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Opinión

Mibelis Acevedo Donís

¿Ser leales a las prácticas democráticas, aunque se esté inmerso en un régimen no-democrático? El dilema no ha dejado de azuzar a los venezolanos, ni dejado de asomar desafíos para una oposición que, tanto en lo prescriptivo como en lo operativo, está obligada a distanciarse de los modos autoritarios y excluyentes del gobierno. No hay pantano más fullero que la presunta legitimidad que fines virtuosos endosarían a medios éticamente cuestionables. Allí, nos consta, prospera el germen de la autonegación, la pérdida de límites entre la propia ambición y la del adversario, ya de por sí desbordada.

Cuando el gobierno es el caos, la oposición debe ser el orden; cuando aquel es violento, debe proponer la paz; si viola la ley, debe representar al Estado de Derecho”, recuerda Carlos Raúl Hernández. Un ejercicio tenaz de equilibrio y autorregulación, sin duda. Los esguinces de los últimos años, el enajenamiento identitario, dan cuenta que cómo el remedo distorsiona valores que inspiran el deber ser democrático, aquellos destinados a cristalizar en una praxis nunca libre de tensiones y yerros, sí, pero modulada por una irrebatible teoría. Como advierte Sartori, lo que la democracia sea no puede separarse de lo que la democracia debería ser. Para los ciudadanos, sujetos deseantes y aún así proclives a la elección racional (no simples creyentes) apreciar esa coherencia en la oferta política es vital. Porque, ¿cómo confiar en actores cuya contradictoria conducta los vuelve no sólo borrosos, no sólo indistintos respecto a sus demonizados rivales, sino del todo impredecibles?

Las preguntas surgen a cuenta de lo que aparentemente ya es una decisión tomada por parte de un sector opositor, el vinculado a la Plataforma Unitaria. Saltándose alertas y cuestionamientos, todo indica que el plan de convocar elecciones primarias intra-oposición en nombre de la auctoritas de una alianza hoy desmembrada -la MUD- seguirá desplegándose, contra todo trance. Contra el hecho, incluso, de que más allá de asuntos como la disputada representatividad o las discrepancias doctrinarias, la renuencia a sentarse a hablar con el otro es literal.

Aun con tan estrambótico arranque, cabría preguntarse por las características y alcances de un plan que pide consensos mínimos. En el mejor de los casos, se trataría de promover el ensayo de una elección libre y competitiva, crear una “burbuja” democrática operando en ese contexto no-democrático que, muy probablemente, seguirá vigente en 2024. Un proceso que, de entrada, no estaría exento de tanteos erróneos, de pujas intensas, del conflicto y la confrontación agonista que distingue la construcción colectiva de respuestas, siempre susceptibles de revisión. No se puede temer a esa imperfecta índole, sin embargo. “La única virtud esencial de la democracia es el amor por la incertidumbre”, señalaba Hirschman, y sobre ese punto importa alinear expectativas. ¿Cómo manejar la pluralidad para que esta sea anticipo de un proyecto de reforma política profunda; una que no sólo implique hacerse del poder, sino instaurar un gobierno sustancialmente mejor?

Si la idea es demostrar que hay compromiso con otra manera de hacer las cosas, asegurar el potencial inclusivo de estas acciones no es asunto menor. En este sentido, conviene recordar las observaciones de Anthony Downs. La calidad de la dinámica democrática, dice, emerge de un proceso competitivo que se funda en la interacción de la libre oferta de los partidos y el derecho de los votantes a participar en una elección exenta de coacciones (esto es, expresión del poder para gobernarse a sí mismo y escoger a quien se delegará ese poder). Aun eludiendo modelos “normativamente ambiciosos” a fin de priorizar lo posible frente a lo deseable, cuando los partidos compiten bajo el paraguas de estas saludables premisas se activa la infraestructura institucional de la democracia. Justo ese déficit que prevalece a nivel macro es lo que tocaría revertir en el lote de terreno que ocupa una fragmentada oposición.

Cómo conducirse para evitar que esa competencia cancele la normatividad democrática, algo que un utilitarismo anti-ético terminó justificando en su momento: esa es una prioridad. Allí, la calidad del liderazgo político -su intervención eficaz, sus extravíos o su trágica dejadez- sigue siendo medular. Si las condiciones formales que dan sustento a la dinámica democrática, como anunciaba Schumpeter, determinan el desarrollo de competencias que ostentarán los líderes, podríamos estimar que una situación no-democrática escamotearía esa irrupción. La clave entonces es apuntalar ese valor contextual mediante mecanismos que aseguren no sólo el reclutamiento de los agentes mejor dotados para la tarea en cuestión. También el dinamismo y flexibilidad en la toma de decisiones, la autodisciplina democrática que sirve de dique contra la corrupción, el aprovechamiento de lo políticamente diverso, la capacidad para sintetizar visiones opuestas y facilitar el relevo cuando sea necesario.

Quizás ese ejercicio de democracia competitiva supone renunciar a la comodidad de ciertos atajos procedimentales; de imaginar estructuras más idóneas, más inclusivas. No sólo más simples y expeditas. La racionalidad implícita en sistemas donde prevalece esta lógica, lleva así a detenerse en la dificultad que entraña no anular las pretensiones del deber ser; la “utopía concreta” expresada en equilibrios que permiten acoplar las complejas demandas ciudadanas y las ofertas electorales, el alma pragmática y el alma redentora de la democracia (M. Canovan). Para eso es indispensable una competencia que, más que a los contendores, conceda tribuna a las propuestas que ellos encarnan. Sobre las últimas, por cierto, hemos tenido muy pocas noticias.

@Mibelis

 4 min


Benjamín Tripier

Si ya estamos claros que “Venezuela no se arregló”, al menos debemos admitir que se respira un aire diferente; hay una especie de optimismo dudoso, no convencido, pero optimismo al fin; el cual genera endorfinas, que “son neurotransmisores opioides producidos en el sistema nervioso central”, que nos predisponen para cosas buenas. Tendemos a ver el vaso medio lleno, así la cantidad de agua sea poca.

Y hay un efecto contagio por derrame, que hace que, si la parte de arriba de la pirámide está optimista, algo de la parte de abajo tenderá a hacer lo mismo, pero sin estar muy seguros de por qué. Lo importante es que esa actitud permite ser constructivos y ver oportunidades en medio de los problemas, que, en nuestro caso, son muchos.

Porque los espacios de oportunidad siempre estuvieron allí. En la medida que caía en barrena el PBI desde 2014, se iban abriendo espacios que eran abandonados. Y como la desconfianza en el gobierno era –y sigue siendo- mucha, entonces la tendencia no era a tratar de ocupar y cubrir esos espacios, sino a abrir nuevos, por el éxodo y la incertidumbre.

Pero en 2019 comenzó una manera diferente de hacer las cosas por parte del gobierno, que, con algunas idas y vueltas, ha mantenido la consistencia. La dolarización, el control de la inflación, la liberalización de precios, la emisión monetaria, la licuación del gasto público, y las señales de disciplina fiscal; en un entorno de apertura al mercado de valores, ha hecho que cualquiera que estuviera medianamente informado, le diera un segundo pensamiento a la tendencia a irse, versus la posibilidad de quedarse.

