
En política, como en la vida, la diferencia entre la victoria y el fracaso no siempre depende de la solidez de los argumentos o la moral y justicia de la causa, sino del momento oportuno. Dos fuerzas emocionales libran su duelo en el terreno de la resistencia. La paciencia estratégica y la desesperación. La primera forja éxitos, la segunda precipita rendiciones tempranas.
Los regímenes autoritarios no solo se sostienen por la fuerza y violencia, también por agotamiento de sus adversarios. Cultivan la percepción de inevitabilidad, sugiriendo que la derrota es solo cuestión de tiempo y la lucha inútil. Una maniobra clásica de manipulación psicológica, indefensión inducida. Cuando logran que sus críticos actúen desde el desespero, aseguran mucho del triunfo. La historia lo confirma, movimientos cegados por la prisa cometen errores irreparables. La urgencia fractura alianzas, improvisa tácticas y provoca reacciones que favorecen al poder establecido. Se grita sin calcular, se arriesga sin medir, se ataca sin defenderse.
El despotismo orquesta la desesperación con provocaciones sutilmente calculadas, diálogos ficticios y fraudulentos, pequeñas concesiones con represiones cíclicas. Busca que la oposición vacile entre euforia y decepción, nunca entre disciplina y planificación. Pero la paciencia estratégica no es pasividad ni tolerancia resignada ante la injusticia. Es un ejercicio de control emocional y político. Entender que el cambio es un proceso, no un instante o evento aislado. Exige resistir la tentación de actuar por impulso y moverse con precisión, esquivando las trampas del adversario.
Václav Havel, desarticuló estructuras opresivas y no cedió al frenesí. En Checoslovaquia, tejió una resistencia metódica, no reactiva. Conocer al enemigo es clave. Si apuesta al desgaste mental, la réplica es fortaleza emocional. No es suficiente tener razón, hay que evitar ser manipulado. La presión popular importa, pero solo si se canaliza con astucia. Desperdiciarla en estallidos fugaces permite al régimen aguardar a que el cansancio prevalezca.
La visión a largo plazo distingue la estrategia del arrebato. No toda provocación merece respuesta, ni todo combate, esfuerzo. En política, como en el ajedrez, no triunfa quien actúa más rápido, sino quien lo hace mejor. El castro-chavismo ha perfeccionado este juego. Convierte la desesperación en aliada, administrando frustraciones con elecciones tramposas, negociaciones estériles y promesas vacías. No precisa aniquilar masivamente, le basta inducir desaliento.
En Venezuela, la política se ha convertido en un laberinto donde cada salida es ilusión. La administración absolutista no teme protestas desordenadas ni arengas sin rumbo. Lo que inquieta es una oposición que no caiga en su ritmo, y construya un tiempo propio. La paciencia estratégica es guerra fría, no persigue cada señuelo electoral -diseñado para dividir y desmoralizar- ni reacciona visceralmente a cada arbitrariedad. Los cambios profundos no se anuncian, ni dependen de discursos encendidos, se gestan en organización silenciosa, infiltración de redes y cohesión sostenida, no en liderazgos fugaces que se consumen entre la exaltación y el descrédito.
El chavismo entendió que no es matemático ser invencible. Solo requiere que sus contendientes se consuman en la desesperanza, tomen decisiones apresuradas y desperdicien su impulso antes del momento correcto. No se trata de actuar deprisa, sino de que funcione; no de responder, sino de preparar. El poder juega con el tiempo y la psique; los que resisten deben hacerlo también. La desesperación regala la victoria antes del combate. La paciencia estratégica, en cambio, erosiona al rival hasta inclinar la balanza. En esta contienda de resistencia, pierde quien agota primero sus recursos.
@ArmandoMartini
febrero 24 2025
https://www.lapatilla.com/2025/02/24/paciencia-estrategica-frente-a-la-desesperacion-por-armandomartini/