Pasar al contenido principal

Nouriel Roubini

La amenaza de estanflación es real

Nouriel Roubini

He venido advirtiendo durante meses que la combinación actual de políticas monetarias, crediticias y fiscales persistentemente laxas estimulará en exceso la demanda agregada y conducirá a un recalentamiento inflacionario. Para agravar el problema, los shocks de oferta negativos de mediano plazo reducirán el crecimiento potencial y aumentarán los costos de producción. En conjunto, estas dinámicas de demanda y oferta podrían derivar en una estanflación al estilo de los años 1970 (inflación creciente en medio de una recesión) y, llegado el caso, inclusive en una crisis de deuda severa.

Hasta hace poco, me centré más en los riesgos de mediano plazo. Pero ahora hay argumentos para decir que una estanflación “leve” ya está en camino. La inflación está aumentando en Estados Unidos y en muchas economías avanzadas, y el crecimiento se está desacelerando marcadamente, a pesar del gigantesco estímulo monetario, crediticio y fiscal.

Hoy existe un consenso de que la desaceleración del crecimiento en Estados Unidos, China, Europa y otras economías importantes es producto de estrangulamientos de la oferta en los mercados laborales y de productos. El giro optimista de los analistas y responsables de políticas de Wall Street es que esta estanflación leve será temporaria, y que durará sólo lo que duren los estrangulamientos de la oferta.

De hecho, existen múltiples factores detrás de la mini-estanflación de este verano. Por empezar, la variante Delta está haciendo subir temporariamente los costos de producción, reduciendo el crecimiento de la producción y restringiendo la oferta laboral. Los trabajadores, que en muchos casos todavía están recibiendo beneficios mejorados por desempleo que expirarán en septiembre, son reacios a regresar al mercado laboral, especialmente ahora que Delta está causando estragos. Y quienes tienen hijos tal vez necesiten quedarse en casa, debido a los cierres de las escuelas y a la falta de atención infantil asequible.

Del lado de la producción, Delta está alterando la reapertura de muchos sectores de servicios y poniendo zancadillas a las cadenas de suministro, los puertos y los sistemas de logística globales. La escasez de insumos clave como semiconductores está afectando aún más la producción de autos, productos electrónicos y otros bienes de consumo durables, impulsado de este modo la inflación.

Aun así, los optimistas insisten en que todo esto es temporario. Una vez que Delta pierda fuerza y los beneficios expiren, los trabajadores regresarán al mercado laboral, los estrangulamientos de la producción se resolverán, el crecimiento de la producción de acelerará y la inflación subyacente –que hoy está cerca del 4% en Estados Unidos- retrocederá hacia la meta del 2% de la Reserva Federal de Estados Unidos el año próximo.

Del lado de la demanda, por su parte, se supone que la Reserva Federal de Estados Unidos y otros bancos centrales empezarán a desarticular sus políticas monetarias poco convencionales. Sumado a cierto arrastre fiscal el año próximo (cuando los déficits tal vez sean más bajos), esto supuestamente reducirá los riesgos de recalentamiento y mantendrá a raya la inflación. La estanflación leve de hoy luego dará lugar a un desenlace favorable –crecimiento más sólido e inflación más baja- el año próximo.

Ahora bien, ¿qué pasa si esta visión optimista es incorrecta y la presión estanflacionaria persiste más allá de este año? Vale la pena observar que varias mediciones de inflación no sólo están muy por encima de la meta, sino que también son cada vez más persistentes. Por ejemplo, en Estados Unidos, la inflación subyacente, que excluye los precios volátiles de los alimentos y la energía, probablemente siga estando cerca del 4% para fin de año. También es probable que las políticas macro sigan siendo laxas, a juzgar por los planes de estímulo de la administración Biden y la posibilidad de que las economías débiles de la eurozona registren grandes déficits fiscales aún en 2022. Y el Banco Central Europeo y muchos bancos centrales de otras economías avanzadas siguen plenamente decididos a continuar implementando políticas poco convencionales por mucho tiempo más.

Si bien la Fed está considerando reducir su alivio cuantitativo (QE), probablemente siga con su postura prudente y detrás de la curva en general. Al igual que la mayoría de los bancos centrales, se vio atraída hacia una “trampa de deuda” por el aumento de los pasivos privados y públicos (como porcentaje del PIB) en los últimos años. Aun si la inflación se mantiene por encima de la meta, abandonar el QE demasiado pronto podría provocar un colapso de los mercados de bonos, crédito y acciones. Eso sometería a la economía a un aterrizaje forzoso, obligando potencialmente a la Fed a dar marcha atrás y reanudar el QE.

Después de todo, eso es lo que sucedió entre el cuarto trimestre de 2018 y el primer trimestre de 2019, luego del intento previo de la Fed de aumentar las tasas y reducir el QE. Los mercados de crédito y acciones se desplomaron y la Fed atinadamente frenó su endurecimiento de la política monetaria. Luego, cuando la economía estadounidense sufrió una desaceleración generada por la guerra comercial y una leve convulsión del mercado de repos unos meses después, la Fed volvió a recortar tasas e implementar el QE (por la puerta trasera).

