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Opinión

Luis Xavier Grisanti

Juan Pablo Pérez Alfonzo esgrimió la hipótesis según la cual un aumento súbito de los ingresos petroleros ocasiona una intoxicación económica una vez que la economía rebasa su capacidad de absorción. El cuerpo económico de un país es incapaz de digerir, sin atarantarse, el descomunal influjo de ingresos financieros.

Pérez Alfonzo, en su libro Petróleo y Dependencia (1971), calculó que, entre 1936 y 1948, Venezuela pudo armonizar el crecimiento de la economía petrolera y el de la no petrolera; pero en la década 1948-1958 (dictadura de Pérez Jiménez), el buen desempeño sufrió una ruptura debido a la intoxicación económica. Luego de la restauración democrática en 1958, Pérez Alfonzo arguyó que en los años siguientes la economía venezolana se reactivó, e inclusive, las actividades no petroleras crecieron más que las petroleras, disminuyendo la dependencia externa del país.

En los años 70 el fundador de la OPEP definió el fenómeno Efecto Venezuela como aquel conforme al cual un país exportador de petróleo desborda su capacidad de absorción, al inyectar en forma desordenada un volumen enorme de liquidez monetaria producto de una bonanza de precios. Los actores políticos, económicos y sociales adquieren una mentalidad rentística y surge el Petro-Estado (Terry Lynn Karl, 1997).

A partir de 1936 y sobre todo desde 1958, la democracia edificó una asombrosa infraestructura física y productiva (amplia red de hospitales, liceos, universidades, autopistas, carreteras y vías agrícolas, el vasto complejo industrial e hidroeléctrico de Guayana, el sistema eléctrico y de acueductos nacionales, el Metro, etc.). Hubo un pujante desarrollo industrial. La gerencia macroeconómica fue equilibrada, exhibiendo altas tasas de crecimiento y empleo con bajísima inflación.

El largo período de auge económico de Venezuela se extendió desde la instauración del Programa de Febrero, en 1936, hasta la bonanza petrolera de 1973-1974, cuando la Guerra del Yom Kippur hizo cuadruplicar los precios del petróleo. Sobrevino un punto de inflexión en el modelo de desarrollo (democracia, economía mixta de mercado, inversión social y cooperación entre el Estado y el sector privado), gestándose el Petro-Estado rentístico, del cual no hemos salido hasta la fecha.

@lxgrisanti

http://www.analitica.com/opinion/rentismo-y-petro-estado-2/

 1 min


Lo más sorprendente y revelador del caso de Adrián Solano es su actitud. El problema no es que no sepa esquiar sino que le parezca natural presentarse en un campeonato mundial de esquí sin saber esquiar. Lo extraordinario es que le parezca normal viajar a Finlandia, tratar de esquiar sobre una pista de 10 kilómetros, sin haber tenido la más mínima preparación para hacerlo. Esto fue lo que escribió Adrián Solano en su cuenta de Instagram: “aunque no conocía la nieve y no tuve la oportunidad de entrenar, aquí estoy dando lo mejor”. Es una expresión perfecta de la certeza nacional que se empeña en afirmar que la improvisación es un método.

No es una novedad que las autoridades francesas se comporten como se comportan la mayoría de los funcionarios de migración en el planeta. Donald Trump no es una invención propia. Es un síntoma de un tiempo lleno de mudanzas, miedos y resentimientos. Tampoco es una novedad que hayan actuado con racismo y sarcasmo, que hayan sospechado de alguien porque les parece un pobre proveniente de latinoamérica. Más desconcertante es la respuesta de la Canciller venezolana. Desde la épica del twitter, Delcy Rodríguez escribió que –siguiendo instrucción del Presidente Maduro– presentaría una “fuerte protesta” por “afrenta” contra el “deportista”. ¿A cuántos venezolanos les ocurre diariamente lo mismo en cualquier aeropuerto del mundo? ¿Por qué a Rodríguez le parece tan especial y diferente este caso?

En un segundo mensaje, además, siempre desde la trinchera de las redes sociales, la Canciller añadió: “Es absolutamente inadmisible las ofensas contra el gentilicio venezolano, producto de las campañas de desprestigio de la oposición violenta” (SIC). La conclusión es: Rodríguez protesta contra el embajador de Francia pero, en rigor, según ella misma sostiene, debería protestar contra la MUD, porque la culpa de la detención del esquiador que no sabe esquiar la tiene la oposición. Es tan absurdo que incluso cuesta ordenarlo en unas frases. La lógica del oficialismo impide pensar.

