Si en algo debe estar de acuerdo todo aquel que dice estar del lado de la oposición a la dictadura, es que no se trata de una régimen autocrático convencional como el que se ha conocido en la historia de América Latina.
Como muchos ya lo han caracterizado detrás del Gobierno y la ideología marxista hay una estructura que se ha vinculado al crimen organizado. De manera que lo que ha tenido que enfrentar la dirigencia política agrupada en la Mesa de la Unidad es una compleja maraña que no actúa bajo parámetros convencionales.
Los hechos así lo confirman. Al lado del fraude constituyente que genera una forma paralela al Gobierno, fuera de la Constitución, pero en combinación con el Gobierno formal, se asume todo el poder apoyado en la fuerza de las armas. Torturas, detenciones arbitrarias, destitución de alcaldes, desconocimiento de la AN, asesinatos contra quienes manifiestan, grupos paramilitares y control absoluto de todos los mecanismos económicos del país.
Ante eso es lógico que en los sectores políticos que quieren un cambio haya diferentes visiones de qué es lo que hay que hacer y cómo hacerlo. En ese debate las partes terminan descalificándose unos a otros inevitablemente favoreciendo al Gobierno.
El Gobierno posee las armas y ha demostrado que no tiene escrúpulo alguno en utilizarlas, incluso sin inmutarse por las acusaciones de la ONU y las reacciones de los presidentes del continente, porque no solo defiende el poder que ostentan sino todo el poder económico que la alta burocracia política y sus familiares han obtenido desde el poder. Dada la persecución internacional de la que están siendo objeto el único refugio que les queda es el territorio venezolano.
Es decir, no se trata de un adversario político convencional sino de una mafia política acorralada internacionalmente.
Sin embargo esa cúpula en el poder requiere de cierto juego político para mantenerse. Por eso convocó a la Asamblea Constituyente para darle cierto rostro de legalidad a las imposiciones y medidas contra el resto del país.
Todo el sector opositor sabía que esa Constituyente sería aplicada aun sin votos como efectivamente ocurrió. No contaban con que el fraude sería develado por la propia empresa que durante años le sirvió de soporte, lo cual aplacó el impacto que esperaban.
No hay fórmula segura de cómo enfrentar al Gobierno. Sin embargo la unidad es clave para responder a cada etapa en el proceso.
Si bien el Gobierno tiene las armas y todo el poder político en sus manos, no todo lo favorece. El chavismo ha perdido el apoyo popular y sólo le resta aproximadamente un 25% teniendo en cuenta que de esa fracción de la población, al menos, 70% del chavismo está allí por ser empleado o beneficiario de las migajas que todavía les lleva el Gobierno.
En la actualidad la dirigencia oficialista padece de un aislamiento internacional que, además de su influencia política, afecta su capacidad económica, siendo que la Constituyente no es reconocida como un organismo legal, lo cual genera dificultades para incluso acceder al crédito internacional.
La crisis económica está impactando muy duro a los sectores populares y de clase media, y el país ya está en camino a una hiperinflación jamás conocida en Venezuela. Ya tenemos una inflación diaria que equivale a un año de inflación en cualquier país del continente.
La Constituyente se promovió como un mecanismo que resolvería los problemas del país, pero a unos días de haberse instalado ya la población observa decepcionada que el camino al abismo se ha acelerado.
Como en un tablero de ajedrez la oposición deberá jugar en todos los escenarios incluyendo la negociación y ello requiere que la inteligencia en la política juegue con acierto cada movimiento.
La crisis también ha llegado a lo interno del chavismo, al que ya no le sirven los pocos privilegios de los que disfrutaban y hasta sus propios descendientes huyen del país. Lo mismo ocurre a lo interno de la FANB. Se vislumbra una crisis en esos dos factores de poder y todos los componentes serán necesarios para que se produzca el cambio tan anhelado.
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