Todo esto sucedió un año antes de que el COVID-19 arrasara la economía y llevara a la Fed y a otros bancos centrales a implementar políticas monetarias poco convencionales y sin precedentes, mientras los gobiernos lidiaban con los mayores déficits fiscales desde la Gran Depresión. La prueba real de la fortaleza de la Fed se verá cuando los mercados sufran un shock en medio de una desaceleración de la economía y de alta inflación. Lo más probable es que la Fed dé marcha atrás.

Como he dicho antes, los shocks de oferta negativos probablemente persistan en el mediano y largo plazo. Ya se pueden discernir al menos nueve.

Por empezar, existe una tendencia hacia la desglobalización y un creciente proteccionismo, la balcanización y repatriación de cadenas de suministro lejanas y el envejecimiento demográfico de las economías avanzadas y mercados emergentes clave. Las restricciones más ajustadas en materia de inmigración están afectando la migración del Sur Global más pobre al Norte más rico. La guerra fría sino-norteamericana apenas está comenzando, y amenaza con fragmentar a la economía global. Y el cambio climático ya está alterando la agricultura y causando alzas de los precios de los alimentos.

Asimismo, la pandemia global persistente inevitablemente llevará a una mayor autosuficiencia nacional y controles de exportaciones de productos y materiales clave. La guerra cibernética altera cada vez más la producción y, sin embargo, controlarla sigue siendo muy costoso. Y la reacción política contra la desigualdad de ingresos y riqueza está llevando a las autoridades fiscales y regulatorias a implementar políticas que fortalecen el poder de los trabajadores y los sindicatos, montando el escenario para un crecimiento salarial acelerado.

Si bien estos shocks de oferta negativos persistentes amenazan con reducir el crecimiento potencial, la continuación de políticas monetarias y fiscales laxas podría desatar un desanclaje de las expectativas de inflación. La espiral de precios y salarios resultante luego daría lugar a un contexto estanflacionario de mediano plazo peor que en los años 1970 –cuando los ratios deuda-PIB eran más bajos de lo que son hoy-. Es por eso que el riesgo de una crisis de deuda estanflacionaria seguirá acechando en el mediano plazo.

30 de agosto 2021

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/mild-stagflation-is-here-an...

El coeficiente de caos en la elección estadounidense

Nouriel Roubini

Las encuestas de opinión en Estados Unidos vienen señalando que es muy probable que el Partido Demócrata se alce con una victoria contundente en la elección del 3 de noviembre, en la que Joe Biden gane la presidencia y los demócratas obtengan el control del Senado y se afiancen en la Cámara de Representantes, lo que pondría fin a la situación

Pero si la elección se convierte en un plebiscito por el presidente Donald Trump, puede ocurrir que los demócratas obtengan la Casa Blanca pero no recuperen el Senado. Y no se puede descartar que Trump recorra el estrecho sendero a una victoria en el Colegio Electoral y los republicanos retengan el Senado, con lo que se reproduciría el statu quo.

Más preocupante es la perspectiva de una larga disputa en torno del resultado, en la que ambas partes se nieguen a ceder y libren fieras batallas legales y políticas en los tribunales, los medios y las calles. En la reñida elección de 2000, la cuestión no se decidió hasta el 12 de diciembre, cuando la Corte Suprema falló en favor de George Bush (hijo), y su oponente demócrata, Al Gore, aceptó el resultado con elegancia. La incertidumbre política provocó durante ese período una caída de más del 7% en las bolsas. Esta vez puede ser que la incertidumbre dure mucho más (tal vez meses) y eso implica serios riesgos para los mercados.

Hay que tomar en serio esta hipótesis de pesadilla, incluso si ahora mismo parece improbable. Aunque Biden haya liderado las encuestas en forma permanente, también las lideraba Hillary Clinton en vísperas de la elección de 2016. No puede descartarse que en los estados bisagra aparezcan votantes «vergonzosos» de Trump que no quisieron revelar sus verdaderas preferencias a los encuestadores.

Además, lo mismo que en 2016, hay en marcha campañas de desinformación a gran escala (extranjeras y locales). Las autoridades estadounidenses han advertido que Rusia, China, Irán y otras potencias extranjeras hostiles están empeñadas en tratar de influir en la elección y sembrar dudas sobre la legitimidad del proceso electoral. Trolls y bots inundan las redes sociales de teorías conspirativas, noticias falsas, deepfakes y desinformación. Trump y algunos de sus colegas republicanos han hecho propias absurdas teorías conspirativas como la de QAnon, y han dado señales de apoyo tácito a grupos supremacistas blancos. Gobernadores y otros funcionarios públicos de muchos estados bajo control republicano apelan sin el menor empacho a sucias estratagemas para suprimir los votos de grupos sociales de inclinación demócrata.

Para colmo, Trump ha dicho muchas veces (sin fundamentos) que el voto postal no es confiable; esto es porque anticipa que los demócratas serán mayoría entre quienes no voten en persona (como precaución de tiempos de pandemia). Además, se negó a decir que entregará el poder si pierde, y les hizo un guiño a milicias de derecha (a las que pidió «retroceder y esperar») que ya siembran el caos en las calles y traman actos de terrorismo interno. Si Trump pierde y apela a afirmar que hubo fraude electoral, hay una alta probabilidad de violencia y agitación social.

