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Opinión

Diego Lombardi

La Venezuela de hoy se parece más a Siria, Libia o Líbano que a Colombia, Perú o Chile. Los países suelen compararse con sus vecinos. ¿Qué pasa cuando advierten que se parecen a países distantes? ¿Se ha convertido Venezuela en un factor extraño en el vecindario?

Los Vidal Olmos fueron una familia argentina de abolengo, vinculada a la aristocracia del país y su historia patriótica durante 150 años. Pero cayeron en desgracia y, al final, solo quedaron sus cenizas. El relato completo se encuentra en Sobre héroes y tumbas, la celebrada novela de Ernesto Sábato, que mezcla la historia de Argentina con oscuros pasajes de una familia llena de traumas. Como esta, muchas familias adineradas en distintas épocas y lugares pasaron de ser ejemplos de representación social a apellidos solitarios, sin riqueza ni amigos.

¿Qué ocurre con las viviendas de esas familias? La infraestructura se deteriora, los muebles se venden y queda una estructura derruida con cierto aire trágico. En la adaptación cinematográfica de la novela Grandes esperanzas, de Charles Dickens, dirigida por Fernando Cuarón y estrenada en 1998, la casa de Nora Dinsmoor (la señorita Havisham de la novela) aparece un buen ejemplo visual: un hermoso edificio cubierto por la vegetación, no completamente abandonado, pero sin su vitalidad de antaño. Una especie de limbo se respira en el ambiente de aquellas paredes.

Venezuela es hoy ese aristócrata caído en desgracia, el vecino que ha quedado en la bancarrota, en el limbo. Ante la debacle de los Vidal Olmos o Havisham, no es difícil imaginar cómo empezó a ser percibido el deterioro de sus viviendas por los vecinos, cómo se fueron convirtiendo en sujetos extraños a la comunidad y cómo, de esa manera, sus realidades se fueron distanciando. En ese contexto, las reacciones de los vecinos pueden ser diversas: desde la solidaridad con quien alguna vez fue un amigo hasta la preocupación cuando la desgracia de ese vecino empieza a afectar el bienestar propio.

Venezuela se ha convertido en ese vecino cuyas circunstancias lo han alejado de su comunidad. Más allá de la cercanía geográfica y una historia de conquista e independencia compartida, hoy el país caribeño comparte más similitudes con Irak, Armenia o Líbano que con Colombia, Perú o Chile.

Reconocer el vecindario

Comparar a Venezuela con países ubicados en alejadas regiones geográficas y con historias aparentemente dispares luce contrario al sentido común. Sin embargo, reconocer las características predominantes del vecindario puede ayudar a identificar la distancia entre un país y sus vecinos. Para ello se consideran tres aspectos clave de todo país: grado de desarrollo humano, grado y calidad de su democracia, y fortaleza o debilidad del Estado. Para medir estos aspectos se utilizan, respectivamente, el índice de desarrollo humano (IDH), el índice de democracia V-Dem (DEM) y el índice de fragilidad estatal (FSI en inglés).

Con datos de 2017 se agruparon los países mediante técnicas de aprendizaje automático (machine learning), que permiten hacer clasificaciones con múltiples variables. Se encontraron cinco grupos de países según las combinaciones de las variables mencionadas.

Clasificación de países según desarrollo humano, democracia y fragilidad estatal

Grupo 1

IDH medio: 0,75

FSI medio: 67,69

Dem medio: 0,51

Albania, Barbados, Bolivia, Bosnia y Herzegovina, Botsuana, Bulgaria, Colombia, Ecuador, El Salvador, Filipinas, Georgia, Ghana, Guyana, India, Indonesia, Irak, Jamaica, México, Mongolia, Montenegro, Namibia, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Rumanía, San Tomé y Príncipe, Suráfrica, Surinam, Timor Oriental, Trinidad y Tobago, Turquía, Ucrania

Grupo 2

IDH bajo: 0,51

FSI alto: 96,60

Dem bajo: 0,20

Afganistán, Angola, Bangladés, Bután, Burundi, Camboya, Camerún, Chad, Eritrea, Etiopía, Guinea, Nepal, República Centroafricana, Ruanda, Sudán, Togo, Turkmenistán, Yemen, Yibuti, Zimbabue

Grupo 3

IDH alto: 0,89

FSI bajo: 33,04

Dem alto: 0,76

Alemania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Chipre, Costa Rica, Croacia, Dinamarca, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Japón, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Mauricio, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido, Suecia, Suiza, Uruguay

Grupo 4

IDH medio: 0,76

FSI medio: 71,33

Dem bajo: 0,19

Arabia Saudí, Argelia, Armenia, Azerbaiyán, Bahréin, Bielorrusia, Catar, China, Cuba, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Fiyi, Gabón, Guinea Ecuatorial, Jordania, Kazajistán, Kuwait, Líbano, Libia, Malasia, Maldivas, Marruecos, Omán, Seychelles, Singapur, Sri Lanka, Tayikistán, Tailandia, Túnez, Uzbekistán, Venezuela

Grupo 5

IDH bajo: 0,51

FSI alto: 86,06

Dem medio: 0,46

Benín, Burkina Faso, Comoras, Guatemala, Haití, Honduras, Islas Salomón, Kenia, Lesoto, Liberia, Madagascar, Malaui, Mali, Mauritania, Mozambique, Nicaragua, Níger, Nigeria, Pakistán, Papúa Nueva Guinea, Senegal, Sierra Leona, Uganda, Zambia

Nota: IDH (índice de desarrollo humano), FSI (índice de fragilidad estatal), Dem (índice de democracia V-Dem).

Los países de Suramérica se encuentran en los grupos 1 (seis países) y 3 (cuatro países). En el grupo 4 se encuentra sola Venezuela. Si se utilizan las categorías geográficas, el país extraño a la comunidad de Suramérica sería Venezuela. Venezuela es hoy un vecino atípico. Su vecindario natural pareciera estar ubicado en el norte de África, quizás Medio Oriente o incluso, en menor medida, Asia.

Este análisis tiene implicaciones importantes. Siguiendo la metáfora de la vecindad, los problemas del vecino caído en desgracia se parecen más a los de vecinos de otras zonas, cuyas preocupaciones se refieren a violencia o acceso a comida, no a la limpieza de las aceras o la próxima fiesta de Halloween.

Estado, democracia y desarrollo humano

Cuando se intenta caracterizar un vecindario se utilizan variables sociodemográficas, como ingreso familiar, número de personas que habitan en la vivienda, presencia y uso de ciertos artefactos, entre otras. Con los países ocurre algo similar, para caracterizar una región se consideran variables tales como ingreso nacional, desigualdad, alfabetismo y muchas otras. El resultado es una comparación: entre países de una región o entre vecinos de una zona.

Este enfoque supone que la proximidad geográfica es el elemento de agrupación y que, por lo tanto, las unidades analizadas (países o vecinos) tienen características similares, como plantean Diamond (1997), con respecto a la divergencia en el desarrollo debido a la ubicación geográfica y el acceso a la tecnología, y Pomeranz (2000), en cuanto a la influencia de la geografía en el desarrollo por el acceso a los mercados. Ahora bien, esta manera de analizar la realidad particular de un vecino es incompleta.