Por lo que el segundo pensamiento generó también una segunda mirada a las oportunidades y los espacios vacíos. Y si bien el incremento de la actividad económica sigue concentrado en lo transaccional de última milla, y muy apalancado en importaciones, hay que observar un leve aumento en la utilización de la capacidad instalada de plantas industriales. Débil, pero cierta y real.

Sin desconocer nuestros inhibientes estructurales de falta de energías primarias y limitaciones de electricidad y gasoil; de problemas en las telecomunicaciones y en las carreteras y el transporte; en el suministro de agua y gas. Y si utilizamos productivamente lo que sí tenemos (sin poner tanto énfasis en lo que no tenemos) es posible que encontremos un camino para consolidar nuestra muy pequeña economía; y utilizarla como plataforma para buscar incrementos reales de la actividad, que vayan más allá del rebote pospandemia.

Desde el FMI que cree que vamos a crecer 1,5% este año, hasta CreditSuisse que cree que creceremos 20%, todos deben aplicarse sobre una base del 20% del PBI que teníamos en 2014; o sea que, si fuera 1,5% del 20%, daría un crecimiento del 0,3%; y en el mejor de los casos, significaría 4%. Pero cualquier crecimiento es mejor que ningún crecimiento.

Porque se trata de un crecimiento orgánico, financiado por el accionista y sin crédito, ni nacional ni internacional; y en medio de un aislamiento al que estamos siendo sometidos por el posicionamiento ideológico del chavismo. Con lo cual podríamos inferir que, con un cambio en las condiciones, nuestro crecimiento podría ser explosivo.

El siguiente paso en este camino al optimismo informado sería la consistencia y continuidad en las políticas públicas, reforzándolas con un marco jurídico que ofrezca garantías mínimas del respeto a la propiedad privada y a los derechos de las personas, las naturales y las jurídicas.

No se puede perder de vista que parte de los factores que impulsaron el optimismo fueron los relacionados con los rumores de levantamiento de sanciones y reactivación de la producción petrolera, los cuales nunca probaron ser ciertos.

A partir de las dos visitas del gobierno de Estados Unidos a Venezuela, se tejieron esos rumores, que perdieron de vista que el propósito principal de las visitas fue el rescate de rehenes; pues en las dos estuvo Carstens que es el negociador de rehenes americanos por parte de la Casa Blanca. El resto, lo de los diálogos y lo del petróleo, nunca pasó del campo de las especulaciones, siempre amarradas a alguna declaración aislada de algún funcionario de Estados Unidos.

La realidad es que nuestra distancia con Estados Unidos, que a veces pareciera que se acorta, está tendiendo a alejarse, tanto por lo de la cercanía con Rusia (visita del canciller a Moscú) como por el caso del avión iraní con bandera venezolana retenido en Buenos Aires, que nos retrotrae a las épocas de Obama con lo de la “amenaza inusual y extraordinaria”. Sin mencionar las noticias sobre maniobras militares conjuntas con Irán y Rusia; pareciera hecho a propósito para incomodar e irritar.

Cada vez se les hace más difícil a los demócratas de Biden que quieren el acercamiento lograr sus propósitos. Porque hoy en día la cantidad de petróleo que pudiéramos aportar al sistema mundial no es suficiente como para compensar el precio político que tendría que pagar el gobierno de Estados Unidos de cara a las elecciones de medio término.

La Ley de Zonas Económicas Especiales, como una continuidad de la Ley Antibloqueo, y de los anuncios de apertura al mercado de valores del capital de las empresas del Estado, es una manifestación clara de la búsqueda, por parte del gobierno, de inversiones para la reactivación del país.

Si hubiera que pensar en capas u olas de inversión, las primeras deberían apuntar a la infraestructura energética, pues esta se constituye en la plataforma habilitante de inversiones en cualquier otra área. Una vez avanzadas las inversiones en energía, ya se puede pensar en la industria y en el agro.

Desde el año 2019 el gobierno se encuentra construyendo una plataforma de confianza que va estructurando paso a paso, pero aún no a la velocidad que hace falta para atraer inversores. Porque es diferente decir “tengo confianza, pero las sanciones me impiden invertir”, a que “no invierto porque no tengo confianza, sin importar si hay sanciones o no”. La confianza es esencial y se construye con acciones que no vayan solo en lo económico, sino que se trata de algo integral, donde un ámbito realimenta al otro.

En sociología y psicología social la confianza es la creencia, esperanza y fe persistente que alguien tiene, referente a otra persona, entidad o grupo, en que será idóneo para actuar de forma apropiada en una situación o circunstancia determinada; la confianza se verá más o menos reforzada en función de las acciones y los valores.

Es difícil tener confianza solo-en-lo-económico, pero tener desconfianza en lo político, lo social o lo internacional.

Esa integralidad debe ser construida para poder aspirar a que, si se aliviaran las sanciones, las inversiones podrían llegar. Con un riesgo país de 33.000 puntos, habría que ofrecer una cantidad muy grande de ventajas para atraer un inversor.

Tal como ha venido ocurriendo, las inversiones que han ido llegando han sido para el segmento transaccional, de ciclo corto de recuperación, y provistas por venezolanos con fondos afuera. Porque hay que estar claros: solo venezolanos con dinero afuera serán los primeros en aventurarse… y siguiendo el camino que ellos abran, es que vendrán los demás.

En cuanto a la política interna, estamos en una meseta en la cual pareciera que no está pasando nada; pero la realidad, es que la “procesión” va por dentro. Tanto en el gobierno como en la oposición sacan cuentas y juegan nombres de cara al 2024, que pareciera el nuevo punto focal con elecciones presidenciales.

Sin olvidar que el gobierno, con el poder absoluto que tiene fronteras adentro, no tiene ninguna necesidad de ponerlo en riesgo, para darle la oportunidad de que lo tomen personajes que nunca han asumido riesgos para ganárselo.

Por supuesto, con la excepción hecha de los que estuvieron –y los que aún están– presos, y de Guaidó que expone su vida diariamente, llevando el catecismo de la democracia y la libertad. El gobierno no se prestará a elecciones si existe la remota posibilidad de perderlas, porque en eso les va la vida.

Pero también hay que asumir que un día de elecciones, cualesquiera que sean las condiciones, siempre puede deparar una sorpresa. Y mucho más en el ambiente de controles en el que vivimos donde se siente el poder del gobierno en cualquier ámbito de la vida del país; pero ese mismo control va generando zonas ciegas que no pueden ser vistas por el gobierno, y desde allí pueden venir las sorpresas.

Los números que le dan las encuestas al gobierno han mejorado desde que comenzó la sensación de optimismo. Aún el rechazo sigue siendo muy grande, más de 60%; pero la aceptación ha ido creciendo. Según la encuestadora de la que se trate, lo positivo pasó de 12% a 20%; de 18% a 25%; y de 30% a 38%; lo cierto es que habiendo abierto las compuertas de liberalidad que abrió, puede observarse un reflejo positivo en la percepción de la gente.

El mayor reflejo positivo está en el lado del chavismo y el menor en la oposición. Y si bien siempre se dice que lo económico es un gran condicionante del voto en una elección, en nuestro caso, por más “cosas buenas” que hagan, un opositor siempre tenderá a votar en contra. En pocas palabras, es poco probable que el gobierno pueda ganar una elección.

