La Primavera Árabe en los años 2010 y 2011 revolucionó todo el Medio Oriente y el norte de África. Especialmente los jóvenes y las mujeres, los intelectuales, reclamaban en las calles y en los campos un cambio de régimen, hacia un estado democrático. Efectivamente lo lograron en Egipto, Libia y Túnez. En Damasco fue imposible el cambio de gobierno por el estricto control que por varias décadas venía manteniendo una familia sustentada en la fuerza militar y con el apoyo irrestricto de la minoría alauita, y el respaldo permanente de Rusia y de Irán. La mayoría del pueblo sirio es sunita, solo Irak e Irán en la región son chiitas. El arco chiita se extendía con su población mayoritaria en Irán e Irak y una fuerza importante en el Líbano con el Hezbollah, y el control del gobierno del presidente Bashar Al Assad.
Desde el 2011 comenzó a desmoronarse el gobierno de Bashar. Así comenzó el comienzo del fin del régimen Sirio. El pasado domingo después de 13 años de Guerra Civil, con el apoyo de Rusia e Irán, pero cuestionada por la Liga Árabe y por Turquía, ahora vencedora en este conflicto, el territorio de todo el país está en manos de una coalición de fuerzas de oposición, desde los grupos liberales, socialistas, hasta los herederos de Al Qaeda y el Isis. Hoy parece que en Siria y en toda la región del Oriente Medio todo va a ser distinto y va a incidir en la geopolítica mundial y regional. El presidente Sirio huyó del país, protegiendo a su familia y pidió refugio en Rusia. Conversábamos ayer con un sirio venezolano que está radicado en Sueida y nos describía la alegría de su minoría, que son los drusos pero también de todas las otras religiones, especialmetne el cristianismo el Islam y el judaísmo. Este fin de semana en esta ciudad se realizó un congreso interreligioso para apoyar a las nuevas autoridades, pedir el respeto a los derechos humanos y una adecuada transición hacia una democracia representativa y participativa.
Esa primavera Árabe que derrocó al presidente autoritario del Cairo Hosni Mubarak y se llevó por delante al presidente de Túnez Ben Ali y especialmente al que parecía invencible y a quien conocimos personalmente y entrevistamos el coronel Mohamed Gadafi con 40 años ininterrumpidos en el poder.
En mi caso Embajador de Venezuela en Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Libia; y en mi contacto con universitarios e intelectuales siempre pude constatar la necesidad de reformar el Islam tradicional y adaptar el Corán a los nuevos tiempos. El paradigma de estos musulmanes siempre ha estado inspirada en el modelo desarrollado por Turquía, después de la caída del pueblo Otomano en la primera guerra mundial, donde un venezolano figura como un alto general de las tropas turcas en el frente ruso y en lo que es Israel y Palestina de hoy enfrentando a ingleses y franceses en el mismo tiempo de Lawrence de Arabia a quien el mundo conoce por la literatura y el cine, mientras que Rafael Nogales Mendez, el héroe tachirense, permanece en el olvido. En 1923, los jóvenes oficiales en Ankara proclamaron la República Turca, aunque el sultán quería seguir gobernando desde Estambul, esa primera constitución turca separó el poder del Estado y de la Iglesia, el pleno derecho a las mujeres, y respetando la Sharia, sus códigos y leyes se adaptaron al modelo occidental del estado social y de derecho. En ese país la democracia y el desarrollo económico es palpable, incluso han tenido una mujer como Primer Ministro. Todos los días de las principales capitales de América Latina podemos llegar hasta Estambul con la Turkish Airlines y contemplar los logros de un país musulman en plena democracia. Turquía sigue siendo el modelo del mundo del Islam tanto Chiita como Sunita buscan una sociedad en libertad y justicia.
Por eso para nuestros lectores es interesante, a propósito y cambio político en Siria informar sobre esta realidad política, económica, social y religiosa de la Turquía de hoy y sus 100 años de vida democrática. Precisamente la semana pasada, el embajador de Turquía inauguró una muestra de cine de su país que ha hecho universales sus producciones audiovisuales.
La República de Turquía, con sus 774.815 kilómetros cuadrados y sus 80 millones de habitantes y con una historia de cultura y civilización, ha sido desde 1923 un Estado democrático, laico y constitucional, bajo la orientación de Mustafá Kemal Atatürk. Turquía es una referencia obligada para Oriente y Occidente, como puente entre Asia y Europa y encrucijada entre culturas, religiones y civilizaciones.
