La lucha contra el cambio climático es ya uno de los mayores desafíos de la economía mundial. Los grandes bloques económicos aceleran el paso para desarrollar tecnologías para prescindir de los combustibles fósiles, las instituciones multilaterales se rearman para que las inversiones verdes lleguen a los países empobrecidos e incluso los bancos centrales incluyen el clima en sus objetivos. Pero esto no era así en la década de 1970, cuando el mundo solo pensaba en volver a tener petróleo barato para zafarse de la inflación y seguir creciendo sin límites. Por aquel entonces, Partha Dasgupta (Daca, Bangladesh, 81 años) empezaba ya a investigar sobre la integración del medio ambiente dentro de la economía. Dasgupta, que atiende a EL PAÍS por videoconferencia desde Londres, acaba de recibir ahora el premio Fronteras del Conocimiento de Economía, que cada año otorga la Fundación BBVA, por sus estudios pioneros en un área ahora clave.
Dasgupta admite que durante años se sintió solo, en especial entre economistas. Pero su tarea iba más allá. “La mayor parte de mi pensamiento en los últimos 30 años ha consistido en tratar de aprender sobre ecología de forma adecuada”, explica. Y eso le ha permitido, dice, conocer y trabar amistad con “algunos de los más grandes ecologistas de nuestro tiempo”. “Trabajamos juntos. Les enseñé un poco de economía, pero ellos me enseñaron ecología de una manera muy seria. Y, en cierto modo, he profundizado más en ese campo que otros. Y ahí creo que tiene razón: me he sentido solo. Pero no me ha molestado. El verdadero placer está en la investigación, en intentar entender algo y crear una fusión entre dos campos para crear una nueva forma de pensar. Ha sido muy solitario, pero me lo he pasado muy bien”, sostiene este economista de la Universidad de Cambridge.
El profesor ha sido premiado por sentar las bases del llamado desarrollo sostenible, un término que rápidamente ha dejado paso a otros más contundentes como la lucha contra el cambio climático o la descarbonización de la economía. Y esa batalla se produce en un momento de máxima preocupación en los organismos multilaterales, como el FMI o el Banco Mundial, por un avance económico mediocre. Dasgupta advierte, no obstante, de que el Producto Interior Bruto (PIB), cuyo crecimiento se ha convertido en uno de los principales objetivos de la política económica de cualquier país, no sirve para todo. “El PIB es una medida muy predatoria. Tomamos cosas de la naturaleza y las convertimos en bienes finales. Y el valor de mercado de los bienes finales es lo que se registra”, sostiene. Pone un ejemplo. “Supongamos que se tala un montón de árboles de un bosque. Luego van a la fábrica y las piezas se convierten en muebles gracias al trabajo humano y la maquinaria. El valor de mercado entra en el cálculo del PIB. Pero el hecho es que los árboles se han perdido. Y eso no está contabilizado”, agrega. “No debemos usar el PIB para ningún debate sobre sostenibilidad. Es una muy mala idea”, remacha.
Esos árboles, en realidad, son parte de la variable stock. Dasgupta saca otro ejemplo: “Puedes tener un salario de 1.000 libras mensuales. Y tienes unos ahorros de 2.000 libras. Si en lugar 1.000 libras cada mes gastas unas 1.200, ese colchón va desapareciendo”. ¿Cómo calibrarlo en el caso de los recursos naturales? En una aproximación a ese debate, Naciones Unidas estimó que entre 1992 y 2014 los recursos naturales per cápita se redujeron en un 40%. “Una parte se debe al aumento de población, pero mucho de eso tiene que ver con el deterioro del uso de los recursos no renovables. Eso nos dice exactamente qué hemos hecho en el proceso de desarrollo”, afirma. La economía entra en juego, prosigue, cuando hay que cuantificar o valorar esa degradación. Y ahí hay dos problemas. El primero, que los análisis económicos —y de ahí su soledad durante años— apenas tienen en cuenta ese perjuicio. Y el segundo, su valor no puede medirse en términos de mercado, sino que es “social”. “Se ha trabajado mucho en ello. Por ejemplo, con las emisiones de carbono”, recuerda. Las administraciones detectan el coste social de esas emisiones, buscan sus efectos y tratan de ponerles precio. “No es un precio de mercado. No existe el mercado o bien se intentan crear mercados. El gobierno dice que vamos a permitir solo una cantidad total de emisiones por año y se pueden comprar y vender derechos sobre eso”, sostiene.
El premio llega en un momento en el que el debate verde está de máxima actualidad. La Unión Europea se ha fijado reducir a cero las emisiones de dióxido de carbono para 2050, pero ese camino se antoja arduo. Las medidas para alcanzar ese reto han provocado protestas ciudadanas, ahora en el campo, en Francia, España o Polonia. Dasgupta se excusa. “No soy una buena persona para responderle. Es un desacuerdo entre los Estados y los agricultores que no es muy diferente del que hay entre países cuando se negocia sobre emisiones o biodiversidad”. “Cada uno está tratando de minimizar su cantidad de esfuerzo y pasárselo a otro”, explica. En parte, el economista cree que en esa crisis tiene bastante que ver una idea del Banco Mundial que se hizo popular durante la década de 1980: hacer políticas para que todos ganasen. O en su versión moderna, el célebre win-win. “Es posible que para proteger la naturaleza tal vez tengamos que reducir nuestro nivel de ingresos. Y eso es muy difícil de aceptar. Lo queremos todo: crecimiento de renta y protección de la naturaleza. Y puede que ambas cosas no sean posibles”, concluye.
29 de febrero 2024
El País
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