Profundizando un poco más en el pensamiento de la gente, en un mundo ideal, hay una tendencia a que ninguna de las ofertas existentes sea lo que la gente querría. Están como en votar por el menos malo, que para la gran mayoría es la oposición.

Pero si tuvieran la opción de algo diferente, disruptivo y novedoso, casi 70% se inclinaría por esa opción. Sería una opción no estatista, de libertades y respeto, muy apoyada en la empresa y en los mercados, y muy clara y transparente con relación a que el rentismo (y toda la filosofía asociada) ya se acabó y no volverá.

Quien se plante con una oferta de ese tipo (y nadie aún lo ha hecho) tiene todo el chance de quedarse con el 70% de una elección. Porque ya está claro que los pobres, si dependen del gobierno, nunca dejarán de serlo; mientras que el sector privado, que necesita imperiosamente que dejen de ser pobres y se conviertan en consumidores, hará todo lo que esté a su alcance por disminuir la pobreza.

Pasando al campo internacional, la reunión de la OTAN en Madrid dejó como corolario que las relaciones internacionales que pasaban por la ONU ahora pasarán también por la OTAN, que actuará como una opción paralela. La lectura ya no será solo pacífica, sino también militar…y las palabras, podrán ser consideradas como armas, y generar una respuesta militar si ese fuera el caso. El ámbito de acción se vuelve global, y el enemigo puede estar en cualquier parte.

Es posible que haya conflictos focalizados en paralelo al tema Rusia-Ucrania, como asegurando los laterales del canal principal que es el nuevo “eje” Moscú-Teherán-Pekín. Hay un antes y un después de Madrid.

Las comparaciones entre Hitler y Putin, y entre los prolegómenos de la II Guerra Mundial, y esta guerra que se nos viene, comienzan a parecerse; pero con el aditivo de las lecciones aprendidas. A Putin no le darán el voto de confianza que Chamberlain le dio a Hitler, y que le dio la oportunidad de reforzarse y conquistar territorios. A Putin ya no le creen.

La cohesión europea y mundial en contra de Rusia no tiene precedentes, y la reunión de Madrid sirvió para posicionar el concepto de 360 grados que les permite mirar hacia Latinoamérica, Norte de África y Medio Oriente.

No hay que olvidar que en marzo pasado los rusos nos pusieron, a nosotros los venezolanos, en el mapa de la guerra cuando su vicecanciller mencionó que ellos podrían poner misiles en Venezuela. Para los escenarios de la OTAN somos esa posibilidad y con ese lente nos observan.

La visita del canciller venezolano a Moscú, y el mencionado anuncio de maniobras militares conjuntas (¡sumando a los iraníes!) nos refuerza en esa posición. Que tal vez en el corto plazo no signifique mucho, pero cuando la guerra esté en desarrollo, nuestra posición, la de nuestro pasaporte y de nuestro pueblo, no será cómoda… de hecho será complicada.

Recomendación

Al gobierno:

  • Que extienda al ámbito político la estrategia de credibilidad que va logrando en lo económico. Es importante abandonar la estrategia de los compartimentos estancos y comenzar a trabajar en forma integral manejando, en conjunto, las variables económicas, políticas, sociales y económicas…y alinearlas con el campo internacional que hasta ahora ha sido la principal fuente de problemas y limitantes.

A la dirigencia de la oposición:

  • Que mejoren la estrategia de comunicaciones y redes de forma tal de difundir cuál es la estrategia del Grupo Guaidó, y cuál la de la Plataforma Unitaria. En qué coinciden y en qué difieren. Porque hoy pareciera que son lo mismo y que persiguen lo mismo, y la realidad no es así. Para evitar las confusiones en las bases opositoras que siguen desinformadas.

A los dirigentes empresarios:

  • Que hay que evitar que sigan cerrando empresas. Hay que armar fondos privados de rescate que aporten, más que financiamiento, prácticas gerenciales y finanzas corporativas para lograr optimizar recursos vía fusiones, adquisiciones y reestructuraciones, y evitar la improvisación del empresario quien, hasta ahora, en muchos casos, había mantenido su empresa por inercia y por olfato. En este tipo de circunstancias país hace falta gerencia profesional.

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 10 min


Eduardo Fernández

Colombia nos sigue dando lecciones de política, de democracia y de civilización. Contra todos los pronósticos el triunfo de un candidato de izquierda no ha significado un cataclismo. Mucho menos han significado el inicio de una guerra civil entre los colombianos.

Gustavo Petro gana las elecciones después de un proceso muy conflictivo y sus primeras palabras son de apertura y de conciliación. Antes de haberse proclamado la victoria oficial del candidato vencedor, el otro candidato, Rodolfo Hernández, que no logró el triunfo electoral pero cuya votación se acercó al cincuenta por ciento de la votación nacional, se apresuró a llamar al candidato vencedor para felicitarlo por su triunfo. Petro no vaciló en tomar la llamada, agradecerla y manifestar su deseo de conversar con Hernández dentro de su propuesta de lograr un gran acuerdo nacional.

Hay que decirlo con toda claridad: Petro se comporta como un ganador democrático y civilizado que tiene conciencia de que recibió el voto de la mitad de los colombianos, pero sabe que la otra mitad no votó por él. Hernández se comporta como un político democrático y civilizado cuando llama a su adversario para felicitarlo por su triunfo a conciencia de que por él voto la mitad de los electores colombianos.

En seguida, el Presidente electo, Gustavo Petro se comunica con él líder más importante de lo que ha sido y seguirá siendo la oposición a sus propuestas, el expresidente Álvaro Uribe. Este último toma la llamada, acepta la invitación a dialogar y reunirse con el nuevo mandatario para conversar acerca de los intereses superiores de Colombia y de los colombianos.

Que gran demostración de cultura cívica, de conciencia democrática y de responsabilidad para con los ciudadanos colombianos, que en toda esta ecuación, son los más interesados en que Colombia avance y no retroceda.

En sus declaraciones luego de la reunión con el Presidente Petro, el ex Presidente Uribe habla en términos de concederle el beneficio de la duda, ofrece lo que el mismo llama una «oposición razonable» y mantiene un discurso de elevada textura democrática y ciudadana.

¡Qué gran lección para nosotros los venezolanos; ojalá seamos capaces de aprenderla, de asimilarla y de emularla! Ojalá la transición democrática que todos anhelamos para nuestro país, podamos lograrla en un ambiente civilizado, de diálogo constructivo, de aceptación de las reglas que impone la cultura democrática, de colocar los intereses de Venezuela y de los venezolanos por encima de banderías partidistas, de odios y de retaliaciones.

Seguiremos conversando.

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 2 min


Fernando Mires

Si hay un término en boga en la política internacional, este es: punto de inflexión. Quiere decir, cambio de paradigma, cambio de estrategia, cambio de orientación, en cualquier caso, cambio radical. Ese punto de inflexión se ha hecho presente en las dos grandes conferencias internacionales de junio del 2022: la de la UE y, sobre todo, la de la OTAN. No es casualidad.

