La polarización de la sociedad, y por ende de la política, es el factor común y el signo de estos tiempos. Esto no quiere decir que la polarización antes no existía. Pero ahora las situaciones excepcionales de parálisis y caos gubernamental que provoca se han vuelto la norma. El cierre de partes importantes del Gobierno de Estados Unidos es tan sólo el más reciente y revelador ejemplo de esta tendencia.
El Gobierno de la superpotencia está parado. El de una ex superpotencia, Reino Unido, quedó paralizado tras sufrir una andanada de autogoles. Angela Merkel, quien hasta hace poco fue la más influyente líder europea, se retira. Su colega francés enfrenta una sorpresiva convulsión social protagonizada por los ahora famosos chalecos amarillos. Italia, el país con la séptima economía más grande del mundo, es gobernada por una coalición cuyos líderes tienen ideologías diametralmente opuestas y cuyas declaraciones nos dejan perplejos y sin saber si reír o llorar. Los italianos han decidido probar cómo se vive cuando se empuja el desgobierno a sus límites más extremos. El jefe del Gobierno español no ocupa el cargo porque su partido goza de una mayoría parlamentaria, sino que llegó a él gracias a un tortuoso procedimiento legislativo. El primer ministro de Israel, la única democracia del Medio Oriente, ha sido acusado por las autoridades policiales de corrupción, fraude y otros cargos. En los próximos meses, Benjamín Netanyahu puede o ser reelecto al cargo de primer ministro, o ir a la cárcel.
Antes, los gobiernos democráticos lograban llegar a acuerdos con sus oponentes o podían organizar coaliciones que les permitían tomar decisiones, gobernar. Ahora los rivales políticos con frecuencia mutan en enemigos irreconciliables que hacen imposibles los acuerdos
En todos estos países la sociedad parece sufrir de una enfermedad política autoinmune -una parte de su ser está en guerra contra el resto del cuerpo social-. La polarización de la sociedad, y por ende de la política, es el factor común y el signo de estos tiempos. Esto no quiere decir que la polarización antes no existía. Pero ahora las situaciones excepcionales de parálisis y caos gubernamental que provoca se han vuelto la norma. El cierre de partes importantes del Gobierno de Estados Unidos es tan sólo el más reciente y revelador ejemplo de esta tendencia.
Antes, los gobiernos democráticos lograban llegar a acuerdos con sus oponentes o podían organizar coaliciones que les permitían tomar decisiones, gobernar. Ahora los rivales políticos con frecuencia mutan en enemigos irreconciliables que hacen imposibles los acuerdos, compromisos o coaliciones con sus adversarios. La polarización es una pandemia que se ha globalizado: sus manifestaciones son evidentes en la mayoría de las democracias del mundo.
¿A qué se debe esta tendencia a la fragmentación de las sociedades en pedazos que no se toleran? El aumento de la desigualdad económica, la precariedad económica y la sensación de injusticia social son, sin duda, algunas de las causas de la polarización política. La popularización de las redes sociales y la crisis del periodismo y los medios de comunicación tradicionales también contribuyen a alentarla. Las redes sociales como Twitter o Instagram sólo permiten mensajes cortos. Tal brevedad privilegia el extremismo, ya que cuanto más corto sea el mensaje, más radical debe ser para que circule mucho. En las redes sociales no hay espacio, ni tiempo ni paciencia para los grises, la ambivalencia, los matices o la posibilidad de que visiones encontradas hallen puntos en común. Todo es o muy blanco o muy negro. Y, naturalmente, esto favorece a los sectarios y hace más difícil llegar a acuerdos.
La anti política
Pero hay más. La polarización no sólo resulta de los resentimientos causados por la desigualdad o la pugnacidad estimulada por las redes sociales. La anti política, el total repudio a la política y los políticos tradicionales, es otra importante fuente de polarización. Los partidos políticos ahora deben enfrentar una plétora de nuevos competidores (“movimientos”, “colectivos”, “mareas”, “facciones”, ONG) cuya agenda se basa en el repudio al pasado y sus tácticas en la intransigencia. Irónicamente, para retener seguidores y ser electoralmente competitivos, los partidos políticos tradicionales también deben adoptar posiciones moldeadas por la anti política. Además, muchos de estos nuevos contendores agrupan seguidores atraídos por la idea de pertenecer a organizaciones políticas en las que militan personas con quien comparten una determinada identidad. Esta identidad puede ser de naturaleza religiosa, étnica, regional, lingüística, sexual, generacional, rural, urbana, etcétera. La suposición es que la identidad que une a los adherentes a un grupo político genera intereses y preferencias similares. Como la identidad suele ser más permanente y menos fluida que las posiciones políticas “normales”, a este tipo de agrupaciones políticas se le dificulta más el hacer concesiones en asuntos que conciernen a la identidad de sus miembros. Esto naturalmente las hace más inflexibles y, como sabemos, la rigidez y la polarización suelen ir juntas.
La polarización política no va a atenuarse muy pronto. Muchas de sus causas son potentes e indetenibles. Y ahora se ha globalizado.
La esperanza es que de la misma manera que la polarización genera parálisis en los gobiernos o un ambiente político tóxico, también puede producir cambios y rupturas en países con sistemas políticos corruptos, mediocres e inoperantes. Al igual que el colesterol, que lo hay bueno y malo, hay casos en los cuales la polarización política puede tener efectos positivos.
Sábado 26 de enero de 2019
ALnavío
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