Editorial
La actual campaña electoral en Venezuela se ha caracterizado por ser profundamente atípica en varios sentidos. En primer lugar, el tarjetón electoral parece más un carnaval de rostros, con demasiados candidatos que sobran y solo uno o dos con reales opciones de triunfo. Resulta preocupante que el aspirante que lidera las encuestas como favorito tenga una presencia tan reducida en comparación.
Más allá de la propia configuración del tarjetón, lo que realmente desnaturaliza este proceso electoral es que no se ha desarrollado como una competencia normal entre distintas propuestas de gobierno. Por el contrario, ha sido prácticamente una guerra encarnizada para impedir que el candidato con mejores posibilidades pueda imponerse.
A lo largo de todo el proceso, se han sembrado numerosos obstáculos y trabas con el claro objetivo de dificultar el ejercicio del voto y el triunfo de la opción de cambio. Sin embargo, paso a paso, los venezolanos han ido sorteando esos escollos, demostrando su determinación por hacer prevalecer la voluntad popular.
Es crucial que este ímpetu y compromiso con la democracia se mantenga hasta el final. Sólo así podrá asegurarse que, cuando se cierren las urnas, sea efectivamente el pueblo venezolano quien decida su futuro, sin injerencias ni manipulaciones.
Los ojos del mundo están puestos en Venezuela en estos momentos decisivos. La comunidad internacional debe acompañar y respaldar los esfuerzos de los ciudadanos por proteger la integridad del proceso electoral. Solo de esta manera podrá garantizarse que la opción respaldada mayoritariamente por la población sea la que finalmente triunfe.
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