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Opinión

Josep Borrell

Algunas semanas pueden parecer décadas, y esta semana ha sido una de ellas. Con el desnudo acto de agresión de Rusia contra Ucrania, la tragedia de la guerra ha vuelto a estallar en Europa. Las fuerzas rusas han bombardeado viviendas, escuelas, hospitales y otras infraestructuras civiles. La maquinaria propagandística del Kremlin se ha disparado en su esfuerzo por justificar lo injustificable. Más de un millón de personas han huido ya de la violencia, y aún quedan más por llegar.

Los ucranianos, por su parte, están organizando una heroica defensa de su país, impulsados por el liderazgo del presidente Volodymyr Zelensky. Ante la escalada de ataques y las absurdas afirmaciones del Kremlin que niegan su identidad nacional, los ucranianos han demostrado unidad y resistencia. Atascado en el pasado, el presidente ruso Vladimir Putin puede haberse convencido de que Ucrania le pertenece bajo su visión de una "gran Rusia". Pero los ucranianos han demostrado que su país les pertenece a ellos, y que su futuro es europeo.

La Unión Europea ha entrado en acción. Mientras algunos esperaban que titubeáramos, que estuviéramos divididos y que reaccionáramos con lentitud, hemos actuado a una velocidad récord para apoyar a Ucrania, rompiendo tabúes en el camino. Hemos impuesto sanciones sin precedentes a los oligarcas vinculados al Kremlin y a los responsables de la guerra. Medidas que eran impensables hace tan solo unos días -como la prohibición de acceso al sistema SWIFT a los principales bancos rusos y la congelación de los activos del banco central ruso- ya están siendo implementadas. Y, por primera vez, la UE está apoyando a los Estados miembros en el suministro de equipos militares a la asediada Ucrania, movilizando 500 millones de euros (554 millones de dólares) a través del Fondo Europeo para la Paz.

Hemos hecho todo esto junto con otros países para garantizar que estas medidas tengan el máximo efecto. Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Suiza, Japón, Singapur y muchos otros centros neurálgicos financieros y económicos se han unido a nosotros en la adopción de duras sanciones. La indignación internacional contra Rusia se está extendiendo en cascada, incluso a los deportes y las artes. Una estampida de empresas está abandonando el mercado ruso.

Sin embargo, las noticias que nos llegan desde el terreno en Ucrania son horribles y aleccionadoras, sin que nadie sepa cómo acabará esta guerra. Putin intentará excusar el derramamiento de sangre que ha desencadenado describiéndolo como un subproducto inevitable de algún choque mítico entre Occidente y el Resto; pero no convencerá a casi nadie. La inmensa mayoría de los países y pueblos de todo el mundo se niegan a aceptar un mundo en el que un líder autocrático pueda simplemente apoderarse de lo que quiera mediante una agresión militar.

El 2 de marzo, una abrumadora mayoría de la Asamblea General de las Naciones Unidas -141 países- votó a favor de los derechos soberanos de Ucrania, denunciando las acciones de Rusia como una clara violación de la Carta de la ONU y del derecho internacional. Sólo cuatro países votaron con Rusia (los 35 restantes se abstuvieron). Esta histórica muestra de consenso mundial demuestra hasta qué punto los dirigentes rusos han aislado a su país. La UE se esforzó por lograr este resultado en la ONU, y estamos totalmente de acuerdo con el Secretario General de la ONU, António Guterres, en que la tarea ahora es poner fin a la violencia y abrir la puerta a la diplomacia.

En la semana transcurrida desde la invasión rusa, también hemos asistido al tardío nacimiento de una Europa geopolítica. Durante años, los europeos han debatido cómo hacer que la UE sea más sólida y consciente de la seguridad, con unidad de propósito y capacidades para perseguir nuestros objetivos políticos en la escena mundial. Se puede decir que en la última semana hemos avanzado más en ese camino que en la década anterior.

Se trata de un avance positivo, pero aún queda mucho por hacer. En primer lugar, debemos prepararnos para apoyar a Ucrania y a su pueblo a largo plazo, tanto por su bien como por el nuestro. No habrá seguridad para nadie si permitimos que Putin se imponga. Si ya no hay reglas, todos estaremos en peligro. Por eso debemos garantizar la supervivencia de una Ucrania libre. Y para ello, debemos mantener una apertura para que Rusia vuelva a la razón, para que se pueda restablecer la paz.

En segundo lugar, debemos reconocer lo que esta guerra supone para la seguridad y la resiliencia europea en general. Consideremos la dimensión energética. Está claro que reducir nuestra dependencia de las importaciones energéticas de potencias autoritarias y agresivas es un imperativo estratégico urgente. Es absurdo que hayamos financiado literalmente la capacidad de nuestro oponente para hacer la guerra. La invasión de Ucrania debería dar un nuevo impulso a nuestra transición energética y ecológica. Cada euro que invirtamos en el desarrollo de energías renovables en casa reducirá nuestras vulnerabilidades estratégicas y ayudará a evitar un cambio climático catastrófico. Reforzar nuestra base también significa hacer frente a las agresivas redes de desinformación de Rusia y perseguir el ecosistema de financiación y tráfico de influencias del Kremlin.

