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Carlos Raúl Hernández

Carta abierta a Felipe Mujica

Carlos Raúl Hernández

Absurdo desaprovechar el flash-vintage del género epistolar “abierto”. Su rentrée insomnia al Presidente Biden, por la proliferación de cartas, y la premura de responderlas. Va una a mi gran amigo Felipe Mujica y a la dirección del MAS, a la que pertenecí casi diez años, hasta que terminamos sin rencores ni ofensas de nuestra parte y de la que soy amigo cercano. El comienzo del final es en 1983; para el bicentenario de Bolívar, Ramón J. Velásquez convocó en Caracas el Congreso Internacional del Pensamiento Político, con casi mil representantes de todas partes del mundo. Jean Maninat y yo, delegados por Venezuela, expusimos respectivamente que Nicaragua sandinista degeneraba en un sistema totalitario tal como “Cuba: isla profética”, según la llamó el escritor chupamedias norteamericano Waldo Frank. De allí salió un librito nuestro, testigo que siempre acaricio con cariño y agradecimiento, Cuba, Nicaragua: expectativas y frustraciones.

Produjo una reacción feroz de la izquierda, vacuas amenazas de muerte, intelectuales y gacetilleros, perritos que buscaban huesos entre la basura, recogían firmas contra nosotros: y nos repudiaron miembros de la D.N del MAS. En reuniones de “avenimiento” con Márquez y Petkoff en las que nadie creía, sostuve que no podía ser dirigente de un partido que admiraba a Castro y Ortega, y que podría eventualmente apoyar uno parecido, y bye, bye.”. Nos gustaba el vendaval de insultos del fidelismo, porque no hay que temer cuando se actúa correctamente, dice Ayn Rand y aprendimos que los repudios imbéciles son credenciales para el futuro. Quince años después, en 1998, la convención masista que eligió al candidato presidencial, sacó a empellones a Márquez y Petkoff, y ni siquiera les permitió dirigirse al pleno. Irrupción indetenible de abajo hacia arriba de un partido educado, como dijimos entonces, en que Castro y Ortega eran helados de chocolate. El mundo cambió y el MAS también. El socialismo es hoy urbis et orbi no una empresa gloriosa, sino una maldición que causó terribles sufrimientos a gran parte de la humanidad. El MAS lo sabe.

No solo sucumbe el bloque soviético con el Muro de Berlín, sino que las versiones más o menos blandas de socialismo llevaron lo suyo en los 80. El esquema rooseveltiano arrastró a EE. UU a la decadencia y al casi naufragio, hasta que Reagan y Clinton asumen la globalización, la competitividad y la inversión; la Europa criptocolectivista estaba en crisis, hasta Thatcher, Felipe González, Mitterrand reloaded, y los demás asumieron la apertura (hoy los dinosaurios de Melenchon rugen en la cueva). América latina zozobró en la aterradora deuda externa bajo el influjo de “anticapitalismo” rosado de Cepal y casi se ahoga, de no ser por el FMI. “El neoliberalismo”, fue el invento semiótico-propagandístico brillante de la izquierda para pasar a la ofensiva sin rendir cuentas de su fracaso universal. Diferencia diametral, en Alemania post segunda guerra, la democracia cristiana diseñó la “economía social de mercado” que convirtió al país en el motor de Europa.

Con el nuevo milenio todo parecía progreso, democratización, ¡y en eso llega el socialismo del siglo XXI y Venezuela entra al cuarto mundo! Aunque el único colectivismo bueno es el colectivismo muerto, como demostró China, sus viudas tienen el chiste de blandir que sí hay socialismo exitoso: Suecia. Pablo Iglesias p.ej., saca de la chistera un divertido sofisma: el socialismo se extinguió porque sus dictaduras mataron los países de miseria, pero Suecia sería socialista por su bienestar social. Además, Forbes, revista de la ortodoxia “capitalista”, ubica a Suecia de primera en el ranking de países con mayores grados de libertad económica sin interferencias burocráticas, diez y catorce puestos más arriba que Francia y España, por cierto. Según el Indice de Libertad Económica, creado por Milton Friedman y que hoy publica el Instituto Fraser, los países nórdicos, Suecia, Dinamarca, Noruega, Finlandia tienen casi absoluta libertad de obstáculos para las empresas.

Venezuela comienza de nuevo a romper con el pensamiento anacrónico y nace un capital popular masivo con el emprendimiento. Millones de venezolanos salieron a ganarse la vida porque los cuatro dólares que paga la administración pública y la bolsa del Clap no sirven. Y arranca la prédica que atribuye este incipiente proceso de acumulación de riqueza a los fantoches de derecha (“la burbuja”) y de izquierda (el “neoliberalismo”). En los ochenta las hiperdevaluaciones y devaluaciones, hiperinflaciones e inflaciones, desempleo, recesión, estancamiento, miseria, colapso político, producto del colectivismo, para el biribirloque de importantes centros de poder anacrónico, se transubstancian en resultado de lo que hizo el FMI, que los detuvo. En EEUU la prensa progre culpaba a Reagan y los chicago boy´s (hablaban de “neoconservadores”) que dejaban morir “criminalmente” obsoletas industrias metalmecánicas, y los círculos de derecha lloran por el “cinturón del óxido”, estados “arruinados”. Pero Clinton creó 20 millones de empleos y EEUU pasó a ser otra vez primera potencia, sin hablar de China, Vietnam, Chile, Hong Kong, Malasia, Singapur, Surcorea. Roguemos para que al gobierno venezolano no le falle el pulso, ni a la oposición el tino. Abrazos, Felipe.