Venezuela pertenece al grupo de países que se caracteriza por un grado medio de desarrollo humano, un grado medio de fragilidad estatal con tendencia al deterioro y un alto grado de autoritarismo

Desde el punto de vista de desarrollo humano, democracia y fragilidad estatal Canadá se parece más a Islandia que a Estados Unidos o México; incluso tiene mayores similitudes con Costa Rica que con México. De igual manera, la Venezuela actual se ve mejor retratada con Egipto o Marruecos que con Colombia o Perú.

¿Qué tienen en común los países pertenecientes a un grupo determinado? En el caso de Venezuela, el grupo de países al que pertenece se caracteriza por un grado medio de desarrollo humano, un grado medio de fragilidad estatal con tendencia al deterioro y un alto grado de autoritarismo. Esta no es la realidad presente hoy en Suramérica, particularmente con respecto al autoritarismo y la fragilidad estatal. Esto hace de Venezuela un caso único en el contexto suramericano; de hecho, en toda Latinoamérica solo puede ser comparada con Cuba.

Mudarse o sobrevivir

La casa de los Vidal Olmos terminó consumida en llamas, mientras que la de la señorita Havisham continuó semiabandonada. En la vida real es posible que, al final, el vecino caído en desgracia se mude. Pero los países no pueden mudarse, siguen en el vecindario aun si su situación cambia.

Venezuela es hoy un país en riesgo. Quizá la magnitud de su problema se magnifica al compararlo con sus vecinos en Suramérica, que enfrentan realidades complejas, pero menos dramáticas. Sin embargo, la situación de Venezuela puede empeorar. En este momento sus indicadores de desarrollo humano van en franco descenso, lo que pudiera agravar la fragilidad del Estado, y ambos factores pueden realimentarse y deteriorar aún más la situación.

Ante esa realidad urge encontrar fórmulas para frenar el deterioro de la situación en Venezuela, y revertir la tendencia. Se requieren principios guías, y el Consenso Bellagio pudiera ser un punto de partida. Para encontrar las herramientas de solución adecuadas es necesario hacer el diagnóstico correcto, y hasta ahora el foco ha estado equivocado: se ha centrado en “recuperar la democracia”, cuando la atención debería estar en revertir el deterioro del Estado y su consecuente fragilidad. Democracia y un Estado funcional no son excluyentes, pero en situaciones de emergencia el segundo debería preceder al primero.

Referencias

Diamond, J. (1997): Guns, germs and steel: the fates of human societies. Nueva York: Norton.

FFP (2019): «Fragile States Index. Measuring fragilities: risk and vulnerability in 178 countries». The Fund for Peace: https://fragilestatesindex.org/

Pomeranz, K. (2000): The great divergence: China, Europe and the making of the modern world economy. Princeton: Princeton University Press.

UNDP (2020): «Human Development Report 2019». United Nations Development Programme: http://hdr.undp.org/en/content/human-development-index-hdi

V-Dem Institute (2020): «Democracy report 2020». University of Gothenburg, Department of Political Science: https://www.v-dem.net/en/

Diego Lombardi, fundador y director general de Data Explorer (www.dataexplorer.pro) y profesor de Relaciones internacionales y Ciudadanía y democracia en el Instituto Tecnológico de Monterrey / diego.lombardi@tec.mx

12 de abril 2020

debatesIESA

http://www.debatesiesa.com/venezuela-el-vecino-en-desgracia/

 7 min


Arnoldo José Gabaldón

El 29 de noviembre se conmemoraron tres cuartos de siglo de la aprobación de la Resolución N.º 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la cual se acordó en 1948 la partición de Palestina en dos estados. Uno judío, el estado de Israel y otro árabe. Venezuela voto afirmativamente la Resolución a través de su Embajador ante la ONU Sr. Pedro Zuloaga, por instrucciones especiales del Canciller Andrés Eloy Blanco.

Comenzó así la dura jornada de un pueblo antiguo, el hebreo, por edificar un estado moderno.

Las elites venezolanas de la época, habían logrado felizmente consensos sobre algunos temas fundamentales. Uno absolutamente prioritario, era alcanzar progreso social y económico, dentro de un estado de derecho. Otro fue, el de solidarizarse con los pueblos que estaban sometidos al dominio colonial para que alcanzasen su independencia. Ambos sentimientos estaban hermanados. De allí la manifestación alborozada de los más destacados dirigentes e intelectuales venezolanos cuando se estableció en 1946 el Comité Venezolano pro Independencia de la Palestina Hebrea. Y concomitantemente, la votación favorable de Venezuela de la resolución N.º 181 antes mencionada, que precedió a partir de mayo de 1948, la declaración de la independencia de Israel y el inició del gobierno del brillante estadista David Ben Gurion.

Celebrar este acontecimiento cada año para la comunidad hebrea, tiene un propósito cultural y pedagógico. De allí que el Instituto de Cultura Venezolano-Israelí le confiera tanta importancia en su programación y que para mí sea muy honroso escribir estas palabras conmemorativas.

Ahora bien, es conveniente además la ocasión para reflexionar sobre los cursos que tomaron nuestras naciones a partir del tiempo comentado. Cada uno enfrentando sus propias vicisitudes. Las de Israel, formidables: las propias de fundar un país en un erial; el estar rodeado de enemigos mortales y el lidiar con una población heterogénea procedentes de múltiples regiones del mundo. Las vicisitudes de Venezuela, no menos adversas: población mayoritariamente ignorante, pues no había tenido la oportunidad en toda su historia de recibir buena educación; las enfermedades humanas propias del trópico profundo; y el caudillismo militarista y las autocracias heredadas de nuestra guerra de independencia.

A pesar de las diferencias sociológicas ostensibles, las dos trayectorias seguidas por nuestros pueblos tenían algunas semejanzas: empeño en el desarrollo material; consolidación de nuestra independencia política; lucha permanente por establecer una cultura democrática y la aspiración de ser una sociedad avanzada.

Mientras transcurrió la segunda mitad del siglo XX, los dos países bregaron afanosamente con sus propias estrategias, por aproximarse a tales objetivos nacionales. Israel tuvo muy serios obstáculos, en especial lo que represento la amenaza permanente de ser invadidos y aniquilados por sus vecinos. Venezuela, por su parte también tuvo que superar serios retos. Después de 1958, la posibilidad de caer nuevamente en manos de una satrapía militar, o, por el contrario, ser vandalizada por pseudo revolucionarios, que ofrecían el mar de la felicidad; además, el desafío existencial de diversificar la economía, cuando estábamos convencidos de que el modelo petrolero rentista que había sustentado nuestro crecimiento estaba agotado. Mas así, llegamos a finales del siglo y nuestros caminos seguían animados por algunos valores compartidos, orientándose en direcciones muchas veces coincidentes.

