El concepto de colapso climático recorre las discusiones en el ámbito de los expertos cuando estos abordan el impacto que tendrá el calentamiento global en las sociedades capitalistas avanzadas. No hay un consenso sobre qué aspecto tiene ese futuro, a qué llamamos exactamente colapso, pero sí en que ese impacto será profundo: de una forma o de otra, el fin de los combustibles fósiles exige otro sistema económico.
En los últimos años, la ciencia del clima parece una suscripción a un boletín de malas noticias. La última, un estudio que nos advierte del probable colapso de la circulación oceánica del Atlántico. Otra evidencia de que la crisis climática se intensifica. Los científicos están alarmados. Aun con un calentamiento bajo, los impactos están siendo muy graves, pero seguimos emitiendo CO₂ y adentrándonos en territorio peligroso. Con esta tendencia, toda preocupación climática que demostremos será poca.
Nuestros hijos hoy ya crecen en un planeta mucho más hostil que el de sus abuelos, y la situación puede empeorar. El siglo XXI será una enorme prueba de estrés ecológico para sociedades muy tensionadas por la desigualdad y la violencia. ¿Significa esto que el colapso ecológico está asegurado? No si por colapso nos remitimos a lo que nos dicen las ciencias sociales.
Rigurosamente, un colapso es una quiebra rápida, destructiva e irreversible del orden social que destruye el Estado y el mercado como los conocemos. Implica retroceso tecnológico y mortandad masiva. Estas situaciones pueden darse de modo puntual asociadas a catástrofes concretas. Pero como trayectoria es más probable, si hacemos las cosas mal, que nos sumerjamos en un proceso de apartheid ecológico, pérdida de libertades y degradación de las condiciones de vida. Esto no es exactamente un colapso. Y la elección del término importa, porque las palabras imponen estrategias diferentes.
En la encrucijada ecológica, el factor humano es la incógnita más abierta. Las sociedades innovan, se adaptan, se transforman. Un mismo golpe ecológico puede dar lugar a salidas sociales muy distintas. Algunas nos pueden llevar al colapso, pero otras no. Hay algo que une a Thatcher, el cine de Hollywood y el ecologismo colapsista: la creencia neoliberal en que no hay alternativa. Pero siempre hay alternativa porque la política es una palanca de cambio colosal. La pandemia nos sirvió de prueba. Parar la economía, aprobar ERTES, lograr éxitos científicos como las vacunas en tiempo récord, distribuirlas con criterios de necesidades y no de mercado… todo eso hubiese parecido imposible en 2019.
Dar el colapso por seguro es la mejor manera de contribuir a él, porque los mensajes ecológicos apocalípticos desmovilizan. Además, los motivos para la esperanza existen. Las renovables están experimentando una revolución tecnológica asombrosa: en el 80% de los países es ya más barato producir electricidad con renovables que con fósiles.
La tecnología nos ayudará, pero no es una varita mágica. Debe combinarse con profundos cambios sociales. En este ámbito, también hay avances: ya existe una conciencia climática masiva impulsada por las movilizaciones juveniles de 2019. Utopías necesarias como el decrecimiento se discuten en el Parlamento Europeo. Programas gubernamentales como los fondos Next Generation están inyectando una cantidad histórica de recursos en la transición ecológica, aunque con importantes déficits de justicia. Pero este flanco también puede mejorarse. Especialmente, porque la ideología neoliberal, que nos hizo perder décadas de acción climática coherente, es ya un muerto viviente. Planificación, política industrial y reparto de riqueza son ideas que hoy suenan mucho más a futuro que a pasado.
Por tanto, el colapso no es un destino, porque la crisis ecológica no es un síncope. Es una sucesión de turbulencias que dependen de nuestras decisiones. Evitar el desastre ecológico es la tarea que definirá el siglo XXI. Y será la política la que le dé forma. Sabemos que la política puede generar monstruos. Pero también derechos, conquistas y grandes transformaciones. Por eso, el mejor remedio contra la ecoansiedad se llama política. Y la siguiente meta volante está aquí mismo. Todas las elecciones son ya un plebiscito climático. Pero algunas, como las del Parlamento Europeo, se antojan decisivas. Toca afrontarlas sabiendo que climáticamente vamos mal, pero en soluciones factibles estamos mejor armados que nunca.
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