@CarlosRaulHer

El final del pensamiento anacrónico

Carlos Raúl Hernández

1) El final de la utopía. Las “sanciones” golpean especialmente a las mayorías y contribuyen enormemente con los desarreglos económicos, políticos y sociales de Venezuela, pero la causa eficiente de ellos es el socialismo. Ocurrió lo mismo que en las decenas de experiencias colectivistas que pretendieron reorganizar la economía con base en declarar la guerra de exterminio a los productores, matando así la producción, el empleo y el bienestar de todos. El socialismo es un invento desquiciado y sin destino en la historia moderna y por fortuna la lectura del caos económico que hace el gobierno lo llevó a asumir la salida hacia el mercado al estilo de China o Vietnam y no al infierno cubano o norcoreano.
2) El pensamiento anacrónico y las dos transiciones. Gobierno y oposición realizan transiciones simultaneas hacia el “centro”, momento culminante en cualquier proceso histórico. La oposición abandona el “putchismo” y el gobierno se sale de la ultraizquierda. Podría imperar milagrosamente la cordura, pero para eso debemos romper con el pensamiento anacrónico que desde su punto de mira percibe la apertura a los capitales nacionales e internacionales como un pecado “neoliberal), y desde otro considera traición de Biden el eventual acercamiento a Venezuela y la posibilidad de comprarle petróleo, porque “eso va a estabilizar a Maduro”.
3) ¡La economía, estúpido! Los partidos, según las encuestas, están desconectados del país real, enfrascados en sus asuntos frente a una sociedad a la que estos no le interesan, preocupada en montarse en el tren del crecimiento que ya arrancó. Lo que hacen los partidos es distante para la gente normal y el discurso público debe apoyarse fundamentalmente en lo que afecta a la ciudadanía, los peligros que amenazan el cambio en marcha y las acciones necesarias para que llegue a las mayorías. Vendrá el momento de la elección de candidatos, muy importante para la oposición, pero lo que le interesa al país hoy es la sobrevivencia. Por el momento esto debe procesarse con relativa discreción entre los actores. En vez de política partidista debería desarrollarse un pensamiento crítico, “tecnopolítico”, frente al gobierno: decirle lo que están haciendo mal, o las medidas que es necesario tomar en relación con diversas fragilidades.
4) ¡La política, estúpido! La permanencia de un gobierno no tiene que ver con la economía. Las fuerzas subversivas aplastaron a los demócratas chilenos con la economía y nivel de vida en esplendor, y la nación alcanzaba, según OCDE, el nivel de país desarrollado. Chávez rodó el 11 de abril en medio de el zenit del consumo, poder, ingresos petroleros, prosperidad rentista, y Maduro, por el contrario, ganó después de siete años de recesión pavorosa. La política es, para decirlo con cursilería posmoderna, un “relato” que los líderes introyectan a la ciudadanía. A Carlos Andrés Pérez lo derrocaron cuando Venezuela atravesaba por el período de reformas modernizadoras y democratizadoras más importante desde 1958 (reforma económica, del estado, descentralización, organización de las finanzas públicas, elevación del nivel de vida, crecimiento más alto del mundo). Hacer política es construir fuerzas.
5. La lucha por la democratización de las instituciones debe estar siempre en la primera página de la agenda
6. Cómo resolver los problemas. Esto no debería llevar a la oposición a actuar como superintendencia de precios, llorar por lo caro de la papa o del céleri, ni siquiera a la “denuncia” de problemas que todos vivimos, sino plantear como resolverlos. Por ejemplo, los economistas anuncian la amenaza para el crecimiento económico de un accidente cambiario por sobrevaluación del bolívar, una moneda que el gobierno mantiene con vida artificial, entubada en medio de un caos monetario. No sabemos a ciencia cierta cuan completo y acabado es el programa del gobierno. Lo que si se nota son relámpagos de desorden y se hace dificilísimo pagar en una panadería o un abasto, lo que se revierte contra los beneficiarios del cambio, los consumidores. El bolívar prácticamente desaparece, pero el gobierno lo mantiene en terapia intensiva, no necesariamente para bien. Menos politiquería y más pensamiento crítico.
7) La crisis eléctrica es un daño económico y sicológico a la población y un tope del crecimiento. La nueva oleada de apagones es producto de eso. La oposición debe emplazar al gobierno a enfrentar el déficit eléctrico, que debe crear condiciones para pactar con EE. UU y Europa para acceder a los créditos del FMI y el Banco Mundial. Más cerca, debe producirse un entendimiento entre el gobierno y la AN para acceder al crédito pendiente que aprobó la CAF para atender a la emergencia energética.
8) El cinturón de castidad de Pdvsa cuesta tocarlo, o hay que hacerlo por medio de ciertos subterfugios. A lo mejor tenemos que conservar el cinturón, pero se puede contratar su administración con multinacionales petroleras que quedarían encargadas a cambio de reconstruir el sistema eléctrico. Debería romperse formalmente su monopolio y mantener Pdvsa como una operadora entre otras.

@CarlosRaulHer

¿Y ahora qué vamos a hacer?

Carlos Raúl Hernández

Hace tantos años que no quisiera recordar cuantos, mi amigo Jean y yo salíamos en la madrugada de una fiesta en nuestras gigantescas motos y tomamos la autopista rumbo a Chacao, jinetes cuidadosos sobre bestias de tanto peligro en tales condiciones. En el trayecto nos pasaron atolondrados y retadores dos muchachos en una moto pequeña (“ochenticas” las llamaban por su cilindrada) que seguramente era su medio de trabajo. A unos 200 metros de donde nos dejaron atrás y casi nos tumban, se estrellaron contra una camioneta. Nos acercamos y uno estaba inconsciente en el pavimento mientras el otro, recostado del carro que chocó, repetía pausadamente una extemporánea autocrítica: “y ahora_que vamo’_hacé’_pana ´”. Al cabo de locuras, irresponsabilidades, irrespetar las normas de tráfico, arrogancia-estupidez, exceso de velocidad, la misma pregunta se hacen hoy en los hospitales políticos: “y ahora que vamos a hacer”.

Las encuestas evidencian que el interés esencial de la sociedad, razonablemente, es participar de la “activación” económica. El gobierno parece dar baja al socialismo e iniciar una experiencia con la inversión privada, cerrando la etapa de locura galáctica, y varios parecen no haberse dado cuenta. El anacronismo socialista vuelve a morir ahora en la experiencia local, el gobierno se entiende con los empresarios, devuelve bienes confiscados, estimula la economía de servicios, pero antes que celebrarlo, hay quienes lo rechazan. El país más moderno de Latinoamérica en 1992, una economía creciendo a la par de China, que superaba el desempleo y con las mayores reservas petroleras del planeta, hoy debería ser Suecia o Dinamarca. Pero los efectos destructores del socialismo de Giordani y Ramírez, lo llevaron al cuarto mundo en quince años. Los partidos y otras fuerzas sociales deberían estimular ese cambio programático, aunque todavía difuso.

Dicen que la economía emergente es una “burbuja”, que “en vez de devolver las empresas, nunca debieron expropiarse”, se amargan porque EEUU comprará petróleo y pudieran levantarse las “sanciones”. Más que “antinacionales” esas reacciones son simplemente tontas y vienen de quienes no saben lo que hacen ni lo que dicen, igual que hablar nuevamente de “neoliberalismo” por decisiones económicas que equivalen en la vida al baño cotidiano, cepillarse los dientes, cambiarse la ropa, no hablar con la boca llena. El “neoliberalismo” es simplemente arroparse hasta donde alcance la cobija, estimular la inversión privada para producir más bienes, más empleo y más cobija; no regalar la gasolina a las mafias, ni la electricidad, ni el agua, ni despilfarrar los recursos fiscales en seudoempresas corruptas, para invertirlos en educación y salud.

