Durante la campaña electoral para la presidencia de EE.UU. fue frecuente escuchar desde el Partido Demócrata que Donald Trump no era apto para ocupar la Casa Blanca.
La política antiinflacionaria de Maduro descansa en dos elementos, el anclaje cambiario y la represión monetaria. Ninguno de los dos tiene efectividad ni sentido en la Venezuela devastada de hoy.
Para la oligarquía militar–civil que expolia al país, el fin de las elecciones pautadas para el 27 de abril no puede ser otro que postrar a la mayoritaria fuerza de cambio político que emergió nueve meses antes, el 28 de julio de 2024.
Un titular tremendista, antipático para quienes ven en Trump la némesis de Maduro. Identificarlo con el chavismo introduciría un elemento de confusión que no ayuda a nuestra lucha por la democracia.
El 27 de enero Elvis Amoroso anunció, como si nada, la convocatoria a elecciones generales para el 27 de abril del presente año. Este señor, como todo el mundo sabe, es un delincuente electoral.
La huella del régimen cubano en la represión de la población venezolana por parte de Maduro ha sido manifiesta. La infatuación de Hugo Chávez por la leyenda viva de la revolución, Fidel Castro, lo llevó a abrirle la puerta al G2 y a otros organismos cubanos para que supervisaran y/o controlaran aspectos de la seguridad del estado venezolano.
En fin, con su cara de tabla, los fascistas pretenden que aquí no ha pasado nada. Venezuela les pertenece. Hacen con ella lo que les da la gana. Nosotros a calárnoslo. Ni siquiera se permiten admitir que lo que ansían, consumar su golpe de Estado y lograr que el pueblo lo acepte, es incompatible.
El 10 de enero por la mañana Maduro y sus cómplices, con el amparo funesto de la cúpula militar traidora comandada por Padrino López, terminaron de consumar su anunciado golpe contra la República.
Caerse a embuste respecto a su propia gestión es mala consejera para conducir un gobierno. Aun así, todos los gobiernos lo han hecho, en mayor o menor medida. En momentos de auge puede incluso ser beneficioso para la causa, pues contagia de entusiasmo a los partidarios, llevándolos a participar en actividades de apoyo que, de otra forma, no harían.
Los camaradas de antaño recordarán que, cuando les “bajaban la línea” –el informe del buró político--, ésta se concentraba en precisar quiénes constituían “el enemigo principal” de la lucha revolucionaria. Tal enfoque analítico no dejaba de tener sentido, a pesar de estar concebido en términos de un “enemigo” y no de un adversario político