El punto de inflexión puede ser visto como una adecuación a un cambio en la estructura militar y política que ha experimentado el mundo en los dos últimos decenios del siglo XXI. En términos escuetos, las líneas estratégicas aprobadas en la cumbre de la OTAN tienen que ver con ordenamientos generados a nivel global.

En efecto, hay tres grandes potencias pero esas potencias no son equivalentes. China, Rusia y Occidente. La primera se define en términos económicos y militares. La segunda en términos territoriales y militares. Y la tercera en términos económicos, políticos y militares. En el único punto donde hay equivalencia entonces –y es lo decisivo– es en el militar. De ahí la importancia de la OTAN y su cambio de orientación. Se trata de crear, de acuerdo a las palabras de su presidente Jens Stoltenberg, lineamientos para limitar a las otras dos potencias en el único espacio común a las tres: el militar. Así se explican los objetivos principales del nuevo paradigma de la OTAN.

Por un lado, Rusia, sobre todo a partir de la invasión a Ucrania, es visto desde la OTAN como el peligro inmediato y por lo tanto, como el principal. Por otro lado, China será considerada como enemigo, solo si logra establecerse una alianza chino-rusa. Ahora, para que esa alianza no tenga lugar, será preciso debilitar al máximo a uno de sus eslabones y el más débil es, por ahora, la Rusia de Putin. Esas son las razones que llevaron a la OTAN no solo a ampliar su magnitud con la incorporación de Finlandia y Suecia sino, además, a fortalecer militarmente su flanco oriental, al mismo tiempo que mantendrá su esfuerzo en el apoyo militar a Ucrania. ¿Significan estos cambios un debilitamiento para Putin como ha sostenido la mayoría de las interpretaciones relativas al cambio estratégico de la OTAN? Aparentemente, sí. Pero también hay motivos para pensar en sentido contrario.

La tesis que sostiene en tono triunfalista que el punto de inflexión de la OTAN conlleva un duro revés para Putin, parte de la base de que las acciones de Putin en Ucrania, como ha sostenido la «escuela realista norteamericana», después usada por Putin como medio de propaganda, se debe a la ampliación de la OTAN. No obstante ha sido el mismo Putin quien la ha contradicho. Putin ha declarado, y no solo una vez, que para él no es ningún problema que Finlandia y Suecia sean miembros de la OTAN. No hay ningún motivo para contradecirlo.

Como hemos advertido en otros textos, las intenciones geopolíticas de Putin no se ven resentidas por el hecho de que la OTAN sea más o menos grande. Su objetivo, al menos el inmediato, es reconstituir el espacio originario de la antigua RUS, vale decir, el imperio ruso presoviético. Incluso Putin parece haber renunciado, por lo menos durante la primera etapa de su avance, a la reconquista de los países bálticos, pues esta acción demandaría una reacción de Occidente muy superior a la que ha mostrado frente a Ucrania.

Putin –lo demostró en el caso de Ucrania donde en meses de guerra ofensiva solo ha logrado hacerse de algunas ciudades en el Donbás– no está en condiciones de hacer la guerra en dos o más frentes a la vez. Su propósito por ahora solo se puede limitar a asegurar la fase de reconsolidación del imperio en la zona por él considerada «natural», a la que, según su mitología, pertenece Ucrania. Después, de acuerdo a las condiciones –parece pensar Putin– verá lo que hace. Por el momento lo decisivo para él es reintegrar a Ucrania, y si eso no es posible, destruirla por completo (evidentemente, lo está haciendo).

No obstante, hasta ahora su balance es magro: ha anexado a Bielorrusia vía Lukazensko, destruyendo a la sociedad civil de ese país y la guerra en Ucrania está lejos de ser ganada. Moldavia también podría ser anexada aunque para él parece ser una pieza menor.

En breve, Putin está atascado en el primer escalón de su proyecto imperial. El segundo escalón, ya lo anunció Putin en San Perterburgo, es derrotar a Occidente, entendiendo por ello su debilitamiento político y económico.

La guerra a Ucrania es vista por Putin como un factor decisivo para debilitar militar, política e incluso moralmente, si no a Occidente, por lo menos a su parte europea. Cuenta para ello, así como también contó Stalin, con potenciales aliados intereuropeos, entre ellos la Hungría de Orban, la Turquía de Erdogan, la Serbia de Vučic. Cuenta con las ultraderechas neofascistas que emergen en todos los países de Europa. Cuenta con la posibilidad de una crisis económica inducida por la guerra que, según sus cálculos podría derrumbar a las economías europeas, desatando descontentos sociales y debilitando gobiernos.

Cuenta con los efectos del hambre mundial provocada por sus bloqueos militares y por la crisis energética la que multiplicará a las masas migratorias, sobre todo a las provenientes de África. Y, no hay que olvidar, cuenta con la posibilidad de que en el 2024 triunfe en los EE UU la alternativa nacional-populista de Trump, quien en aras de la recuperación económica de su nación podría ofrecer a Putin todo el espacio euroasiático para que haga allí lo que más le convenga. En pocas palabras, Putin cuenta con un tiempo cuyos vientos, según sus meteorólogos políticos, soplan a favor.

Putin ya declaró en el congreso internacional de dictaduras que tuvo lugar en San Petersburgo que la guerra en Ucrania es solo el comienzo de una cruzada en contra de Occidente. En el marco de esa guerra Putin intentaría –de hecho lo está intentando– convertirse en la vanguardia político-militar de todas las naciones autocráticas, dictatoriales y por lo mismo, antioccidentales de la tierra. El antiguo sueño de Stalin, la capitulación de la Europa democrática, quiere convertirlo en realidad, pero bajo otras formas y mediante otros métodos.

Reconstituir a la antigua Rusia significaría en su afiebrada pero no imposible utopía, convertir a Rusia en el eje central de un nuevo continente llamado Eurasia. Y bien, para cumplir ese objetivo, ya ha dado los primeros pasos. Justamente en los días en que tenían lugar las conferencias de la UE y de la OTAN, Putin emprendió un viaje hacia naciones en vías de ser dominadas por Rusia.

A algunos observadores pareció solo un intento para demostrar a Occidente la extensión y solidez de su zona de influencia territorial. Pero a Putin no interesan los espectáculos mediales. Todo lo que hace, lo hace de acuerdo a un fin, muchas veces oculto. Y en este caso, más que una demostración de fuerza lo que más interesaba al dictador era asegurar su frente interior en aras de una expansión que escapa al área de competencia militar occidental: hacia la región caucásica y en Asia Central.

Veamos los países que Putin visitó: en primer lugar Tayikistán, donde posee fuertes conexiones económicas y diversas bases militares. Tayikistán además mantiene relaciones económicas y religiosas con los talibanes de Afganistán quienes, necesitados de asistencia material no dudarían en vincularse al imperio ruso bajo la condición de que le sean respetadas su soberanía, sus tradiciones y su orden religioso. No deja de ser sintomático que después del terremoto, Afganistán pidiera ayuda a Occidente, y luego del viaje de Putin, la rechazara sin dar explicaciones.