Turquía hoy, es un centro de interés en la geopolítica del Siglo XXI, con un permanente dinamismo tanto a escala regional como mundial. Está ubicada entre las veinte naciones de mayor crecimiento. Su política exterior se fundamenta en el principio de “Paz en Casa y Paz en el Mundo”, con la afirmación de la solución pacífica de las controversias internacionales.
La Primera Guerra Mundial le obligó a abandonar la vieja política de conservación de territorios a pesar de los esfuerzos de la clase dirigente turca de conservar el Imperio. Todo fue producto de esta I Guerra Mundial, por la Guerra de los Balcanes, los movimientos nacionalistas árabes y por las reivindicaciones griegas y armenias sobre estos territorios. Por eso, la identidad nacional del Estado turco fue producto de un grupo de dirigentes que fundaron la República en 1923, bajo la orientación de Kemal Atatürk, en un ambiente de conflicto mundial y dentro de una lucha violenta porque combinaba la Guerra de Independencia contra los vencedores del conflicto mundial y su propia guerra civil.
En 1923 por el Tratado de Lausanne los vencedores impusieron las fronteras a Turquía, aceptada por Kemal Atatürk, quien abolió el Califato, destituyó al Sultán y permaneció como presidente hasta 1938. Perfiló el Estado turco como es hoy con su nacionalismo y el alejamiento al panislamismo, reivindicando para la nueva nación el territorio de Anatolia que a la vez era reclamada por los griegos y por los armenios, más allá de pretensiones de los kurdos. El padre de la nación turca incentivó las reformas que han hecho de Turquía un país laico y democrático. Turquía fue el único país del Medio Oriente en imponer sus propias fronteras a las potencias occidentales con la excepción de la región de Mosul fue cedido a Irak por el Tratado turco-británico en 1926. El Tratado de Lausanne obligó a Turquía a aceptar a las minorías no musulmanas y permitir la libertad de culto de idioma y educación. Pero siempre Turquía ha tenido una reserva frente a la minoría kurda cuyo 20% de la población está en su país.
Esta revolución y su líder fundamental Kemal Atatürk permitió una nueva expresión de las tradicionales revoluciones como la francesa enmarcada en el liberalismo y la bolchevique rusa en el comunismo. La denominada “Revolución Turca” no pretendió ser ideológica, aunque con el tiempo diseñó un modelo teórico evolutivo. A diferencia de las otras revoluciones no buscó la transformación absoluta del hombre ni de su sociedad con verdades absolutas, sin renunciar al pasado y a su historia. Los procesos revolucionarios de Francia y Rusia, en nombre de la racionalidad, confrontaron la realidad religiosa, en sus respectivos tiempos.
La Revolución Turca nunca pretendió negar su dimensión espiritual dentro del Islam y en convivencia con el Corán, pero con una nueva actitud en la separación de lo religioso y lo político y en la prioridad de asignarle a la política el manejo de la sociedad en su organización y en su economía siempre respetando el dogma, la fe y el culto islámico.
Privilegió el Corán, pero aceptó como lo vemos en la Turquía de hoy las convivencias con el Cristianismo y el Judaísmo. Con la Caída del Sultanato en 1922 y la afirmación de la laicidad se fue configurando una nueva realidad turca diferenciándose del Islam Árabe y Persa y permitiendo en ese periodo de 1922-1938 la afirmación republicana del nuevo Estado.
Fue una revolución eminentemente cultural y por eso el reto del sentimiento nacional sin desligarlo del pasado otomano, pero respondiendo a los desafíos de los nuevos tiempos. Transformó lo que quedaba del Imperio en un Estado moderno, laico, mirando a Occidente.
Siempre expresó empatía con el grupo revolucionario de los Jóvenes Turcos y por los intentos de renovación de las élites otomanas durante el Sultanato.
En la Revolución Turca, religión y cultura facilitaron la homogeneidad y la diferenciación del Occidente además de fortalecer el sentimiento otomano y su glorioso pasado hacia una nueva definición de la Nación y del Estado. Conceptualizándolo como laico y multirracial.
La caída del Régimen Sirio, que se instaló en Damasco con el padre Hafez y su hijo Bashar, que se inició hace 54 años, presenta una oportunidad para reformular el Islam político, con desarrollo económico, pero con democracia y justicia como ha ocurrido en Turquía desde 1923 con la instalación de una República Laica y con el pleno respeto a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario.
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