La oposición democrática no controla el poder, ni siquiera una parte, mucho menos una parte importante. Es decir, no controla ninguno de los poderes públicos −AN, CNE, Contraloría, Poder Ciudadano−; y lo más importante, no controla el uso de la fuerza −el monopolio de la violencia, que según Max Weber, es lo que define al Estado− pues no tiene control sobre la fuerza armada y las fuerzas policiales, ni sobre el sistema de justicia y carcelario. Mucho menos controla los mermados ingresos del Estado, que son manejados a discreción del Gobierno, con los que se genera un sistema clientelar, que cada día tiene menos ascendencia sobre la población, es cierto, pero tampoco utiliza los recursos que vierte clientelarmente, para resolver los agobiantes problemas básicos del país.
Fantasías
Por eso, frente a esa falta absoluta de control del poder, me parece que es una fantasía inexplicable que algunos piensen que la oposición democrática es la que definirá o impondrá las condiciones para celebrar un proceso electoral, a su gusto y medida; y como esto no ocurrirá, entonces algunos dicen que no se participe; pero, ¿Cuál alternativa se propone a cambio, que sea realista, aplicable, que se aparte de esas fantasías? No sé, pero no puede ser esperar a que se obre un milagro, que el régimen se disuelva en un acto de contrición o que nos dé un proceso electoral con las condiciones de libertad, imparcialidad, justicia, etc. que deseamos y queremos. Más de una vez lo he afirmado y preguntado: Díganme, en frio, sin apasionamiento, ¿no es esa una posición un tanto absurda, irreal?
Qué controla la oposición.
Lo que sí controla la oposición, son dos cosas importantes: una, qué es lo que puede hacer con sus votos. Al respecto, ya nos hemos abstenido, masivamente, como “estrategia política”, en varias ocasiones, en varios procesos electorales −Asamblea Nacional en 2005, elección de Asamblea Constituyente en 2017, elección presidencial de 2018 y elección de Asamblea Nacional, en 2020− e informalmente en muchas otras elecciones, para gobernadores, alcaldes, sin contar con que hay casi un tercio del país que sistemáticamente no acude a las urnas desde hace 24 años.
En esos procesos electorales en los que nos abstuvimos, formalmente, como política, hemos dejado en claro e incólumes −al menos eso creemos− nuestros “principios”; y desde luego, nos hemos tranquilizado la conciencia, lo que a muchos les permite dormir plácidamente; pero, ¿Cuál ha sido el resultado de esas “políticas”? ¿Se ha debilitado el régimen? ¿Se ha unido más la oposición? ¿Ha mejorado la condición socio económica de los venezolanos? Esas son las preguntas que nos debemos hacer.
Sin embargo, algo sí debemos reconocer y es que sin duda las abstenciones de 2018 y 2020, ayudaron a deslegitimar al régimen frente a la comunidad internacional. Nunca la situación que vive el país había sido más notoria y evidente para la comunidad internacional; nunca la conciencia de la comunidad internacional había estado más clara en cuanto a la verdadera condición del régimen venezolano. Por eso se tomaron medidas o sanciones contra Venezuela, aplicadas por unos pocos países, de manera incompleta y poco efectiva, según muchos; aunque seguramente esas medidas perjudicaron algunos “entramados y negocios” internacionales.
Reconocimiento internacional.
Qué duda cabe que tanto el Gobierno Interino, como Juan Guaidó, como la oposición en general, disfrutaron de un reconocimiento internacional, durante estos tres últimos años, como nunca antes se había tenido. Hasta el punto que algunos llegaron a pensar en “renuncias” o “invasiones” para resolver los problemas del país; pero, poco más que elevar algo el nivel de conciencia, de la comunidad internacional, no fue mucho lo que se logró, al menos en términos de aliviar la situación de oprobio de una gran cantidad de venezolanos, que no comen, ni se curan de sus enfermedades, ni pueden educar a sus hijos, ni tienen servicios básicos; a pesar de esas cifras generales de crecimiento que nos enrostran y con las cuales nos marean, ni con la construcción de fastuosos establecimientos comerciales y edificios de oficinas lujosos, o con la presentación de variados espectáculos públicos, de supuesto “nivel” y, sobre todo, “precio” internacional. Nada de eso alivia la condición económica y social de la gran parte empobrecida del país, por más que algo se “cuele” por los intersticios de la estructura económica y social del país.
