Durante gran parte del siglo XX, y desgraciadamente aún en el XXI, seguimos con el anacrónico debate ideológico-político de colocarnos ante el dilema de si es mejor ser de izquierda que de derecha, y lo peor es que los que proclaman esa dicotomía posiblemente no saben de qué están hablando.
Sin saberlo se sigue utilizando un concepto diferenciador surgido del seno de la Asamblea Nacional francesa en 1789, que de manera fortuita pretendía diferenciar las diversas posiciones de los legisladores según su ubicación en el recinto parlamentario.
El tema era si se admitía o no el veto real a las decisiones de la Asamblea, los que estaban de acuerdo con él, se ubicaron a la derecha de la presidencia y los que se oponían a la izquierda. Resulta que en la derecha estaban los aristócratas y en la izquierda la burguesía.
Lo curioso es que aparentemente no había lugar en el que se pudieran ubicar los del centro, es decir, los que no querían identificarse con ninguno de los extremos.
Ya sabemos que a partir de la revolución soviética, la izquierda era el partido comunista y la derecha todos los demás, por supuesto identificándolos con el fascismo. Pero eso, obviamente, no dejaba espacio para corrientes ideológicas como la socialdemocracia, el socialcristianismo, el liberalismo, que no se identificaban con los extremos: el comunismo y el fascismo o mejor dicho con cualquier fórmula de totalitarismo.
En nuestro país seguimos dejándonos llevar por esa absurda polarización que establece, a priori, que izquierda es sinónimo de bueno y derecha de malo. Y lo peor es que quienes hoy se califican de izquierda, que son la mayoría de los dirigentes del régimen, tienen mucho en común con la praxis del fascismo y del estalinismo, lo que poco tiene que ver con la idea de la bondad y más bien podrían perfectamente calzar en lo que peyorativamente se denominaba como la derecha.
Hoy Venezuela necesita centrarse, es decir buscar soluciones concretas a los problemas, no basados en ideologías del siglo XIX ó XX, sino en la realidad, que no es otra que hacer que el país vuelva a funcionar, que existan instituciones que velen por el bienestar de todos, que los servicios públicos sean eso y funcionen, que las libertades individuales sean respetadas y que la justicia no esté al servicio del gobierno, sino de los ciudadanos.
Es evidente que necesitamos cambios importantes, entre otros dejar de ser un país rentista para convertirnos en un país productor de riqueza. También es indispensable luchar por una mayor inclusión social y promover la educación como la principal palanca del cambio, ya que sin ella nada será sustentable en el tiempo.
Estos 19 años deben servirnos de ejemplo para entender lo que no se debe, nunca más, volver a hacer, que es producir un desastre económico y social escudándose en una presunta política de izquierda, que no es otra cosa que la máscara de un totalitarismo depredador.
Julio 25, 2018
Editorial de Analítica
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