Andrés Eloy Blanco. El mester de juglaría
En mi casa de El Conde, en mi familia y en el país Andrés Eloy era venerado. Estaba en todas las cosas, todo respiraba su presencia. Seré otro de los que Andrés Eloy condujo a la política, suavemente, casi de la mano y por supuesto sin saberlo. Cada 31 de diciembre recibíamos el año comiendo las doce uvas al toque de las campanadas del reloj. O haciendo como que las comíamos, porque era casi imposible seguir el ritmo de esas campanadas teniendo que escupir las semillas. En la radio se escuchaba con quebrado sentimentalismo Las doce uvas del tiempo, el popular y algo lloroso poema decembrino del bardo cumanés.
No ignoraba Andrés Eloy las corrientes literarias de su época ni era insensible a ellas. Escribió que había bebido el último trago romántico y el primer sorbo ultraísta. Fue enormemente popular. Era de una simpatía modesta pero caudalosa, un humorista estupendo, un hombre de multitudes que se le aproximaron, no él a ellas.
No se propuso renovar nada pero interpretó el alma popular sin servilismo ni demagogia. Hay una constante en él y es la repulsa a la vulgaridad y la decencia en la expresión. Enemigo jurado del lenguaje malandro, las frases escatológicas y garrulerías desagradables.
Desde 1930 le habló a la gente sencilla. Su muy conocida maternofilia es la del venezolano en una sociedad matriarcal como la nuestra. El amor a la madre, más que un homenaje afectivo, es una necesidad de integración social: la mujer-madre y también padre es el último refugio de la unidad familiar, tan zarandeada en la explosión de los extramuros urbanos y en el desarraigo de muchos sectores opulentos. ¿Cursi? Por momentos pudo serlo y lo dice alguien como yo. Siéndolo también por momentos, lo asumo como algo natural y hasta hermoso, siempre que no se haga vicio. Pueden apedrearme, si quieren. Tengo edad para soportarlo.
Y no obstante en Giraluna, Andrés Eloy alcanza un alto nivel lírico. Mucho debió apreciar la fácil versificación de García Lorca. En el Romancero Gitano de Lorca se descubren claves para entender al poeta venezolano: colores, limones, azahares, asonancias pegajosas, vida popular enaltecida, no degradada.
Es un mérito muy grande saber relacionar la expresión poética con el gusto y el sentir populares. Ramón Palomares ha buscado con éxito hacer universal el habla de su tierra trujillana, y más aún, de su pueblo natal, Escuque. Pero hasta ahora nadie ha alcanzado a Andrés Eloy en ese muy particular sentido y por eso el poeta cumanés conserva su condición de primer juglar de Venezuela. La corriente democrática se ha beneficiado de la literatura humorística: Rafael Arvelo, Leoncio Martínez, “Job” Pim, Andrés Eloy, Miguel Otero, Aquiles, Aníbal y Claudio Nazoa, Pedro León Zapata, Rayma Suprani, Laureano Márquez y Jesús Rosas Marcano. Los autócratas no son nada amigos de los humoristas.
Respeto la libertad de expresión –dijo una vez el caudillo Joaquín Crespo- lo que no me gusta son los versitos burlones de los poetas.
Se refería sobre todo al gran Rafael Arvelo.
El humor y el costumbrismo
No es casual que a partir del triunfo de la revolución de octubre de 1945, la cultura popular avanzara incontenible. Era un león dormido a la espera de su momento. AD fue su expresión pero también reincidió sobre las fuentes. Los intelectuales comunistas no le iban a la zaga. El talento proteico de Miguel Otero, de Carlos Augusto León y de la plantilla del Morrocoy Azul iluminaban las posibilidades artísticas de la vida del pueblo.
Al lado de los poetas de esta índole proliferaron programas de radio consagrados a desvestir en forma implacable, los refinamientos de los privilegiados. Oíamos religiosamente Don Facundo Garrote en Radio Cultura, todos sentados en el suelo con la infaltable Carmen Lima, la empleada de servicio de la casa. Sus gap de graciosas situaciones populares provocaban risas ruidosas en todos los hogares. Don Facundo era nada menos que Rafael Guinand. En la serie actuaban tipos hablando con sus léxicos regionales. El andino, el oriental. Uno de ellos se anunciaba diciendo:
Lo representaba un cómico de pura cepa, Roberto Hernández. Cuando en bachillerato comencé a estudiar los filósofos presocráticos encontré que varios agregaban a su nombre la ciudad de nacimiento, como nuestro vernáculo carupanero. Parménides de Elea, Tales de Mileto, Heráclito de Efeso, Anaxímenes de Mileto. ¿Se inspirarían en ellos Guinand y Roberto Hernández?
Otros programas cómicos o no de los años 40 alimentaban el interés por la cultura “criolla”, entre ellos La Familia Buchipluma en Radio Caracas Era una burla a la forma de hablar de los encumbrados. Los actores impostaban la voz para desacreditar con más eficacia a los adinerados. Frijolito y Robustiana era de los programas más seguidos. Me llevé una sorpresa al enterarme muchos años después que el estrafalario Frijolito era Félix Cardona Moreno, un humorista educado y bien vestido, sin trazas del personaje que lo haría famoso.
Para rememorar la resistencia contra la tiranía de Gómez brillaba El Misterio de las Tres Torres. Nadie se perdía la un poco alambicada trama de la resistencia en el escenario del sombrío castillo barquisimetano. De cuando en cuando en sus pasillos resonaba ululante la voz de un fantasma que salía en auxilio de Ricardo Mirabal, el héroe de la partida. Utilizando nombres y situaciones de ficción para exponer la sordidez del gobernador Eustoquio Gómez, los autores de la impactante radionovela, modelo del género romántico, se dejaban oír por Radio Difusora Venezuela.
Twitter: @AmericoMartin
Américo Martín es abogado y escritor.