En 1984 reuní a los músicos más exitosos del momento para formar una “superbanda” llamada Band Aid; el objetivo era recaudar dinero para aliviar el hambre en Etiopía. Al año siguiente se formó un grupo todavía más numeroso para Live Aid, un multitudinario concierto a beneficio que dio lugar a una iniciativa de obtención de fondos que todavía continúa. El mes pasado la Fundación Barilla celebró el Foro Internacional sobre Alimentos y Nutrición, durante el cual se destacó la necesidad permanente (y cada vez más urgente) de reforzar la seguridad alimentaria.
Para hacernos una idea de los problemas del mundo actual puede servir de ilustración la historia de la Isla de Pascua. En algún momento del siglo XII, un pueblo polinesio migró a una remota isla volcánica cubierta por densos bosques donde además de alimento y animales, encontró herramientas y materiales para erigir cientos de elaboradas y misteriosas esculturas de piedra. Pero poco a poco, la gente destruyó los bosques, y terminó cometiendo un suicidio social, cultural y físico.
Hoy, en términos relativos, sólo nos queda colectivamente una pequeña fracción de bosques, y la estamos destruyendo a toda marcha. Nos estamos quedando sin tierra cultivable y el desierto avanza. Producimos alimentos que después desperdiciamos, mientras casi mil millones de personas no tienen comida suficiente, una realidad que deja a muchos sin otra alternativa que emigrar.
Las noticias nos hablan casi siempre de los refugiados que huyen del conflicto armado (por ejemplo Siria) o de los migrantes que buscan mejores oportunidades económicas que las que tienen en sus países de origen (por ejemplo Nigeria o Pakistán). Pero entre migraciones y escasez de alimentos hay un vínculo más fuerte que el que imaginan los que no tienen hambre.
Por ejemplo, los levantamientos de la Primavera Árabe en 2010 2011 (que produjeron una oleada masiva de refugiados) se iniciaron por un encarecimiento del trigo que provocó amplias protestas y finalmente una serie de revoluciones políticas. De hecho, el origen de muchos conflictos armados, y de los desplazamientos masivos que provocan, puede rastrearse hasta la inseguridad alimentaria.
Mientras el Sur Global pobre se muere de hambre, el Norte rico se atraganta de comida. Hay en el mundo más de dos mil millones de personas con sobrepeso, abotargadas por azúcares de baja energía y alimentos procesados de producción en masa ricos en grasa. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, sólo la cuarta parte de los alimentos que tiramos a la basura o desperdiciamos cada año bastaría para dar de comer a 870 millones de personas hambrientas. A escala global se desperdicia un tercio de todas las cosechas. Como los antiguos habitantes de Isla de Pascua, estamos llamando a nuestra aniquilación.
Además, el cambio climático inducido por el hombre amenaza con intensificar las presiones migratorias y alimentarias actuales. En un informe publicado en diciembre pasado, el Centro Europeo de Estrategia Política de la Comisión Europea predijo que el incremento de sequías e inundaciones será el principal factor de migraciones, muy por encima de todos los demás, y que en 2050 habrá hasta mil millones de personas desplazadas en todo el mundo. El informe advierte que incluso la estimación más baja (25 millones de migrantes por el cambio climático) “empequeñecerá los niveles actuales de nuevos refugiados y desplazados internos”.
Es verdad que ya se están tomando algunas medidas para resolver el desperdicio y la escasez de alimentos. Por ejemplo, este año la Comisión Europea propuso reducir los subsidios agrícolas, que contribuyen a un exceso de producción. Pero esta estrategia (enmarcada en términos de “evolución”, en vez de la “revolución” necesaria) no es ni remotamente adecuada.
La política agrícola común de la Unión Europea ha sido siempre muy problemática. La PAC dirigió dinero de los contribuyentes a fomentar la producción de un excedente de alimentos, que luego se deben almacenar (con un costo adicional) y finalmente se destruyen (otro costo). Aunque el sistema mejoró hasta cierto punto con los años, todavía falta mucho. Otro caso de derroche similar es la ley de agricultura de los Estados Unidos (principal herramienta de política agraria y alimentaria del gobierno federal).
No basta con hacer ajustes políticamente tolerables a los esquemas actuales, se necesita una reforma de raíz con énfasis en los resultados reales. Por desgracia, no parece haber ningún político a la altura de la tarea, ni en un EE. UU. errático y polarizado ni en los ineficaces Parlamento Europeo y Comisión Europea.
El momento oportuno para actuar era ayer; el momento para adoptar otra estrategia es hoy. Podemos discutir hasta quedar afónicos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (que incluyen metas como “de aquí a 2030, reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro”). Pero lo que importa es tener políticas bien diseñadas, eficaces e integrales, que se implementen de forma sostenida. Y eso no se ve por ninguna parte.
La Tierra existe hace 45 millones de siglos, pero nuestro siglo es único, porque es el primero en que una especie puede destruir las bases de su propia existencia. Pero nosotros, versión moderna de los habitantes de Isla de Pascua, parecemos inconscientes de esta amenaza existencial y preferimos hacer estatuas en vez de sistemas sostenibles para la supervivencia.
¿Nos daremos cuenta de la situación en la que estamos cuando las tierras se hayan convertido en desierto, cuando los sistemas de salud colapsen, cuando hasta los ricos padezcan falta de alimentos, cuando el agua potable escasee, cuando el avance del mar destruya las costas nacionales? Entonces ya será demasiado tarde, y nuestra suerte estará echada.
El mayor peligro para nuestro planeta es creer que lo salvará otro. Somos nosotros (todos y cada uno) los que debemos darnos cuenta de la gravedad de la situación y exigir acciones reales para cambiarla. Y “todos” quiere decir: tú.
Traducción: Esteban Flamini
Londres, julio 12 de 2018
Project Syndicate
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