuestionar nunca más la democracia representativa. En una entrevista que le hice para la prensa le recordé a Umberto Cerroni, máximo pensador del PCI post Gramsci, que Sartre había dicho en esos días “prefiero el peor de los socialismos al mejor de los capitalismos”. Cerroni me respondió con un retruécano de igual contundencia: “prefiero una democracia sin socialismo que un socialismo sin democracia”. En los socialistas graduales y los demócrata-cristianos del siglo XX, no hay sustituto para la democracia, las instituciones liberales, pero no alcanzan a tener claro hasta los 80s que gran parte de los torbellinos de la economía mundial son producto de los modelos estatizantes basados en empresas estadales, proteccionismo y controlismo.
Solo Alemania post segunda guerra tuvo la iluminación para implantar la economía social de mercado que la sacó de las ruinas de la guerra para ser la primera potencia europea. Ante la debacle del intervencionismo mundial en los 80s, Reagan, Clinton, Thatcher, Tony Blair, Deng Xiaoping, Gorbachov-Yeltsin implantaron semillas de mercado y arrastran Europa a las reformas, aunque sea a medias. Hoy la Agenda 2030, el programa hegemónico de la Unión Europea, es producto de una nueva alianza entre supermagnates globales y la ultraizquierda en pos de la aterradora utopía: un mundo bien planificado y ordenado por la burocracia de Bruselas. La U.E asigna a cada país lo que debe y no debe producir, presiona llenarse caóticamente de inmigrantes, quién tiene que gobernar, para que en el futuro “no tendremos nada y seremos felices”, disparate comprensible en el enanismo global, una suerte de stalinismo de rostro humano. Desmantelaron el pensamiento político de socialistas y de los partidos populares (democristianos), desaparece el centrismo democrático, al que hoy denuncian por ser “de derecha” y asumen los programas de la ultraizquierda de los 70s.
La “derecha”, en el mismo período, experimenta su propia metamorfosis, en este caso hacia “el centro”, y son Meloni y Le Pen quienes se baten por la normalidad democrática-cultural, frenar la guerra, pero el extremismo 2030, el wokismo, las califica de “extremistas”. Defienden tesis de centro en lo político cultural, como Mitterrand, Felipe González o Billy Brandt en su tiempo: países ordenados, de sexualidad privada; rechazan la pedofilia, apoyan al feminismo real, no al feminazismo (las dos son ejemplo de mujeres triunfantes) educación sin adoctrinamiento e inmigración ordenada, no invasiones bárbaras. Meloni traza una excelente vía para su país, aunque no creo lo mismo de Le Pen, cuyos planteamientos económicos compiten en atraso y anacronismo con Mélenchon, ambos bastante trumpistas en cuanto a proteccionismo e intervencionismo. Le Pen tiene en común con Trump que no apoya la guerra de Ucrania, destrucción de Europa, mientras Mélenchon es un guerrerista al servicio de OTAN.
Para imaginarse el futuro inmediato es útil saber que, en número de votos, la ganadora con mucho es Le Pen (37.1%). Entra en el segundo el Frente Popular de Mélenchon (26. 3%) y tercero Encuentro de Macron (24.7%), aunque los medios han ocultado esos datos con ruido en torno al triunfo de la izquierda en número de parlamentarios. A la fecha el wokismo de los socialistas y los PP tomó el manicomio y para disgusto lo enfrentan Xi Jinping, Putin y Orban en sus autoritarismos. Xi declara el islam “enfermedad mental” y convierte las mezquitas en baños públicos. En las parlamentarias europeas se difunde el terror a la ultraderecha, pero no hay alarma con la ultraizquierda, extremismo con carta de legitimidad. Antaño Podemos alcanzó una altísima votación e incluso pudo ganar las elecciones con un líder que se autodefine comunista, cogobernó con el PSOE y no hubo escándalo por su “extremismo” y hoy el PSOE es la ultraizquierda en el poder.
El rasgo específico del fascismo entre los autoritarismos es la violencia callejera, el uso de organizaciones no estatales (la “seudo sociedad civil”), como instrumento represivo parapolicial. Insultan, humillan, golpean personas e impiden conferencias, presentaciones de libros, exhibición de películas, lo que en el paraíso cubano llamaban actos de repudio. En España esa práctica la impuso Podemos, el “jarabe democrático”, pero a Vox, un partido normal conservador pero altisonante, lo llaman “fascista”, aunque no hacen eso. En su primer discurso en las Cortes, Pablo Iglesias dijo saber que los diputados eran parásitos mediocres y corruptos, pero “nunca supuso que fueran tan despreciables”, y hoy recala en el sigmoides del sistema político español. La AfD alemana también merece, igual que Podemos, la calificación de ultra por sus ramalazos de afinidad con el nacionalsocialismo.
@CarlosRaulHer
https://www.eluniversal.com/el-universal/186469/los-locos-tomaron-el-manicomio