“¡Neoliberales!” fue el descalificativo de los radicales sesoseco del universo para no explicar, y pasar a la ofensiva, el derrumbe del socialismo en sus diversas versiones, la URSS, Latinoamérica por la deuda externa y cuando EEUU de Carter pasó a ser una potencia decadente junto con Europa. Que el gobierno dejara la pesadilla estatista, anti empresarial, colectivista, va en la dirección correcta, pero no aprenden ni de la experiencia mundial ni de la propia. No se debería jugar a lo que Marcuse llamó “el gran rechazo”, pero tampoco derretirse ante el gobierno. El papel de una oposición es reclamar que estas políticas avancen, se corrijan las insuficiencias (que el techo del crecimiento económico es la electricidad, pej.), que acuerden con EEUU y Europa. En Suecia las decisiones económicas se toman en la comisión tripartita entre empresarios, trabajadores y gobierno. Ese sería un escenario de diálogo.
Establecer acuerdos con el FMI y el Banco Mundial para financiar programas compensatorios a la población que mejoren la vida. Renovación institucional, descentralización y transferencia de competencias para levantar la provincia. Desgraciadamente la gafocracia cuyos ilustres precursores aparecen en los 90 contra Carlos Andrés Pérez, siguen “asesorando” disparates jurásicos mueren por el pasado y el atraso. Es irresponsable hoy pronunciarse contra los cambios, tanto como callar sus insuficiencias. Engels en el Anti-During acusaba a los ultras de “botar el niño con el agua sucia”. El gobierno arrebata el centro político a la oposición y está a punto de quitarle también la bandera de la modernización, y no lo ha logrado ya porque también actúa de manera vergonzante y, aterido por su pasado, no se atreve a convocar a una nueva etapa.

La oposición con cabeza no puede ir contra los intereses de la nación, en sentido de la revolución francesa, de la ciudadanía. La gafocracia identifica, igual que sus maestros: hacer oposición para destruir al adversario, aunque con eso boten el agua sucia y al niño. Por eso fracasaron. Quién o quiénes serán él o los candidatos de los grupos opositores, si se escogerán en una partida de dados, de “truco”, primarias o terciarias, hoy tiene sin cuidado a la mayoría. Como es un serio problema para ellos, deberían dirimirlo en privado, discretamente, sin creer que eso interesa a quienes necesitan electricidad, agua, alimentos. Los venezolanos normales deben ganarse la vida y el cambio económico es su verdadero problema. Pero el gobierno debe ayudar.

@CarlosRaulHer

Los premios Oscar y la enajenación

Carlos Raúl Hernández

El profundo cambio social, político y cultural del siglo XX, es obra en estimable medida de Hollywood: la propagación de la libertad y la democracia, la modernización vertiginosa de las pautas productivas, culturales, de consumo y vida, la revolución científica e ideática. Una sacudida mayor a todo lo hecho por el hombre en 40 mil años anteriores. Tal vez sea por eso, sin tenerlo muy claro, que los premios Oscar ocupan la atención en todas las latitudes. El cine, además de difusor masivo de cultura, es un entretenimiento popular, barato; los cines se llamaban nikelodios porque la entrada valía un níquel, salas que abarrotaban los pobres en EEUU y tantos países, particularmente en aquél los trabajadores emigrantes. Se desarrolló una de las tres grandes industrias del mundo contemporáneo. En las lejanas décadas de los treinta, cuarenta, cincuenta, incontables millones de tercermundistas conocieron automóviles, antibióticos, detergentes y champú, gracias al cine, la radio y la televisión. Supieron de la vida moderna.

Más recientemente los estudios de California hicieron que De Niro y Zellweger aumentaran treinta kilos, para sorpresa del mundo. También tornaron a Dustin Hoffman en Tootsi (Pollack: 1982), a Robin Williams en la señora Doubtfire (Columbus:1993) y a Nicole Kidman en Virginia Woolf (Las horas: Daldry, 2003) La perfecta Charlize Theron se metamofosea en la horrenda asesina Aileen Wuornos (Monstruo: Patty Jenkins, 2003); a Cate Blanchett en Bob Dylan (No estoy allí: Haynes, 2007), a Travolta en la obesa Edna Turnblad (Hairspray: Shankman, 2007), Ralph Finnes en Voldemort (Harry Potter:2011) son detalles maravillosos. Hollywood se forjó en una épica de acero, una nueva conquista del Oeste. El gran inventor Thomas Alba Edison doblega a los competidores y crea con ellos en la Costa Este un todopoderoso oligopolio de los recursos para hacer cine: cámaras, revelados y celuloide, patente que compró al fundador de Kodak. Los intentos de producir películas fuera de su control en la época del cine mudo, terminaban a tiros.
Al comienzo, el dominio de la industria lo tenían estudios europeos, concretamente franceses, Pathé, Gaumont y otros. Después de la Primera Guerra, la hegemonía pasó a Estados Unidos, aunque florecieron el expresionismo alemán, el surrealismo y Sergei Eisenstein. Siempre huyendo de la persecución de Edison, Samuel Goldwyn y Cecil B. DeMille hacían una película en Nueva Jersey, y ante la arremetida de los esbirros, huyen de su larga mano a Arizona. Luego siguieron a Los Ángeles, cerca de México por si había que correr. Los acompañaron grupos inmigrantes, la mayoría de origen judío, que intuían la nueva fiebre del oro californiana, ahora fiebre de celuloide. Darryl F. Zanuck, Samuel Bronston, Goldwyn, DeMille, los hermanos Warner, crearon Universal, Paramount, 20th Century Fox, Metro-Goldwyn-Mayer. Luego en rebelión de los actores contra el star sistem, Chaplin, Pola Negri y otros fundaran United Artist, su propia productora para defenderse de las grandes empresas.
El gran cine de masas producido (o distribuido) por Hollywood, fue centro de los terremotos en la cultura; dio origen a la revolución sexual que liberó a las mujeres. La primera mujer que aparece desnuda en pantalla fue Hedy Lamarr en 1934 (Éxtasis de Gustav Machaty) pero la que alcanzó auditorios masivos fue Bardot en Dios creó a la mujer (Vadim: 1956) El primer orgasmo femenino aparece con Jane Fonda en Barbarella (Vadim: 1968) La primera relación sexual auténtica en cámara, Donald Sutherland y Julie Christie (Amenaza en la sombra. Roeg: 1973) Una angustiosa relación en la cama entre el parapléjico John Voight y Fonda (Regreso sin gloria (Ashby: 1978). Las inquietantes escenas eróticas con close up en los rostros maravillosos de Juliette Binoche y Lena Olin (La insoportable levedad del ser: Kaufman: 1988) y de Naomi Watts y Laura Elena Harring en Mulholland Drive (Lynch: 2001) El rudo enamoramiento entre dos vaqueros (Secreto de la montaña: Lee, 2006).

