“Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”.
Gandhi.
Negociación, transición, reconciliación, comunicación, diálogo, tolerancia, cada de estos términos por separado daría pie para un tratado. Es imprescindible asociar, unir y comenzar a hablar de ellos, a discutirlos y a planteárnoslos de una manera profunda, porque si se logran vencer las dificultades, externas e internas −y por internas me refiero a la discusión en la oposición democrática sobre la candidatura unitaria− por todo lo que se escucha en las conversaciones cotidianas entre amigos, en la calle, en las discusiones y mensajes a través redes sociales y en los resultados de casi todas las encuestas, la jornada electoral del 28 de julio, debe concluir en una masiva votación a favor de un cambio político en el país, después de lo cual todos estos términos los tendremos que manejar y considerar
Transición.
Eso nos pone desde ahora a manejar la complicada, difícil e intrincada, ruta de la “transición” política del país. Como bien nos dice el Padre Luis Ugalde en su último artículo:
“La transición política ya ha comenzado, pero necesariamente será ambigua, pues durante un tiempo tienen que coexistir la oscura noche que muere y la luz del día que nace”
y matiza está última idea con esta otra:
“La reconciliación nacional es el milagro que necesitamos hacer para encontrarnos hombro con hombro en la reconstrucción del país. Para ello desde ahora hay que hablar, y hay que trabajar en una transición negociada con el régimen y entre los demócratas.” (Leer en: https://bit.ly/3VNQl35)
Dos conceptos, “transición” y “reconciliación” destaco de los que nos asoma el Padre Ugalde; hablar de ellos es anatema en buena parte de los círculos opositores del país, pero son temas que debemos manejar, profundizar y tener en cuenta.
Quedémonos con la “transición”; sin adentrarme, en este momento, en delicado profundo tema, vamos a decir que la tal “transición” se refiere simple y obviamente, al tránsito, a cómo será el traspaso, la entrega del poder político de los que lo detentan desde hace 25 años, a la opción ganadora de la elección presidencial de julio de 2024.
Tampoco me voy a sumergir y enredar en la discusión acerca de las posibilidades y modalidades de esa “transición”, ni caer en la espesa discusión acerca de si ello es posible por una vía democrática y electoral. Simplemente asumo que sí, que es posible; y entonces, mi pretensión es más modesta y más circunscrita a que para que se dé una negociación que permita esa “transición”, es necesario el diálogo, la tolerancia, la comunicación. Sin los tres últimos elementos, no será posible negociar esa “transición” democrática, por vía electoral. Sin comunicación y una buena dosis de tolerancia, no hay diálogo y no hay negociación.
El diálogo.
Ese diálogo, esa negociación, como insinué más arriba, se dará en diversos planos; uno de ellos, el primero, esencial, importante, es el interno, el que se debe dar entre los factores democráticos; y hemos visto, reiteradamente, en los últimos años −y lo estamos viendo ahora en la discusión en torno a la candidatura unitaria−, que esas conversaciones, ese diálogo, esa negociación, a veces se presenta ácida, difícil, sin muchos visos de tolerancia, de comprensión de la “otra” posición, porque siempre hay “otra” posición.
Sin embargo, abro aquí un ligero paréntesis para dejar asentado, para la reflexión de todos, que no podemos dejar de reconocer que, a pesar de todo, de las diferencias, de las controversias, de las agendas y objetivos particulares, en la oposición democrática, al final, se deja todo eso de lado, se logran las diferencias políticas internas, quedarse en lo sustantivo y siempre se consiguen “acuerdos” políticos y electorales importantes: la Coordinadora Democrática, la Mesa de la Unidad Democrática y la Plataforma Unitaria, son un ejemplo de eso.
Fantasma de la abstención.
Pero en la discusión actual del tema de la candidatura, aparte de muchos sinsabores, palabras y términos que no se debieron escuchar, asoma tímidamente uno que es una verdadera amenaza, que nadie quiere afrontar y que muchos prefieren evadir diciendo que “ese no es el problema”; pero lo es −o lo puede ser− y debemos alertar sobre sus peligros y consecuencias, que no es otra sino perder una gran oportunidad el 28 de julio, me refiero a la abstención.
