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Un tal Musk

Opinión
Tiempo de lectura: 3 min.

Dicen, los historiadores que la conversación a gran escala fue posible para las personas con la llegada de la tecnología de la información moderna, cuya primera herramienta fueron los periódicos que surgieron entre los siglos XVII y XVIII. Luego llegaron otros instrumentos como el telégrafo, la radio, etc., demostrando que, en buena medida, los medios de comunicación se encuentran en la base de la democracia a gran escala. Actualmente esta función reposa en el desarrollo digital. Ha quedado, así pues, en manos de los algoritmos.

La “empresita china”

Digo lo anterior a propósito de DeepSeek, una relativamente pequeña empresa china de inteligencia artificial, cuyo último modelo ha llegado a superar a los modelos existentes en el mercado.  Apareció en el escenario provocando una crisis bursátil, generando pérdidas y descolocando estratégicamente a los gigantes de Silicon Valley.

La inversión que la hizo posible es mínima, en comparación con al desarrollo del gran proyecto para el desarrollo de la Inteligencia Artificial de EE. UU, anunciado por Donal Trump, con una inversión de 500 mil millones de dólares durante los próximos cuatro años. 

Las limitaciones que se pusieron a China, en lo que respecta al comercio de tecnologías, quedaron al desnudo, no pudieron detenerla en su progreso. Es evidente que los chinos pueden tutearse con los norteamericanos. 

Con la IA hemos topado

La aparición de esta empresa ha levantado un escándalo bursátil, como dije, y a la vez a ha puesto de nuevo sobre la mesa las implicaciones que trae consigo su utilización, dado que la IA es medularmente incomparable a cualquier tecnología anterior. 

En efecto, por un lado se trata de una herramienta capaz de vigilar a las personas, conociéndolas hasta en sus más mínimos detalles y sacar provecho de ello, no en balde se habla hoy en día, por citar apenas un ejemplo, del capitalismo de vigilancia, en el cual se comercializa el comportamiento humano, mediante los datos que se obtienen a partir de las huellas que van dejando en las diversas plataformas digitales. Y no hablemos de su gran impacto sobre la política, no sólo en los procesos electorales.

Y, por otro lado, se refiere un instrumento independiente, capaz de tomar decisiones por sí mismo en cada vez más áreas, al contrario de las tecnologías conocidas hasta ahora, cuyo manejo se encuentra en las manos de los humanos, quienes deciden cómo, cuándo y dónde usarlas.

En suma, convivimos de una manera cada vez más intensa con mecanismos inteligentes y hasta se oyen voces que no se descartan la sustitución del ser humano por aparatos. Esto nos colocaría, creen algunos, en el umbral del transhumanismo, convertido en un movimiento político que busca resignificar a la persona. 

Un tal Musk

Desde la última reunión del Foro Económico Mundial, celebrada, como siempre, en la pequeña ciudad de Davos, ha tomado cuerpo la idea de que las corporaciones deben estar por encima de los Estados y que a sus ejecutivos les toca la dirección de las sociedades. En este sentido, causa preocupación el hecho de que los “tecno billonarios” hayan saltado a la arena política.  El caso más emblemático es el de Elon Musk, el hombre más rico del planeta Se ha convertido en un alto funcionario del gobierno de Estados Unidos, trabaja a sus anchas y se ha enfrentado, incluso, a la autoridad del Congreso, desafiando abiertamente a todo el establishment político, encarnando una nueva manera de gobernar que se aleja del concepto democrático, por decir lo menos. 

Cierto que la IA puede traer grandes beneficios, ya lo estamos viendo, no hay sino que darle una mirada a la medicina, la biología o la ingeniería, por mencionar sólo algunas áreas. Es indudable, además, que lleva a cabo tareas tales como calcular, gestionar asuntos complejos y manejar inmensas cantidades de datos, todo ello con una facilidad y precisión que rebasa las capacidades humanas.

Todo indica que se debe ejercer el derecho a la precaución. El “determinismo tecnológico” está haciendo de las suyas, no existen las reglas necesarias para orientar su avance. Cierto que se han tomado algunas iniciativas legales importantes en algunos países, pero aún no alcanzan si se tiene en cuenta las dificultades del problema que se encara. 

¿Y la brújula?

En su último libro, Joseph Stiglitz, Premio Nobel de economía, argumenta que “si el temor con los neoliberales era un mundo orwelliano con un poder omnipresente del gobierno, lo que tenemos ahora son magnates al frente de empresas privadas con un poder casi orwelliano para moldearnos”. Más autoritarismo es casi inimaginable. Es obvia, reitero, la necesidad de contar con una brújula ética que se traduzca normas jurídicas, a fin encauzar los avances tecnológicos. 

No hay que ser apocalípticos. “Hay que tener el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”, según reza una frase, mil veces citada, del intelectual italiano Antonio Gramsci. Cierto, hay ser críticos frente situaciones complicadas, pero al mismo tiempo tener la esperanza de superarlas. 

El Nacional 6 de enero de 2025