Editorial
Podría hablarse de que el castromadurismo ha cumplido su máximo logro, no sólo cuestión de corrupción e incompetencia, sino de que ha logrado lo que ni siquiera Hugo Chávez pudo hacer, ni antes adecos, copeyanos y perezjimenistas, medinistas y demás, ha cumplido una tarea que hasta no hace mucho a cualquiera le parecería imposible, quebrar a Venezuela.
Algún dinerillo queda por ahí, dedicado a esfuerzos tan importantes como pintar alguna universidad, mientras ciudades y barrios se le desmoronan con las lluvias. La realidad es que el madurismo no le paga a nadie.
El régimen de Nicolás Maduro no está pagando sus afiliaciones internacionales, incluyendo Naciones Unidas, la salud panamericana y mundial y hasta la Corte Penal Internacional, justo donde más les convendría no ser pichirres. Miraflores no puede contar con Cuba, ni con Rusia enredada hasta las narices en su ruinosa invasión a Ucrania, ni con China, que ya se ha ido de la Venezuela revolucionaria con las tablas en la cabeza. Sólo le quedaría Estados Unidos, pero siempre y cuando se obedezcan los compromisos dialogantes en México.
En esta situación a Nicolás Maduro sólo le queda el recurso de mentir, de ir soltando falsedades una tras otra, encadenadas en la tradición de quienes no saben gobernar.
Es una escuela para los venezolanos, acostumbrados al derroche de gobiernos que se suceden en el prometer, con las torres petroleras produciendo siempre lo que hoy, gracias al chavismo y al madurismo en nefasta procesión, ya no se puede. Capítulo final.