El nuevo siglo lo abordamos creyendo, aunque a prudente distancia, que todavía seguiríamos cursos semejantes. Pero por desgracia no fue así. Por eso he titulado estas lineas: “Dos caminos divergentes durante el siglo XXI”

¿Por qué escoger ese tema? Por creer que es conveniente que las actuales y próximas generaciones entiendan los recovecos que nos deparó la historia y saquen lecciones válidas para sus vidas.

Deseo formular algunas reflexiones que van dirigidas tanto a los venezolanos como a los hebreos, que solidariamente han demostrado compartir con nosotros la misma patria, en especial durante las penurias sufridas por ambas comunidades en las pasadas dos décadas.

Para el año 2000, Israel era un país que había salido a flote como potencia en una variedad de dimensiones. En el campo científico y tecnológico, base de su alto crecimiento industrial y agrícola; en su vitalidad económica general; en el desarrollo de su sector agroalimentario, a pesar de sus desfavorables condiciones fisiográficas; en la administración de su recurso más escaso: el agua; en los altos niveles de vida alcanzados por su población en forma bastante equitativa y en la fortaleza de sus instituciones democráticas. Permítanme que me explaye en cada una de estas dimensiones.

La educación a todos los niveles del pueblo israelí, ha sido la clave de su admirable desarrollo humano. Especial atención ha recibido la educación universitaria, estableciéndose instituciones de alto rango internacional. El financiamiento de la investigación científica y tecnológica ha constituido un área prioritaria, hasta el punto de anotarse un monto anual de recursos financieros destinados a esta actividad que ha rondado permanentemente entre el 4 y 5% de su Producto Interno Bruto (PIB), de los mayores registrados a escala mundial. Cientos de empresas transnacionales importantes han establecido centros de investigación y desarrollo en este país. Y los jóvenes formados por el sistema educativo han mostrado tener el carácter y asertividad para acometer agresivamente la creación de cientos de empresas startups, una por cada 1.800 habitantes, siendo la mayor tasa per cápita del mundo, captando la atención de fondos de inversión internacionales.

“Esto ha convertido a Israel en un gran atractivo para el capital extranjero que busca expandirse en el ramo tecnológico, teniendo origen extranjero casi 86% de capital invertido en sectores tecnológicos. Israel se considera como un gran centro de negocios atractivo para la inversión del capital extranjero, no solamente por el apoyo gubernamental, si no también debido a sus tratados internacionales que lo convierten en un puente con otras potencias”. (Jaramillo Vargas et al, 2019)

La economía de Israel ha estado creciendo durante los últimos 21 años a una tasa promedio de alrededor del 4,0 %, lo que constituye un performance notable.

Su sector agrícola, asentado sobre superficies completamente áridas, pero beneficiado por una persistente actividad investigativa; el suministro eficiente de riego y el trabajo de esforzados agricultores, ha permitido al país convertirse en exportador de una serie de rubros alimenticios de demanda creciente en los mercados internacionales. Israel constituye un modelo sobre la más esmerada administración del recurso agua, a través del cual no solo se utilizan al máximo sus limitadas potencialidades, sino que se aprovechan también, por reúso, los excedentes hídricos de todos los demás sectores sociales y productivos.

Los beneficios de su acelerado crecimiento económico, en virtud de sus avanzadas políticas sociales, han sido distribuidos lo más equitativamente posible entre su población, razón por la cual sus índices de pobreza son aceptables.

Por último, deseo referirme a la resiliencia de su sistema democrático. Han establecido un sistema alternativo que funciona. Uno que respeta primeramente los derechos humanos de la población, especialmente la libertad. Podrá tenerse mayor o menor simpatía por los partidos políticos que han gobernado el país, pero han demostrado que pueden alternarse en el poder y ello ha ocurrido sin mayor trauma, ni perder la gobernabilidad, lo que significa un logro muy importante.

Mientras Israel proseguía este curso exitoso de progreso, ¿qué le ocurrió a Venezuela durante el presente siglo? Esos caminos no tenían por qué ser divergentes. Lo que voy a decir es en su mayor parte conocido. Son crudas y tristes realidades. Pero que deben mencionarse reiterativamente para hacer mella en el alma nacional, más que para dolerse de ellas, sí, con vista a corregir rumbos y a sacar provecho en beneficio de una exitosa hazaña de reconstrucción nacional, que habrá que emprender cuando se den las condiciones favorables.

El descalabro que ha tenido el país en estas últimas décadas, pasara a ilustrar la bibliografía sobre el desarrollo de las naciones, como uno de los casos más rotundos de fracaso, sin que hubiese de por medio un conflicto bélico explícito.

Venezuela se encuentra en uno de sus peores tiempos en los últimos 100 años. Esa no es una exageración retorica. Si tal circunstancia fuese el resultado de una situación puntual o coyuntural, podríamos tener la certeza de que ella sería superable tarde o temprano. Pero si lo que estamos padeciendo es el resultado de una tendencia regresiva de carácter general y con ello quiero decir que tiene dimensiones culturales, antropológicas, políticas y económicas, entre otras; superarla exigirá esfuerzos colectivos muy complejos y del más largo aliento.

¿A qué denomino una tendencia histórica de atraso nacional? A un proceso que discurre por tiempo prolongado y dentro del cual un conjunto de parámetros representativos del bienestar espiritual, intelectual y material de una nación, se ven desmejorar progresivamente, conformando así una tendencia.

Me refiero, por ejemplo, cuando se estanca o disminuye por largo tiempo su producción de bienes y servicios.

Se aprecia con congoja como aumenta la pobreza, siendo esta la manifestación más ostensible del atraso de una nación.

Se ha desorganizado y degradado el Estado a los fines del cumplimiento de sus objetivos esenciales, al punto de que algunos lo califican de estado fallido o forajido.

Vemos mermar la producción de artículos científicos y el registro de nuevas patentes.

Surgen masivamente asentamientos humanos en terrenos invadidos y las ciudades se degradan.

Se ve destartalar la infraestructura física, sin que surjan fuerzas sociales capaces de revertir tal situación.

En cuanto a la aplicación de la justicia hemos tenido un tremendo retroceso: no hay estado de derecho.

La seguridad ciudadana se hace cada vez más riesgosa; los servicios públicos se deterioran; los índices de salud y educación se retrotraen a valores alcanzados anteriormente, como es el caso de la mortalidad y morbilidad por algunas enfermedades; la desnutrición infantil inhabilita para siempre a un porcentaje alarmante de población. La disminución de la calidad de la educación a todos los niveles se hace visible, especialmente después de la pandemia; y el deterioro ambiental, es rampante, como se ha constatado con el proyecto Arco Minero del Orinoco.

Pero este proceso no sucedió de la noche a la mañana y ha persistido prolongadamente, como hemos expuesto. Por eso constituye una tendencia al atraso muy preocupante.

Uno de los síntomas más graves de ese fenómeno, es cuando se aprecia que el alma colectiva desfallece, víctima de la desesperanza y la resignación, como acusamos en la actualidad.

No hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchas naciones en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la volatilidad de un solo producto de exportación, con los síntomas de un descalabro social. Sabemos que los denominados estancamientos o recesiones económicas, obedecen a ciclos que son superables a través de políticas públicas acertadas. Sin embargo, más se asemeja nuestra crisis, con las secuelas de una guerra de grandes proporciones que hubiese azotado al país y que dejó diversas manifestaciones negativas, espirituales y materiales.

Estas son las tristes realidades que a la sociedad venezolana le toca comprender y confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si existen bases para sustentar algunas esperanzas positivas de revertir ese proceso?

Diría que sí, pero ello debemos abordarlo con prudencia razonable, para no crear falsas expectativas. Veamos.

Recuperar el tamaño de la economía que tuvimos anteriormente demandará como mínimo 2 o 3 décadas continuas de buen gobierno.

Igualmente se necesitará reconstruir institucional y humanamente el Estado, hoy incapacitado para prestar los servicios públicos más elementales.

Un país con tan exuberantes recursos naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras para la agricultura y clima tropical, entre otros, ¿cómo puede esperar otro destino que no sea mejorar? Lo que nos hará falta dentro de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovechar dichos recursos con políticas públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.

Un aspecto muy importante, es que todo el talento nacional no se ha fugado a través de la diáspora, que fue provocada. Este es el mayor daño que se nos ha causado. Mas quedan en el país todavía numerosas legiones de inteligentes emprendedores y diligentes trabajadores, existiendo razonables posibilidades de que algunos de los que se fueron regresen a la patria, si son atraídos con estímulos apropiados.

No se ha perdido todavía la propensión social a vivir en democracia y ese es un antídoto invalorable para luchar contra el despotismo imperante.

Aun contamos con un sector privado productivo, que, aunque muy averiado y mal acostumbrado con respecto a las ayudas que debe esperar del gobierno, puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción económica.

Tenemos iglesias más o menos unidas, que pueden coadyuvar al desarrollo espiritual y material de la población.

Existe una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para mejorar el ejercicio democrático.

Poseemos una infraestructura física que podemos recuperar, e igual hacer con las instalaciones de la industria petrolera y del sector eléctrico, que han sido tan mal operadas y mantenidas en los últimos tiempos.

La industria petrolera nacional, puede volver a ser un coadyuvante importante al desarrollo, si la abrimos al capital privado nacional y foráneo. La transición energética en marcha puede todavía ofrecernos una ventana temporal de oportunidades.

Lo que nos hace falta ahora es recuperar un espíritu nacional positivo. Sacar provecho de las experiencias adversas que hemos sufrido. Y actuar con coraje frente a la autocracia.

De esta crisis tenemos que extraer muchas lecciones útiles. Autocriticar las debilidades de nuestras propias conductas individuales y colectivas, para corregirlas. Y añorar un liderazgo más luminoso que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante los propios.

Vendrá, Dios mediante, y de manera irremediable, un cambio político en el futuro. Soy un obsesionado con la elaboración de los planes de reconstrucción que deberemos acometer. Sera el momento de volver a mirar cursos coincidentes en el desarrollo de ambas naciones: Venezuela e Israel. Aunque muy rezagados nosotros, por la tragedia que nos ha sucedido, esa será una oportunidad propicia para volver a mirarnos uno frente al otro, de manera de emular los enfoques para progresar que el pueblo israelita pueda ofrecernos.

(*) Adaptación de las palabras pronunciadas en la Unión Israelita de Caracas, el 29-11-2022 para conmemorar los 75 años de la aprobación de la Resolución 181 de la Asamblea de la Naciones Unidas, mediante la cual se acordó en 1948 la partición de Palestina en dos estados. Uno judío, el estado de Israel y otro árabe.

REFERENCIA

Jaramillo Vargas, J.D., Ortiz Espinosa, C.N., Mora López, A., Negrete Osuna, J.C. (2019). El desarrollo económico de Israel. https://www.gestiopolis.com

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Nelson Hernández

El hidrógeno es un gas incoloro, inflamable, inodoro e insoluble en agua. A pesar de ser el componente más abundante en el universo, es muy escaso en la atmósfera terrestre, ya que, al ser tan ligero, escapa a la gravedad de nuestro planeta. La mayor parte del hidrógeno terrestre se encuentra en forma de hidrocarburos y de agua.

El hidrogeno (H2) se vislumbra a futuro como el vector energético de mayor utilización por su versatilidad, y es clave para alcanzar una exitosa Descarbonización del sistema energético global para mitigar el cambio climático.

La gráfica muestra el círculo cromático del H2, y el color asignado va a depender de su método de obtención. La tendencia mundial, es obtenerlo a partir de la electrolisis del agua, utilizando electricidad proveniente de fuentes energéticas no emisoras de CO2. En tal sentido, entrarían el H2: verde, amarillo, purpura, rosado y rojo. De estos, el hidrogeno verde (H2V) es el de mayor auge.

A nivel de Venezuela, las riberas del rio Orinoco son ideales para la producción de H2V: Agua dulce abundante, alta potencialidad eólica y solar, terrenos planos y vía fluvial para salir a los mercados internacionales.

Venezuela debe aprovechar estas características intrínsecas para convertirse en un centro mundial de H2V. ....

noviembre 29, 2022

https://gerenciayenergia.blogspot.com

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Humberto García Larralde

Nos hemos echado el cuento tantas veces que, a estas alturas, nos creemos curados de espantos. No obstante, como es una deformación que, prácticamente, corre por nuestras venas, no está de más una nueva repasada. Y es que el rentismo está intrínsecamente implicado en la ascendencia y consolidación de la dictadura chavo-madurista. Ahora que la negociación entre el régimen y la plataforma unitaria acuerda la liberación de fondos para atender la emergencia humanitaria, es aún más pertinente.

Comencemos precisando qué se entiende por “renta”. Se refiere al beneficio extraordinario que capta el propietario de un recurso al explotarlo en condiciones en las que no priva la competencia. Se trata, por ende, de una ganancia monopólica, superior al ingreso que obtendría en mercados competidos. La acepción que nos interesa aquí deriva del usufructo exclusivo de un recurso finito de mayor productividad o rendimiento, como sucede con las tierras particularmente fértiles, afín al concepto de renta diferencial desarrollado por el economista inglés del siglo XIX, David Ricardo. Es distinta a las denominadas seudo-rentas de innovación que impulsan la competencia (monopólica) de hoy. Éstas son ganancias extraordinarias que resultan del éxito comercial de una innovación, pero que son abatidas constantemente por mejoras que, a la vez, introducen los competidores. En todo caso, como no se cansaba de enfatizar el académico Asdrúbal Baptista, la renta consiste en “un ingreso no producido”.