De hecho, si los primeros resultados en la noche de la elección no indican de inmediato una amplia victoria demócrata, es casi seguro que Trump se declarará vencedor en los estados disputados, antes de que se hayan contado todos los votos postales. Miembros del equipo republicano tienen en marcha un plan para cuestionar la validez de esos votos y suspender el recuento en los estados clave. Librarán batallas legales en las capitales de estados bajo control republicano, en tribunales locales y federales llenos de jueces designados por Trump, en una Corte Suprema con 6 a 3 de mayoría conservadora y en una Cámara de Representantes donde, de haber empate en el Colegio Electoral, los bloques legislativos de los estados emitirán un voto cada uno para elegir al presidente, y los republicanos controlan la mayoría de los bloques.

Al mismo tiempo, puede ocurrir que todas esas milicias armadas blancas que ahora están «esperando» salgan a las calles para fomentar la violencia y el caos, con el objetivo de provocar una respuesta violenta de grupos izquierdistas y dar a Trump un pretexto para invocar la Ley de Insurrección y desplegar fuerzas federales, o al ejército, para restaurar «la ley y el orden» (algo con lo que ya amenazó). Tal vez pensando en este final posible, la administración Trump ya calificó a varias grandes ciudades con gobierno demócrata como distritos «anarquistas» que tal vez deba reprimir. Es decir, es evidente que Trump y sus esbirros harán todo lo necesario para robarse la elección; y dada la amplia variedad de medios a disposición del ejecutivo, pueden salirse con la suya, si los primeros resultados electorales son parejos y no muestran una victoria clara de Biden.

Por supuesto, si los primeros recuentos dan a Biden una gran ventaja incluso en estados tradicionalmente republicanos como Carolina del Norte, Florida o Texas, a Trump le será mucho más difícil prolongar la discusión y aceptará la derrota antes. El problema es que cualquier resultado que sea menos que una victoria aplastante de Biden dejará abierto un resquicio para que Trump (con los gobiernos extranjeros que lo apoyan) apele al caos y a la desinformación para embarrar el proceso, mientras los republicanos maniobran para llevar la decisión final a ámbitos más favorables (por ejemplo, los tribunales).

Semejante grado de inestabilidad política puede dar lugar a un importante episodio de huida del riesgo en los mercados financieros, en un momento en que la economía ya se está desacelerando y las perspectivas de un paquete adicional de estímulo en el corto plazo son inciertas. Una disputa prolongada por el resultado electoral (incluso hasta inicios del año entrante) puede provocar una caída de hasta un 10% en las bolsas y que se reduzcan los rendimientos de los títulos públicos (que ya están bastante bajos); y la huida mundial hacia la seguridad presionará aun más al alza sobre el precio del oro. Lo habitual en estos casos es que el dólar se fortalezca; pero como el disparador de este episodio particular sería el caos político en Estados Unidos, puede haber una fuga de capitales contra el dólar que lo debilite.

Una cosa es segura: una elección muy disputada deteriorará todavía más el prestigio internacional de Estados Unidos como ejemplo de democracia y Estado de Derecho y debilitará su poder blando. Hace tiempo (sobre todo los últimos cuatro años) que la política del país transmite una imagen de caso perdido. De modo que, sin dejar de tener esperanzas en que el caos antes descrito no se haga realidad (las encuestas todavía muestran una clara ventaja de Biden), los inversores deberían prepararse para lo peor, no sólo el día de la elección sino también en las semanas y meses venideros.

27 de octubre 2020

Traducción: Esteban Flamini

The Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/us-disputed-election-scenar...

El manifiesto de la gente común

Nouriel Roubini

Las protestas masivas luego del asesinato de George Floyd a manos de un oficial de policía de Minneapolis tienen que ver con el racismo sistémico y la brutalidad policial en Estados Unidos, pero van mucho más allá. Quienes han tomado las calles en más de 100 ciudades norteamericanas encarnan una crítica más amplia del presidente Donald Trump y de lo que representa. Una enorme subclase de norteamericanos cada vez más endeudados y socialmente inmóviles –afronorteamericanos, latinos y, cada vez más, blancos- se está revelando contra un sistema que le ha fallado.

Este fenómeno no se limita a Estados Unidos, por supuesto. Sólo en 2019, manifestaciones masivas sacudieron a Bolivia, Chile, Colombia, Francia, Hong Kong, India, Irán, Irak, Líbano, Malasia y Pakistán, entre otros países. Si bien cada uno de estos episodios tuvo disparadores diferentes, todos reflejaron una indignación por el malestar económico, la corrupción y una falta de oportunidades económicas.

Los mismos factores ayudan a explicar el creciente apoyo electoral de líderes populistas y autoritarios en los últimos años. Después de la crisis financiera de 2008, muchas empresas intentaron aumentar las ganancias recortando costos, empezando por la mano de obra. En lugar de contratar trabajadores con contratos de empleo formales y buenos salarios y beneficios, las empresas adoptaron un modelo basado en trabajo a tiempo parcial, por hora, por encargo, sin relación de dependencia y por contrato, creando lo que el economista Guy Standing llama un “precariado”. Dentro de este grupo, explica, “las divisiones internas han hecho que se considere villanos a los migrantes y otros grupos vulnerables, y algunos son susceptibles a los peligros del extremismo político”.

El precariado es la versión contemporánea del proletariado de Karl Marx: una nueva clase de trabajadores marginados e inseguros que son propensos a la radicalización y a la movilización contra la plutocracia (o lo que Marx llamaba la burguesía). Esta clase está creciendo nuevamente, ahora que las corporaciones sumamente apalancadas responden a la crisis del COVID-19 como lo hicieron después de 2008: aceptando rescates y logrando sus objetivos de ganancias mediante una reducción drástica de los costos laborales.