La abstención nunca nos sirvió para nada, sobre eso el consenso hoy es claro; tan es así lo de su inutilidad, que nos asombra escuchar que “no hay condiciones electorales”, que “votar no es elegir”, que el proceso del 28J es “una simulación”, “una farsa”, etc.… y sin embargo quienes así se expresan aclaran que no llaman a la abstención; no está claro a que es a lo que llaman, pero no es a la abstención. En efecto, la abstención no nos volvió más fuertes, porque nadie asumió nunca la tarea de convertirla en una actividad política que condujera a una mejor y mayor organización; ni siquiera para animar un debate u organizar al pueblo para depurar a la política de tanto oportunista y mediocre que la han envilecido; para lo único que sirvió fue para desechar o perder oportunidades electorales, alejar al pueblo de la política, de los partidos y de los lideres políticos y sumirnos cada vez más en la desesperanza que ha hecho que más y más venezolanos huyeran del país, desarraigándose muchos de ellos o manteniendo únicamente una relación individual con familiares y amigos.
Respuestas individuales vs colectivas.
Cuando vemos el matiz de ciertas discusiones en torno a la candidatura unitaria de la oposición democrática, entendemos que muchos opten por huir gritando “sálvese quien pueda”. No voy a juzgar a nadie, ni reprochar ninguna decisión, pero el peligro del tono de la discusión actual, en algunos casos, es que conducirá a que la solución de los problemas del país será una respuesta individual, a lo que sin duda es un problema colectivo. Debemos optar, al menos así lo pienso, mientras circunstancias mayores no lo impidan, por la opción colectiva de que encontremos una salida y nos “salvemos” todos.
Lo que no significa renunciar al concepto de lo “individual” o el concepto de “individuo”, que tiene muchas implicaciones profundas −aunque no me gusta el término y prefiero el de “persona”−; pero esa discusión es para otro momento.
La comunicación
Regreso entonces a la “transición” y el “diálogo” y eso me lleva a la idea de la “comunicación”, y allí rescato el concepto de Emanuel Mounier − cuyo libro o folleto: El Personalismo (1949), escrito poco antes de morir, circuló mucho en Venezuela a finales de los años 60 y comienzos de los 70; la publicación en español de EUDEBA, en 1967, no sé si se consiga en alguna parte−.
Para Mounier:
“Contrariamente a una difundida opinión, … (la experiencia fundamental del hombre) … no consiste en la originalidad, la afirmación solitaria; no consiste en la separación, sino en la comunicación” (subrayado mío);
luego, el “sálvese quien pueda” habría que matizarlo con ese concepto de “comunicación”; y yo agregaría con los de: reconciliación, negociación, tolerancia, para así ligarlo con nuestra discusión de hoy.
Tolerancia e inconsecuencia.
Concluyo, brevemente, con la “tolerancia” que debe prevalecer, hoy en el diálogo interno y después en el diálogo general con el país, con todo el país. Ser tolerante no es renunciar a valores y principios o a la coherencia que debe existir en el pensamiento y en la acción, entre los principios y su aplicación. Ser tolerante lo identifico más con las ideas de otro filósofo, esta vez el polaco Leszek Kolakowski, marxista en su juventud, devino en un gran crítico del marxismo, del totalitarismo y fue un acérrimo y lúcido defensor de la democracia y la filosofía positiva. Siempre admire su agudeza en un corto artículo, “El Elogio a la Inconsecuencia”, parte de su libro: “El hombre sin alternativa”. (Alianza Editorial, Madrid, 1970) que ya otra vez he citado en algún artículo, pero que calza perfectamente con el espíritu que debemos mantener ahora en la discusión sobre la candidatura unitaria; pues, como él, me considero perteneciente a:
“…La raza de los irresolutos y de los débiles, la raza de los inconsecuentes, es decir, precisamente aquellos a quienes les gusta comer filetes al mediodía, pero a los que les resulta imposible degollar un pollo… en una palabra, la raza de los inconsecuentes continua siendo una de las fuentes principales de esperanza de que el género humano siga viviendo… Digámoslo de otro modo: la consecuencia total se identifica en la praxis con el fanatismo; la inconsecuencia es, en cambio, la fuente de la tolerancia… la inconsecuencia es sencillamente la conciencia secreta de la contradicción que existe en el mundo… el sentimiento permanente del propio error; y si no del propio error, sí de la posibilidad de que el contrario tenga razón.”
Conclusión.
Como conclusión y corolario, afirmo como Kolakowski, que es esa “inconsecuencia” de la que él nos habla y describe, la que salvará al mundo, pues es la fuente de la “tolerancia”; lo que no implica, como ya dije, renunciar a principios ni valores, sino afirmar lo que también dijo Gandhi alguna vez, con más o menos estas palabras: “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”.