La segunda estación del periplo de Putin fue su visita a los gobiernos de Kazajstán, Kirguistán, Turkmenistán, Uzbekistán, la mayoría de ellos de orientación islamista. Acercamiento interesante: en la histórica asamblea de la ONU donde Rusia fuera condenado por 141 votos, ninguno de esos gobiernos votó a favor de Rusia. La mayoría se abstuvo. Fue un aviso a Putin de que ninguno de esos países quiere correr la suerte de Chechenia y Ucrania. Pero a Putin tampoco interesa por el momento anexar a esas naciones. Lo importante para él es incorporarlas a una línea estratégica común: la lucha en contra de ese Occidente poblado por infieles antiislámicos. Su objetivo ya declarado es ir formando un frente de naciones antioccidentales, sean ortodoxas o musulmanas.

Ya ejerce control sobre Siria, a la que ha convertido en colonia, del mismo modo como busca con denuedo una alianza más estrecha con Irán, vale decir una alianza de la civilización ortodoxa con la civilización islámica en contra de la «obscena» civilización occidental, algo que ni siquiera pasó por la cabeza de Samuel Hungtinton.

Ahora bien, en el cumplimiento de ese proyecto, la OTAN quedaría totalmente fuera del juego. Al fin, no es su espacio de guerra. La divisa de la OTAN, en términos elementales, parece ser la siguiente: «A Rusia no pertenece ningún país europeo. Si quiere aumentar su territorio, que vaya a otras partes».

Por cierto, conformar esa enorme alianza antioccidental exigiría un alto precio: la incorporación de China como potencia económica. Rusia pondría a disposición del proyecto chino de dominación económica mundial, sus fuentes energéticas, gas, petróleo y sus ejércitos. China, su capital y sus mercados.

En esa proyección, el mundo, según Putin, quedaría sometido a la dominación económica de China y a la militar de Rusia. ¿Un nuevo orden mundial? Si es que queremos, usemos ese nombre.

Pero todo ese, para Occidente tenebroso proyecto, puede ser realizado solo bajo una condición, y es la siguiente: que Occidente permaneciera impávido e inmóvil. No obstante, ese tampoco será el caso.

Es cierto que la nueva estrategia de la OTAN tiene por el momento un objetivo estrictamente defensivo. Mediante la incorporación de Finlandia y Suecia, más otras naciones que vendrán, se trata de tender una línea demarcatoria vedada a la expansión rusa. Un “no pasarán” territorial y militar.

Probablemente el Kremlin computa que en Occidente habrá deserciones, vacilaciones y caída de gobiernos democráticos. Y claro, seguramente habrá un poco de todo eso. No hay nada más inestable que una democracia en tiempos de crisis económica o guerra, y más todavía si estas dos catástrofes aparecen al unísono. Pero, a la vez, Occidente también confía en que las alianzas internacionales de Putin, sobre todo con una Rusia empobrecida por la guerra, no sean tan estables como a primera vista aparecen. Mientras la gran mayoría de los habitantes sometidos al imperio ruso o chino anhelan vivir como en Occidente, muy pocos en Occidente, aunque se declaren antinorteamericanos, quieren vivir como rusos o como chinos.

Competir económicamente con China en los mercados mundiales y a la vez guerrear con Rusia en espacios territoriales sería por cierto una tarea titánica. No obstante, la democracia política tiene una ventaja que no poseen los órdenes autocráticos antioccidentales. La democracia no solo es una forma de gobierno ni solo un modo de vida, es también, aunque a muchos parezca extraño, una fuerza económica.

La democracia, para serlo, supone la valoración del ser humano, y esa valoración supone a su vez aumentar el capital de todos los capitales habidos y por haber: la inteligencia de la inventiva. Inteligencia que no solo lleva a pensar filosóficamente sino también a recorrer el mundo de las ciencias. En otras palabras, Occidente dispone de una capacidad de creación que no puede desarrollarse plenamente bajo el peso de los estados dictatoriales.

La gran capacidad económica china tiene como fundamento los bajos precios salariales y una tecnología imitativa de la originaria, que es predominantemente occidental. Rusia, bajo Putin ha llegado a convertirse en un gigante militar, pero económicamente está condenado a subordinarse a China o a Occidente. Tanto China como Rusia podrían tener, sin duda, las mismas o mejores capacidades creadoras. Pero para que eso ocurra deberían ser liberadas fuerzas productivas de las que el capital humano es su fuente originaria. Eso supondría liberar al ser humano de yugos estatales, autocráticos y dictatoriales. En otras palabras, ambas naciones deberían negarse a sí mismas como dictaduras o autocracias. Algo que por el momento está muy lejos de ser posible.

Quizás pensando así fue que, en un día de rara inspiración, Joe Biden declaró que la gran contradicción de nuestro tiempo es la que se da entre democracias y autocracias. No sabemos si Biden se dio cuenta de la tremenda verdad que dijo. Pues esa verdad implica, entre otras cosas, situar a la guerra y a la economía bajo la hegemonía de la política (autocracias y democracias son ordenes políticos, no económicos ni militares) Una verdad en fin que no solo deberá realizarse al exterior sino al interior de cada nación.

Occidente saldrá lesionado de la guerra de Ucrania, no hay dudas. Pero también podría suceder que Rusia tampoco salga fortalecida y su alianza con China sea dificultada, entre otras razones, por la decisión de la OTAN de no solo invertir esfuerzos en el espacio Atlántico Norte, sino también en dirección del Pacífico Sur. Por eso fue muy importante que por primera vez hubieran asistido a la cumbre de la OTAN países cooperantes que no forman parte del tratado originario cono son Corea del Sur, Japón, Nueva Zelandia y Australia. De esa nueva orientación tiene que haber tomado nota Xi Jinping y su comité central.

La OTAN ha entrado definitivamente en la tercera fase de su historia. En la primera sirvió de protección en contra del avance de la URSS. En la segunda fue embarcada en una guerra difusa y sórdida en contra de un terrorismo internacional que no conoce patrias. En la tercera, la que recién comienza, ya ha decidido a servir de muro de contención en contra de la Rusia imperial de Putin para luego convertirse en la organización militar de todas las democracias occidentales.

Si Occidente lograra convencer a China que una guerra comercial y financiera pero no militar puede ser más rentable que una guerra militar a la que sería arrastrada por Rusia, sería un gran éxito político. Naturalmente, en ese caso Occidente, particularmente los EE UU, deberán hacer concesiones económicas a China. Pero así y todo ese sería un precio módico a pagar si se trata de evitar una maligna alianza antioccidental de carácter militar entre Rusia y China.

Si esa alianza fracasó entre la URSS y la China de Mao, no hay motivos para que esta vez tenga éxito. La tarea de Occidente no debe ser en ningún caso provocar a, sino negociar con China. Rusia, sin China, sería solo un gigante militar subdesarrollado, destinado a sucumbir por tercera vez bajo el peso de su propia historia.

En fin, el tan cacareado nuevo orden mundial no está todavía constituido. Como todo en esta vida, será configurado en el cada día, allí donde las contingencias suelen primar más que pronósticos basados en lógicas deterministas. Hay que prever y priorizar, claro está. Pero más no se puede.

Por el momento solo sabemos que Rusia es el enemigo principal y China el enemigo posible. De ahí que el próximo encuentro que tendrá lugar entre Xi Jinping y Biden será de importancia fundamental para el curso de la historia del siglo XXl.