Errores, sí, sin duda se cometieron muchos; la prueba es que allí sigue el régimen; no me corresponde −al menos en este momento− hacer juicios de valor sobre esos errores o cuál sea la solución que pueda adoptar la oposición democrática a partir de enero de 2023, que está a la vuelta de la esquina, sobre la suerte del Gobierno Interino. Me corresponde reflexionar sobre algo más “pedestre” e inmediato: Qué podemos hacer con la fortaleza que sí tenemos, la fuerza del voto.
Fortaleza opositora.
Esa es la segunda cosa que controla la oposición, esa fortaleza adormecida que no hemos sabido utilizar y ahora se nos presenta una nueva oportunidad para desplegarla: decidir mediante un proceso de elección primaria quien será el candidato de la oposición democrática, que quiere un cambio en el país, en las elecciones presidenciales de 2024. Desde luego hay muchas formas de llegar a ese candidato unitario −no las voy a repetir−, pero se decidió, escuchando un clamor general de los ciudadanos, que fueran estos y no las organizaciones políticas, los que decidieran quien será ese candidato. Para eso es el proceso de primaria; como dijo el Presidente de la Comisión Nacional de Primaria en su discurso durante el acto de instalación de la Comisión:
“…se ha colocado esta elección al servicio de toda la sociedad democrática, de todos los líderes y organizaciones que procuran la democratización del país y pretenden institucionalizarlo bajo los parámetros de un Estado de Derecho, con derechos garantizados para todos. Se trata, pues, de una primaria para la democracia. Pensar en una democracia para Venezuela no es simplemente una utopía… la primaria debe ser una experiencia democrática que sirva de modelaje para la elección presidencial e ilustre sobre el sistema democrático que se quiere instaurar mediante el cambio político… En el actual contexto venezolano, de una ciudadanía que acumula tras su aparente pasividad miles de motivos para la indignación y que en cualquier momento puede despertar ante un testimonio auténtico de reunificación democrática, se avizora un episodio de lucha denodada por un futuro mejor… Una parte importante de nuestra misión consiste en rescatar el valor del voto, con toda su significación de ejercicio de ciudadanía y de libertad política…para contribuir, al facilitar el ejercicio de la voluntad popular, a que nuestros hijos o nietos vivan en democracia en su país; para que quienes injustamente están detenidos recuperen su libertad, para que retornen los exiliados, los migrantes forzados, para que sean investigadas y sancionadas las graves violaciones a derechos humanos o crímenes de lesa humanidad, para que los jóvenes recobren la esperanza… no es la primaria de un grupo determinado de partidos políticos, sino quiere serlo de la ciudadanía toda…” (Jesús M. Casal, Presidente de la Comisión Nacional de Primaria)
Conclusión.
Está claro que el proceso de primaria para seleccionar el candidato unitario de la oposición democrática venezolana nos ofrece una oportunidad que es múltiple; no solo seleccionar el candidato con la participación de todos, sino también nos abre una oportunidad de sensibilizar al país en la necesidad de un cambio político, nos abre la oportunidad de organizar y movilizar a los venezolanos en esa dirección y, desde luego, rescatar la importancia y trascendencia del voto.
Resumí más arriba una parte del discurso de Jesús María Casal en el Acto de Instalación de la Comisión, pero invito a leerlo completo; lo pueden encontrar en el siguiente vinculo (http://bit.ly/3ibDYMA) y concluyo citando una de sus frases: “Salvar a Venezuela de la devastación institucional y social es también una tarea perentoria, aun cuando el horizonte sea nebuloso”.