El Estado venezolano, propietario por disposición constitucional de un recurso del subsuelo, el petróleo, cuya extracción ha tenido, históricamente, bajos costos relativos y que, desde los años ’70, ha disfrutado de políticas de control de la oferta coordinadas a través de la OPEP, ha captado enormes rentas por su venta en el mercado internacional. Su impacto económico deriva de la forma en que se distribuye, suponiendo, claro está, que el petróleo logra extraerse. Está sujeto, por tanto, a determinaciones políticas más que económicas. Su usufructo no está acotado por imperativos de racionalidad económica, como son las llamadas “leyes de mercado”, sino por la normativa plasmada en el marco institucional que rige a la nación, su constitución y sus leyes. Felizmente, la vocación democrática de quienes dirigieron al Estado luego de la caída de Pérez Jiménez acató, mal que bien, estas limitaciones.

En ello competían AD y COPEI. Disponer de estos portentosos recursos no era pequeña cosa, sobre todo con el boom petrolero de los ‘70. A pesar de estar en el interés político de cada uno denunciar al otro si, estando en el poder, se desviaba de la norma, la tentación llevó a componendas que poco a poco fueron introduciendo, lamentablemente, márgenes crecientes de discrecionalidad en el manejo de la renta. Ello se reflejó, además, en una panoplia de incentivos y castigos diversos que alimentaron la caza de rentas, dispensadas por decisiones tomadas por alguno que otro funcionario con poder. Fue la razón de muchos negocios, desplazando a la vocación productiva, propiamente dicha. A la vez, buena parte de la población se acostumbró a exigir una variedad de derechos sin que mediara el cumplimiento de sus deberes --como ciudadanos corresponsables-- para que éstos pudieran cumplirse debidamente.

Crecientemente, la cultura rentista sentó las bases de una perspectiva política interesada en “relativizar” las acotaciones del Estado de Derecho. Si los abundantes recursos –la renta-- estaban disponibles y las necesidades (o los dividendos políticos de distribuirlos) eran tantos, ¿por qué no saltarse de una u otra forma las restricciones para dedicarlos a la solución de los ingentes problemas del país? Y, en una sociedad amamantada en el culto al héroe –el Libertador-, este voluntarismo redentor y patriotero no tardó en fructificar en la opción populista revolucionaria que, una vez en el poder, destruyó al país.

Es menester entender que, si quien maneja la renta maneja a la nación –resuelve problemas a discreción y cosecha, en consecuencia, triunfos políticos--, ello se traduce en un sentido de apropiación del país. Venezuela le pertenece. Y ello se percibe de manera prístina en los personeros de la llamada “revolución bolivariana”: ellos no son una opción política más que compite por la conducción de las riendas del Estado, son los auténticos venezolanos, los patriotas, dueños del país. Esta apropiación ha sido abonada, tanto con el alegato de ser genuinos herederos de Bolívar, como por las posturas izquierdosas de algunos dirigentes “revolucionarios” que pregonaban romper con la “racionalidad del mercado” a fin de instaurar el socialismo. La prosecución de la justicia social dictaba que, desde el poder, se distribuyese directamente los proventos de la exportación petrolera. Para ello, había que desmantelar el Estado de Derecho burgués. El bienestar material de la gente no debía quedar restringida por legalismos o supuestas leyes de mercado, sino proseguirse directamente por voluntad “revolucionaria”.

Sabemos que tales ideas, que bien pudieran haberse creído inicialmente con sinceridad por algunos chavistas, degeneraron rápidamente ante las realidades de un poder sin transparencia, ni rendición de cuentas, y sin los contrapoderes –incluyendo los medios de comunicación libres—que contuvieran sus abusos. La impostura resultante del discurso cumplía, ahora, otra finalidad. Ya no era el ideario legitimador de un proyecto político ante las masas, en pugna con otras opciones de poder, sino un credo para invocar lealtades y reclamar la obsecuencia de sus partidarios. El chavismo y su degradación madurista se cerró sobre sí mismo, convirtiéndose en una secta de fanáticos, para quienes los clichés que se repetían a sí mismos se transformaban en “verdades reveladas”. Se prescindió, así, de toda necesidad de entender la realidad tal cual es, para “justificar” sus ejecutorias.

La estupidez a que puede conducir esta postura es ilustrada por el reciente informe de la comisión especial de la asamblea nacional madurista para investigar crímenes contra los migrantes venezolanos en el extranjero[1]. Sin rubor alguno, afirma como culpable a una “campaña de la neurociencia”, que convierte a la migración “en arma injerencista y desestabilizadora contra la Nación venezolana (cuyas) herramientas fundamentales fueron las emociones inducidas. A saber: el miedo, ansiedad y angustia usados como debilitadores mentales estimulantes de decisiones instintivas, son decisiones que derivan solamente por estímulo al cerebro reptiliano o reptil, el cerebro primitivo humano”. Los millones de venezolanos que migraron no lo hicieron por la gravísima crisis económica y social, o por la persecución política. Fueron “mentalmente expulsados de la patria” (¡¡!!)

Con tales argumentos autocomplacientes el chavo-madurismo aborda también los demás ámbitos de su existencia. Las fortunas amasadas por jerarcas políticos, enchufados y militares traidores no se deben a corruptelas. Obedecen al merecimiento que depara ser conductores de un proceso de redención de la patria, definido en términos de sus propios criterios. Las potestades y sinecuras que disfrutan son prueba de que la “revolución” triunfó; disponen ahora de los recursos que permiten una vida holgada. Allá quienes se autoexcluyeron o, peor aún, se dedicaron a sabotear el proceso como opositores. Todo el castigo de la “justicia revolucionaria” debe caer sobre ellos: presidio, tortura, confiscación de bienes, discriminación en el acceso a los bienes públicos y hasta la muerte por represión, si no puede evitarse.

Acaba de acordarse la cooperación entre el gobierno de facto y los representantes de la plataforma unitaria (oposición) para liberar unos USD 3.000 millones congelados en el extranjero, con el fin de atender la emergencia humanitaria de los venezolanos, fundamentalmente en salud y servicio eléctrico. Se informa que habrá de administrarse bajo supervisión de la ONU. Como incentivo a la negociación, el gobierno de EE.UU. dispensa a la Chevron para que pueda reanudar sus operaciones en Venezuela y exporte petróleo, siempre que sus proventos no ingresen a las arcas del Estado o de la PdVSA corrupta. Bien que así sea. Son los resguardos obligados de negociar con mentes dañadas, pendientes de lograr la incorporación, después de todo, a Alec Saab a su delegación, en la figura de su esposa, Camila Fabri, como triunfo. Son esas las prioridades de la secta en el poder, por si acaso no lo sabíamos.

[1]https://cronica.uno/comision-de-la-an-culpa-a-la-neurociencia-por-la-mig...

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

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Werner Hoyer, Tedros Adhanom Ghebreyesus

Nadie podía predecir hasta qué punto la COVID‑19 iba a erosionar décadas de progreso en el área de la salud pública mundial. Y el mundo todavía no se recupera del shock. Pero tenemos la oportunidad (y el deber) de extraer las enseñanzas correctas, para mitigar esta pandemia y minimizar el riesgo de que se produzcan hechos similares en el futuro.