El mundo no depende solo de los misiles sino también de las palabras. Eso lo supieron en su tiempo Churchill y Stalin (podríamos decir también Kissinger y Mao Zedong) cuando, amenazados por un mismo peligro, abandonaron por un instante sus miedos y sus odios, y se dispusieron a conversar.

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,

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Carlos Raúl Hernández

1. Calle-calle-calle, “Maduro vete ya”, “la salida”, “intervención militar democrática”, “movimiento popular constitucional”, “hora cero”, “trancón”, “referéndum popular”, “la ruta de la dignidad”, 350, “TIAR, “esto lo resuelve el catire Trump”, “referéndum popular”, “no se dialoga con delincuentes”, “falta poco”, “solo negociaremos qué va a comer en el avión”, “no lo llames elecciones”, “¡colaboracionistas!”, “alacranes”, “¿con ese CNE?”, “no es gobierno, es régimen”. “Henry Falcón será Vicepresidente”, “no voto sin condiciones electorales”, “si o si”, “operación libertad”, “intervención extranjera”, “marcha sin retorno”, “abstención”. El diccionario del vacío, arterías, engendros, quincallería conceptual que nos hundió. Y la reina madre de las burradas: el llamado abstencionista en 2018. El mundo está hecho de palabras y ellas cambian la vida de quien las pronuncia y de quien las oye, porque son el momento simbólico de la acción. Hablamos varios lenguajes al mismo tiempo sin saberlo, el verbal, los gestos, las miradas, el vestido, pero más allá de cualquier hermenéutica, los resultados.

2. A una amiga muy querida la atormenta el cinismo de aspirantes a líderes que demostraron no tener lo que hay que tener. Después de arrastrarnos a la desgracia, regresan como si nada a lo mismo que excomulgaron, y por lo que se ve, vuelven a hacerlo mal. Fanáticos del vacío, sacrificaron el movimiento de masas que los siguió lealmente. Dostoievsky expresó pánico por el fanatismo y el cinismo, porque él practicó ambos. En su juventud fue víctima de una simulación de fusilamiento, que, según cuenta, cambió su vida. Y describe ambas cosas en el capítulo quinto de Los hermanos Karamasov. En un pasaje llamado “El gran Inquisidor” narra la milagrosa reaparición de Cristo frente a la Catedral de Sevilla en el siglo XVI, en plena inquisición y al día siguiente de que hubieran quemado un grupo de acusados. Hace milagros, concentra una multitud, resucita una muerta, pero ordenan apresarlo. Una vez detenido se presenta en su calabozo el Gran Inquisidor, un erguido anciano de noventa años, vestido de manera pobre y rústica, y le pregunta –“¿Eres Tú?”. Jesús no se digna a contestar y el Inquisidor dice.

3. “No contestes nada. Ya lo has dicho todo. Mañana morirás quemado como el peor de los herejes”. Reconocer la presencia de la Vedad desestabilizaría sus bases y optan por la cínica expresión de las necesidades del status. ¿Pero existe la condición humana, algo que identifica a todos los hombres por el hecho de serlo, alguna trascendencia que nos dé dignidad como especie? La condición humana es el título de la estremecedora novela de André Malraux, en la que narra que durante el fracaso de la insurrección de Shanghai en 1927, ajusticiaban a un grupo de comunistas lanzándolos uno a uno a la caldera de la locomotora. Conmovido por el pánico de un joven militante, el jefe, Kyo, en sublime acto de abnegación, le regala al muchacho el mayor tesoro, la última cápsula de cianuro, y asume él la muerte en llamas. Kyo es un valiente, irreverente, heterodoxo, enemigo de dogmas de izquierda o derecha, personaje que representa a Malraux, revolucionario, bohemio, humanista. El sacrificio de Kyo no es “por la revolución” sino por un ser humano concreto, frágil y acobardado, merecedor del desprecio de Chan, el fanático cruel, la representación del Partido Comunista.

4. Para los antihumanistas teóricos y prácticos: Marx, Lenin, Spengler, Max Scheler, Nietzsche, Hitler, Michael Foucault, Althusser, Merleau Ponty, los individuos son “briznas de paja en el huracán revolucionario”, sacrificables, porque la revolución vale más que los individuos, familias, vidas, muertes, dolores. Nechayev quería seres “sin identidad ni nombre propio” y Foucault, en la misma tónica afirma que el hombre no es nada, sino “una invención fracasada del Renacimiento”. ¡Qué pueden importar la violencia, el terror, la tortura contra sujeto particulares, si son elementos revolucionarios de purificación, válidos porque persiguen fines superiores! Para Nietszche la decadencia de la civilización es producto de la piedad cristiana por los débiles ¿Es verdad, como dice, que el imperio romano se desplomó por tal influencia debilitadora del amor al prójimo, o porque la esclavitud, el trabajo gratuito, fundó el ocio de los grupos de poder, frenó el desarrollo de las fuerzas productivas, la ciencia, la tecnología, la creatividad, el esfuerzo individual, y se desplomó podrido de improductividad?

5. Pensadores alemanes, denuncian pérdida del sentido patriótico, la disposición de dar la vida por la patria, derramar la sangre en batalla, por obra del confort, capitalista, el comercio, el aburguesamiento, evocación de Esparta, y Max Scheler escribe que “los hombres se habrían devorado pacíficamente si no fuera porque la dignidad de la guerra ha justificado la violencia”. Por fortuna Kant escribió que el hombre se define por sus decisiones, ya que al actuar funda leyes universales y sabemos que asesinar, hacer pogromos contra grupos sociales, razas o naciones, no puede ser ley universal. Y ahí la filosofía ensambla con la acción política, dice Helmuth Plessner “el arte del momento adecuado, la ocasión favorable”. El hombre vive, como las demás criaturas, pero a diferencia de éstas, tiene conciencia de que vive.

@CarlosRaulHer

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Ismael Pérez Vigil

Por la ruta de la reflexión profunda nos lanza el último artículo del Padre Luis Ugalde (Podemos porque hacemos), y aunque no siempre los comentemos públicamente, son tema de discusión en privado: “¿Leíste el artículo de Ugalde?, nos interroga cualquier persona, en cualquier momento; por eso hay que estar atentos y al día, sus artículos no se pueden ignorar ni pasar por alto.

La esperanza de Ugalde

Del artículo más reciente, de entre todas las reflexiones, se desprenden dos hilos importantes: uno es la lucha contra la desesperanza y el pesimismo y el otro una crítica, aunque lacónica, muy dura hacia quienes hablan de la “mejoría” del país.

Pareciera contradictorio hablar de esperanza, de optimismo, que supone ver aspectos positivos en lo que ocurre en el país y al mismo tiempo, criticar tan duramente a quienes ven signos externos de mejoría económica; pero no es contradictorio. Veamos.
Nos dice el padre Ugalde “…millones de venezolanos dentro y fuera del país estamos haciendo lo necesario primero para sobrevivir y luego para salir adelante”, y así es. Para muchos no hay forma de explicar como hacen millones de venezolanos que no tienen ahorros o ingresos en dólares para sobrevivir en medio de la alta inflación, la carestía de alimentos y medicinas, la carencia de servicios públicos, la severa crisis humanitaria, y paremos de contar; pero el “milagro” ocurre y de alguna manera el artículo nos revela el porqué: se llama esfuerzo y trabajo; se llama, como dice el Padre Ugalde, potenciar lo que el país lleva adentro, “… potenciar el talento de millones de venezolanos que con lo que hacemos damos la prueba de lo que podemos”; esa es la verdadera riqueza del país.