Quizás, lo que realmente ocurre es que Solano nos recuerda a todos lo que está pasando en el país. Solano nos desnuda en medio del frío. Nos expone ante las cámaras del mundo. No hay mayores diferencias entre lo que hace Adrián Solano y lo que hace el Presidente de la República. Con cualquiera de las acciones o declaraciones de Nicolás Maduro, en los últimos 3 años, se puede armar también un video tan divertido como patético, tan insólito como trágico. Basta recordar lo que ha dicho y hecho con los poderes especiales que se le dieron para enfrentar y derrotar la supuesta guerra económica. El único sentido de eficacia que conoce Maduro es la creación de Estado Mayores. Antes cualquier crisis, su respuesta es la misma: constituye una nueva instancia, casi siempre militar, para que ella se haga cargo de la crisis. No ha podido solucionar nada. Ni siquiera le ha salido bien el estridente cambio de billetes. Ha ido delegando todo y, finalmente, al menos ante el público, ha quedado reducido a la representación. Maduro no ejerce el poder, solo lo representa. Sale al escenario cuando le toca y repite lo que dice el libreto. Está ahí para ocultar algo. Por eso promociona el liqui liqui y obvia la inflación o la escasez. Por eso el presupuesto del 2017 –aprobado de espaldas al país- asigna más dinero a la propaganda que a los servicios de agua y de luz. Por eso habla de salsa y no menciona que los quirófanos del Hospital oncológico Luis Razetti llevan un mes cerrados.

Pero incluso, a la hora del espectáculo, Maduro también patina, resbala, se tropieza, hace el ridículo. Esta semana, tratando de burlarse de Julio Borges, terminó burlándose del dolor de la población, de la tragedia de un grupo de venezolanos que murieron por comer yuca amarga. Intenta un chiste y no le sale una morisqueta sino una vulgaridad, una ofensa indignante. También tiene serios problemas de coherencia argumental. Lo ocurrido esta semana con Rajoy puede ser un buen ejemplo. Durante estos 3 años, Maduro no ha hecho otra cosa que insultar al primer mandatario español. Entre otras nimiedades, le ha dicho “basura”, “corrupto”, “racista”, “colonialista”, “sicario”, “vende patrias”… El pasado 17 de febrero se refirió a él como “bandido” y “protector de delincuentes y asesinos”. Sin embargo, hace 3 días, con naturalidad, simpatía y completa seriedad, mandó un saludo y dijo “espero estar pronto en España con mi amigo Mariano Rajoy”. ¿En cuál Nicolás Maduro hay que creer? ¿Cuál de todas sus representaciones hay que tomarse en serio?

Lo más sorprendente y revelador del caso de Adrián Solano es su parecido con el caso de Nicolás Maduro. Haz la prueba. Métete en youtube, pon el video de la pista de esquí de Finlandia. Coloca la cara de Nicolás sobre el cuerpo de Solano. Míralo bien, ahí, con su uniforme anaranjado, trastabillando sobre la nieve. Ni esquía, ni camina, no avanza. Es un peligro para los demás. Pero sonríe. Orgulloso. También puedes hacer el ejercicio al revés. Toma cualquier video de Nicolás y coloca la cabeza Solano sobre el liqui liqui de turno. También funciona. Ahí está Solano, sonriendo junto a Cilia. Ahí está Maduro vuelto un ocho con sus chapaletas de madera. Los dos se confunden, son iguales. Ambos miran a cámara. Nos miran. Sonríen, como diciéndonos “No sé nada de esto pero le estoy poniendo corazón. Estoy cagándola pero estoy feliz. Estoy dando lo mejor”. Es el mismo chapoteo sobre el precipicio. Solano solo es un espejo. Nicolás Maduro está esquiando en Miraflores.

http://prodavinci.com/blogs/esquiando-en-miraflores-por-alberto-barrera-...

