Desde la escuela y el bachillerato nos tatuamos las bondades de nuestro país, sus riquezas naturales, petróleo, oro, gas, minerales. Sabemos que vivimos en un paraíso: Como dice la canción, somos «desierto, nieve y volcán».
También sabemos que nos ubicamos, en mente y espacio individual y colectivo, estratégicamente, frente al continente y el mundo, al Norte del Sur de América. Gozando así de un clima benévolo, con dos grandes temporadas: la lluviosa y la seca.
Temporadas que nos han enseñado sobre el manejar los tiempos buenos y malos, y los no tan buenos… Me explico, en época de sequía los árboles nos hacen partícipes de su sufrimiento, pues vemos su pigmentación es amarilla y marrón, dando la sensación de fin de los últimos días. Lo cual después asoma como renovación de su follaje.
A esta despigmentación y caída de las hojas, se une la mano destructiva del hombre, a través de la tala y quema, aprovechando así la vulnerabilidad de los árboles. El sol hace de las suyas, destacando así la prueba más difícil de una naturaleza que es víctima de ataques certeros.
Pero no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista. Ese episodio triste, gris; el paisaje amarillo-marrón; tiene su despertar de esperanza, y pasa cuando comienza la temporada de lluvia.
Es esa fuerza renovadora, que revitaliza lo que un tiempo fue, sus árboles se robustecen, reaparece el color verde, vivo, de oxígeno, de mañana. Sencillamente la naturaleza, en su sabiduría, supera obstáculos y demuestra que se puede recuperar para mostrar su mejor color, en el cumplimiento de sus ciclos anuales.
Anhelamos ver a este país reverdecer, renovarse, crecerse nuevamente. La larga temporada de sequía parece llegar a su fin. Estamos en temporada de sequía. Pero se avizora la llegada de la fuerza de la esperanza. Otean en el horizonte las nubes que anuncian el respaldo de un país que mostrará sus mejores colores, ellos bajo el fundamento de ser colores primarios, aunque somos un crisol de mezclas de razas y temperamentos:
El amarillo, en reconocimiento de nuestra inteligencia y conocimiento, para saber hacer a la nueva Venezuela, pletórica de belleza, juventud, creatividad, alegría y optimismo, entre otros.
El azul, con el cual trabajamos y abordaremos la confianza, seguridad, serenidad, comunicación, eficiencia, lógica, reflexión y calma, para llevar adelante la renovación institucional y ciudadana.
Y el rojo, que remonta y protagoniza nuestra valentía, amor, pasión y la fuerza, para llevar adelante la iniciativa de hacer de Venezuela el país que destaque como amante de la democracia y luz de los derechos humanos, bajo la dignidad y el respeto al otro y a los otros.
El horizonte cercano, bajo la verde esperanza nos llama al progreso y las oportunidades para todos.
Trabajemos como lo hace la naturaleza, que nos enseña que hay tiempos difíciles, y también épocas para renovarse. Les invito a buscar –todos unidos– aires de cambio.
Renovemos en unión para que, así como los árboles vuelven a su fuerza potencial y a su desarrollo sólido, el país vea llegar esa lluvia que haga recobrar el color y la fuerza para producir.
En tiempo de sequía la producción es cuesta arriba. En tiempo de lluvia surge el renacer de esperanza y desarrollo. ¡Vamos Venezuela que los días de esperanza vienen en camino!
Griselda Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.