Un segmento del precariado comprende a conservadores religiosos blancos, más jóvenes y menos educados, en ciudades pequeñas y áreas semi-rurales, que votaron por Trump en 2016. Esperaban, en realidad, que él hiciera algo contra la “carnicería” económica que describió en su discurso inaugural. Pero mientras que Trump hizo campaña como un populista, ha gobernado como un plutócrata, recortando impuestos para los ricos, fustigando a los trabajadores y a los sindicatos, minando la Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare) y favoreciendo políticas que afectaron a muchos de los que lo votaron.

Antes de que el COVID-19 o inclusive Trump entraran en escena, unos 80.000 norteamericanos se morían cada año por sobredosis de drogas, y muchos más eran víctimas del suicidio, la depresión, el alcoholismo, la obesidad y otras enfermedades relacionadas con el estilo de vida. Como demuestran los economistas Anne Case y Angus Deaton en su libro Deaths of Despair and the Future of Capitalism, estas patologías han afectado cada vez más a personas blancas desesperadas, menos cualificadas, desempleadas o subempleadas –un grupo en el que la mortalidad en la mediana edad ha venido creciendo.

Pero el precariado norteamericano también incluye a progresistas seculares urbanos y con educación universitaria que, en los últimos años, se han movilizado detrás de políticos de izquierda como los senadores Bernie Sanders de Vermont y Elizabeth Warren de Massachusetts. Este grupo es el que ha tomado las calles en reclamo no sólo de justicia social sino de oportunidad económica (de hecho, las dos cuestiones están íntimamente relacionadas).

Esto no debería sorprender, si consideramos que la desigualdad de ingresos y de riqueza ha venido creciendo desde hace décadas, debido a muchos factores que incluyen la globalización, el comercio, la migración, la automatización, el debilitamiento de la mano de obra organizada, el crecimiento de mercados donde todo se lo lleva el vencedor y la discriminación racial. Un sistema educativo racial y socialmente segregado alimenta el mito de la meritocracia mientras que consolida la posición de las elites, cuyos hijos consistentemente ganan acceso a las mejores instituciones académicas y luego pasan a ocupar los mejores puestos (normalmente casándose entre sí en el camino, y reproduciendo así las condiciones de las cuales ellos mismos se beneficiaron).

Estas tendencias, mientras tanto, han generado circuitos de retroalimentación política a través del lobby, el financiamiento de campañas y otras formas de influencia, afianzando aún más un régimen impositivo y regulatorio que beneficia a los ricos. Ya no sorprende que, como dijo sarcásticamente Warren Buffett, la tasa impositiva marginal de su secretaria es más alta que la suya.

O, como decía recientemente un titular satírico de The Onion: “Manifestantes criticados por saquear negocios sin formar antes una empresa de capital privado”. Los plutócratas como Trump y sus compinches han venido saqueando a Estados Unidos por décadas, utilizando herramientas financieras de alta tecnología, lagunas en las leyes tributarias y de quiebra y otros métodos para extraer riqueza e ingresos de la clase media y la clase trabajadora. Bajo estas circunstancias, la indignación que los comentaristas de Fox News han venido expresando por unos pocos casos de saqueos en Nueva York y otras ciudades representa el ápice de la hipocresía moral.

No es ningún secreto que lo que es bueno para Wall Street es malo para la gente común, razón por la cual los principales índices del mercado accionario han alcanzado nuevos picos en tanto la clase media ha sido devastada y ha caído en una desesperación más profunda. Considerando que el 10% más rico es dueño del 84% de todas las acciones, y que el 75% más pobre no es dueño de nada, un mercado bursátil en alza no hace absolutamente nada por la riqueza de las dos terceras partes de los norteamericanos.

Como demuestra el economista Thomas Philippon en The Great Reversal, la concentración de poder oligopólico en manos de las principales corporaciones de Estados Unidos exacerba aún más la desigualdad y margina a los ciudadanos comunes. Unos pocos unicornios afortunados (empresas nuevas valuadas en 1.000 millones de dólares o más) dirigidos por unos pocos veinteañeros afortunados no cambiarán el hecho de que la mayoría de los norteamericanos jóvenes, cada vez más, llevan vidas precarias haciendo trabajos ocasionales sin ningún porvenir.

Sin duda, el Sueño Americano siempre fue más aspiración que realidad. La movilidad económica, social e intergeneracional nunca ha estado a la altura de lo que el mito del hombre o la mujer que se hizo de abajo nos llevaría a esperar. Pero ahora que la movilidad social está declinando en tanto aumenta la desigualdad, los jóvenes de hoy tienen razón de estar enojados.

El nuevo proletariado –el precariado- hoy se está revelando. Para parafrasear a Marx y a Friedrich Engels en El manifiesto comunista: “Dejemos que las clases plutócratas tiemblen ante una revolución del precariado. Los precariados no tienen nada que perder más que sus cadenas. Tienen un mundo por ganar. ¡Trabajadores precariados de todos los países, únanse!”

24 de junio 2020

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/main-street-manifesto-for-c...