 4 min


Moises Naim

Llevo años estudiando el poder y a quienes lo tienen o lo han tenido. Mi principal conclusión es que, si bien la esencia del poder –la capacidad de hacer que otros hagan o dejen de hacer algo– no ha cambiado, las maneras de obtenerlo, usarlo y perderlo han sufrido profundos cambios. Otra observación es que la personalidad de los poderosos es tan heterogénea como la humanidad misma. Los hay solitarios y gregarios, valientes y cobardes, geniales y mediocres. Sin embargo, a pesar de su diversidad, todos tienen dos rasgos en común: son carismáticos y vanidosos. Según la Real Academia Española, carisma es "la especial capacidad algunas personas para atraer o fascinar". Los líderes carismáticos inspiran gran devoción e, inevitablemente, los aplausos, la adulación y las loas inflan su vanidad. Es fácil que la vanidad extrema se convierta en un narcisismo que puede ser patológico. De hecho, estoy convencido de que uno de los riesgos profesionales más comunes entre políticos, artistas, deportistas y empresarios exitosos es el narcisismo. En sus formas más moderadas, este narcisismo, el encanto consigo mismo, es irrelevante. Pero cuando se vuelve más intenso y domina las actuaciones de quienes tienen poder, puede ser muy peligroso. Algunos de los tiranos más sanguinarios de la historia mostraron formas agudas de narcisismo y grandes empresas han fracasado debido a los delirios narcisistas de su dueño, por ejemplo.

La Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos ha desarrollado criterios para diagnosticar el narcisismo patológico. Lo llama “Desorden de Personalidad Narcisista” y, según las investigaciones, las personas que lo padecen se caracterizan por su persistente megalomanía, la excesiva necesidad de ser admirados y su falta de empatía. También evidencian una gran arrogancia, sentimientos de superioridad y conductas orientadas a la obtención del poder. Sufren de egos muy frágiles, no toleran las críticas y tienden a despreciar a los demás para así reafirmarse. De acuerdo con el manual de la organización de psiquiatras estadounidenses, quienes sufren de DPN tienen todos o la mayoría de estos síntomas:

1) Sentimientos megalómanos, y expectativas de que se reconozca su superioridad.

2) Fijación en fantasías de poder, éxito, inteligencia y atractivo físico.

3) Percepción de ser único, superior y formar parte de grupos e instituciones de alto status.

4) Constante necesidad de admiración por parte de los demás.

5) Convicción de tener el derecho de ser tratado por los demás de manera especial y con obediencia.

6) Propensión a explotar a otros y aprovecharse de ellos para obtener beneficios personales.

7) Incapacidad de empatizar con los sentimientos, deseos y necesidades de los demás.

8) Intensa envidia de los demás y convicción de que los demás son igualmente envidiosos de él.

9) Propensión a comportarse de manera pomposa y arrogante.

Y ahora hablemos de Donald Trump.

No hay duda de que el actual presidente de Estados Unidos exhibe muchos de estos síntomas. ¿Pero lo inhabilita eso para ocupar uno de los cargos de mayor responsabilidad de nuestro planeta? Un grupo de psiquiatras y psicólogos cree que sí. Enviaron una carta a The New York Times en la cual señalan:

“Las palabras y las acciones del señor Trump demuestran una incapacidad para tolerar puntos de vista diferentes a los suyos, lo cual lo lleva a reaccionar con rabia. Sus palabras y su conducta sugieren una profunda falta de empatía. Los individuos con estas características distorsionan la realidad para adaptarla a su estado psicológico, descalificando los hechos y a quienes los transmiten (periodistas y científicos). En un líder poderoso, estos ataques tenderán a aumentar, ya que el mito de su propia grandeza parecerá haberse confirmado. Creemos que la grave inestabilidad emocional evidenciada por los discursos y las acciones del señor Trump lo incapacitan para desempeñarse sin peligro como presidente”.

Esta carta es, por supuesto, muy controvertida. No solo por la posición que toma con respecto al presidente Trump, sino también porque viola el código de ética de la Asociación Americana de Psiquiatría. El código mantiene que no se puede diagnosticar a nadie –especialmente a una personalidad pública– a distancia. La evaluación en persona es indispensable. Sin embargo, en la carta los firmantes sostienen: “Este silencio ha llevado a que no hayamos podido ofrecer nuestra experiencia a periodistas y miembros del Congreso preocupados por la situación en tan críticos momentos. Tememos que haya demasiado en juego para seguir callando”. Alexandra Rolde, una de las psiquiatras que firmó la carta, le dijo a la periodista Catherine Caruso que su propósito y el de sus colegas no era diagnosticar a Trump, sino enfatizar rasgos de su personalidad que les preocupan.

Rolde no cree que se deba hacer un diagnóstico sin haber examinado al paciente, pero opina que es apropiado hacer ver cómo la salud mental de una persona puede afectar a otros o limitar su capacidad para desempeñarse adecuadamente.

