El proceso político que está a punto de terminar es extraordinario, quizá uno de los más importantes de la historia de Venezuela. Estamos cansados de acudir a fechas memorables, de referirnos a acontecimientos anteriores que nos llenan de orgullo como sociedad y nos invitan a continuar marchas gloriosas, gestas estelares llevadas a cabo como si cual cosa por nuestros antepasados, como para que nos ufanemos de formar parte de un desfile sobrehumano que debemos aplaudir y conmemorar porque les debemos las cumbres a las que nos han elevado como sociedad. Estamos ante un hábito secular de conmemoración, ante una necesidad de celebraciones de naturaleza litúrgica que nos llenan de orgullo, que nos ponen a cantar y a marchar, pero que no han sido propiamente obra nuestra.
Nos hemos acostumbrados a ser hijos de alguien incomparable por su hazañas y descendientes de un puñado de figuras deslumbrantes que han aparecido en ciertos tiempos contados con los dedos de una mano para protagonizar hazañas dignas de las páginas de textos clásicos como los que se escribieron en la antigüedad de Grecia y Roma. Nada malo, sino todo lo contrario, debido a que de esas cunas de oro pueden salir criaturas espoleadas para imitarlas o, simplemente, porque nunca hacen mal las doradas genealogías. Pero, a la vez, un escollo para el intento de caminar como los antecesores, para retomar el sendero que nos legaron como trabajo y como desafío. Los hemos puesto y pintado tan colosales que no parece posible la alternativa de inspirarse cabalmente en ellos, de continuarlos en el momento correspondiente del futuro. Se da así el caso de que nos sintamos como un rebaño de pigmeos que debemos conformarnos con la letanía de los próceres porque no podemos hacer otra cosa que reverenciarlos desde la pasividad de los desfiles y la irresponsabilidad de la retórica.
Es como si nos quedáramos pasmados en la contemplación de la imponente cúpula del Capitolio Federal, que pintó el gran Tovar y Tovar sobre la batalla de Carabobo. Una contemplación estática, una postración infructuosa porque ya todo lo hicieron los paladines del paisaje bélico hasta el extremo de impedir su continuidad o de hacerla muy difícil. No es para menos, porque el artista se empeñó en la ejecución de una obra maestra y porque los protagonistas de la contienda ascendieron de veras a una cumbre insólita. Así no nos paseamos por la necesidad de preguntarnos la razón de la epopeya, es decir, de preguntarnos el motivo de un extraordinario hecho de armas recreado con tanta maestría, que es muy simple y sencilla: para que la continuáramos en el futuro. No solo porque así lo querían y necesitaban los combatientes, sino también porque lo hemos hecho después, cuando fue menester, sin que el pincel estampara la realización en los muros públicos.
Hay muchas evidencias que demuestran la continuación de la hazaña, pero no hemos caído en cuenta de que la hicieron unas generaciones posteriores en cuyo seno tenemos una ubicación indiscutible. Nadie las ha dejado para la posteridad como el artista del Capitolio, ni las ha cantado como después hizo Eduardo Blanco cuando redactó Venezuela heroica, que más bien escribió sobre Troya que sobre nuestras pavorosas escabechinas, pero existieron después de la Independencia y hoy continúan sin pincel y sin pluma. También sin necesidad de batallas campales, dicho sea de paso, porque la gesta de nuestros días tiene otro tono que puede ser esquivo para las artes plásticas de rutina y para las crónicas habituales. Lo que hemos hecho los venezolanos de la actualidad para librarnos de la dictadura de Maduro no es otra cosa que la continuación de la misma proeza, la prolongación de una empresa semejante de libertad y dignidad que no se puede apreciar en toda su magnitud porque es muy cercana, muy de nosotros mismos, y porque necesita otras formas de fijación y evocación.
Y porque las criaturas del futuro labran el derrotero a su manera, pelean y ganan según los requerimientos de su época, que es precisamente lo que está sucediendo aquí y ahora. No es fácil su descripción, es realmente ardua su explicación, pero está pasando y quizá culmine más temprano que tarde. Eso es hacer historia, respetado lector, para que no se sienta tan chiquito cuando repasa el álbum de gigantes patrios de espada y lanza que guarda en su gaveta.
La Gran Aldea
15 de diciembre 2024
https://lagranaldea.com/2024/12/15/vivimos-un-periodo-estelar/