El primer beso entre un negro y una blanca, Wesley Snipes y Natassja Kinsky (Después de una noche. Figgis: 1997) son auténticos volcanes en la cultura universal ya que si en otras partes plantearon esos temas (Bergman, Antonioni, De Sica, Machaty) no tenían la potencia para llegar a las grandes masas. El pensamiento anacrónico ha tenido y tiene el cine masivo como enemigo predilecto, junto a la televisión y ahora las redes sociales, precisamente porque conoce su enorme fuerza revolucionaria. La yunta cine-TV es una de las potencias subversivas más poderosas del siglo XX. Devela la corrupción policial (Asuntos internos: Figgis, 1990) y el racismo en EEUU (Mississippi en llamas: Hambling, 1988), (Fantasmas del Mississippi: Reiner, 1996); la guerra de Vietnam (Apocalipsis Now: Coppola, 1979), (El cazador de venados: Cimino:1978), (Pelotón: Stone,1986); la negación y la lucha de los homosexuales (Milk: Gus Van Sant, 2009) A veces sus visiones son ingenuas y suele concebir en la revolución tecnológica un “peligro” para el hombre, desde Tiempos modernos de Chaplin y Soylent Green (Fleischer: 1973) hasta la gran Matrix (Wachonsky: 1999-2003), pasando por 2001 Odisea del Espacio (Kubrick: 1968) y Terminator (Cameron:1984-2009). Hollywood produjo el terremoto cultural.

@carlosraulher

El Padrino y el Sr. Charlatán

Carlos Raúl Hernández

En los setenta Hollywood regresa al mundo real con una generación de creadores nuevos, después de décadas de películas vaqueras, “de guerra”, o apoteósicas con demasiadas escenas y actuaciones de cartón (Ben Hur, Los diez mandamientos, Quo vadis), y uno que otro fracaso, como nada menos que Cleopatra, con Liz Taylor. A la emergencia se le llamó Nuevo cine americano, cine de autor, otro pack rat que dejará obras magnas. Francis Ford Coppola (El Padrino), George Lucas (La guerra de las galaxias), Steven Spielberg (Tiburón), Woody Allen (El dormilón), Brian de Palma (Carrie), Mike Nichols (El graduado), Dennis Hooper (Easy rider), Román Polansky (La semilla del diablo), John Schlesinger (Vaquero de media noche), Michael Cimino (El francotirador), William Friedkin (El exorcista), Martin Scorsese (Taxi driver). Pero la reina de las maravillas, la máxima creación en la historia del cine, es El Padrino, afirmó rotundamente nada menos que Stanley Kubrick. El grupo es en cierto sentido, un giro gringo hacia la nouvelle vague en la Europa de Truffaut, Chabrol, Godard

Paramount tuvo inmenso acierto y audacia en adivinar la genialidad de Francis Ford Coppola, muy lejos entonces de ser ostensible. Aunque ni siquiera figura en los créditos, había codirigido con Roger Corman, autor de montones de películas baratas, disparates en los que peleaban vampiros y extraterrestres. Su primera cinta con firma, Demencia 13, es una copia de Sicosis de Hitchcock, novatada que, junto a las dos siguientes, lo llevaron a la estrechez económica. Algo le vieron pese al dudoso curriculum y le proponen dirigir una película basada en el libro de otro económicamente arruinado, El Padrino de Mario Puzo, que más tarde se mantendrá setenta semanas entre los más leídos en la lista de NYT, y que en el siglo XX equivale a El Príncipe de Maquiavelo. Entre miles de cosas, el libro y la película relatan cómo un joven héroe de guerra, Michael Corleone (Al Pacino) comprende el significado del poder y lo que hay que tener para su ejercicio, como lo explican desde Maquiavelo y el jesuita Francisco de Vitoria.

El Padrino es su primera película en serio, con recursos, y no ha sido superada ni por él mismo ni por nadie en ninguna época. El sanedrín de las “cinco familias” que controlan Nueva York reclama que Vito Corleone (Marlon Brando) maneja cuotas del poder judicial, senadores y diputados “pero no las ·presta” para que introducir el tráfico de drogas. Don Vito se opone a “ese negocio” y atentan contra su vida”. Santino (James Caan) el primogénito, carece de condiciones para heredar a su padre, quien lo sabe perfectamente. Demuestra a menudo su incapacidad, incluso al no tomar previsiones para proteger a su padre hospitalizado. Es emocional, lujurioso, incontinente, arrogante y muere asesinado en una trampa cazabobos, que recuerda por su violencia brutal el cine de San Peckinpah (La Pandilla Salvaje) Un capo policial corrupto enredado al complot, le fractura la mandíbula a Michael. Ahí tiene la epifanía: para que sobreviva “la familia” el debe ser il capo y matar espectacularmente a los que atentaron contra su padre, lo que ocurre en una de las escenas más poderosas en la historia de la cinematografía.

Deja de ser un joven que planea adecentar la familia y se hace temible en el uso del poder, para que este no lo destruya. Los capos de las otras familias lo invitan a una reunión de “conciliación”. Descubre que es para asesinarlo, se les adelanta y los hace liquidar uno por uno, al tiempo que bautiza al hijo de su hermana Connie. El poder se ejerce en la oscuridad, porque su sustancia está más allá del bien y del mal, pugnan en ella dos fuerzas contradictorias, como en la naturaleza humana, y solo lo atajan de alguna manera las instituciones democráticas (pobre del país donde ellas no existen). A todos nos gustan la democracia y los chorizos, pero mejor no averiguar de qué están hechos. Coppola y Puzo navegan en las turbias aguas, bajo el imperio del sentido de la realidad. Maquiavelo y la dupla Coppola-Puzo. ponen al descubierto a los charlatanes que hacen gárgaras con los principios para ganar simpatías y fingen “principio” bobos, o más terrible, no entienden, la dinámica del poder.

Fidel Castro vio que debía cuidar el principio de soberanía porque la geopolítica puede desconocerlo, como le ocurrió en 1962 en la crisis de los cohetes. Para curarse en salud, ofreció públicamente a los norteamericanos devolverles cualquier prisionero que escapara de Guantánamo. Gadafi y Saddam Hussein murieron de geopolítica. Volodímir Zelenski medio comprende tarde e incompleto: el principio de soberanía es suicida si no conjuga con pragmatismo. Desastrosos y cómicos son los diletantes que mojan el panty en Alemania o Francia con los muertos ucranianos, héroes en el teclado lejos, a kms. del plomo. Que sigan muriendo ucranianos, porque mueren gloriosamente por la libertad y para que los charlatanes puedan matar su angustioso ocio y escribir imbecilidades. Una vez Pompeyo Márquez respondió a unos periodistas e intelectuales que lo increpaban en el Hotel Lutecia de París por abandonar la lucha armada. “Es que es una desigual división del trabajo: Uds. ponen novelas y películas y nosotros ponemos los muertos”. El charlatán pone boberías y los ucranianos ponen cadáveres.