Otros psiquiatras no están de acuerdo: “La mayoría de los aficionados que se han metido a hacer diagnósticos se han equivocado al etiquetar al presidente Trump con un desorden de personalidad narcisista. Yo escribí los criterios que definen este desorden y el señor Trump no encaja en ellos. Él puede ser un narcisista de categoría mundial, pero eso no lo convierte en enfermo mental, ya que no sufre de la angustia y la discapacidad que caracterizan un desorden mental. El señor Trump genera severas angustias en otras personas, pero él no las sufre y, más que penalizado, ha sido ampliamente recompensado por su megalomanía, egocentrismo y falta de empatía”.

Quien esto escribe es el médico psiquiatra Allen Francis, director del grupo de trabajo que elaboró la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Desórdenes Mentales. La sorpresa es que el doctor Francis va más allá de su especialidad. “Los insultos psiquiátricos son una manera equivocada de contrarrestar el ataque del señor Trump a la democracia. Se puede, y se debe, denunciar su ignorancia, incompetencia, impulsividad y afanes dictatoriales. Pero sus motivaciones psicológicas son demasiado obvias como para que tengan algún interés, y analizarlas no detendrá su asalto al poder. El antídoto contra una distópica edad oscura trumpiana es político, no psicológico”.

Una de las conclusiones del doctor Francis es fácil de compartir y otra menos. La fácil de aceptar es que más importante que la salud mental del presidente es la salud política del país. La capacidad de las instituciones para resistir los intentos de Trump de concentrar el poder es la batalla más importante que se libra en Estados Unidos. Sus resultados tendrán consecuencias mundiales. La otra conclusión de Francis es que la estabilidad mental de Donald Trump es irrelevante. No estoy de acuerdo. Trump lleva pocas semanas en la Casa Blanca y su conducta ya es causa de justificada alarma. Los problemas y frustraciones del presidente se van a agudizar. Y eso no es bueno para su salud mental.

@moisesnaim

http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/esta-loco-trump_8277

 5 min


La salida pacífica y electoral de un gobierno depende de dos variables centrales. 1) El costo de salida y 2) el costo de evitar una elección que perdería. En una democracia convencional, se produce la relación perfecta para el cambio. Por una parte, la potencial salida del gobierno tiene costos relativamente bajos. Por supuesto que perder el poder es un drama, pero en el sistema democrático ese costo es acotado. El gobierno puede salir, pero no significa que el partido y el líder pierden todo, incluyendo la posibilidad de volver.

La democracia institucional garantiza la separación de poderes, por lo que una derrota presidencial no significa que el partido saliente deje de tener representantes en el Parlamento. Los magistrados no terminan su función porque un presidente sale del poder, ni se cambian los miembros de la mayoría de las instituciones hasta que no se venzan sus períodos. En democracia, el cambio del Ejecutivo suele ser “soft”. La idea del nuevo gobierno es gobernar y ejecutar sus propuestas, pasando rápidamente la página sobre el pasado. Por supuesto que pueden haber eventos específicos contra el gobierno o el líder previo si se descubren o suponen malos manejos y corrupción, pero todo pasa por el tamiz institucional del país, que se supone serio e insesgado. En la mayoría de los casos, los cambios electorales de gobierno no abren una batalla sino que más bien la cierran y las posibilidades de regreso futuro del partido y líderes salientes es posible y hasta elevada. Los costos de salida entonces son bajos y controlados, por lo que los estímulos para hacer “lo que sea” para bloquear las elecciones son casi despreciables. Por otra parte, en un sistema democrático, el costo de evitar la elección y bloquear los cambios naturales deseados por el pueblo suelen ser infinitos. Primero porque conceptualmente la elección es un elemento inherente a la democracia y evitar la elección es romper el sistema y abrir una caja de Pandora, empezando por la posición militar que suele ser institucionalista. El bloqueo electoral es inconsistente con la democracia. Las instituciones de poder y la población se convierten en una barrera para el bloqueo. En este sistema, la realidad se ubica en el cuadrante perfecto: bajos costos de salida y alto costo de bloqueo, lo que dificulta que el gobierno intente quedarse a la fuerza.