En tercer lugar, en un mundo basado en la política del poder, necesitamos la capacidad de coaccionar y defendernos. Sí, esto incluye medios militares y desarrollárosla necesidad de favorecer su desarrollo. Pero la esencia de lo que la UE ha hecho esta semana es utilizar todas las políticas e instrumentos -que siguen siendo principalmente de naturaleza económica y reguladora- como instrumentos de poder. Deberíamos partir desde esta base en las próximas semanas, en Ucrania, pero también en otros lugares, según sea necesario.

La tarea principal de la "Europa geopolítica" es sencilla. Debemos utilizar nuestro nuevo sentido de propósito primero para garantizar una Ucrania libre, y luego para restablecer la paz y la seguridad en todo nuestro continente.

3 de marzo 2022

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/geopolitical-europe-respond...

 4 min


Ismael Pérez Vigil

Obviamente es un deber comentar sobre la criminal invasión de Ucrania por las tropas de Putin, aun cuando sea difícil hacer un aporte original a todo lo ya dicho, pues, de entrada, confieso mi ignorancia en materia de historia rusa y sobre todo ucraniana. Lo único que quiero es rechazar la invasión y mostrar mi indignación por la agresión del ejército de Putin al pueblo ucraniano.

Debo reconocer que −gracias a la erudición de cantidad de personas que no me imaginaba que tenían conocimientos tan prolijos y profundos sobre estos temas− se me han aclarado cantidad de detalles que ignoraba; por ejemplo, sobre Hitler y los orígenes de la segunda guerra mundial −la toma de los Sudetes (?)−; ni que decir de todo eso del origen de Rusia en el Rus Kiev (?), mucho menos la diferencia de la palabra Kiev, de origen ruso, de la Kyiv, de origen ucraniano, que según parece es la forma correcta o “polite”” −disculpen el anglicismo− de llamar a la Capital de Ucrania;

Mis comentarios −ilustrado por la cantidad de informes, artículos, análisis, opiniones, mensajes, videos, etc. que he leído desde que se inició el conflicto−, tienen en verdad su “inspiración” y origen en la indignación que me produjeron unas declaraciones atribuidas a Donald Trump −que hacen hervir la sangre a cualquier desprevenido−, en las que califica a Putin de “genio” y justifica su hazaña invasora.

Si tenía alguna duda −o más bien educada consideración− acerca de la insania mental del expresidente norteamericano, Donald Trump, ya no la tengo. Tampoco dudo ahora que −por supuesto− es verdad eso de que Putin debe ser su socio de negocios, al que trata de ayudar y que para hacerlo, −él y algunos de sus seguidores− no tienen escrúpulos para pasar por encima de su país, porque en realidad personas así no tienen país, ni nacionalidad, ni raíces, ni nada, lo que les importa es su bienestar y su dinero, todo lo demás es fantasía.

Tampoco me sorprende lo que piensan algunos seguidores de Trump, o personajes de la farándula hollywoodense de quienes se sabe bien su apoyo a regímenes como el de Hugo Chávez, como Oliver Stone, cuyas declaraciones justificando la acción de Putin, han circulado por las redes.

Lo extraño es que no hayan aparecido otros, como Sean Penn o el inefable Danny Glover −que aún nos debe una película sobre Haití, por cuya filmación no realizada recibió una jugosa cantidad de dólares del régimen de Hugo Chávez−; pero, más interesante que la opinión de esos conspicuos directores y actores, es saber qué les pasa por la cabeza a quienes defienden y justifican acciones como las de Putin −en Crimea, Bielorrusia y ahora en Ucrania−, porque por ej. “los EEUU son también imperialistas” y han sido “invasores”.

No recuerdo a los que revisten de excusas de este tipo lo ocurrido o apelan a razones “geopolíticas”, haber escuchado esas mismas justificaciones y razones en contra de Rusia o la URSS cuando el invasor o agresor ha sido los EEUU o algún país occidental. Nos queda la satisfacción de saber que a esos que justifican acciones como las de Putin, son a los que se les ven las costuras pro totalitarias.

Pero ya que mencioné más arriba la palabra “fantasía” en el caso de Trump, sin ofender a nadie, debo decir que de todas maneras, no compro eso que dicen algunos, que Trump es un “ruso infiltrado” o un “agente ruso” en la política de los EEUU, por la simple razón que esos individuos no le tienen lealtad a nada, ¿Por qué la habrían de tener a Rusia, si no fuera por negocios? Solo tienen lealtad a su dinero y a sí mismos; pero, en fin, dejemos así lo de Trump y regresemos al otro tema, “al tema”.

Comienzo por decir que tampoco creo que sea rigurosamente válido e histórico comparar a Putin con Hitler, por más que ambos sean sendos locos invasores, pero no dejo de reconocer que me parecen “simpáticas” algunas de las caricaturas y frases que han aparecido haciendo esa comparación; y sobre todo, si a él le molesta, pues bienvenida sea.

