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Ramón Peña

Imágenes indelebles

Ramón Peña

En pocas palabras

¿Por qué me aguijoneas si te estoy ayudando a cruzar el rio? preguntó la ranita al escorpión.

Lo siento, esa es mi naturaleza, le respondió.

Fábula popular

Si faltaba horror en el corazón de las tinieblas de la Venezuela de hoy, el país y el mundo entero han presenciado en tiempo real las imágenes de la masacre a sangre fría de unos venezolanos rebeldes que negociaban su rendición ante la fuerza pública y la justicia.

Las premonitorias grabaciones que el líder del grupo, el Comisario Oscar Pérez, tomó cuidado en enviar a las redes sociales antes del brutal ajusticiamiento y las de los celulares indiscretos que registraron el desmesurado ataque con armas de guerra, reafirman una vez más ante el mundo la naturaleza despiadada y malandra de la banda gobernante.

Esta acción de los matones del régimen nos ha recordado uno de los iconos más representativos de la cruenta Guerra de Vietnam: aquella fotografía, tomada en febrero de 1968, luego de la masiva Ofensiva del Tet, en la que un general del ejército de Vietnam del Sur dispara a la cabeza de un joven del Vietcong, prisionero, indefenso y esposado, en una calle de Saigón. La gráfica, testimonial del cobarde gesto de este oficial de una tiranía que era respaldada por el ejército de Estados Unidos, produjo repudio y condena mundial. En la sociedad norteamericana, desató un categórico rechazo que liquidó las aspiraciones del guerrerista Lyndon B. Johnson a ser reelegido Presidente.

La pandilla que nos rige podrá continuar mintiendo y deformando los hechos, pero le será imposible borrar las imágenes acusadoras de los medios digitales. Son tan indelebles como aquella gráfica de Saigón. Cuando llegue la hora de la justicia estos criminales se las verán con los celulares como testigos de cargo.

22 de enero de 2018

ramonpen@gmail.com

Niños que mueren, niños que matan

Ramón Peña

En pocas palabras

Puñales en las manos de niños y niñas de 8, 10 y 15 años en la madrugada de Sabana Grande, para matar o defenderse, dibujan un nuevo cuadro de espanto que se cuelga en la galería del inframundo caraqueño. Cada vez más los chicos son protagonistas de nuestra tragedia colectiva. Ya los hemos visto hurgando por alimentos en vertederos de basura. También en crónicas de muerte por desnutrición en clínicas de la provincia, o como pacientes de microcefalia en el Hospital J. M. De los Ríos, junto a sus madres desconsoladas al oír de la Ministra de la Salud que la neurofisiología no es prioritaria. También a neonatos acomodados en cajas de cartón en el hospital de Barcelona; o a pequeños desmayándose por carencia alimentaria en las escuelas, como se lo espetó una jovencita al aturdido Golem durante una cadena presidencial.

Antes, eran niños de la calle, ahora, los gestados durante el nuevo milenio, son también niños de la noche y del crimen, del hambre y de la barbarie. Son las víctimas de un discurso de mentiras, de la desmesura de ese titán embaucador que les prometía hogar y protección, educación y diversión y que, en su cháchara de cinismo, llegó a empeñar su nombre si no les daba a todos hogar seguro. Esas manos de niños, vacías de juguetes y de libros, que ahora empuñan puñales y pistolas, se nos antojan como un pase de cuenta.

Estamos llegando al horror, al corazón de las tinieblas de esta pesadilla de dieciocho años sin finitud en su proyección de sombras. Un estado de cosas que nos exige a todos reaccionar con algo más que con ojos atónitos…