@CarlosRaúlHer

Desgracias inevitables

Carlos Raúl Hernández

La historia chilena está llena de dolorosos naufragios para convertir el país en un régimen colectivista, y en el penúltimo la Democracia Cristiana apostó a un golpe de Estado creyéndolo efímero. De ahí nació el gran drama del que “todos somos culpables”, como espetaría el Príncipe ante la muerte de los amantes de Verona. Pero gracias al triunfo del sentido político, vino la concertación entre esos culpables, socialcristianos y socialistas. Luego de 17 años de horror retornan la democracia, la paz, el progreso, y convierten a Chile en la estrella más brillante de Latinoamérica, que ingresa en el club de los países desarrollados. Alguien dice que “estudiar la historia no sirve para nada, porque la humanidad está condenada a cometer siempre los mismos errores”. Eso lo suscribe el ataque de anacronismo que le sobrevino al Presidente Gabriel Boric, al marcar su arranque con dramática y malhadada frase de Salvador Allende y una ridícula pirueta de desprecio al presidente constitucional saliente.

“Por lo mientras”, diría un mexicano, los chilenos dejaron cesante el Estado de Derecho, delegado a una enloquecida “constituyente”, la nueva vía revolucionaria, tal como anuncia Petro para Colombia. Bien por Boric, parece que olvidó la insólita tirria a los fondos de pensiones, pero en vez de pensar en el salto tecnológico, científico, educativo y económico que requiere su país, pone un ingenuo y aberrante énfasis en fracturar la sociedad en base a políticas “identitarias”, el fascismo del siglo XXI, que hoy no tienen como bandera la “igualdad”, como aprendimos con la revolución francesa, sino la “diferencia”. En septiembre de 1970, Allende obtiene la presidencia por votación en el Congreso, luego que en los comicios populares ningún candidato obtuviera mayoría calificada. En Chile la izquierda desde los años 30 creó varias efímeras repúblicas socialistas con personajes apasionantes, dignos de Hollywood. Luis Emilio Recabarren funda el Partido Obrero Socialista en 1912, cinco años antes de la Revolución Bolchevique.

En 1932 el Comodoro Marmaduke Grove crea su “república socialista” por un pronunciamiento de facto que apenas dura 12 días. En 1938, en la política de los frentes populares stalinistas, la izquierda gana las elecciones con uno de los personajes más extraños del continente, Pedro Aguirre Cerda, cuyo filonazismo y filosovietismo al mismo tiempo preocupan a Gabriela Mistral, su íntima amiga. La izquierda vuelve a triunfar en los comicios de 1946 con Gabriel González Videla, quien una vez electo, abandona el barco revolucionario, y por ello Neruda le dedica uno de los poemas más demoledores y menos poéticos de la lengua en Canto General. (“Triste clown, miserable mezcla de mono y rata, cuyo rabo peinan en Wall Street con pomada de oro/ no pasarán los días sin que caigas del árbol y seas montón de inmundicia evidente/que el transeúnte evita pisar en las esquinas”.) Allende obtiene la primera minoría en los comicios y la Democracia Cristiana votó a su favor en el Parlamento.

No hacerlo, dicen expertos como Joan Garcés, hubiera podido precipitar la guerra civil. Tenía fuerte apoyo en las propias bases socialcristianas, permeadas por los planteamientos socialistas, y en las fuerzas armadas. Después de tres años de un gobierno entrópico con acelerado deterioro institucional y económico, y la demencia subversiva de la Unidad Popular, crean ambiente para el golpe. Las políticas estatistas conducen inmancablemente a la ruina. Allende actuaba con “el escudo de la constitución”, pero la Unidad Popular estimulaba el vandalismo. La triste historia de las “transiciones”: tomas de fincas, caos urbano, ocupación de fábricas de botones, inflación, desempleo, devaluación, fuga de divisas, insultos y ruina para los productores, atracos revolucionarios a los bancos. El Partido Socialista fragmentado en tendencias desde la derecha hasta ultra izquierda, que andaban cada una de su cuenta. Así la disidencia socialcristiana del MAPU y los extremistas (siempre ellos) que no eran de la Unidad Popular, -MIR, Izquierda Cristiana y VOP-, adherían “la causa” desde fuera para radicalizarla.

El triunfo de Allende y el golpe de Estado fueron desgracias, desgracias inevitables. El pinochetazo fue incansablemente buscado por todos los factores, porque la cordura había huido. Los radicales, siempre estúpidos, querían la “confrontación final” para que el pueblo derrotara al ejército. A una sugerencia ingenua de Regis Debray sobre “movilizar a las masas”, Allende responde “¿cuantas masas hay que movilizar para detener un tanque?”. En los cinturones industriales donde la clase obrera “detendría el golpe”, “armaban” los trabajadores con revólveres y escopetas para dar la batalla decisiva contra el ejército. Pinochet dio el zarpazo cuando el caos disolvió la fuerza de Allende en el aparato militar y pudo asumir el control pleno. “Pobre Augusto: ya deben haberlo matado”, dijo Allende en medio del putch condolido de su Ministro de Defensa, que lo encabezaba. El otro gran responsable ante la historia fue el secretario general de los socialistas, Carlos Altamirano, quien el 9 de septiembre le retira el apoyo del partido al presidente. Esa fue la señal para el golpe.

@carlosraulher

¡Cuidado con el fascismo!

Carlos Raúl Hernández

Cancelan conciertos de Ana Netrebko, suspenden en Varsovia Boris Godunov de Mussorgsky, despiden a Valery Gergiev director de la sinfónica de Munich, Placido Domingo no puede cantar en Moscú, suspendido curso sobre Dostoievsky en Italia.

Los equívocos sobre el concepto de fascismo son frecuentes. En España, por ejemplo, la izquierda califica de fascista a Vox, un movimiento de extrema derecha, xenófobo, confesional, pero no fascista. Suelo decir que el fascismo es un comunismo de derecha y el comunismo un fascismo de izquierda porque, condición sine qua non, utilizan cancelación y violencia contra quienes no comparten sus opiniones y dan materialidad física a la baja pasión. Escraches, ultrajes personales, boicot a presentaciones de libros y conferencias, manifestaciones de repudio contra obras de arte, son propios de los movimientos identitarios de izquierda y derecha. Declaran “enemigos del pueblo” a personas concretas que rechazan sus concepciones parroquiales, equivocadas, mera ignorancia, mentiras y monstruosidades. Es la prepolítica, estado de barbarie sicológica, y pueden ser palizas físicas, verbales o morales. El fascismo no es de izquierda ni de derecha sino todo lo contrario.