Aunque hoy hay nuevas amenazas en el horizonte, no debemos desviar la atención de la COVID‑19. La pandemia puso de manifiesto grandes deficiencias en los sistemas mundiales de salud. No resolverlas sería un error de política pública y de política económica, porque no puede haber jamás oposición entre la salud y el desarrollo económico. La COVID‑19 ha demostrado que la salud es esencial para el desarrollo, la prosperidad y la seguridad nacional.

Las interrupciones en los servicios de salud derivadas de la pandemia han generado grandes incrementos en VIH, tuberculosis, malaria y muchas enfermedades no transmisibles (casos no informados y muertes). Son todas enfermedades en cuyo control el mundo ya había hecho grandes avances. Para colmo de males, la pandemia ha provocado una reducción de la expectativa de vida, menos cobertura vacunatoria básica y un aumento de los problemas psicosociales y de salud mental.

Como si el duro legado de la pandemia no fuera suficiente, la guerra en Ucrania generó una extendida crisis humanitaria, puso en riesgo el suministro mundial de alimentos, provocó un encarecimiento de los alimentos y de la energía, y amenaza causar recesión y padecimiento económico en todo el mundo. En septiembre, el Fondo Monetario Internacional advirtió de que «en 2022 y 2023, el impacto del aumento de los costos de importación de alimentos y fertilizantes en los países con gran exposición a la inseguridad alimentaria incrementará en USD 9.000 millones la presión sobre sus balanzas de pagos. Esta situación erosionará las reservas internacionales de los países y su capacidad de pagar las importaciones de alimentos y fertilizantes».

Además, la subida de tipos de interés y el endurecimiento de las condiciones financieras plantean el riesgo de numerosas crisis de deuda en países de ingresos bajos y medios. Al someter las finanzas públicas a grandes presiones, los últimos shocks globales ponen en peligro inversiones sanitarias a largo plazo vitales.

La solidaridad y la equidad internacionales son el fundamento de cualquier respuesta eficaz a los desafíos que enfrentamos. Debemos avanzar en tres frentes para preservar el papel central que los sistemas sanitarios (y en particular, la atención primaria de la salud) cumplen en todo momento, y sobre todo durante una crisis económica.

En primer lugar, es necesario aumentar la inversión en atención primaria de la salud, porque la falta de inversión se amplifica en tiempos difíciles, como los que experimentamos ahora. Dicha falta, a su vez, aumenta los riesgos derivados de las amenazas globales (provocadas o no por el hombre). Redunda en interés de todos ayudar a todos los países que carecen de recursos adecuados para invertir lo suficiente en la resiliencia de los sistemas sanitarios y en preparación y respuesta frente a pandemias.

En segundo lugar, se necesita más financiación para la innovación en ciencias biológicas, sobre todo para aumentar su escala en forma sostenible. Esto implica dar apoyo a la producción local o a innovaciones en la provisión de servicios de salud mental en beneficio de millones de personas, dentro del sistema de atención primaria de la salud.

En tercer lugar, los organismos multilaterales deben colaborar para que el mundo esté preparado para enfrentar en forma más efectiva las amenazas sanitarias futuras. Una iniciativa útil en tal sentido sería que los países elaboren y ratifiquen un acuerdo vinculante sobre pandemias (integrado a la constitución de la Organización Mundial de la Salud), que resuelva la necesidad urgente de contar con un protocolo de prevención y respuesta frente a pandemias.

Por desgracia, ya antes de la COVID‑19, el mundo iba retrasado en el cumplimiento de las metas sanitarias globales, incluidas muchas de las que están consagradas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030. Y ahora, la pandemia ha provocado un retroceso aún mayor.

En tiempos de aumento de la deuda y crecientes riesgos para su sostenibilidad, es necesario que los gobiernos, los organismos internacionales y las instituciones financieras trabajen codo a codo para volver a ponernos en la senda correcta. La COVID‑19 no sólo expuso las muchas falencias que hay en el área de la cooperación internacional, sino que también demostró la importancia de trabajar juntos.

Por eso los dos organismos que representamos se han comprometido a combinar sus fortalezas para promover e incrementar las inversiones sanitarias.

Por ejemplo, con apoyo del Banco Europeo de Inversiones, de la OMS, del Wellcome Trust y de otras organizaciones, el AMR Action Fund está invirtiendo en soluciones innovadoras para enfrentar la resistencia a antibióticos y garantizar que haya una línea de desarrollo de nuevos fármacos que permita dar respuesta a necesidades clave. La comunidad científica ya identifica la resistencia a antibióticos como una «pandemia silenciosa» y una amenaza grave a la salud mundial y al desarrollo.

Además, estamos trabajando para canalizar recursos adicionales aportados por otros socios, por ejemplo la Comisión Europea, organismos de financiación del desarrollo y actores del sector privado, para mejorar los servicios sanitarios allí donde más se los necesita. A principios de este año, anunciamos un acuerdo de asociación, en cooperación con la Comisión Europea y la Unión Africana, para el refuerzo de los sistemas sanitarios (sobre todo en el área de atención primaria de la salud) en África. El BEI se ha comprometido a proveer un aporte inicial de al menos 500 millones de euros (520 millones de dólares), con el objetivo de movilizar inversiones por más de mil millones de euros, con particular énfasis en la atención primaria de la salud en África subsahariana.

Nuevos proyectos cooperativos ya están haciendo avances en África y Medio Oriente. En Ruanda, la OMS dará asesoramiento directo al gobierno para la reconstrucción del Laboratorio de Salud Nacional, con financiación de la Comisión Europea y del BEI. El nuevo laboratorio realizará más de 80 000 pruebas diagnósticas al año, en beneficio de una población de más de doce millones de personas.

Para tener un impacto medible en estos países, apuntamos a usar mecanismos de financiación innovadores que alienten la provisión local de fondos y promuevan el objetivo compartido de salud para todos. Al mismo tiempo, tenemos un compromiso con promover una gestión de deuda sostenible, para que las inversiones en salud de los países asociados no generen dificultades financieras. Insistimos: invertir en salud es promover una buena política económica.

La salud y el bienestar son objetivos que comparte todo el mundo. Para acelerar el despliegue de soluciones sanitarias innovadoras, se necesita un trabajo conjunto entre países e instituciones, en el que se fomente la cooperación no sólo entre estados, sino también entre los gobiernos y el sector privado.

Werner Hoyer es President del European Investment Bank y Tedros Adhanom Ghebreyesus fue ministro de Exteriores de Etiopia, y es Director-General de la World Health Organization.

24 de noviembre 2022

Project Syndicate

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Josep Borrell

En el peligroso e imprevisible mundo multipolar en el que vivimos actualmente, las relaciones comerciales siguen teniendo una importancia fundamental. Pero no pueden separarse de la geopolítica. Muchos europeos creyeron durante mucho tiempo que podían serlo, pero la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha puesto de manifiesto los riesgos que plantea la dependencia de la Unión Europea del gas ruso y nos ha demostrado que este enfoque ya no es sostenible.

