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Perversiones, perversidades, política

Tiempo de lectura: 7 min.

“Puede haber grandeza en lo amoral y aún en un crimen que hace ostentación de su falta de respeto a la ley, liberador y suicida”. Julia Kristeva

No tenía claro qué escribir y vino a mí Il primo re (Rómulo y Remo:2019), escrita y dirigida por Mateo Rovere, a quien no conocía. Hablada en latín y con sólido apoyo académico, narra magistralmente lo que se cree saber sobre Rómulo, Remo y la fundación de Roma, en poética ruda y realista. Ahora mismo, El sonido de la libertad (2022), de Alejandro Monteverde y promovida por Mel Gibson, es de los pináculos culturales en lo que va de siglo, porque ilumina en la semipenumbra algo que sospechábamos. Que la pederastia se ha hecho de “buen gusto” en la progresía, como propugnaban los sacerdotes de la depravación, Sartre, Beauvoir, Michel Foucault, Josenith Firestone, Kate Millet, Peter Singer, camuflada entre varias “causas”, entre ellas el feminazismo, para desnaturalizar y pulverizar las victorias de la mujer y el feminismo real, como vemos en el deporte y los concursos de belleza. Las mujeres que se sienten hombres, en las artes marciales integradas de la MMA, por citar un caso, cuando compiten con éstos terminan derrotadas y malheridas; y los hombres que quisieran ser mujeres, se imponen en las competencias contra ellas. Nadador número 500 en el ranking masculino, gana en natación femenina. A una atleta la expulsaron del equipo por violar un mandamiento de la nueva religión: no quiso desnudarse en los vestuarios frente a un hombre que quiere pasar por mujer. Hemos leído atrocidades como que un varón desea hacerse vaginoplastia para quedar encinta y obtener un glorioso aborto.

La primera forma de organización de las comunidades humanas fue tribal, grupos familiares, clanes consanguíneos con autoridad ejercida por el varón más viejo, lo que se denomina “patriarcalismo” que, pese a la ignorancia intencionada de ideólogos, desapareció hace siglos. Las comunidades tribales evolucionan a vecinales, la primera Roma, que nace con un hecho de sangre fratricida. Trazado el lindero de la nueva ciudad con una zanja, Remo desafía la prohibición con burlas y Rómulo lo mata por irrespetar jaquetonamente la ley. La soberanía territorial y la propiedad se imponen hasta nuestros días como fundamento de la civilización, y quebrantarlas ha provocado casi todas las guerras. La antropología filosófica asocia sesgadamente a Rómulo con la tradición de Caín, para apuntalar que el Estado tiene su origen en el crimen y la fuerza bruta, como describe uno de los más grandes escritores políticos, Thomas Hobbes. Rómulo había legislado para hacer posible convivir, salir de la barbarie y la violencia, su decisión por lo tanto no es arbitraria, porque su hermano irrespeta a conciencia la ley, y tiene que juzgarlo a cambio de impedir el caos. Subordina el parentesco a un nuevo tipo de relación, preanuncia del paso al imperio de la ley, al independizarse la administración de justicia de los clanes, nuevo camino ascendente del Estado político. En la “justicia” patriarcal si un clan daña a otro, el castigo es una venganza a veces negociada entre ambos, una muerte por otra, una mano por otra, como enseña Hammurabi.

Romeo y Julieta son víctimas íngrimas de la lucha de clanes, apoyados solo por un valiente franciscano, y hasta hace poco en un estado de occidente de Venezuela, dos familias casi se exterminan en vendetta. Si reducimos al absurdo historicista determinista, gracias a esa acción de Rómulo, 2700 años después el Presidente de Colombia debe acatar el enjuiciamiento de su hijo, y así tendría que ocurrir en EE. UU, si triunfa el Estado de Derecho. Producto de las revoluciones francesa e inglesa, la tradición clánica sobrevive tenuemente, sin incidencia en el espacio público, marginal, minoritaria y simbólica en las noblezas o aristocracias de las monarquías constitucionales. Por muchos siglos, las perversiones fueron las señaladas por el Levítico: homosexualidad, bestialismo e incesto, aunque a su alrededor gravitaban otras prácticas, pero la sociedad reestructuró la moral desde que el Código de Napoleón distinguió claramente delitos, faltas menores y vida privada. Antes del Código de 1810 eran “crímenes” actos que a partir de allí se entendieron normales en la privacidad de las parejas adultas, -se “privatizaron”-, y más tarde Freud les da la razón: sodomía, cunnilingus, fellatio, dolor moderado-consensuado, son prácticas habituales. Los delitos son la pederastia, el incesto y el bestialismo que hoy los progres pretenden normalizar y el filósofo vegano-animalista, Paul Singer, quiere convertir las mascotas en amantes y Firestone a las madres en concubinas de sus niños (“deben darle todo el sexo que requieran”)

