Una de las preguntas que se plantean con más frecuencia en el mundo de la política es cómo construir un discurso que contrarreste la fuerza de la propaganda populista. Presentar argumentos, evidencia, cifras y hechos para persuadir sigue siendo muy importante. Pero desde hace tiempo se sabe que los votantes no eligen con la cabeza, sino con una combinación de intuición, emoción y razón.
El reto entonces es hacer discursos que apelen a la intuición, la emoción y la razón, cada una en su justa medida. Discursos que planteen narrativas que capturen la imaginación de los votantes, pero que no usen los trucos sucios del populismo: falacias, mentiras, ataques personales, insultos, deshumanización del contrario, incitación a la ira y al odio, deslegitimación del disenso, teorías de la conspiración y un largo etcétera.
Es un reto difícil, pero no imposible, tal como lo demostró el presidente Joe Biden en su segundo informe de gobierno, conocido en Estados Unidos como el discurso del estado de la Unión. Este ha sido tal vez el mejor discurso pronunciado por Biden como presidente y toda una cátedra de retórica por cinco razones:
Primero, el manejo de la energía. Joe Biden comenzó su discurso con alta energía. Sonriente, confiado, seguro de sí mismo, llegó al podio y comenzó felicitando al líder de la oposición –y presidente (speaker) de la Cámara de Representantes– Kevin McCarthy, un trumpista que no se ha caracterizado por ser precisamente amable con el presidente. “No quisiera arruinar su reputación, señor speaker, pero espero trabajar con usted en el futuro”, bromeó Biden. Las risas del público y la sonrisa espontánea de McCarthy relajaron el ambiente, y mostraron a Joe Biden en control de la audiencia desde el primer momento.
Segundo, el lenguaje asertivo. El discurso estuvo muy bien redactado como una sucesión de ideas conectadas con frases cortas, orientadas a la acción y redactadas con lenguaje coloquial. “Enfrentemos la realidad”. “Terminemos el trabajo”. “Debemos hacer lo correcto”. “Eso ya no pasará”. “No permitiré que eso pase”. “Tenemos mucho qué hacer”. “Ya no más”. Eso le ayudó al orador a darle ritmo al discurso, así como a comunicar liderazgo con enunciados que llaman a la acción.
Tercero, definir una narrativa clara que muestra en contra de qué y a favor de qué está, pero sin polarizar. Biden dejó muy claro que él es un militante del partido Demócrata de la vieja escuela que ve en la acción del gobierno un antídoto contra el caos y el abuso del poderoso contra el débil. En su discurso, Biden arremetió contra los súper ricos (“ningún billonario debe pagar una tasa menor de impuestos que un profesor o un bombero”), así como contra las empresas que cobran cuotas excesivas al consumidor (“detengamos a las empresas que nos timan”), las que abusan de los precios de las medicinas (“cobran injustamente cientos de dólares a la gente y logran ganancias récord”) y las que coartan los derechos de los trabajadores (“estoy asqueado y cansado de las empresas que impiden que los trabajadores se organicen”). Al mismo tiempo, Biden elogió la legislación que se aprobó con el apoyo de la oposición republicana, y en repetidas ocasiones a lo largo del discurso habló de sus opositores como “mis amigos republicanos”. Cuando criticó sus posturas, no fue agresivo o humillante. Esto es marcar un claro contraste ideológico y político sin polarizar.
Cuarto, el manejo hábil de un público hostil. Tal vez el momento más notable del discurso fue cuando Biden provocó a los republicanos al decir que “algunos, no todos, tal vez ni siquiera una mayoría”, estaban proponiendo desaparecer la seguridad social y el programa Medicare. Al escuchar esta acusación, los republicanos comenzaron a gritarle a Biden que no era cierto. Los más radicales –alineados con Trump– lo llamaron “mentiroso”. Entonces, Biden dio clase de cómo se maneja a una audiencia hostil. Sin perder la calma, les dijo: “es cierto, revisen la información, contacten a mi oficina y les mando la iniciativa de ley”. Cuando le siguieron reclamando que no era cierto que ellos estaban proponiendo eso, Biden les reviró un “muy bien, me gustan las conversiones”. Y luego, los comprometió a no tocar esos programas: “Tenemos unanimidad. Levántense y muéstrenles a los ancianos que no habrá recortes a Medicare ni a la seguridad social”.
Y quinto, y tal vez el más importante, la preparación. El New York Times destacó en un artículo cómo el equipo de redactores de discursos de Biden comenzó a trabajar desde hace semanas en este texto y cómo Biden instruyó a que estuviera redactado en los términos más claros posibles para la gente. El discurso fue revisado muchas veces por el equipo político y de comunicación del presidente y él lo practicó de manera disciplinada. Biden tiene tartamudez desde niño, y por eso se prepara con anticipación antes de dar un mensaje, para repasar las frases y detectar las palabras difíciles de pronunciar. Claramente, practicó mucho este discurso, pues se notaba cómodo y ágil para improvisar ahí donde las circunstancias lo requerían. En retórica, no hay sustituto para la preparación.
9 de febrero 2023
Letras Libres
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