Es una reacción química primaria, animal. Ante un estímulo adverso, el cerebro manda a segregar adrenalina, contrae la musculatura, el semblante se hace lívido porque la sangre abandona rostro y tórax, y va a las extremidades para combatir o huir. Miles de años de desarrollo cultural y más de doscientos de democracia controlaron un poco a Hulk, las pulsiones, hostilidad hacia ideas ajenas, y superamos la bioquímica mejor que lo haría un jabalí. Bufar con espumarajos en la boca es una pulsión de lo que denominamos fascismo y puede desembocar en acciones políticas. Sustituye los razonamientos por chorros de emoción, moralina o sentimentalismo, recurso gemelo al vacío de instrumentos racionales y emotivos requeridos para hacer sinapsis política. Y por el reverso, es tan esforzado controlar el estrés y la respuesta agresiva, como lo contrario, los impulsos eróticos que dilatan las pupilas, relajan los músculos y concentran la sangre en otras partes del cuerpo, ante personas o situaciones placenteras, pero también estamos obligados a hacerlo.

Cuentan que Burt Lancaster tuvo que repetir por varios días una escena en traje de baño en la que besaba a Deborah Kerr en la playa (De aquí a la eternidad: Zinnemann, 1953) por ser incapaz de disimular las ostensibles manifestaciones de entusiasmo hormonal que ella le producía, pero jamás saltaría sobre ella. Un Cro-Magnon le hubiera dado a Deborah un estacazo en la cabeza para arrastrarla a la cueva. En la modernidad aparece la teoría de la tolerancia, el control de la pasión en la política con Locke y Voltaire, contra la violencia identitaria desatada por dos religiones rivales. La Iglesia Anglicana embiste en 1670 contra las disidencias, con asesinatos, torturas, quemas de libros. A monjas acusadas de herejes daban anchoas en el calabozo y luego les negaban agua. La reacción de Locke fue desafiante y heroica: en Carta sobre la Tolerancia fundamenta filosóficamente el libre albedrío, la libertad de conciencia, y la necesidad de que la autoridad acepte la existencia de diversas concepciones religiosas.


De otro lado del Canal de la Mancha, en Francia católica, décadas después Voltaire reacciona con el mismo coraje: la frase “no comparto tu opinión, pero estoy dispuesto a morir por tu derecho a expresarla” aun siendo apócrifa, contiene la substancia de su obra y de su vida. Indignado por el espurio proceso contra Jean Calas, un honorable comerciante calumniado y ahorcado por los católicos por protestante, escribe su valiente Ensayo sobre la Tolerancia. La esencia de ambas obras es la misma. El poder está obligado a “consentir”, “tolerar”, “condescender”, las opiniones disidentes. La sociedad contemporánea asumiló la tolerancia, el “buen talante” y lo convirtió en obligación de las instituciones democráticas que tanto desprecian los radicales. Se transforma en huesos y sangre del Estado de Derecho y cuando una sociedad ya está regida por la separación de poderes que frena la tiranía, la tolerancia pasa a ser una virtud privada más que política.

En Dinamarca o Canadá a los ciudadanos les importa muy poco si el presidente tiene mal carácter, si al gobierno le gustan o no sus opiniones, sus costumbres sexuales, sus credos religiosos o el negocio a que se dedican para ganarse la vida. Si el gobierno se pone “intolerante”, peor para él. Nadie más vigilado que el mandatario de una nación libre y tiene que cuidarse más bien de la factura electoral o, en casos extremos, del impeachment. Los dictadores son especies anómalas que se reconocen por su mal halitosis. Donde hay uno, las cosas son al revés y allí los cuasi-ciudadanos, meros habitantes, accidentes demográficos sin derechos, deben vivir aterrados porque al que gobierna no se le ocurra ocupar propiedades, insultar, mandarlos a la cárcel contra la Ley, o lanzar tropas de asalto dirigidas por perdedores desquiciados. Los cuasi-ciudadanos trémulos, agradecen que sea “tolerante”, permita “un poco” de libertad y que no asesine gente, que no haya “excesiva” represión, que no se torture “mucho”, como si se estuviera ante Robespierre.

@carlosraulher

Conejo y su novia serpiente

Carlos Raúl Hernández

Entre extremos oscilan las expectativas sobre cambios económicos promovidos por el gobierno, que luce inseguro en sus pasos. Decíamos semanas atrás que en los ochentas después de un par de décadas de programas de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y de gobiernos populistoides, la región entra en un espantoso remolino, la Crisis de la Deuda. Había derrochado recursos en una industrialización parasitaria y no podía pagar las importaciones, sus monedas desaparecen en inflación y devaluación, y los sectores populares se depauperan. Los bomberos llegan con los Programas de Estabilización Macroeconómica del FMI, des-aprendizaje del basurero marxistoide; y la nueva cultura: que el flujo de los precios los equilibra y la libre convertibilidad evita la fuga de divisas; el Estado debe estimular los capitales nacionales y extranjeros, controlar los gastos fiscales y moderar las ganas de “hacer el bien” a costa de quebrar la economía. Invertir los recursos públicos con transparencia en puertos, aeropuertos, carreteras, hospitales, electricidad, escuelas y demás servicios, pero no gerenciarlos porque los destruyen la corrupción y el despilfarro. Eso era un programa “neoliberal” del FMI.

Aprendieron a nadar mientras se hundía la canoa y costó ahogos. Pero en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, gobiernos revolucionarios del siglo XXI lo dejaron claro: bien lejos con nacionalizar o estatizar empresas (la señora Castro de Honduras anuncia electricidad gratis. Ya se verá qué pasa) En el aprendizaje varios patinaron con engendros llamados programas heterodoxos de estabilización, eufemismo para designar chapapotes, mezclas oliscas de buena intención con ignorancia (Vaclav Havel escribió que “no se podía saltar un abismo en dos trancos”). Raúl Alfonsín asume la Presidencia de Argentina en 1983 para enfrentar la crisis que dejó la dictadura militar. Presenta el llamado Plan Austral de 1985, cuyos autores creían como Hans que el problema era el sofá y quitar ceros a la moneda detendría la inflación, mientras denunciaban el “neoliberalismo” y la “inhumanidad del FMI”. Hubo profusión de planes piratas heterodoxos pareja de culebra y conejo, que no erradican la enfermedad porque el tratamiento era fastidioso. Controlaban los precios de servicios públicos que quebraban y de alimentos que desaparecían.