La «Mayor Depresión» que viene con la década de 2020

Nouriel Roubini

Después de la crisis financiera de 2007‑09, políticas desacertadas agravaron desequilibrios y riesgos muy extendidos en la economía global. Así pues, en vez de encarar los problemas estructurales revelados por el derrumbe financiero y la posterior recesión, los gobiernos en general los patearon para adelante; esto creó grandes riesgos a la baja que hicieron inevitable el surgimiento de otra crisis. Y ahora que se produjo, los riesgos se agravan cada vez más. Por desgracia, incluso si el resultado de la «Mayor Recesión» de este año fuera una deslucida recuperación en forma de U, diez ominosas y peligrosas tendencias indican que en algún momento de esta década habrá una «Mayor Depresión» en forma de L.

La primera tendencia tiene que ver con el déficit y sus riesgos derivados: la deuda y el default. La respuesta oficial a la crisis de la COVID‑19 implica un aumento enorme del déficit fiscal, del orden del 10% del PIB o más, en un momento en que los niveles de deuda pública en muchos países ya eran altos e incluso insostenibles.

Para peor, la pérdida de ingresos de muchos hogares y empresas implica que los niveles de deuda del sector privado también se volverán insostenibles, lo que puede llevar a una catarata de impagos y quiebras. Sumado al aumento de los niveles de deuda pública, esto es garantía casi segura de una recuperación más anémica que la que siguió a la Gran Recesión de hace una década.

Un segundo factor es la bomba de tiempo demográfica en las economías avanzadas. La crisis de la COVID‑19 muestra que es necesario asignar mucho más gasto público a los sistemas sanitarios, y que la atención médica universal y otros bienes públicos relevantes son necesidades, no lujos. Sin embargo, por el envejecimiento poblacional de la mayoría de los países desarrollados, la financiación futura de esos desembolsos aumentará todavía más las deudas implícitas de los sistemas de salud y seguridad social, que ya están desfinanciados.

El tercer elemento es el riesgo creciente de deflación. Además de causar una recesión profunda, la crisis también está creando un inmenso excedente en los mercados de bienes (máquinas y capacidad productiva no utilizados) y mano de obra (desempleo a gran escala), además de impulsar un derrumbe de precios de materias primas como el petróleo y los metales industriales. Eso hace probable una deflación de deudas, lo que aumenta el riesgo de insolvencia.

Un cuarto factor (relacionado) será la pérdida de valor de la moneda. Los intentos de los bancos centrales de combatir la deflación y anticiparse al riesgo de una suba de tipos de interés (como resultado de la inmensa acumulación de deudas) llevarán a políticas monetarias todavía más heterodoxas y extensivas. En lo inmediato, para evitar la depresión y la deflación, los gobiernos deberán apelar al déficit fiscal monetizado. Pero con el tiempo, los shocks negativos permanentes del lado de la oferta resultantes de la desglobalización acelerada y del renovado proteccionismo harán casi inevitable la estanflación.

Una quinta cuestión es la disrupción digital de la economía en general. Con millones de personas que perderán el empleo o trabajarán y ganarán menos, las disparidades de ingresos y riqueza de la economía del siglo XXI se profundizarán. Para protegerse de futuras perturbaciones en las cadenas de suministro, las empresas en las economías avanzadas repatriarán producción de regiones de bajo costo a mercados locales más costosos. Pero en vez de favorecer a los trabajadores locales, esta tendencia acelerará la automatización, lo que generará presiones bajistas sobre los salarios y dará más sustento al populismo, el nacionalismo y la xenofobia.

Esto nos lleva al sexto factor importante: la desglobalización. La pandemia está acelerando tendencias ya muy avanzadas hacia la balcanización y la fragmentación. El desacople entre Estados Unidos y China se acentuará, y la mayoría de los países responderán con políticas todavía más proteccionistas para blindar a empresas y trabajadores locales contra disrupciones internacionales. El mundo posterior a la pandemia se caracterizará por restricciones más estrictas al movimiento de bienes, servicios, capital, mano de obra, tecnología, datos e información. Ya está sucediendo en los sectores farmacéutico, de equipamiento médico y de los alimentos, donde en respuesta a la crisis los gobiernos han comenzado a imponer restricciones a las exportaciones y otras medidas proteccionistas.

La avanzada antidemocrática reforzará esta tendencia. Los líderes populistas suelen sacar provecho de la debilidad económica, el desempleo a gran escala y el aumento de la desigualdad. En condiciones de mayor incertidumbre económica, habrá un fuerte impulso a echar la culpa de la crisis a los extranjeros. Los trabajadores industriales y grandes franjas de la clase media se volverán más permeables a la retórica populista, en particular en lo referido a restringir las migraciones y el comercio.

Esto nos trae a un octavo factor: el enfrentamiento geoestratégico entre Estados Unidos y China. Con el gobierno de Trump empeñado en culpar a China por la pandemia, el régimen del presidente chino Xi Jinping insistirá en afirmar que Estados Unidos conspira para impedir el ascenso pacífico de China. El desacople sinoestadounidense en comercio, tecnología, inversiones, datos y acuerdos monetarios se intensificará.