Pero, ¿qué pasa si el sistema político no es una democracia integral sino un gobierno concentrador de poder y autoritario? La cosa se complica. Mientras más control tiene el gobierno y más acostumbrado está a mandar y hacer lo que quiera, sin balances de poder ni contrapesos, el costo de su salida se eleva at infinitum. No se trata sólo del poder que pierde, que ya es suficientemente grande para estimular sus acciones radicales de protección. Se trata también de que sus acciones presentes representan una amenaza futura a su libertad, su integridad personal y su patrimonio, a menos que su salida segura esté garantizada por una negociación, que sólo ocurre si no le queda más remedio.

Si en adición, el adversario de ese gobierno es estructuralmente débil, fracturado, desarticulado, desarmado y sin liderazgos sólidos y el gobierno logra una relación utilitaria con el sector armado del país, el costo de bloquear salidas electorales, e incluso el costo de reprimir, es bajo y provocativo. Entonces la realidad se ubica en el cuadrante perverso: altos costos de salida, que convierten al gobierno en un ejército de kamikazes, y bajo costo de bloqueo a la salida pacífica, que estimula a que use la fuerza institucional para evitar toda elección que no pueda ganar, controlar o manipular. Usted dirá dónde estamos.

luisvleon@gmail.com

 2 min


Carlos Raúl Hernández

Hay una campaña sucia y sistemática contra Henri Falcón, Manuel Rosales y cualquier conato de racionalidad en las decisiones opositoras. Se sabe quiénes la desarrollan, no con la cabeza, sino con cuidada sea la parte. Es tragedia y comedia al mismo tiempo, porque en vez de resetearse y emprender el único camino, la elección de gobernadores, la oposición se volcó sobre sí misma y un sector se dedica a devorar a otro. Las gallinas jefes del canibalismo se esconden. Si un gran filósofo italiano decía que la política era “bestial y humana”, de lo rastrero y lo sublime, hay quienes solo hacen lo primero. Un pequeño sector rabioso –y unos que no lo eran, ahora colonizados por él– hacen lo que quieren, violentan los acuerdos, desacreditan a los demás, mientras las víctimas fingen no darse por aludidas. Han dicho N veces que hay revolución y no Estado de Derecho, pero se enredan en sus propias definiciones.

Están confundidos en algo tan grave como que un preso político aquí no es un procesado por la Ley, inviolable, y está a expensas de la arbitrariedad, cosa que deberían saber bien. Por esa contradicción, el resultado de las operaciones para la libertad de Leopoldo López es catastrófico, aunque en la neolengua alguien podría decir que fue un gran éxito frustrado (como el RR). En otros lugares de circunstancias parecidas la defensa de un preso político la hacían grupos de Derechos Humanos y abogados independientes que intentaban deslindarlo del conflicto con discursos legal-humanitarios, porque hay que ser demasiado menso para presidir la campaña con la consigna de “gobierno cobarde: suéltalo para que nuestro líder acabe contigo”. Y sin el instinto de conservación de una iguana, surge la genialidad de grandes estadistas: la reunión con Donald Trump

Populacho elegante
La respuesta del régimen fue aplastante, obvia y cruel. Como lo dice la señora Tintori naturalmente atribulada “se vengaron en Leopoldo de mi reunión con Trump”. Su status judicial anterior era una pequeña puerta abierta para la negociación, pero ahora ceteris paribus no podrá ser candidato a ningún cargo público, ni siquiera si lo indultan. Y los responsables políticos directos quieren esconder su torpeza con la única habilidad que poseen: hacer que el populacho elegante trasmita por Twitter su condición infrahumana y su purulencia moral. Arendt decía que el populacho estaba formado por gente sin escrúpulos ni ética, dispuesta a cualquier bajeza, –más allá de su status social– y así pudimos ver licenciados (Salamanca sin natura) y damas de utilería escupir montones de ratas muertas y hablar como en los lenocinios de Manila. Los “líderes” y sus secuaces 2.0 merecen un concierto de trompetillas.

Cualquier iguana podía prever que se cobrarían con el preso desvalido. Cada vez que los Tupamaros hacían sus acrobacias propagandísticas, los carceleros metían a Pepe Mujica, su jefe, en un pozo de ocho metros de profundidad, hasta que el partido entendió el mensaje, –gracias a eso pudo ser Presidente– cosa que en tres años no descifraron aquí. Nadie genera más rechazo en el mundo que Trump, incluso en Estados Unidos donde perdió la medición electoral por tres millones de votos. Su diferencia con los revolucionarios de por aquí, es que allá existen instituciones hasta ahora invulnerables. Pero si la Corte de Estados Unidos estuviera en manos de pescados como los criollos cuando comenzó la revolución, ya los gringos estarían sometidos. Donald, nuevo padrino de algunos opositores venezolanos, arremete contra medios de comunicación, latinos, mexicanos, artistas, intelectuales, mujeres, homosexuales.