Si la UE quiere ser reconocida como un verdadero actor geopolítico, no bastará con reforzar nuestra unidad interna. También debemos recalibrar nuestra brújula estratégica, utilizando nuestros instrumentos políticos y económicos de forma más coherente e identificando no sólo los riesgos sino también las oportunidades de forma más eficaz. Por eso he defendido desde el principio de mi mandato que Europa debe profundizar sus vínculos con los países de América Latina y el Caribe.

Para dar el salto cualitativo que necesitamos, tendremos que reforzar el diálogo político al más alto nivel. Pero para que nuestros esfuerzos sean creíbles, también debemos completar la modernización de los acuerdos de asociación existentes con México y Chile, firmar el acuerdo negociado post-Cotonou con la comunidad de África, el Caribe y el Pacífico, ratificar el acuerdo de asociación con los países centroamericanos y finalizar el acuerdo UE-Mercosur.

Aunque el comercio desempeña un papel importante en todos estos acuerdos, ninguno puede considerarse sólo un acuerdo comercial. El más complejo de estos acuerdos es el de Mercosur, que llevamos negociando desde hace más de dos décadas. El tango podría decir que veinte años no es nada, pero en este caso es demasiado tiempo.

En una visita a Sudamérica el mes pasado, tuve la oportunidad de reunirme con los líderes de Argentina, Paraguay y Uruguay, que actualmente ostenta la presidencia rotatoria del Mercosur. Más recientemente, felicité al Presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, por su elección. En todas estas conversaciones, el acuerdo UE-Mercosur ocupó un lugar destacado. Intenté transmitir a estos líderes que la voluntad política de finalizar este acuerdo mutuamente beneficioso está muy viva.

Hay que reconocer que la palabra "estratégico" se utiliza en exceso. Pero, en el caso del acuerdo UE-Mercosur, no podría ser más adecuada. Aunque algunos se opongan a él -invocando la existencia de intereses contrapuestos- hay argumentos de peso para finalizar este acuerdo.

Para empezar, el acuerdo UE-Mercosur es mucho más que un acuerdo comercial. Se trata de un instrumento profundamente político que, al impulsar el diálogo y la cooperación, sellaría una alianza estratégica entre dos regiones que se encuentran entre las más alineadas del mundo en términos de intereses y valores, y que comparten una visión similar del tipo de sociedades que queremos.

Además, a ambos lados del Atlántico, pretendemos reforzar nuestra autonomía estratégica y mejorar nuestra capacidad de resiliencia económica reduciendo las dependencias excesivas. Sin embargo, la autonomía no significa aislamiento. Más bien significa diversificar las cadenas de valor, lo que a su vez requiere la cooperación con socios económicos y políticos fiables.

Al reunir a dos de los mayores bloques comerciales del mundo -con una población combinada de más de 700 millones de personas- el acuerdo UE-Mercosur sería el mayor acuerdo comercial que la UE haya firmado jamás. También sería el primer acuerdo comercial global de Mercosur, que reforzaría la integración de la agrupación.

Las normas comunes abrirían las puertas entre nuestros grandes mercados y generarían oportunidades reales para las empresas de ambas partes, apoyando la creación de empleos de alta calidad en Europa y en América Latina. Reconociendo que existe una asimetría económica entre ambas regiones, el acuerdo especifica que el comercio se abriría progresivamente, dando así tiempo a los sectores relevantes para modernizarse y ser competitivos.

Los países del Mercosur quieren exportar más a Europa, pero también quieren evitar quedar reducidos a exportadores de recursos extractivos. Pretenden desarrollar su capacidad productiva y exportadora, añadiendo valor a los recursos naturales a través de la innovación y la tecnología, al tiempo que se adhieren a estrictas normas sociales y medioambientales.

Un tercer argumento a favor del acuerdo UE-Mercosur radica en su potencial para impulsar la acción climática y la protección del medio ambiente. De hecho, el acuerdo político que la UE y el Mercosur alcanzaron en 2019 fue uno de los primeros de su categoría en incluir una referencia al acuerdo climático de París. Sin embargo, en Europa hay dudas sobre el alcance de este compromiso, sobre todo teniendo en cuenta la aceleración de la deforestación en el Amazonas en los últimos años. Algunos en Europa sostienen que la legislación autónoma de la UE sería la única forma creíble de avanzar. Pero no podemos aislarnos y cambiar el mundo al mismo tiempo. Nuestro marco normativo debe ir acompañado de un mayor diálogo y cooperación internacionales, centrados en aclarar los compromisos compartidos y en construir cadenas de valor más sostenibles.

El Presidente electo Lula ha dejado claro su deseo de defender la democracia de Brasil, curar las heridas de su sociedad, avanzar en la causa de la justicia social e impulsar la economía al tiempo que aborda el cambio climático y la deforestación de la Amazonia. El acuerdo con la UE apoyaría este esfuerzo al permitir el intercambio de conocimientos, la mejora de las normas, el refuerzo de la protección del medio ambiente y modos de producción sostenibles. La parte europea propondrá un instrumento adicional que especifique nuestros compromisos compartidos en materia de sostenibilidad medioambiental.

Por último, el acuerdo UE-Mercosur no es un final, sino un principio. Marca el inicio de un camino compartido y crea el marco institucional necesario para facilitar la cooperación en una amplia gama de áreas de interés mutuo, desde la protección de los derechos humanos y el desarrollo sostenible hasta la regulación de la economía digital y la lucha contra el crimen organizado. Este acuerdo impulsará nuestras relaciones no sólo entre gobiernos e instituciones, sino también entre parlamentarios, sociedad civil, empresarios, estudiantes, universidades, científicos y creadores.

Es hora de abandonar las tácticas a corto plazo. En un mundo de gigantes, la UE y Mercosur representan juntos el 10% de la población mundial y el 20% del PIB global. Si Europa y Mercosur quieren ser influyentes, el acuerdo comercial UE-Mercosur es, pues, un imperativo estratégico. La presidencia brasileña del Mercosur y la presidencia española de la UE, que comienza en el segundo semestre de 2023, ofrecen una gran oportunidad para inyectar el impulso que necesita la relación UE-Mercosur.

30 de noviembre 2022

Project Syndicate

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Paula Díaz Levi

La biodiversidad de los suelos no suele ser considerada en las políticas públicas ni en las áreas protegidas, según la primera evaluación global de los ‘puntos calientes’ para su conservación. Para remediarlo, los científicos muestran dónde se necesitan mayores esfuerzos.

Aunque solemos prestar más atención a mamíferos peludos y árboles frondosos, bajo nuestros pies hay un mundo fascinante que hierve en vida. Insectos, hongos, lombrices y criaturas microscópicas con aspecto alienígena son algunos de los moradores de la tierra que contribuyen en el reciclaje de nutrientes, en la regulación del ciclo del agua y en el almacenamiento de dióxido de carbono (CO2), permitiendo suelos sanos y fértiles que nos brindan alimentos y que sostienen el planeta que conocemos. Y es que los suelos son la base de todos los ecosistemas terrestres. Sin embargo, enfrentan grandes amenazas a nivel global, mientras sus atributos ecológicos suelen pasarse por alto en las decisiones políticas y en la gestión de las áreas protegidas.

