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Tormenta de sangre

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 4 min.

Crece la preocupación de que Venezuela pase los peajes para llegar al Estado fallido, consecuencia de que el hampa logró grados de desarrollo organizacional que ya quisieran muchas empresas o el gobierno, y que los siete grandes núcleos generadores de violencia conquistaron la soberanía sobre parte del territorio nacional: las megabandas, el Frente Bolivariano de Liberación, los colectivos, los sindicatos negros, el narco, los pranes y la guerrilla colombiana, todos con dominio territorial de zonas en las que el poder del Estado venezolano no existe y debe recuperarse. Estados fallidos son los que cruzan la frontera de la desintegración. Sus élites las componen grupos aturdidos, torpes, incompetentes, demasiado primarios para entender la necesidad de tener objetivos nacionales por encima del odio, e incapaces de dar sustento a la gobernabilidad y la estabilidad.
“El mayor peligro para la permanencia de las naciones es la estupidez”, dijo una vez Vaclav Havel y por eso la desintegración es el remate de revoluciones que cumplen su ciclo inevitable, el hundimiento, y cuyos dirigentes prefieren, como Sansón, derrumbarlo todo antes que asumir su equivocación y rectificar. Pero Venezuela tiene tiempo y posibilidades para restaurarse. Según importantes think-tank de los noventa, Colombia prácticamente era ya un Estado fallido antes del triunfo de Álvaro Uribe, -más de la mitad de su territorio lo controlaba la guerrilla- y una novela de Vargas Llosa, La historia de Maita, comienza cuando los guerrilleros están a 50 km rumbo a la toma de Bogotá. De México decían lo mismo importantísimos grupos de analistas, pero el presidente Calderón, como Uribe, volteó la tortilla. En cambio Peña Nieto cedió al chantaje de la izquierda obradorista y las ONGs izquierdosas, detuvo la guerra contra los carteles y el peligro reverdeció.

El horror en las calles
Con el galáctico podía intuirse que llegaría primero el caos que el comunismo, y él y su legado desmantelaron el Estado, sustituido hoy por grupos que siembran el desorden. Quedan medianamente en pie unas cuantas instituciones, entre ellas las universidades, grupos privados, la Iglesia, sectores de algunas policías y de la FF.AA. Ahora liquidan la Asamblea Nacional porque la entropía, la destrucción propia de quienes no saben crear nada, se tragó lo demás. La pervivencia de la FF.AA. se convierte, en ese contexto, en objetivo esencial para los que luchan por frenar en seco las tendencias a que el país se disuelva y por volver a tener un Estado civilizado. El ímpetu del caos, el Leviatán bíblico, la suma de todos los miedos, es la prospectiva alianza entre los diversos grupos armados e irregulares que podrían poner en jaque a los militares, aunque parece que ya los tienen.
El país llegó a los más atroces niveles de violencia hamponil, e importa tecnologías aplicadas por los carteles mexicanos y colombianos y hasta del Estado Islámico. En Aragua, Caracas, Lara y Miranda muestran ahora cadáveres mutilados o colgados de pasarelas peatonales, testimonio de la autoridad de las bandas. En Guatire aparecieron ocho cuerpos decapitados, en Los Flores de Catia el de una hermosa mujer también decapitada y su cabeza frente a la comisaría de San Mateo, con un papel en la boca que la acusaba de soplona de la policía. Pero Fuenteovejuna también se las trae y en Santa Teresa encontraron restos de dos violadores con el tórax abierto, la cabeza dentro de él, y cerca una cartulina que explicaba por qué el castigo. Este año el promedio de muertes violentas es de 113 diarias, 4.5 por hora y 2015 cerró con 28.000 víctimas. La infernal violencia se concentra en esos siete focos de poder.

Visa para ir a El Valle
Entre las características de los Estados ingobernables que comienzan a ser fallidos, está precisamente la aparición de zonas bajo control de los irregulares en los que las autoridades legítimas carecen de competencia. Un nuevo poder de facto. Con datos del gobierno venezolano (ONA), se trafican 200 toneladas anuales de droga, independientemente del cierre de la frontera colombiana. Y en Caracas la extraterritorialidad de las bandas se extiende por la Cota 905, El Cementerio, Valle-Coche. Partes de Guárico y Aragua son “zonas liberadas” por la delincuencia y no bastó con la liquidación de El Picure y Lucifer para resolver el problema, porque la organización quedó intacta. Es imperativo para la conducción del país, enfrentar una posible coalición desestabilizadora entre estos siete factores malignos.
Y para ello tendrá que producirse una alianza entre quienes evidencien la voluntad de levantar el país e iniciar la reconstrucción. Pareciera que la violencia, la crisis económica, la tragedia social y la descomposición de las instituciones políticas nos recuerdan a cada rato la necesidad de establecer un diálogo entre el gobierno, la oposición y los militares para hacerle frente a los peligros para la nacionalidad que aparecen en el horizonte. Lucifer se dio el lujo de decretar toque de queda en los barrios de El Cementerio, pero se adelantó. Si no se produce una reacción a fondo con el apoyo del país encabezado por sus fuerzas políticas y sociales, en el futuro podríamos ser una nueva Beirut con bandas de delincuentes y guerrillas en sus propias zonas de exclusión, a las que no se podrá entrar sin permiso de los pranes.
@CarlosRaulHer

http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/tormenta-sangre_621263 /09 de octubre de 2016 05:02 AM