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Rafael del Naranco

El país sigue oscurecido

Rafael del Naranco

En Venezuela, tras haber dejado extenuados en estos años a sus ciudadanos, el presente sigue envuelto en desaliento sin otearse una posible esperanza.

La política esparcida sobre el país está repleta de angustias sin levantar perspectivas. La nación se expande sobre una actitud fallida cubriéndola de corrupción, mientras el terruño con más reservas de petróleo del planeta no produce combustible, y enunciar eso, si no fuera funesto, sería -por expresar algo- hallarnos ante una cantinflada.

El chavismo, que llegó con esperanza hace 21 años, se apropió de la voluntad política a cambio de un “orden-orden” vejatorio cuyas consecuencias han sido –y siguen siendo– dramáticas.

Vivir en democracia es hacerlo con riesgo y con dudas, porque se trata de una forma de cultura que por su responsabilidad exige, más que ningún otro sistema político, envolverla en análisis, reflexión y decisiones compartidas con todas las toldas políticas.


Existe una teoría cíclica basada en el desarrollo de las civilizaciones. En ella se afirma que éstas no son sino el resultado de la respuesta de un grupo humano a los desafíos que soporta, ya sean naturales o sociales.

Ese día marcado, cruzar la esperanza dependerá de cada uno de los ciudadanos defensores de los valores perdurables de la república.

Partiendo de esa suposición, unos pueblos progresan cuando su respuesta a un desafío patrio estimula una serie de retos centrados en la separación de poderes, y es que una nación decae como resultado de su impotencia para enfrentarse a unos gobernantes que han resquebrajado los zócalos democráticos.


Hemos escrito en otros instantes cruciales ante una exactitud perdurable: o se dialoga con total apertura llamando a la oposición encabezada por Juan Guaidó, o el despotismo nos cercenará, ya que el país, o es de todos, o terminará siendo de nadie.


Nicolás Maduro ha demostrado nervio. Viene luchando con tesón, y en la presidencia, punteada por las Fuerzas Armadas, ha sacado brío, pero falló en la conversa ineludible, ya que sin ella es imposible una comunicación apremiantemente necesaria ahora mismo. De lo contrario, todo se puede ir al barranco, y ante tan punzante situación, la animadversión general podrá llegar a los extremos más exacerbados.


Se están cometiendo errores. La crisis económica hace estragos en todas las parcelas. Las órdenes de hoy se anulan mañana. En los cuarteles no todo es serenidad y santa paz. Hay rendijas, desasosiego, cansancio y una tensión permanente.

Ante esa situación, la herencia de Hugo Chávez hizo aguas, y mientras, el nuevo timonel que maneja el barco, sigue sin comprender las cartas de navegación. De continuar así, la gabarra gubernamental se estrellará contra los farallones. Y cuando ese drama llegue a su punto más álgido, la obediencia se torna adulación y la decadencia púdica se babea ante el rastrerismo yerto.

Cuidado, hay borrascas que no suelen verse hasta que no llegan a los arrecifes.

No estoy en Venezuela, y aún así el país pervive cada día dentro de nuestro espíritu agradecido, ya que no habiendo nacido a la sombra del Waraira Repano, mamé parte de mi vida a la luz de su cobijo.

El gobierno de raíces chavistas no está dispuesto a ceder su poder imperioso sobre su proyecto excluyente, siendo, a balance de esa dureza, que la democracia, aún estando rodeada de obstáculos y saturada de fuerzas antimotines, debería, si hubieran unas próximas elecciones, captar los derechos inalienables que corresponden a toda sociedad libre.

No es ésta una frase al voleo, encierra eso sí, el sentir de una sociedad que continúa, desde hace dos décadas, buscando su destino sobre parámetros ideológicos acordes con su idiosincrasia.

Las naciones nacieron pataleando por sus derechos hieráticos sin descanso, una y otra vez, miles de veces. Caían, se levantaban, y seguían enfrentándose a piquetes, alambradas, tanquetas, gases y la voz ronca de uniformados sosteniendo en sus timbales ocultos en las gargantas, órdenes represivas venidas de los mansiones de los autócratas, contra la vibrante fuerza de las protestas.

La hora apesadumbrada ha rebasado la pasividad; el aire sabe a azufre, los cielos están nublados y la desesperanza hace tiempo se asentó en el nido con temor. Ya no hay ilusiones, sino pesadillas, y solamente a lo lejos, parece levantarse un resquicio de ensoñación sobre una raya lejana que anhela hallar una perspectiva-país justa para todos.

rnaranco@hotmail.com

Irracional actitud catalana

Rafael del Naranco

Aún existiendo desiguales facetas nacionalistas, todas parten de un patriotismo exacerbado, retrógrado y fuera del contexto de una Europa unitaria, siendo el más aborregado el que ha imbuido hace una semana a la Generalitat de Cataluña.

