Una avenida concurrida. Restaurantes de talla mundial. Un concesionario Ferrari. Personas ataviadas. Carros de lujo. No es Nueva York, es Las Mercedes, una urbanización ubicada en el este de Caracas, uno de los pequeños —pero llamativos— oasis de ostentación que hay en el país. A 8,6 kilómetros de distancia está Petare, uno de los barrios más grandes de Latinoamérica. Miseria y violencia. Desde hace semanas sus habitantes están sitiados por un enfrentamiento entre bandas criminales que se disputan el territorio.
He querido comenzar con este relato porque describe con precisión la Venezuela de hoy. Un país desigual y pobre. Este artículo breve es una aproximación al estado actual de las cosas en mi país. Lo escribo desde Caracas. No es un detalle biográfico menor. La cercanía física y humana ofrece insumos que pueden pasar por alto los análisis meramente científicos.
Este artículo está divido en dos partes. Primero, sobre la supuesta liberalización económica que se está impulsando. Y, segundo, sobre los desafios políticos que impone este contexto.
¿Liberalización económica?
Como punto de partida debemos preguntarnos qué es una liberalización económica. No es una pregunta sencilla y hay —por lo menos— dos aspectos que debemos tomar en cuenta para analizar el caso que nos ocupa. Primero, el entorno autoritario. Segundo, su dimensión criminal.
La aparente liberalización económica en Venezuela ocurre al margen de cualquier tipo de flexibilización política. Se podría decir que es una suerte de perestroika sin glasnost. Su único sustento es el voluntarismo del régimen y sus beneficiarios directos son una élite asociada a él. Avanza sin soporte institucional y, en un sentido, ocurre al margen del Estado. No hay leyes que la regulen, ni sistema financiero que la sostenga. Y esto me lleva al segundo ámbito: su dimensión criminal.
El derroche en lugares como Las Mercedes está íntimanente asociado a economías ilícitas: tráfico de drogas, legitimación de capitales, explotación minera y tráfico de armas, entre otros. Esta realidad es bien conocida por todos. El último informe de Transparencia Venezuela, titulado «Economías ilícitas al amparo de la corrupción», revela que «el volumen de las operaciones ilegales es equivalente a 21 % del producto interno bruto de Venezuela y se ubica en USD 43.440 millones».
Considerando lo anterior, quizás lo que estamos experimentando no es una liberalización económica en su sentido estricto, sino un mecanismo de reequilibramiento que busca darles cauce a las fuentes de enriquecimiento criminal. Ciertamente, este camino de resiliencia autocrática puede chispearles beneficios a terceros y crear una sensación de alivio. Sin embargo, hay tres signos de la realidad que describen sus limitaciones: pobreza, desigualdad y migración.
Venezuela sigue padeciendo la crisis humanitaria compleja. Basta con salir de los doce municipios premium del país para chocar con la miseria y la violencia. El salario mínimo integral es de USD 30 mensuales y la canasta básica asciende a USD 430. Cada visita al automercado es de infarto. Las familias sentimos asfixia. Junto a la pobreza está la desigualdad salvaje y estructural. No hay salud pública, educación pública, ni transporte público. El sector público murió de inanición. Y la clase media está en extinción. En Venezuela, eres millonario o eres pobre. No hay medias tintas.
Este entorno hostil y desgastante explica que el flujo migratorio siga en ascenso. Esta semana visité el estado Táchira, frontera con Colombia. Y parte el alma ver a familias enteras que van caminando hacia un futuro desconocido con su vida a cuestas. Esta Venezuela pobre y desigual los expulsa. Esto no es una liberalización, esto es un reacomodo de élites criminales.
Los desafíos políticos
Pasemos ahora al segundo asunto: los desafios políticos que impone este contexto. En líneas anteriores adelanté un dato fundamental: en Venezuela no se han flexibilizado los mecanismos de opresión. Se matienen el secuestro de los poderes públicos, el hostigamiento a la disidencia, los presos de conciencia, la inhabilitación política de los principales líderes del país, la proscripción de los principales partidos políticos de oposición y la censura feroz en los medios de comunicación. Lo reitero: no hay signos visibles ni estables de flexibilización política por parte de la dictadura.
