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El miedo del salario

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 2 min.

Venezuela es el único país del mundo, sí, del planeta, en el que cualquier anuncio sobre incremento de sueldos y salarios pone a temblar a todos los presupuestos y supuestos beneficiarios, pues de inmediato viene atrás el hiperaumento de precios que hace trizas y cenizas los ingresos del pueblo, pone de fiesta los egresos del erario y abomba las entradas extra de los funcionarios depredadores de todos los presupuestos habidos por haber de chinos, rusos, y bielorrusos.

Ilusos y difusos asalariados bailan en una sola pata cuando el populista y burlista mandamás mete sus cuatro patas en busca de una perpetua reelección que no debería darse por nada del mundo, ni de vaina, y que únicamente pretende, a troche y moche, sostener su mandato sobre bonos y monos miserables como entretenimiento abusivo y televisivo para los que a morir de hambre vamos saludemos y aplaudamos.

El régimen y sus cabecillas, ciegos, sordos, bulleros y hambreadores, saben muy bien lo que hacen y por qué lo hacen mientras una mayoría sonríe, otra llora y los demás se quedan de lo más indiferentes aguardando con esperanza inútil qué pasará con el trabajo de algunos hasta que termine de hundirse este país ya derrumbado entre los despojos de lo que una vez fue.

No hacen caso a los gritos que les lanzan interna y externamente como alerta para que paren de una vez por todas, pues el miedo del salario o el salario del miedo nada soluciona ni beneficia cuando no se puede adquirir más de tres productos con la miserable mesada que no pasa de la limosna con la que este nefasto régimen busca indulgencias al mantener sus erradas políticas de economía de guerra.

Aumento salarial inasible, dinero disfrazado de petro que sólo existen en la cabeza desquiciada de quien dice gobernar pensando sólo en mantener el poder por el poder mismo y con su empeño en tirar al despeñadero lo poco que va quedando, sin plata en efectivo ni puntos de venta que funcionen y transferencias abultadas por la usura y las trampas de quienes aprovechan esos errores para mantener sus obscenas y pingües ganancias.

Mientras al pueblo macilento, abobado y mendicante les dan caldo sin sustancia o petros que no valen nada, la dictadura y sus acólitos trúhanes de uniforme y con uniforme amasan fortunas en euros, dólares, yenes y yuanes para cuando les toque, Dios mediante, salir en volandillas a gastarlos, quién sabe dónde, pero por nada del mundo se salvarán del castigo que les viene y que se merecen porque, en algún momento, se darán cuenta o alguien les contará lo que hicieron y lo que dejaron de hacer y, por su puesto, les llegará la factura…