El rechazo al incesto es instintivo y de las más antiguas acciones del sapiens es aliarse con otros clanes para buscar pareja. El estado sicótico del pensamiento posmo no es solo por incestuoso y pedófilo; increpado porque las gallinas mueren terriblemente después de una penetración humana, Singer, responde que “también mueren en Kentucky chicken”. Seguramente para que pervertidos y perversos no se ofendan, la siquiatría habla ahora de parafilias. La homosexualidad se normaliza progresivamente desde los años sesenta y la sociedad, el mundo laboral y académico la acepta. La antropología ha estudiado ampliamente el “rechazo al otro”, al diferente: blancos, negros, indios, pardos y amarillos, hetero y homosexuales, tienen reticencias entre sí que solo se superan con la cultura universalista, pero ahora el posmo busca intensificarlas. Se le concibe hoy como ejercicio de la libertad individual, aunque experimenta algún rechazo en sectores retrasados (nunca con las monstruosidades del islamismo), pero sustancialmente menor que la ofensiva brutal y degradante contra los hombres y la masculinidad. Llegamos hasta los extremos de que los lobbies han calado eslóganes como “el violador eres tú”, “todo hombre es un violador” y otras locuras. Al mismo tiempo vivimos la astucia del victimismo y cuando alguien contrargumenta la falsedad de esa sórdida campaña, lo acusan de fobias inventadas: “homófobos”, “tránsfobos”, “plumófobos”, “misóginos”, “negacionista”, para presentarse como mártires sin serlo en una especie de infancia permanente.

Fuertes personalidades intelectuales europeas, nacidas con inclinaciones sexuales diferentes de la mayoría, decidieron convencer al mundo de que los los impulsos eróticos del 95% demográfico eran artificiales, “producto de la cultura”. No importa que la arquitectura genética sea una correspondencia perfecta entre hombre y mujer, diseñada para mantener la especie; según semejante teoría la heterosexualidad es un constructo ideológico. Con la amplia cobertura de sus creadores, semejante estupidez llegó a ser hoy una “doctrina”. La modernidad sustituye, como lo analiza Marx en El Capital, la estructura genealógica, clánica, tribal, de la sociedad, que en la edad media se reproduce en los gremios, oficios transmitidos por generaciones. Luego irrumpe la libertad individual que él concibe, extrañamente, como un incidente burgués en la vía al comunismo. Desde el medievo la Iglesia establece que, una vez redimidos por Cristo del pecado original, la salvación y la relación de Dios con “sus hijos”, es individual, nada tiene que ver con la genealogía (“se levantarán los hijos contra los padres…y serán odiados por todos causa de mi nombre”: Mateo). Luego la industria “capitalista” urbana, impulsa los siervos a abandonar la tierra donde eran, como vacas, propiedad del señor, para convertirse en mano de obra libre, el nacimiento de la libertad individual, “el hombre desnudo” que se enfrenta al mercado de trabajo con la figura del contrato.

En la sociedad “capitalista” comienza lo que llamamos “el Hombre” en sentido moderno, el hombre libre, el proletario, con “su prole, su mujer y su fuerza de trabajo”. El extravagante Foucault califica al Hombre como “un proyecto fracasado del siglo XVI”. Las identidades, los “colectivos”, son regresiones tribales contra la condición de ciudadanía, el más grande avance de la civilización política: los Derechos del Hombre y del Ciudadano en las constituciones democráticas. Los lobbies progres corrompen el Estado de Derecho, al entronizar privilegios estamentales planteados por Marx en Crítica al programa de Gotha, “un derecho desigual”. Los crímenes se castigarán de acuerdo con la condición “de clase” del criminal. En cambio, el cristianismo había sacudido la civilización con su universalismo en la antigüedad clásica esclavista, que iguala a los hombres, inficiona incluso al pensamiento laico de las revoluciones del siglo XVIII y se hace consustancial del Estado jurídico. La regresión de la legalidad posmoderna crea una bronca amenaza reaccionaria. El retroceso estamental, el poder de las identidades, comete aberraciones como la invertir la carga de la prueba, defendida por me too: todo varón indiciado es culpable a priori. El testimonio sobre supuesta agresión a una mujer, releva probarla (“yo si te creo”). Así van a la cárcel “acusados” por una venganza o rabieta de la “acusadora”, de la que luego puede arrepentirse, como ocurre a diario. Es delito mirar a alguien, un gesto de cortesía, y un piropo, forma civilizada de expresar atracción erótica. Se hace válido acceder a posiciones sin esfuerzos ni capacidades por medio de cuotas. Kristeva, como es su costumbre, glorifica la amoralidad de personajes como el Che Guevara, pero para su perjuicio, sin darse cuenta, la cita también vale para Hitler. Sirve para ambos monstruos disruptores.

@CarlosRaulHer

https://www.eluniversal.com/el-universal/161296/perversiones-perversidad...