El amor a la patria no aceptó privatizaciones, pero sí miseria, recesión, devaluación, hiperinflación, desempleo. El austral se hunde y se editaron a la carrera billetes de 10.000, 50.000, 500.000 y 1.000.000. No pueden con la deuda externa y emprenden una nueva ociosidad, el Plan Primavera, que trajo saqueos, incendios, fuga de divisas, devaluación, record histórico de pobreza y renuncia del Presidente. Asume Carlos Menem y con un plan serio, el de Convertibilidad, bajó la hiperinflación a un dígito y puso a crecer la economía, pero su sucesor, de la Rúa, en lucha renovada contra el dragón neoliberal, descarrilará los pobres de nuevo al abismo con el fin de ayudarlos (como Caldera aquí y su propio plan pirata, la Agenda Venezuela) Luego la familia Kirchner culminará el desastre. En Brasil de 1986, el Presidente Sarney intenta su propio gatuperio, el Plan Cruzado. Al cruceiro le quitan tres ceros y se convierte en cruzado, control de precios y de cambio, con el iluso fin de parar inflación y devaluación.

Publican la tabla de precios controlados en las dos monedas y una manada de lobos de la superintendencia sale a extorsionar comerciantes. Más hambre, las favelas tuvieron fama mundial por enjambres de garotos que bajaban en masa de Pan de Azúcar a Copacabana a asaltar a los turistas. Para 1990 triunfa Fernando H. Cardoso, ya sin las telarañas de la teoría de la dependencia. Confesó con conmovedora humildad no saber nada de economía, pero bien sabía qué hacer y se rodeó de quienes podían ayudarlo. Produjo el milagro, marcando el camino seguido por Lula, aunque el PT le puso aditamentos como Odebrecht. Los asesores ecuatorianos en Venezuela deben recordarlo. Cardoso creó una moneda ficticia llamada URV (Unidad Real de Valor) que coexistió unos meses con el cruzado. Los artículos tenían un precio invariable en URV, aunque la inflación inercial en cruzados seguía.
La gente se acostumbró al URV y mientras creaba confianza en el Real, Cardoso realizaba cirugía de corazón abierto a la economía apoyado por el cardiólogo jefe del FMI (tal como hicieron Menem, Salinas, Sánchez de Losada, Carlos Andrés Pérez) con una montaña de dólares a cambio de racionalizar los gastos del Estado y vender sus despojos. Libera importaciones y estimula exportaciones para traer divisas. Emprende la reconversión industrial, e invierte masivamente en formar mano de obra técnica. Eleva las tasas de interés por sobre la inflación para recuperar el ahorro y el valor de la moneda. Dio confianza a los trabajadores, comerciantes, empresarios, campesinos, profesionales, que nadie con carnet del gobierno podía arrebatarles sus empresas o los productos de su trabajo. Quienes invertían su dinero para generar empleo, tenían la protección de las instituciones. Para vivir mejor había que trabajar y estudiar más. ¿Pasará aquí algo parecido? Naturalmente con el Poder Comunal y demás cucarachas voladoras, no se llega muy lejos.

@CarlosRaulHer

Antígona: el bien, el mal, el poder

Carlos Raúl Hernández

Para mi admirado amigo Eduardo Jorge Prats

Una revelación para mí volver a Antígona de Sófocles, leída la última vez hace muchos años por su belleza literaria, sin captar entonces parte de la profundidad ética, política y la exaltación al “acto in jus concepta” del poder, vigentes aún transcurridos 2500 años. La tragedia ática, Esquilo, Sófocles y Eurípides, resplandece en el siglo V a. C en la Atenas de Pericles. Hoy mera diversión previa a cenar con apego a unos vinos, para los griegos el teatro era actividad esencial en su formación ciudadana, política. Para comprenderlo, basta un dato. De los lugares más sagrados de Grecia era el santuario de Delfos, un complejo formado por el stadium, los templos de Apolo y Dionisio, el espacio para la Asamblea… y el theátron.
La tragedia (y la comedia) era de las más importantes instituciones de la polis, que promovía debates y respuestas sobre el ser y el deber ser, orientaba críticamente la opinión pública. Era la catarsis, término médico, para librar al alma de pasiones dañinas al analizar la vida de los hombres, el destino, tiké, las conflictivas relaciones entre ellos y con los dioses. Antígona decide enterrar a su hermano Polinices, contra una decisión brutal de su tío, el rey Creonte, quién ordena dejar pudrir el cadáver a la intemperie, como castigo por levantarse al mando de tropas extranjeras, argivas, contra Tebas, su propia ciudad. Tal cosa ocurre porque Teocles, el hermano de Polinices, incumplió el acuerdo de alternabilidad entre ambos y usurpa el poder. Se matan mutuamente en combate, asume Creonte el trono, y en siniestra venganza por la apatridia, dictamina que al cadáver del sobrino sea alimento de perros y zopilotes. Y a quien ose sepultarlo, lo sentencia a muerte.
Capturada luego de violar el mandato real, comparece Antígona ante Creonte, quien la condena a que la entierren viva, pese a ser su sobrina y novia de su hijo Hemón. Valerosa al extremo, Antígona responde altivamente al rey: “lo hice, no niego nada. Tus edictos no pueden estar por encima de las leyes no escritas de los dioses, que son para la eternidad”. Se lamenta de que a su edad (14 o 15 años) no conoció el amor. “Puedo enfrentar la muerte, pero no dejaría a mi hermano sin sepultura” y comienza una secuela de horror y sufrimiento para Creonte, los suicidios terribles de Antígona, luego de Eurídice y Hemón, esposa e hijo de Creonte. Incontables debates filosóficos, jurídicos y morales, algunos muy necios, giran en la modernidad sobre la acción de los protagonistas.
Unos resaltan la condición tiránica y torpe de Creonte, y otros lo justifican “porque el día siguiente de una invasión extranjera no podía mostrar debilidades”. Otros culpan a Antígona de temeraria al enfrentar inútilmente el poder, aunque en defensa de leyes trascendentes que ni los reyes podían desconocer, como le señala su hermana Ismenia. Enterrar los cadáveres era requisito para que sus almas pudieran ingresar al Hades, el mundo subterráneo, y de no hacerlo quedarían vagando eternamente. Además, las aves de rapiña trasladaban pedazos de carne putrefacta a los altares, y los dioses airados rechazaban los sacrificios, como le grita el visionario Tiresias. La profanación del cadáver era un arranque de odio y no de justicia, porque enterrarlo no ponía en peligro a la ciudad.
Otros acusan a Creonte de hibris, soberbia, desmesura del poder por irrespetar la ley no escrita de los dioses, pérdida autocontrol, “salirse de sus casillas”. La heroína defiende derechos que según la tradición iusnaturalista, están por encima de otras leyes y más aún, de las disposiciones tiránicas. Para no controvertir sobre iusnaturalismo y iuspositivismo, los consagran la Declaración de Derechos de Virginia (1776, la Constitución norteamericana (1787); y la Declaración de los Derechos del hombre y del Ciudadano (1789) decreta que… “La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre… la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”. Kant les da un fundamento no metafísico, pragmático cuando prescribe que hay que proceder como si cada acto de nuestras vidas fuera a convertirse en ley para toda la Humanidad.
Antígona defiende la constitución por encima de la eventual sevicia de un déspota contra leyes no escritas. Sófocles deja enfáticamente claro que Creonte es un político rígido e imbécil. Sus asesores insistieron sobre lo grave del crimen contra Antígona, y su hijo Hemón suplica por ella con argumentos políticos sobre los efectos públicos de violar la ley divina. El pueblo tebano estaba en favor del perdón y Tiresias lo advierte estremecedoramente de la desgracia que lo aguarda. Sófocles no deja espacio para dudas, porque Creonte se retracta de su torpeza, pero ya la siniestra maquinaria de muerte se había desatado. Y la catarsis, la reflexión deja claro que la brutalidad de Creonte causo la orgía de sangre, sus propias, terribles, destrucción y desgracia. Al final, arroja la corona y sale solitario de la ciudad. Por eso cuesta entender el rebuscamiento de algunos críticos o hipercríticos, para concederle “razón de Estado” a un déspota criminal y fracasado, azotado como merecía por el máximo poder.