Para peor, esta ruptura diplomática creará condiciones para una nueva guerra fría entre Estados Unidos y sus rivales, no sólo China, sino también Rusia, Irán y Corea del Norte. Con la cercanía de una elección presidencial en Estados Unidos, sobran motivos para esperar un incremento de acciones ciberbélicas clandestinas, que pueden llevar incluso a conflictos militares convencionales. Y como la tecnología es el arma clave en la lucha por el control de las industrias del futuro y en el combate a la pandemia, el sector privado estadounidense quedará cada vez más ligado al complejo industrial/de seguridad nacional.

Un último riesgo que no es posible pasar por alto es la disrupción medioambiental, que como muestra la crisis de la COVID‑19, puede causar mucho más daño económico que una crisis financiera. Las sucesivas epidemias (el VIH desde los ochenta, el SARS en 2003, el H1N1 en 2009, el MERS en 2011, el ébola en 2014‑16) son, como el cambio climático, desastres creados básicamente por la acción humana, derivados de malas condiciones sanitarias, el abuso de los sistemas naturales y la creciente interconectividad de un mundo globalizado. En los años venideros, las pandemias y los numerosos síntomas mórbidos del cambio climático se volverán más frecuentes, graves y costosos.

Estos diez riesgos, que ya eran grandes antes de la COVID‑19, ahora amenazan con impulsar una tormenta perfecta capaz de hundir a toda la economía mundial en una década de desesperación. Tal vez cuando lleguen los años treinta, la tecnología y un liderazgo político más competente puedan reducir, resolver o minimizar muchos de estos problemas y producir un orden internacional más inclusivo, cooperativo y estable. Pero el final feliz depende de hallar un modo de sobrevivir a la inminente Mayor Depresión.

Abril 28, 2020

Traducción: Esteban Flamini

https://www.project-syndicate.org/commentary/greater-depression-covid19-headwinds-by-nouriel-roubini-2020-04/spanish

La anatomía de la recesión que viene

Nouriel Roubini

Hay tres posibles shocks de oferta negativos capaces de provocar una recesión global en 2020. Todos ellos son reflejo de factores políticos que afectan las relaciones internacionales; dos involucran a China, y Estados Unidos está en el centro de cada uno de ellos. Además, ninguno admite tratamiento con las herramientas tradicionales de la política macroeconómica anticíclica.

El primer shock potencial deriva de la guerra comercial y de monedas entre Estados Unidos y China, que a principios de este mes se agravó cuando el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump amenazó con imponer más aranceles a las exportaciones chinas y designó formalmente a China como manipulador cambiario. El segundo tiene que ver con la guerra fría que se está gestando lentamente entre Estados Unidos y China en torno de la tecnología.

En una rivalidad con todas las señas de una “trampa de Tucídides”, China y Estados Unidos compiten por el dominio de las industrias del futuro: la inteligencia artificial (IA), la robótica, el 5G, etcétera. Estados Unidos incluyó a la gigante china de las telecomunicaciones Huawei en una “lista de entidades” reservada a empresas extranjeras a las que considera una amenaza a su seguridad nacional. Y aunque después le otorgó exenciones transitorias que le permiten seguir usando componentes estadounidenses, esta semana la administración Trump anunció la inclusión en la lista de otras 46 empresas afiliadas a Huawei.

El tercer riesgo importante tiene que ver con el petróleo. Si bien sus precios han disminuido en las últimas semanas, y una recesión activada por una guerra comercial, monetaria y tecnológica deprimiría la demanda de energía y presionaría a la baja sobre los precios, la confrontación de Estados Unidos con Irán puede tener el efecto contrario. Si ese conflicto llegara al nivel militar, puede producirse un súbito encarecimiento mundial del petróleo que provoque una recesión, como sucedió durante enfrentamientos previos en Medio Oriente en 1973, 1979 y 1990.

Los tres shocks potenciales tendrían efecto estanflacionario, al provocar un encarecimiento de las importaciones de bienes de consumo, insumos intermedios, componentes tecnológicos y energía y al mismo tiempo reducir la producción al trastocar las cadenas globales de suministro. Encima, el conflicto sinoestadounidense ya está provocando un proceso más amplio de desglobalización, porque los países y las empresas ya no pueden confiar en la estabilidad a largo plazo de esas cadenas de valor integradas. La creciente balcanización del comercio de bienes, servicios, capital, mano de obra, información, datos y tecnología aumentará los costos de producción globales en todas las industrias.

Además, la guerra comercial y de divisas y la competencia tecnológica se amplificarán mutuamente. Tomemos el caso de Huawei, que en la actualidad es un líder mundial en equipamiento 5G. Pronto esta tecnología será la forma de conectividad estándar de la mayor parte de las infraestructuras civiles y militares críticas, por no hablar de los bienes de consumo básicos conectados a través de la emergente Internet de las Cosas. Cualquier cosa que tenga un chip 5G (desde una tostadora hasta una cafetera) puede convertirse en un dispositivo de escucha. Es decir que si Huawei es una amenaza a la seguridad nacional, lo mismo habrá que decir de miles de bienes de consumo de fabricación china.

Es fácil imaginar de qué manera la situación actual puede llevar a una implosión total del sistema internacional abierto de comercio. De modo que cabe preguntarse si las autoridades monetarias y fiscales están preparadas para un shock de oferta negativo sostenido, o incluso permanente.