Mi Donald
Alma gemela separada al nacer de Chávez y Maduro, amenaza los que no sean WASP, y se necesita vivir en Saturno para ofrecerle el padrinazgo de la democracia en Venezuela a un atropellador de derechos, un peligro universal. A una mente humana normal le cuesta digerir cómo es que pasa la prueba de integridad reunirse con él, pero reprueba hablar con Zapatero, Torrijos, Fernández y hasta con el Papa. Podía pensarse que las diferencias en la oposición obedecían a tácticas aunque se buscaban los mismos fines con diferentes medios. Las reacciones hacen temer que se forme una oposición identificada con Trump, el Senador Rubio y los del Tea Party por ahí andan los chicos del Ku-Klux- Klan y tal vez, por salir de Maduro, algunos quieran a Videla o Viola. Eso sitúa el futuro entre Caribdis y Escila dos atrocidades que pueden tragarnos, y hay que pasar entre los dos.

Debe surgir un bloque político consistente que opaque la semiología del trumpismo criollo de las redes, violenta, soez, ruin, que compone, con los bolivarianos, las dos caras de la misma moneda revolucionaria. Esencial que las fuerzas democráticas conserven la fisonomía centrista que han tenido desde 2006 hasta ahora, y que les permitió superar el aislamiento internacional. En los comienzos de esta ya larga lucha por la democracia, en los primeros años cuando el radicalismo controlaba la oposición, las burradas hicieron que la opinión pública mundial asumiera que eran unos golpistas de derecha que derrocarían a un demócrata moreno porque les arrebataba los privilegios y deshacía sus injusticias. Hay que tener cuidado en volver a trasmitir esa impresión de sifrinismo, malderrabia, o simpatía por el diablo.

@CarlosRaulHer

http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/viva-trump-abajo-zapatero_64...

 4 min


El CNE “abrió” un oscuro y tortuoso proceso para que los partidos políticos relegitimen a sus militantes. No sé cuántos y cuáles de los partidos participarán en el proceso, ni entraré en la discusión de si deben hacerlo o no, pero sí creo que es una buena oportunidad para reflexionar acerca de cuáles deben ser los parámetros para una reorganización profunda de los partidos políticos.

Comencemos por el tema de la moral. Si bien la política no tiene una "moral", pues ésta es del ámbito de la persona, hay la moral del político que actúa en representación de los ciudadanos. Siguiendo algunos criterios esbozados por Fernando Savater –Ética, Política y Ciudadanía, Grijalbo, 1998– hay obligaciones que pueden ser propias de la actividad política, y como tal tenemos derecho a reclamar su cumplimiento. Estas pueden constituir un programa, mínimo, de postulados que deben estar presentes en cualquier organización política en las que estemos dispuestos a participar; por ejemplo, la transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del partido y los fines del Estado; la conciencia en el político de su función pública, como una función educativa o de modelaje hacia la sociedad.

Establecidos estos puntos –éticos– fundamentales, es válido que nos plateemos otros principios: ¿Cómo hacemos para que nuestro mensaje le llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista que queremos para el país, es lo mejor para él, y no solo para nosotros? Ese es nuestro verdadero reto, que todos nos sintamos incluidos, convocados, y compartiendo el mensaje como propio.

Para ello es preciso construir una organización moderna, popular, policlasista e incluyente y que se plantee claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito, y un compromiso personal y colectivo con ese programa que represente las aspiraciones de todos. Y aunque surge entonces la pregunta de muchos: ¿Cuál programa?, por favor no caigamos en esa trampa; el programa, al menos sus metas globales están claras desde hace mucho tiempo y explicitado por varios de los candidatos presidenciales que hemos tenido en la oposición para oponernos a este régimen. (Ver: La oposición no tiene una propuesta. ND. 01 agosto 2015). El problema siempre ha sido cómo hacemos que llegue a todos los venezolanos; cómo lo convertimos en postulados compartidos y en ideales de lucha común.

