La discusión acerca de la posición opositora con relación a la participación o no en las elecciones regionales continúa sin que asome una leve luz en el fondo. Con la desventaja de que en la medida que pasa el tiempo y no hay una posición “oficial” con respecto al tema, la discusión se hace más y más amarga, florece el “dibujo libre” y las iniciativas personales y grupales.
Obviamente, la discusión no se queda en el tema de la participación electoral, va mucho más allá y se remonta también −suponemos− al pasado reciente y al más lejano, sobre todo en cuanto a recriminación de errores y fallas a dirigentes y partidos.
Hay quienes llegan muy lejos en su proclama de la no participación −no los llamaré abstencionistas, pues dicen no serlo− pero, les parece que no solo está “agotada” la vía electoral, al menos para algunos, también está agotada la opción de convocar a “la calle”, por carecer de una estrategia posterior. Y, además, señalan otros, esta opción ha sido “traicionada” y “abandonada” por líderes “negociantes”, que entregaron cualquier iniciativa a unas frustradas negociaciones que al final lo que hicieron al fracasar fue apuntalar más al régimen y languidecer las acciones de “calle”.
Imbuidos a lo mejor sin saberlo por ese espíritu de la antipolítica que fue esencia del triunfo del chavismo en 1998, además de estar contra las “negociaciones”, también están en desacuerdo con los procesos de “diálogo”, pues no tiene sentido “negociar con delincuentes”, dicen.
Algunos también, al menos después del resultado electoral en los EEUU, están desesperanzados de cualquier acción militar externa que antes esperaban y otros además señalan estar ahora en desacuerdo con el desembarque de “marines” en las costas venezolanas y en cualquier llamado a la insurrección militar, pues consideran a los militares venezolanos −con toda razón, por cierto− la mano oculta real de esta dictadura a la que estamos sometidos. Al final, tal parece que algunos solo dejan abierto un estrecho e incierto camino a una mítica “negociación”, que nunca nos dice cuál es, así como tampoco nos dicen cuál sería una probable vía para salir de este oprobio.
En el desierto que atravesamos, sin guía y sin opciones ampliamente compartidas, apenas reluce algo, más por costumbre o temor, la idea de la mítica unidad; en la cual, en realidad y por lo visto, nadie cree muy firmemente. Por temor y mito me refiero a que nadie en sus cabales y que tenga una cierta aspiración de continuar en la política, va a denigrar de la idea de la unidad pero luce que nadie está tampoco haciendo esfuerzos muy profundos al respecto.
Pareciera que estamos sumidos en una especie de abandono “dirigencial”, a la espera de que las cosas se resuelvan solas, confiados en que el tiempo todo lo cura; o que estamos esperando, nuevamente, algún milagro desde el exterior, obrado por un “informe” de algún organismo internacional o por los vientos nórdicos, que soplan de vez en cuando y de cuando en vez, como pareciera que ahora vuelve a ocurrir.
Los partidos políticos, asumo, que están en fogosa discusión interna para dirimir su futuro inmediato, como es la convocatoria de un proceso electoral, que como ya sabemos se va a efectuar con o sin la participación de la oposición democrática, tras lo cual el régimen seguirá su curso, aun con el exiguo número de votantes que se presenten, sin importarle para nada la legitimidad del proceso o nuestro reconocimiento o el de la comunidad internacional.
Los actores políticos, analistas, consultores, seguirán en su tarea de argumentar si vale o no la pena votar; si debemos o no embarcarnos en una nueva ronda de negociación, de diálogo. Con todos los argumentos que ya sabemos y no vale la pena repetir.
Los líderes, que nos han conducido hasta aquí reconocerán o no sus errores y las críticas que se les han formulado, y algunos seguirán −con poco o mucho apoyo− o surgirán otros, porque la experiencia también nos indica que siempre aparecen otros o los mismos, montados sobre las olas, o desde la profundidad de las aguas que los han revolcado. Pero, la política, también se abre paso como la vida misma. Por eso hoy mi reflexión y mis preguntas son otras. Mas intimas y personales, más ineludibles.
Nosotros dos, usted que lee y yo que escribo, que si bien tenemos y sufrimos los problemas comunes de los venezolanos −inseguridad, falta de gasolina, pésimos servicios públicos, alto costo de las cosas− pero que seguramente no estamos tan agobiados por la cotidianidad, o preocupados a muerte por el diario sustento, como millones de venezolanos, algunos de los cuales han tenido que irse del país, dejando atrás amigos, padres y hasta hijos, para intentar ayudarlos desde el exterior; usted y yo, repito, que hemos optado por permanecer aquí… ¿Qué papel nos toca ejercer en todo esto?
Porque este país también es nuestro y no está muerto, vive… aquí se trabaja duro, se invierte en lo que se puede, se estudia, se crea arte, se hace música, se lucha −en fin−, se ama y se muere, por salir de este oprobio. ¿Vamos a seguir en la amargura de quejarnos por todo? ¿Vamos a renegar del país, darle la espalda y dejarlo por imposible?
Durante cuarenta años de floreciente democracia desde 1958 nos apartamos hacia la barrera, en busca de un burladero. Nos apartamos de la política por ocuparnos de nuestros negocios, familias, actividad profesional o académica y contribuimos −en buena medida− a propalar la antipolítica que permitió que se encumbraran en 1998 los que destruyeron al país. ¿Vamos a seguir culpando a los partidos, a los líderes que ayudamos a surgir y que ahora pretendemos abandonar, por los errores y fallas en las que nosotros también participamos? ¿Vamos a continuar esperando que aparezca esa fórmula mágica de unidad, que confundimos con unanimidad, para comenzar a actuar? ¿O por el contrario vamos a intentar hacer algo, desde nuestro espacio natural de influencia, para convencer a los venezolanos de que sí hay una solución y que depende del esfuerzo de todos?
No podemos seguir lamentándonos por la falta de éxito, dando todo por perdido y regresar a nuestro rincón de las lamentaciones, desconociendo veintidós años de lucha y resistencia. Aquí se ha luchado, resistido y hecho muchas cosas durante veintidós años, en los que muchos perdieron fortunas, futuro y vidas; años de éxitos y fracasos, pero que han impedido que este régimen, de ínfulas totalitarias, se termine de adueñar del país y acabe con toda resistencia. Que no quede duda que podemos contribuir a la discusión, a difundir ideas, a aportar en la organización del país y llenarlo nuevamente de esperanza, una y otra y otra vez.
Politólogo