La solidaridad, factor clave

Se llama también solidaridad; solidaridad de los que vivimos aquí y podemos generar algún trabajo, por efímero y poca cosa que parezca, para que alguien tenga algún ingreso; solidaridad de miles de organizaciones de la sociedad civil que hacen que circule el “excedente” −que toda sociedad genera−, en trabajo que produce un ingreso, en alimentos, en medicinas, en atención médica gratuita o casi gratuita, en objetos que se desechan y que se pueden reparar y le sirven a alguien más. Solidaridad de los que se fueron del país y no olvidan a los que se quedaron aquí y envían a sus familiares y amigos alguna cantidad de dinero o alimentos, o medicinas, o algún objeto que se puede intercambiar o vender. Se llama, en definitiva, tener conciencia de que el país sigue vivo, que no se ha muerto y quienes aquí vivimos nos esforzamos por “capear” el temporal y tratar de vivir lo mejor que podemos, a pesar de todas las limitaciones. Desde luego, aprovechamos cualquier resquicio, cualquier viento positivo que sople y no estamos ciegos ni somos tontos para no darnos cuenta de las “burbujas” que se inflan y tratar de aprovecharlas.

¿Se arregló el país?

El otro hilo de reflexión que destaco del artículo de Ugalde se refiere a esa crítica, aguda y muy fuerte, cuando dice: “No seamos cínicos, esto no se ha arreglado”.

No se necesitan más palabras y aunque se asume él y nos asume a todos en el “no seamos”, todos sabemos que a quien se refiere es a algunos sectores, de empresarios, de asesores y analistas que nos pretendan mostrar un país más allá de la realidad, una fantasía económica. Algunos incluso se limitan a enumerar las cuatro o cinco medidas macroeconómicas adoptadas, absolutamente insuficientes para llevar pan a las mesas, generar empleos o resolver la carencia de elementales servicios públicos que atosigan a la población. No voy a abundar más en el tema, pues lo hice con detenimiento en un artículo anterior; pero quería destacar que la escueta frase del Padre Ugalde encierra toda la profundidad de la crisis que vivimos, que está lejos de estar superada.

La crítica del artículo al “cinismo” de los que ven mejoras, junto a lo que nos señalan algunas encuestas recientes sobre la valoración que se tiene de los empresarios, por tratarse de un protagonista importante en lograr sembrar la esperanza y la recuperación del país, vale la pena dedicarle algunas líneas.

La primera advertencia para matizar en algo el excesivo optimismo de algunos es que no olvidemos que por mucho que los indicadores señalen que la economía creció en 2021 y crezca en 2022, se necesitarán varios años para que ese crecimiento nivele al PIB que teníamos a finales del siglo pasado, cuando comenzó este oprobioso régimen; o tan solo para nivelarnos al PIB del 2013, cuando se inició el régimen madurista.

La “mejora” de algunos sectores y de algunos indicadores económicos, o la frivolidad de algunos espacios de consumo y lujosa diversión no son un indicador importante para aseverar que el 80% o más de los venezolanos está saliendo de la pobreza. Y sobre todo no olvidar, como dice Ugalde en su artículo, que: “… el desastre es tan grande y global que es indispensable el cambio político para que en Venezuela sople con fuerza el viento de la esperanza y reverdezca el actual desierto desolador.”

Los empresarios

Sabemos bien que esta “prédica” de la mejoría del país está dirigida a los empresarios, a estimular su interés y sus inversiones y que entre ellos abunda la gente “pragmática”; algunos lo son tanto, que hasta creen que no les interesa la política, ni los políticos y muchos los consideran corruptos y una pérdida de tiempo ocuparse de ellos; excepto cuando tienen chance o no les queda más remedio que “acercarse” a algún político que les facilite la vida con algún trámite, les de acceso a divisas −en los largos períodos de control cambiario− o apure algún contrato; por algo son pragmáticos y deben ocuparse de empresas, de las que dependen miles de empleos y familias.

Nuestros empresarios, al menos una parte importante de ellos, que han sido educados y socializados en un profundo individualismo −como casi todos los venezolanos de clase media para arriba−, obviamente les interesa “su” empresa, su negocio, su vida y solo comparten socialmente con los demás. Por supuesto, ese interés en “su” negocio implica interesarse también por sus trabajadores, para los que buscan las mejores condiciones y los ayudan a que vivan lo mejor posible, porque saben que eso redunda en un mejor rendimiento y es mutuamente beneficioso.

Muchos de ellos se dedican a su comunidad inmediata, pero no mucho más allá, a menos que sean empresas muy grandes, que no nombrare, cuya “comunidad inmediata” es buena parte del país. Pero para algunos, todo lo demás, que no sea su entorno inmediato, se reduce a esa especie de “filantropía” a la que llaman “Responsabilidad Social Empresarial”

Con relación a la política, claro que hay empresarios que se ocupan del poder –es decir, de la política y los políticos– cuando ya lo básico está resuelto y les queda tiempo, siempre y cuando eso no los haga descuidarse de su actividad principal, la que, con toda razón y responsabilidad, nunca pondrán en peligro por dedicarse a otra cosa. Todo lo más se dedicará a “eso de la política” algún hijo, sobrino, hermano, o el fundador de la empresa, ya retirado de los negocios. Esto incluye cámaras y asociaciones empresariales, en donde obtienen información e influencia y alguna vez emprenden actividades colectivas, usualmente con pronunciamientos gremiales o alguna actividad social o deportiva conjunta.

Pero el tema gremial lo pospongo para otra ocasión.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Humberto García Larralde

Los encuentros la semana pasada de una delegación gubernamental de EE.UU. con representantes de Maduro y de la oposición, alimentan la expectativa de que se reanudarán las negociaciones entre ambos. Aunque no fuese el objetivo principal de la misión estadounidense, este tema seguramente no fue excluido. Por su parte, el jefe de la delegación de la Plataforma Unitaria opositora, Gerardo Blyde, reiteró su interés por retomar lo iniciado en México el año pasado y, por esa vía, continuar explorando posibilidades de acordar una transición pacífica a un régimen de libertades y de creciente prosperidad.

Para algunos, tales expectativas son ingenuas. Con la excusa del diálogo –no hablaba de negociar— Maduro se ha burlado en reiteradas oportunidades del país, solo para ganar tiempo y desactivar las presiones domésticas. Pero, por más escépticos que seamos, no debe despacharse, así por así, un nuevo intento por ponerle fin a la terrible tragedia arrojada sobre los venezolanos por estos “revolucionarios”. Las condiciones de miseria son demasiado graves y los avatares que golpean a diario a nuestros compatriotas, tan injustas –porque las podría solventar un gobierno democrático--, que sería irresponsable, por decir lo menos, no explorar esta posibilidad. Es demasiado lo que está en juego. No debemos ilusionarnos con que Maduro va a negociar esta vez con los intereses del país por delante (nunca lo ha hecho), pero si debemos identificar qué lo mueve, sus fortalezas y debilidades.