En eso tiene que ver mucho la organización que propongamos y en eso coincido con muchos analistas políticos y dirigentes de partido que desde 1999 han venido hablando sobre el tema y que podríamos resumir en los siguientes lineamientos generales o principios iluminadores para la acción:

  • Deben ser absoluta y radicalmente democráticos, en sus formas de organización y tomas de decisión. Que no saquen al ciudadano de su medio, de su entorno y comunidad concreta, en donde se desempeña su trabajo, su vida y su actividad.
  • Que utilicen los modernos medios de difusión y discusión, en donde podemos jugar un gran papel nosotros, intelectuales y profesionales, conocedores de técnicas gerenciales y expertos en la utilización de modernos medios de difusión y procesamiento de la información.
  • Deben ser policlasistas, y entonces es crucial el concepto de clase que tengamos, y este es un punto que todavía no hemos discutido a fondo.
  • Deben partir de un proyecto o programa concreto, explícito y compartido de modificación y transformación de la sociedad venezolana, pues como bien decía el “viejo Marx” –por citar un autor de moda hoy día– en sus tesis sobre Feurbach, "…de lo que se trata no es de comprender ni explicar el mundo, sino de transformarlo".
  • Deben estar imbuidos de una clara concepción y aceptación de que la acción y participación concreta de los ciudadanos en los procesos, es imprescindible; de allí la importancia de que la llamada sociedad civil se decida finalmente a participar en la política activa de manera más organizada.

Esto implica una organización diferente a la de partidos de masas, policlasistas, como ahora los conocemos y con los que contamos; lo cual no significa que nos planteemos una organización parecida a los "partidos de cuadros", siguiendo la jerga leninista. Ya en otros artículos me he referido al tema y he esbozado ejemplos de lo que podría ser una moderna organización política, más acorde con los tiempos que vivimos y que es ya adoptada por los partidos modernos en muchos países. (Partidos Políticos y Ciudadanos, ND, 4 de septiembre 2015; Organizando al Ciudadano, ND, 03 de octubre de 2015)

Lo complicado y complejo es de qué manera concreta se logra esto. En esta materia, escuche hace años de una buena amiga –Carlota Pérez– un ejemplo que lo explica de una manera contundente. Algunos lo pueden interpretar como una postura pragmática, si nos quedamos únicamente en el análisis del ejemplo. Pero para mí no es una postura pragmática, para mí es profundamente "liberal" y competitiva. La descripción compara la situación actual con un inmenso charco, lleno de restos de objetos que flotan, latas, envases plásticos, pedazos de cartón y papel, etc.; alrededor del charco estamos todos, incapaces de ponernos de acuerdo y armados de un insignificante palito para tratar de recoger todos los objetos que flotan; dado que no nos ponemos de acuerdo para actuar juntos, de lo que se trata es de apelar a la acción individual –pero acción al fin– y que cada uno meta el palito en el charco y comience a hacer remolinos, para que el agua se mueva y así atraer los objetos que flotan. En el ejemplo no se teme a la competencia o a caer en el error de no hacer nada, por el chantaje de "evitar la duplicidad de esfuerzos". Nos dice: hagámoslo, actuemos, movamos el charco, lo más pronto y mejor que podamos, porque al final, el que le dé más duro, mas veces y con mayor constancia, hacia él irán la mayoría de los objetos que flotan, y los demás actores se irán plegando al más exitoso o se irán retirando de la escena.

La unidad es un valor muy importante y hemos comprobado su eficacia, pero si no estamos dispuestos a compartir, recursos, liderazgos, victorias o glorias –aunque sean efímeras–, popularidad, acceso a medios, ideas, no quedara otra alternativa que enfrentarnos al “charco”, cada uno con su palito, como la única opción posible y la certeza de que no hemos aprendido o recibido aun los golpes suficientes.

@Ismael_Perez

25/02/17

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Juán Domingo Blanco (Mingo)