Después de los shocks estanflacionarios de los setenta, las autoridades monetarias respondieron con un endurecimiento de la política monetaria. Pero hoy, los grandes bancos centrales (por ejemplo la Reserva Federal de los Estados Unidos) siguen políticas monetarias expansivas, porque la inflación y sus expectativas siguen siendo bajas. De modo que cualquier presión inflacionaria derivada de un shock del petróleo la percibirán como un efecto nivel de precios y no como un aumento persistente de la inflación.

Con el tiempo, los shocks de oferta negativos tienden a convertirse también en shocks de demanda negativos que reducen transitoriamente el crecimiento y la inflación, al deprimir el consumo y el gasto en capital. De hecho, en las condiciones actuales, el gasto en capital de las corporaciones dentro y fuera de los Estados Unidos está muy deprimido, por incertidumbres relacionadas con la probabilidad, gravedad y persistencia de los tres shocks potenciales.

De hecho, como las empresas en Estados Unidos, Europa, China y otras partes de Asia redujeron el gasto en capital, el sector tecnológico, manufacturero e industrial de todo el mundo ya está en recesión. El único motivo por el cual todavía no se trasladó a una desaceleración global es que el consumo privado se mantuvo firme. Si cualquiera de estos tres shocks de oferta negativos provocara un mayor encarecimiento de los bienes importados, eso repercutiría sobre el crecimiento del ingreso disponible real (deflactado) de los hogares, lo mismo que la confianza de los consumidores, y probablemente empujaría la economía global hacia una recesión.

En vista de la posibilidad de que se produzca un shock negativo de la demanda agregada en el corto plazo, las bajas de tasas de los bancos centrales son correctas. Pero también las autoridades fiscales deberían prepararse para dar una respuesta similar en el corto plazo. Una marcada caída del crecimiento y de la demanda agregada exigirá una política fiscal expansiva anticíclica para evitar que la recesión se agrave demasiado.

Pero en el mediano plazo, la respuesta óptima a los shocks negativos de la oferta no es una política expansiva, sino ajustarse a ellos sin continuar la expansión. Al fin y al cabo, los shocks de oferta negativos de una guerra comercial y tecnológica serán más o menos permanentes, lo mismo que la reducción del crecimiento potencial. Lo mismo se aplica al Brexit: abandonar la Unión Europea asestará al Reino Unido un shock de oferta negativo permanente, y por consiguiente, una caída permanente del crecimiento potencial.

Esos shocks no se pueden revertir con medidas monetarias o fiscales. Se los puede manejar en el corto plazo, pero todo intento de oponerles una política expansiva en forma permanente llevará a la larga a que la inflación y sus expectativas aumenten muy por encima de las metas de los bancos centrales. En los setenta, los bancos centrales respondieron con políticas expansivas a dos grandes shocks petroleros. El resultado fue un aumento persistente de la inflación y de sus expectativas, déficits fiscales insostenibles y acumulación de deuda pública.

Finalmente, hay una diferencia importante entre la crisis financiera global de 2008 y los shocks de oferta negativos que pueden afectar a la economía global hoy. Como la primera fue más que nada un gran shock negativo de la demanda agregada, que deprimió el crecimiento y la inflación, era correcto responder con un estímulo monetario y fiscal. Pero esta vez, el mundo se enfrentará a shocks negativos sostenidos de la oferta, que exigirán una clase de respuesta muy distinta en el mediano plazo. Tratar de deshacer el daño con un estímulo monetario y fiscal interminable no será una opción sensata.

Traducción: Esteban Flamini

22 de agosto de 2019

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/global-recession-us-china-t...

El peligro de Trump para la recuperación global

Nouriel Roubini

¿Cómo está el panorama económico mundial hoy en comparación con hace un año? En 2017, la economía del mundo atravesaba una expansión sincronizada, con una aceleración simultánea del crecimiento en las economías avanzadas y en los mercados emergentes. En tanto, pese a esa aceleración, la inflación estaba dominada o incluso en caída (hasta en economías como Estados Unidos, donde los mercados de bienes y mano de obra comenzaban a mostrar estrechez de oferta).

El fortalecimiento del crecimiento con una inflación todavía situada por debajo de la meta permitía mantener vigentes las políticas monetarias no convencionales (como en la eurozona y Japón) o revertirlas muy gradualmente (como en Estados Unidos). La combinación de crecimiento firme, baja inflación y flexibilidad monetaria implicaba poca volatilidad de los mercados. Y como también era muy poca la rentabilidad de los títulos públicos, los confiados “espíritus animales” de los inversores impulsaban la apreciación de numerosos activos de riesgo.

Mientras las bolsas estadounidenses y del mundo ofrecían alta rentabilidad, los riesgos políticos y geopolíticos estaban mayoritariamente controlados. Los mercados dieron al presidente estadounidense Donald Trump el beneficio de la duda durante el primer año de su mandato; y los inversores celebraron sus políticas desregulatorias y de rebaja de impuestos. Muchos comentaristas llegaron a sostener que la década de la “nueva mediocridad” y del “estancamiento secular” estaba dando paso a una nueva fase óptima de crecimiento firme y sostenido sin excesiva inflación.

Llegados a 2018, el panorama se ve muy diferente. La economía mundial todavía experimenta una tibia expansión, pero ya no hay crecimiento sincronizado. En la eurozona, el Reino Unido, Japón y varios mercados emergentes frágiles, hay desaceleración. Y si bien las economías de Estados Unidos y China siguen en expansión, la primera obra bajo el impulso de un estímulo fiscal insostenible.