Sumado a esto, el espectro político opositor se ha tornado oscuro y difícil de entender. Los esfuerzos del régimen por crear una oposición a su medida parecen estar cobrando frutos. El día de hoy, es difícil validar la cualidad opositora de algunos actores políticos y eso limita gravemente los esfuerzos unitarios de las fuerzas democráticas. Sumado a esto, el país está cansado. Más de dos décadas de lucha democrática sin los resultados esperados han desatado un hartazgo hacia lo político. Mi impresión es que Venezuela está ensimismada y bregando por sobrevivir.
Esta realidad impone desafíos concretos de cara a las elecciones presidenciales de 2024 y los comicios de 2025. Puedo identificar tres tareas impostergables: i) reconectar políticamente con el país; ii) decantar las fuerzas opositoras; y iii) construir una coalición unitaria que represente verdaderamente los deseos de democracia que nos guían. Estos tres asuntos los he pensando al calor de mi trabajo político. Dedico mis esfuerzos al fortalecimiento de Primero Justicia. Recorro el país. Y entiendo la profundidad de los retos que he planteado.
Hacerse visible
Reconectar políticamente con un país hastiado es complejo. No hay recetas únicas. Y en esta reflexión no pretendo agotarlo. Solo quiero precisar que uno de nuestros principales obstáculos para cumplir con esta tarea es el bloqueo comunicacional. Uno de los principales obstáculos es nuestra invisibilidad. Nosotros trabajamos sin descanso y no tenemos un espacio público en donde exponer nuestra labor. Por lo tanto, en un entorno marcado por la censura, debemos abocarnos al trabajo de tierra y a la construcción de redes de confianza que nos permitan crecer en capacidad de organización. Para reconectar, debemos salir a la calle y trabajar. Nadie conecta con lo que no conoce. Por eso, debemos acudir a nuestra creatividad para vencer la invisibilidad y mostrarle al país nuestro testimonio.
Pasemos a la segunda tarea: decantar las fuerzas opositoras. Esta labor está íntimamente relacionada con la primera. Una de las raíces de la desconexión entre políticos y ciudadanía es la sospecha extendida. Y para vencerla, debemos generar confianza. Decantar las fuerzas opositoras y construir un espectro opositor sano que honre los deseos de democracia de los venezolanos nos permitirá avanzar con firmeza hacia la reconstrucción de una unidad estable y duradera.Oposición en Venezuela
Debo hacer una precisión. Esta ambición no responde a criterios puritanos. Esta labor atiende consideraciones prácticas. Si queremos recuperar la confianza de la ciudadanía y de los electores, debemos custodiar sus anhelos y no exponerlos a una estafa que profundice la desconexión. La pregunta inmediata es cómo hacerlo. Cómo decantar las fuerzas políticas opositoras en un contexto autocrático.
No hay respuesta única ni excluyente. Soy de la opinión que la mejor manera de hacerlo es medirnos en unas elecciones primarias en donde el país pueda levantar su voz. Que el voto ciudadano sea ese tamiz que separe la oposición real de la oposición simulada. Esta propuesta es riesgosa. La dinámica criminal que describí en párrafos anteriores ha penetrado la política y será dificil contener la intervención de capitales de dudosa procedencia en este evento. Lo reitero: no hay respuesta sencilla. Corresponde trabajar en ello.
Tercera tarea: construir una coalición unitaria que encarne eficientemente los deseos de democracia que nos guían. En 2021, después de años de represión y de la aniquilación del voto, las principales fuerzas opositoras decidieron apostar por la vía electoral para rescatar el orden democrático en el país. Se resolvió acompasar la ausencia de competitividad electoral con la lucha por condiciones electorales. Siendo esta la decisión política, corresponde ahora generar las mejores condiciones para hacerla posible.
Y, en ese sentido, la unidad política de la oposición es una variable insustituible. Pero hay que tomar en cuenta una cosa: impulsar la unidad política no es un mero acto de voluntarismo. Debe haber precondiciones para la generación de acuerdos que abran paso a una estructura unitaria. Con esperanza responsable debo decir que los principales partidos políticos de oposición están trabajando con tesón para crecer en capacidad de representación real y construir esos mecanismos.
Paola Bautista de Alemán: Doctora en ciencia política por la Universidad de Rostock (Alemania). Preside el Instituto FORMA y preside la Fundación Juan Germán Roscio. Autora del libro «A callar que llegó la revolución» y directora de la revista «Democratización»