Hugo Chávez reveló muy temprano su inspiración fascista[1]. Invocó la epopeya independentista para promover un proyecto maniqueo y patriotero, asumiendo, como militar, la contienda política en términos bélicos, loas a la muerte de por medio. Su discurso populista, cargado de odios, descalificó a sus opositores y amenazó con vengarse de quienes “habían traicionado a Bolívar”. Los discriminó desde el poder, desconociendo sus derechos constitucionales y atemorizándolos con bandas de choque uniformadas de rojo. Su posterior adopción de categorías discursivas de la mitología comunista, agarrado de la mano de Fidel Castro, no altera esta caracterización. Eso sí, lo vinculó con un universo más amplio, que resultó decisivo para proyectarse internacionalmente como líder antiimperialista. Con esta imagen, labró alianzas con autocracias variadas que sólo tenían en común su odio a EE.UU., como la teocracia iraní, las encabezadas (en su momento) por Hussein, Gadafi y Mugabe y, por supuesto, Putin y su héroe, Fidel. Bajo el tutelaje de este último, accedió al know-how cubano sobre terrorismo de Estado, tan útil para consolidar su poder. Peor aún, al colocarse bajo el paraguas castrista, les entregó gustosamente el país. Accedió a que uno de sus agentes, Nicolás Maduro, lo sucediera al morir.

Al carecer Maduro del carisma de su mentor y no tener ascendencia entre los militares, tuvo que urdir mecanismos para ganárselos, siempre con asesoría cubana. Intensificó la corrupción entre estamentos del alto mando para convertirlos en eje de una red de cómplices dedicados a depredar a la nación, destruyendo, así, a la FAN. De gran ayuda fue el desmantelamiento de las instituciones del Estado de Derecho adelantado por su antecesor. Barrió con la transparencia y la obligación de rendir cuentas de su gestión, así como con las normas que resguardaban la hacienda pública. Le permitió aumentar aún más la represión, con centenares de manifestantes abatidos y las cárceles llenas de presos políticos. Por otra parte, al impedir –tramposamente-- la alternabilidad política, Maduro se convirtió en dictador.

Al acentuar bajo su mandato la expoliación del país, destruyó las bases de tributación del Fisco. Acudió, entonces, a la emisión monetaria para financiar el gasto. La hiperinflación que desató terminó de arruinar la economía y devastar las condiciones de vida de los venezolanos. La liberalización posterior de precios, la libre circulación de dólares y la privatización de activos públicos --sin orden ni concierto—, ¿indican que Maduro está de regreso de tanta locura? Midámoslo contra el contexto de colapso de la administración de Estado y de los servicios públicos, la matraca y la extorsión por doquier, sin mencionar la inobservancia descarada de los derechos humanos de la población. ¿A dónde va, entonces, el régimen? ¿Qué debemos esperar de éste en una negociación que deseamos sea seria?

Lo que define al régimen de Maduro es la corrupción. Todas las dictaduras son corruptas, en mayor o menor grado. El gobierno de Chávez también lo fue. Dejaba robar a militares y tomaba nota, no para castigarlos, sino para poder chantajearlos si alguno decidía retirarle su apoyo. Pero lo de hoy alcanza otro plano. La trampa, la mentira y desprecio por la vida de los demás es tal, que se han convertido en el nuevo “normal”. Han socavado los valores básicos que sustentan la convivencia en sociedad. No hay seguridad ni respeto por la suerte del venezolano. Sus problemas carecen de respuestas. Reina el abandono y la anomia. Las decisiones penden del capricho o voluntad de los poderosos. Sepultado quedó el promisor futuro socialista. No obstante, los fascistas siguen refugiándose en clichés “revolucionarios” para proyectar la idea de un país asediado por enemigos, tanto internos como externos, que requiere de su protección. La excusa perfecta para erigirse en dueños de Venezuela. Con impunidad sostenida de sus atropellos, por si hubiese dudas. Una “revolución” de cómplices.

Esta descomposición es propia de la cofradía gansteril de autócratas que amenazan al orden liberal, ya que se interpone a la expoliación de sus respectivos países (o de otros, como pretende Putin). Son cleptocracias poderosas, interesadas en trampear el sistema para hacer avanzar sus negocios. La alianza de mafias que sostiene a Maduro encaja bien ahí. Además de Putin, están Lukashenko, Ortega, Díaz Canel, Al Assad y otros, aliados con Hezbolá, el ELN, traficantes y con quien sea, para imponerse. El problema está en que, al pretender desplazar el orden internacional basado en normas --juego suma-positivo de convivencia entre naciones-- por uno sostenido en la fuerza y el embeleco --juego suma-cero--, se puede terminar del lado perdedor. Y es ese el “tres y dos” en que se debate Maduro.

¿Habrá hecho Putin un mal cálculo? De ser así, ¿debe aprovechar el margen que (aparentemente) le estarían abriendo los gringos? Maduro sopesa cuánto debe ceder para que le retiren algunas sanciones. ¿Tendrá que esforzarse en lucir más convincente en sus alegatos de respeto a los derechos humanos y aplacar, así, al CPI, a la Dra. Bachelet y al Consejo de Derechos Humanos de la ONU? Los militares traidores que lo sostienen le dejan poca opción. El Sebin y la DGCIM siguen arrestando a dirigentes sindicales, periodistas, médicos y otros, acusándolos de “terrorismo y asociación para delinquir” (¡!) Igual amenaza pesa sobre diversas ONGs defensoras de derechos humanos. Por otro lado, ¿le conviene continuar liberalizando la economía en busca de mayor apoyo interno? ¿Debe dar garantías creíbles para atraer inversiones? Eso significaría ceder poder y oportunidades de lucro. No se lo permitirían las mafias. ¿Pero podrá sacrificarse a algunas, las más débiles, sin que lo tumben? En fin, el futuro del régimen está sujeto a muchos imponderables, nada está seguro.

¿Qué implicaciones pueden derivarse para negociar unas próximas elecciones con unas garantías mínimas de que se respete la voluntad popular? Maduro no dará paso alguno hacia la apertura a menos que sea forzado a ella. De ahí lo imprescindible que Putin sea derrotado. En primer lugar, por razones de justicia y por el derecho de los ucranianos a existir en paz, pero también para romperle el espinazo a la cofradía gansteril. Pero eso no está en manos de los opositores en Venezuela. Lo que sí depende de nosotros es lograr que esa inmensa mayoría de venezolanos que clama por soluciones –el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social registra 2.677 protestas durante el primer cuatrimestre de 2022—se unifique detrás de una propuesta de cambio, con la fuerza suficiente para obligar a Maduro a ceder.

Sin apoyo internacional, será muy difícil desplazar a los fascistas del poder. Pero sin una fuerza opositora unida, con un proyecto creíble, capaz de erigirse en alternativa real de poder, tal apoyo no ocurrirá.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

[1] Ver, García Larralde, Humberto, El fascismo de siglo XXI: La amenaza totalitaria de Hugo Chávez Frías, Random House Mondadori, 2008

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