Peor aún, la importante cuota del crecimiento global que aporta “Chimerica” (China y Estados Unidos) enfrenta ahora la amenaza de una guerra comercial en aumento. El gobierno de Trump impuso aranceles a las importaciones de acero, aluminio y una amplia variedad de bienes chinos (que pronto serán muchos más), y está analizando imponer gravámenes adicionales a los automóviles importados de Europa y el resto del mundo. Y la negociación del TLCAN/NAFTA está estancada. De modo que el riesgo de una guerra comercial total es cada vez mayor.

En tanto, en Estados Unidos la economía está cerca del pleno empleo y las políticas de estímulo fiscal, sumadas al encarecimiento del petróleo y de los commodities, presionan sobre la inflación, lo que obliga a la Reserva Federal a subir los tipos de interés más rápido que lo previsto, mientras ajusta su balance. Y a diferencia de 2017, el dólar estadounidense se está fortaleciendo, lo que aumentará todavía más el déficit comercial de Estados Unidos y generará más políticas proteccionistas si Trump (suponiendo que se mantenga fiel a su estilo) echa la culpa a otros países.

Al mismo tiempo, la perspectiva de una inflación más alta llevó a que incluso el Banco Central Europeo analice la finalización gradual de las políticas monetarias no convencionales, lo que implicaría menos flexibilidad monetaria global. La combinación de dólar fuerte, tipos de interés más altos y menos liquidez no presagia nada bueno para los mercados emergentes.

Asimismo, un crecimiento más lento, más inflación y una política monetaria menos flexible moderarán el entusiasmo de los inversores, conforme se endurezcan las condiciones financieras y aumente la volatilidad. Pese a las buenas ganancias corporativas (con el envión de las rebajas impositivas en Estados Unidos), los últimos meses la bolsa estadounidense y las de todo el mundo han estado oscilando, afectadas desde febrero por el temor a más inflación y aranceles a las importaciones, y por la reacción contra las grandes empresas tecnológicas. Al mismo tiempo crece la inquietud en relación con mercados emergentes como Turquía, Argentina, Brasil y México, y con la amenaza planteada por gobiernos populistas en Italia y otros países europeos.

El peligro ahora es que se establezca un circuito de retroalimentación negativa entre las economías y los mercados. La desaceleración de algunas economías puede llevar a condiciones financieras todavía más restrictivas en los mercados de acciones, bonos y crédito, lo que a su vez puede limitar más el crecimiento.

De 2010 a esta parte, las desaceleraciones económicas, los episodios de huida hacia activos seguros y las correcciones de los mercados han agudizado los riesgos de estandeflación (poco crecimiento y poca inflación); pero ante una caída simultánea del crecimiento y la inflación, los grandes bancos centrales acudieron al rescate con políticas monetarias no convencionales. Sin embargo, por primera vez en diez años, ahora los principales riesgos son estanflacionarios (menos crecimiento y más inflación). Estos riesgos incluyen: el posible shock de oferta negativo de una guerra comercial; un encarecimiento del petróleo, derivado de restricciones de la oferta con motivaciones políticas; y políticas internas inflacionarias en Estados Unidos.

De modo que a diferencia de los breves períodos de huida del riesgo en 2015 y 2016 (que sólo duraron dos meses), los inversores están en modo de aversión al riesgo desde febrero, y los mercados siguen oscilando o en caída. Pero ahora la Reserva Federal y otros bancos centrales están empezando (o continuando) un endurecimiento de la política monetaria, y con la inflación en alza, esta vez no pueden acudir al rescate de los mercados.

Otra gran diferencia en 2018 es que las políticas de Trump están creando más incertidumbre. No sólo inició una guerra comercial, sino que también está muy activo debilitando el orden económico y geoestratégico global creado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

Además, las modestas políticas de estímulo al crecimiento del gobierno de Trump ya están en el pasado, pero los efectos de políticas capaces de frenar el crecimiento todavía no terminan de sentirse. Las políticas fiscales y comerciales preferidas de Trump desplazarán a la inversión privada, reducirán la inversión extranjera directa en Estados Unidos y producirán más déficit externo. Su postura draconiana ante la inmigración disminuirá la oferta de mano de obra necesaria para sostener a una sociedad que envejece. Sus políticas ambientales dificultarán a Estados Unidos competir en la economía verde del futuro. Y su hostigamiento al sector privado hará dudar a las empresas de contratar personal o invertir en Estados Unidos.

Con el tiempo, las políticas estadounidenses favorables al crecimiento quedarán sepultadas bajo las medidas que le son desfavorables. Incluso si el año que viene la economía estadounidense supera el crecimiento potencial, las medidas de estímulo fiscal irán perdiendo efecto hacia la segunda mitad de 2019, y la Reserva Federal subirá la tasa de referencia más allá del nivel de equilibrio a largo plazo al tratar de controlar la inflación; esto dificultará el logro de un aterrizaje suave. Para entonces, y en un contexto de proteccionismo creciente, es probable que la efervescencia de los mercados globales se haya convertido en más turbulencia, debido al serio riesgo de un estancamiento (o incluso una caída) del crecimiento en 2020. Ahora que el tiempo de la baja volatilidad ya pasó, parecería que la era actual de aversión al riesgo está para quedarse.

Traducción: Esteban Flamini

Julio 18, 2018

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-trade-war-and-the-glo...