@CarlosRaulHer

Latinoamérica sangrante

Carlos Raúl Hernández

En el barrio Barra Funda de la atronadora Sao Paulo, se encuentra el Memorial de América Latina un gran auditorium para varias decenas de miles de personas, diseñado por el genial arquitecto Oscar Niemeyer. Al frente del Metro, la escultura de una mano gigante, cuya palma tenía una mancha de sangre con la forma del mapa de Latinoamérica. Las venas abiertas de América latina (1971) de Eduardo Galeano, seductoramente escrita, inspira esta sublime interpretación de la historia. Su autor la forjó de metales comunes: equivocaciones, mitos, fanatismo, resentimientos históricos y distorsiones de la realidad, una guía para la acción que lleva medio siglo de sembrar indigencia intelectual y de la otra. Aunque al final de su vida, Galeano la repudió, para nadie es negocio darse por enterado. Es la versión masiva de la teoría de la dependencia que en los setenta replantea los problemas de América Latina en términos de comunismo duro, para descubrir que la felicidad vendría luego de la “ruptura de la relación neocolonial” con el “capitalismo” a la manera de Fidel Castro.

Su hermana mayor era “la teoría del desarrollo” de Cepal, con varios puntos en común: repudio “administrado” a los capitales nacionales y extranjeros, que aceptaba con asco, mientras “la dependencia” los execraba. Ambas concebían que “el desarrollo” debía ser con capitales del Estado, empresas “estratégicas” bajo control nacional. Cepal recomendaba controles de cambio, precios y comercio exterior para subordinar las inversiones privadas, a regusto del populismo y el progresismo; y la segunda, manejo total de la economía por gobiernos revolucionarios. La sustitución de importaciones cepaliana pretendía superar la exportación de productos primarios, que había hecho de Latinoamérica una sociedad pujante, para crear industrias “nacionales dirigidas al mercado interno”, principalmente cerradas a la competencia extranjera. Nacieron industrias no competitivas, ineficientes, sustentadas por subsidios del gobierno, que no producían ingresos en divisas, sino al contrario monstruosos endeudamientos nacionales para sostenerlas.

A la entrada de los 80, los países llegaron a niveles extremos de empréstitos para mantener semejantes parásitos, con hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, pobreza, desempleo, estancamiento. En 1982, México y luego Argentina y Brasil declaran default, vulgar bancarrota, y estalló un volcán que puso en peligro a Latinoamérica y el sistema financiero mundial. Debían 330 mil millones de dólares, tres veces el valor de las exportaciones. Los irresponsables causantes del desastre, cuyos colosales errores crearon una crisis mundial, ahora se frotaban las manos por “el fin del capitalismo”. Y se defienden atacando, atribuyen los daños, no a Cepal… ¡sino a los bomberos del FMI! que apagan el incendio. La izquierda crea su Golem, el “neoliberalismo”. El sabio Pablo Iglesias dijo que Galeano “le había dado voz a Latinoamérica”. Ciertamente, dejaron una huella profunda Darcy Ribeiro, Theotonio Dos Santos, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Octavio Ianni, Tomás Vasconi, André Gunder-Frank, Carlos Lesa, Aníbal Quijano, Vania Vambirra, Martha Harnecker, junto a Prebisch, Helio Jaguaribe, Oswaldo Sunkel, Celso Furtado y Alonso Aguilar.
Tan profunda que las venas abiertas no terminan de cerrar y todavía muchos profesores, estudiantes, sindicalistas, políticos, empresarios e intelectuales, inconscientemente, como el personaje de Moliere que hablaba en prosa y no lo sabía, se refieren al “neoliberalismo” y las “expropiaciones” como si las experiencias de Latinoamérica de los 80, Cuba y Norcorea, por un lado, y su antítesis China, Vietnam, Indonesia, Laos, Brunei, Malasia, Singapur, Japón, Australia y Surcorea de hoy, por el otro, no existieran. Latinoamérica en los 80 sale de la crisis gracias al FMI, en lucha agónica contra la izquierda más estúpida del planeta que quiso sabotearlos para liquidar el sistema capitalista (a la chilena ya la vimos en acción en 1973 y la seguimos observando). Luego, el cadáver insepulto del cepalismo regresa en la hermética cabeza de Caldera y más tarde el criptofidelismo económico de Giordani y Ramírez.
Los estragos de las “sanciones económicas” globales, permitiría entender que lo que “subdesarrolla”, es si y solo si, la ausencia de inversiones internacionales. Según el pensamiento anacrónico que revelan los debates en la “constituyente” chilena, hubiera ido mejor si nadie nos conociera nunca, como algunas tribus del Amazonas que viven en la Edad de Piedra. La lucha es contra la sociedad abierta, los factores modernos y productivos, para cerrarla al estilo soviético o africano, expropiaciones o nacionalizaciones, sin registrar lo ocurrido con el comunismo de Galeano. Lejos de ser una lucha contra el atraso latinoamericano es contra su avance y algunos tontos todavía cuestionan abiertamente la modernidad. La “dependencia” ni el cepalismo nunca pudieron responder por qué EEUU y Canadá, tan dependientes como Cuba o Nicaragua en su momento, son hoy grandes potencias mundiales. Tampoco por qué Venezuela se hundió en medio de los mayores precios históricos del petróleo y, la una vez desarrollada Argentina, hoy es pasto de la improductividad, corrupción, pobreza, y clama por el FMI.
@CarlosRaulHer