Esa es una de las conclusiones de un estudio publicado en la revista Nature, fruto del trabajo de un equipo internacional de científicos que realizó la primera evaluación global de los puntos calientes (hotspots) para la conservación de los suelos.

“El principal resultado que obtuvimos fue que los suelos en áreas del mundo, en las cuales su biodiversidad es hasta más importante que la biodiversidad de plantas o mamíferos, no están efectivamente bajo medidas de conservación”, explica Carlos A. Guerra, investigador del Centro Alemán de Investigación Integrativa de la Biodiversidad (iDiv). “Esto sucede porque nadie les da la importancia y parte de las medidas de conservación que existen para el suelo son con fines productivos, es decir, para proteger su fertilidad, sin mirar el aspecto único de la biodiversidad que tienen”, asegura.

La anterior reflexión constituye un llamado de atención, ya que, como explica Fernando Alfaro, profesor asociado y director del Centro GEMA de la Universidad Mayor (Chile), “los suelos son un componente critico de los ecosistemas que contribuyen en la regulación de recursos esenciales, tales como nutrientes, energía y agua, entre muchos otros”.

Para hacerse una idea, la investigación incluyó más de 10.000 observaciones de biodiversidad, es decir, de animales invertebrados (como insectos), hongos, bacterias, protistas y arqueas, y de otros indicadores en 615 muestras de suelo de todos los continentes. Luego analizaron tres dimensiones ecológicas del suelo: la riqueza de especies, la singularidad de sus comunidades biológicas, y los denominados servicios ecosistémicos, es decir, los beneficios que proporcionan, como la regulación del agua y el almacenamiento de carbono.

De esa manera, identificaron los puntos prioritarios para la conservación de los suelos, que se encontrarían principalmente en los trópicos, en América del Norte, en el norte de Europa y en Asia. De partida, los suelos de ecosistemas templados, como algunas zonas de Europa, muestran una mayor biodiversidad local, es decir, una alta variedad de especies. En cambio, Alfaro detalla que “se pueden observar altos valores de singularidad en algunos ambientes típicos de América Latina como son los bosques tropicales (por ejemplo, el sur de la Amazonia) y los ecosistemas áridos (como el desierto de Atacama). En estos ambientes se pueden encontrar comunidades biológicas del suelo constituidas por grupos de especies singulares y, por lo general, restringidas a estas áreas en particular”.

Guerra explica, por su parte: “En los trópicos, las comunidades son muy únicas, y no hay mucha diversidad localmente. Imagine que va a un lugar y encuentra 10 especies, y luego se mueve un kilómetro y tiene otras diez especies distintas. Las comunidades son muy diferentes. Y en otras zonas, como la costa del Pacífico de Sudamérica o hasta la misma Europa, lo que tienen es una diversidad específica local muy grandes”. Dicho de otra forma: no basta con fijarse en la cantidad de especies, sino también en cuán únicas y distintas son las comunidades que conforman en los suelos.

Los beneficios de la naturaleza alcanzan su auge en latitudes más frías como, por ejemplo, “cerca del Ártico, en la tundra, donde hay zonas que son muy ricas en carbono”, puntualiza el investigador del iDiv, quien destaca que los trópicos, desiertos y zonas de elevada altitud como los Alpes o el Himalaya “tienen una mezcla de diversidad, de singularidad y de servicios ecosistémicos que vale la pena proteger a escala global”.

Pese a ello, los valores ecológicos de los suelos suelen ser omitidos en la toma de decisiones, lo que acarrea una serie de riesgos.

El suelo como un espacio vivo

“No hay nada que crezca en el suelo que no dependa de su diversidad”, subraya Guerra en alusión a la apremiante necesidad de resguardar la integridad de los suelos. Sin embargo, la información sobre los suelos se ha enfocado durante largo tiempo en sus propiedades físicas o químicas, más que en sus aspectos biológicos y ecológicos. Además, las políticas públicas y la gestión de áreas protegidas no suelen considerar a los suelos desde la perspectiva de su biodiversidad.

De hecho, cuando los investigadores compararon los puntos prioritarios para la conservación de suelos con las áreas protegidas actuales, observaron que alrededor de la mitad de los hotspots identificados no están bajo ninguna medida de conservación oficial. Esto se debe a que las figuras de protección oficial se han diseñado para proteger plantas, aves o mamíferos, pero, aunque sea una obviedad, todas esas especies requieren de un ecosistema sostenido por los suelos para sobrevivir. “Cuando buscamos acciones relacionadas con el suelo en los planes de las áreas protegidas no existen. No hay una única medida que sea efectivamente para la protección de la biodiversidad del suelo”, lamenta Guerra.

Por estos antecedentes, Alfaro expresa que “este tipo de estudios justamente intenta enriquecer nuestro conocimiento sobre las características biológicas (como la diversidad) y funcionales de los suelos, para proporcionar de esta manera insumos que permitan que los tomadores de decisiones generen políticas de conservación acordes a las necesidades del siglo XXI, tales como los que presentan los escenarios de cambio global”.

Y es que los suelos desempeñan un papel clave en la conservación de la naturaleza en general y en la mitigación de los efectos de la crisis climática, solo por nombrar algunas de sus múltiples contribuciones. Pero son, a su vez, vulnerables al mismo cambio climático y a la intensificación de su uso (como la deforestación, la contaminación, la erosión, entre otros).

Por ejemplo, la biodiversidad del suelo disminuye cuando se establecen monocultivos agrícolas a gran escala y se usan insumos externos como fertilizantes sintéticos y pesticidas que acaban con las bacterias, hongos, protistas y tantos otros moradores que robustecen la vitalidad de la tierra. Esto acarrea una serie de consecuencias, como la pérdida de productividad alimentaria. Por lo mismo, hay empresas que venden inoculantes microbianos, o sea, un conjunto de microorganismos para recuperar la diversidad (y con ello, la salud) de los suelos, en un intento por amortiguar los efectos de la agricultura industrial.

Pero eso no es todo. La pérdida de biodiversidad de los suelos puede derivar, incluso, en una mayor presencia de microorganismos patógenos (que pueden afectar, por ejemplo, a las plantas), como se ha reportado en zonas urbanas y también en paisajes agrícolas. Como explica Guerra: “Cuando quitas un bosque para utilizar ese suelo con fines agrícolas, matas lo que tienes y la proporción de patógenos aumenta. Y eso significa que después no tienes producción y se produce el desplazamiento de comunidades”.

En otras palabras, se perpetúa el círculo vicioso.

Por ello, Guerra apunta a la necesidad de “proteger el suelo como un espacio vivo”, partiendo por considerarlo no solo en la actividad agrícola, sino también en el manejo forestal y en las iniciativas de conservación, entre otras actividades humanas. El equipo de investigadores también llama a priorizar el resguardo de su naturaleza en las políticas internacionales y negociaciones de los objetivos de biodiversidad para 2030.

30 de noviembre 2022

El País

https://elpais.com/ciencia/2022-11-30/el-problema-con-los-suelos-un-mund...

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