Al relente de una organización nacida en 2015 con motivo de las elecciones parlamentarias, denominada “Juntos por el Sí” y formada de varios partidos nacionalistas con el único objetivo de conseguir la independencia de los “países catalanes”, se ha conseguido que los españoles estén viviendo uno de los momentos más difíciles de su historia a partir de la muerte del general Franco.

Lo que parecía quimérico, una alucinación desatinada, algo demencial, lo está consiguiendo una variopinta recua de mentes incendiarias que, aún siendo concisas en algunos planteamientos, vuelven a demostrarle a la realidad que el raciocinio enaltecido no es ninguna garantía de poseer un sentido proporcional de lógica.

En medio de ese pandemónium desatinado un conglomerado minoritario antídoto, denominado la CUP (Candidatura de Unidad Popular), consiguió, únicamente con 10 diputados, desalojar en enero 2016 al presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, y llevar al cargo a Carles Puigdemont, un secundario político que comenzó a presentarse desde el primer día como el jefe de un Gobierno “rebelde” cuya meta estaba centrada en la independencia de Cataluña y de los Países Catalanes, concepto que abarca la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares bajo un slogan un poco largo y, aún así, reflejo inequívoco de lo que pretenden conseguir: “Una nación independiente, desligada de las formas de dominación patriarcales”.

No hay duda de que los sectarios políticos catalanes conceptuaron que la realidad gubernamental comenzó cuando apostaron sus asentaderas en el Salón de los Candelabros del palacio de la Generalidad, al relente de su venerable patrón San Jorge de Capadocia.

El patriotismo chauvinista es un nacionalismo atiborrado de complejos que siempre la izquierda emergente aprovecha a favor de su propia mitomanía sembrada de un concepto de nación que, si no falso, es cumplidamente engañoso. En él imperan los sentimientos sobre la razón y sirve de comodín para manejar ciegamente a las masas.

Hace unos meses, viendo ya venir el desbarajuste en que Cataluña está convirtiendo a España, recordaba en otra columna una frase manoseada y no por ello menos válida: “La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación”. Innegable verdad.

Cualquier exaltado de ton y lomo puede salir al remolino del irreverencia y crear con sus ínfulas mesiánicas un hatillo público, ya que siempre tendrá quien le siga cual piara en descampada.

El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski recibió, en 2003, el “Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades”. Ese día nos hallábamos en Oviedo haciendo parada y fonda en una ciudad que ha ido congregando, desde hace más de 30 años, a destacadas personas e instituciones que han hecho invalorables aportes al conjunto de la humanidad.

Ahora aquella presencia literaria ha regresado al vislumbrar a esa Cataluña admirada y hoy tachonada de odios. Si hace unos meses, aún viendo la escalada de nacionalismo desatado, nos hubieran dicho lo que iba suceder hace unos pocos días en esa comunidad de tan inmenso valor histórico, lo hubiéramos negado con total firmeza.

Indudablemente los nacionalistas confesos no aprenderán nada de esas palabras de Kapuscinski al estar envueltos en la penumbra de la “caverna de Platón”.

Glosaba el autor de “Los viajes de Herodoto” la manera en que el nacionalismo se asienta en dos aspectos especialmente peligrosos y aborrecibles. El primero, una petulancia y soberbia que enclaustra la convicción de que la cultura propia es superior a la de otros. Lo segundo, presentar como enemigas a las comunidades y sociedades vecinas. El nacionalismo, para solidificarse con fuerza, “debe que disponer de la imagen amenazadora de un enemigo. Cuando el nacionalismo no dispone de un contrario real, lo inventa, porque lo necesita de manera inapelable”.

Y otra observación a los olvidadizos de la realidad: el nacionalismo se aprovecha al máximo de la propaganda en medios de comunicación como instrumento de manipulación. Recodemos “Técnica de un Golpe de Estado” del italiano Curzio Malaparte.

Alfonso Guerra, vicepresidente en el gobierno de Felipe González, comparó la secesión catalana con el nazismo de Adolf Hitler, recordando a su vez que “todos los fascismos habidos han nacido de un movimiento nacionalista”.

Y lo más demoníaco si aún cabe añadir algo más: Puigdemont y la CUP dieron un golpe de Estado y, aun con todo, de forma malévola, acusan de malhechores a la Policía Nacional española por intentar impedirlo.

rnaranco@hotmail.com