De pronto, como un golpe de aire fresco en un día exageradamente caluroso y asfixiante, los muchachos de la UCAB, la USB y la UCV se convierten en una excelente noticia. Y todos nos hacemos eco de la buena nueva como si cada uno de los estudiantes que la protagoniza nos corriera por las venas. En segundos, los hacemos nuestro orgullo, nuestro comentario obligado; uno que, por cierto, nos aleja del rosario de quejas que, inevitablemente, nos absorbe a diario. Esta vez, los muchachos de la UCAB, la USB y la UCV ocupan los titulares y le agradecemos a Dios que, en esta oportunidad, sea un reconocimiento internacional a su esfuerzo, dedicación y preparación lo que los transforma en el centro de nuestra atención. Hoy, gracias a Dios, no son noticia por ser las víctimas de las represiones que, con bastante frecuencia, lanza contra ellos el régimen. Hoy, no son noticia porque se hayan visto en la necesidad de salir a las calles a reclamar el dinero que el Estado se niega a entregar a sus casas de estudio. Hoy, nuestros muchachos no están encabezando una protesta exigiendo sus derechos cercenados. Nuestros estudiantes de la UCAB, la USB y la UCV están en Harvard, la prestigiosa universidad americana, recibiendo un reconocimiento que, en estos tiempos difíciles y oscuros para nosotros los venezolanos, además de orgullo, nos llena de esperanzas.

Y es obligatorio, por unos instantes, apartar las denuncias y dejar de seguir los escándalos de corrupción. Porque a pesar de las difíciles condiciones que enfrentamos los venezolanos, un grupo de estudiantes logró superar cada una de las barreras que hoy significa intentar, al menos, asistir a competencias académicas internacionales. El costo del pasaje aéreo, el monto que se debe destinar para el hospedaje, los gastos de comida, la vestimenta adecuada y un extra para imprevistos. No, estos muchachos, en la Venezuela actual, no la tienen fácil. Sin embargo, no se dieron por vencidos. Desconozco cuántas rifas o recolectas tuvieron que hacer para poder llegar a Boston. Hoy es costoso, incluso, planificar un viaje a mi amada isla de Margarita. Se necesita mucho dinero –de esa divisa que algunos personeros del régimen han sabido desviar hacia sus cuentas con fines de mucho lucro- para emprender un viaje de esta naturaleza. Pero, a pesar de todo, nuestros muchachos tienen sobradas razones para sentirse muy orgullosos: su misión, su extraordinaria y destacada misión, fue cumplida. Y no de cualquier forma. No por salir del paso. De una manera ejemplar que parece extraída de una Venezuela que hoy escasamente existe; pero a la que todos aspiramos. Porque, al final, en eso se convierten nuestros estudiantes: en la representación de lo que somos capaces los venezolanos cuando, a pesar de las circunstancias, se logra imponer la excelencia, la dedicación y el trabajo.

Entonces, me doy cuenta de que, para llenarnos a menudo de buenas noticias, quizá tengamos que escudriñar más en nuestras universidades. En todas sin excepción. En las privadas y en las públicas; sobre todo en éstas últimas donde a pesar del recorte presupuestario y el éxodo de profesores, siguen siendo una cantera de talentos que podrían poner de nuevo el nombre de Venezuela en alto. Y descubrir a esos estudiantes, por ahora anónimos, que necesitan nuestro apoyo para representar al país en las competencias internacionales a las que son invitados porque sus proyectos, esos con los que se postulan, prometen avance y futuro, y no tienen nada que envidiarle a los que desarrollan en universidades que no padecen las carencias con las que el régimen pretende asfixiar a las nuestras.

Porque, resulta que, en nuestras casas de estudio, hay muchachos muy talentosos desarrollando robots con inteligencia artificial, o prótesis de bajo costo que podrían devolver la movilidad a los amputados, o jóvenes programando aplicaciones para facilitar la vida, o diseñando piezas importantes para hacer andar un motor. Y todo hecho aquí: en Venezuela. En los salones de la Simón Bolívar o la Central, y eso por tan sólo citar dos de las que me consta hay estudiantes que le están poniendo empeño, ilusión y corazón para terminar sus proyectos y lograr los recursos que les permitan participar en esas competencias en las que ya se ganaron el puesto pero que, para asistir, necesitan el pasaporte y el ticket del avión.

Nuestros estudiantes venezolanos fueron reconocidos en Harvard. Y es una noticia buena que me llena de esperanza. Venezuela, a pesar de los que se empeñan en destruirla, tiene la materia prima para salir adelante: y son esos muchachos, y todos los que, como ellos, se están formando y saben que con esfuerzo, dedicación, preparación, disciplina y constancia obtienen resultados que conducen a la excelencia. Muchachos resilientes que no se dejan arropar por la mediocridad. Solo aspiro que pronto podamos ofrecerles aquí, en nuestro suelo, las oportunidades que merecen. Para que sea aquí, y no a miles de kilómetros de sus hogares, donde derrochen todo ese talento.

http://www.talcualdigital.com/Nota/137846/venezuela-en-harvard

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