Debo confesar que en mi optimismo craso hay dos cosas que no creí que pasarían: La primera es que Putin diera el paso de invadir Ucrania; la verdad es que nunca relacioné este hecho con lo de Crimea, ese criminal abuso lo entendí como una manera de asegurarse su salida al Mediterráneo, “recuperar” algunos espacios geográficos y asegurar otros, como Sebastopol, que en mi ignorancia histórica e imaginario “peliculero”, siempre asocié con Rusia; por lo tanto, ese acto de agresión de la toma de Crimea, no es que lo justifique, pero llegue a explicármelo. Lo que no llegué a explicarme nunca fue la inacción o pasividad europea al respecto.

De aquí viene entonces la segunda cosa que no creí que pasaría: Que los países occidentales, léase los grandes de la UE y los EEUU, tuvieran la reacción que han tenido, de ninguna a una muy lenta, que gracias a Dios −o a los dioses de la guerra− se han ido produciendo reacciones un tanto más enérgicas.

Sí. Es probable que tengan razón los que dicen que el sistema internacional −ONU−, no sirve para nada; el veto de Rusia a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU así lo demuestra; sin duda los que hablan de la inutilidad de esos organismos −OTAN incluida− para enfrentar estas situaciones, o similares, tienen la razón; de esa cuerda tenemos un largo rollo en Venezuela con la OEA, Grupo de Lima, etc. (Y que me perdonen mis amigos internacionalistas, ya me excusé confesándome ignorante en la materia. Espero que estemos en la víspera de un cambio en el orden mundial institucional).

Que a Putin hay que detenerlo no me cabe tampoco ninguna duda y por lo tanto, me estoy aviniendo a pensar que la única manera de parar a personajes como Putin es la fuerza; pero, el problema es que la fuerza −sobre todo en este caso y con orates como Putin− nos puede llevar muy rápidamente al armamento nuclear o químico o biológico, con consecuencias desastrosas para toda la humanidad, y no vale o no nos salva que no consideremos a estos señores como parte de la humanidad.

Lo peligroso de la situación es que a individuos como Putin no les importan las consecuencias de lo que hacen, si con ello obtienen alguna ganancia territorial, de poder o de tiempo; los muertos son, para ellos, estrictamente, números; para los países de Occidente, eso no es así (aunque a veces algunos dudan) … y Putin sabe eso. Sabe ambas cosas, que sabemos que a él no le importan nada las vidas humanas (obviamente tenía que saberlo), pero que a occidente, sí… y esa es su enorme ventaja; por eso, paradójicamente, creo que las sanciones, al menos algunas, sí le podrían afectar, además si se acompañan de una respuesta de fuerza física más contundente, aunque solo sea enviando armas y ayuda militar a Ucrania, como han comenzado a hacer algunos países europeos.

Cuando hablo de sanciones desde luego me refiero sobre todo a las sanciones que se han mencionado estos días, las de sacar a los bancos rusos del sistema financiero internacional, y que las medidas se le apliquen en lo personal a Putin y se hagan extensivas a los “ricachones mafiosos”, socios y amigos suyos y a los militares que los acompañan; y buscar formas de reemplazar el combustible que venden los rusos, sobre todo a Italia y Alemania; en mi ignorancia al respecto, pienso que eso no debería ser problema para los norteamericanos. Ojalá sea así.

En fin, creo que hay cosas que se pueden hacer −evitando llegar al extremo de desatar un conflicto multinacional− para que entren en razón algunos de sus cómplices internos y forzar la caída de Putin y que el conflicto se resuelva favorablemente para el pueblo ucraniano, el ruso −ajeno a las ambiciones de Putin− y desde luego para la democracia occidental, que es una de las probables víctimas de todo esto. Por allí van mis reflexiones.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

 6 min


Alejandro Hernández

“El comentario de ‘los problemas de Venezuela se resuelven en Venezuela y por los venezolanos’ suena bien como una declaración diplomática, pero es un absurdo desde el punto de vista de la realidad práctica”, palabras de Moisés Naím en conversación con La Gran Aldea. El escritor aborda varios temas que van desde la fragilidad de la democracia en el mundo, hasta el conflicto entre Ucrania y Putin, pasando por lo que significa el populismo hoy para Occidente. Su último libro, “La revancha de los poderosos”, muestra con la agudeza que lo caracteriza cómo los autócratas, en pleno siglo 21, conquistan el poder y dinamitan los cimientos de la democracia.

Afirma que Venezuela no es Cuba, es peor, porque, entre otras cosas, somos un país fragmentado, donde cada retazo tiene como líder un narcotraficante, o un capo, o un general torcido o un guerrillero. Además, las tres conexiones que tiene Venezuela con el resto del mundo son unas pocas ventas de petróleo, los refugiados y las drogas, además de alianzas con países como Irán, Turquía, Siria y Cuba. De esta forma Moisés Naím aborda la situación actual de la nación al analizarla en el contexto de la política global y de la alta complejidad del entorno, tal como lo ha venido reflejando en sus libros y artículos de opinión.

Para el miembro del Carnegie Endowment for International Peace y conductor del programa “Efecto Naím” decir que los problemas de Venezuela se resuelven en Venezuela y por los venezolanos es un absurdo. Esto es desafiante porque “la gente está harta de oír de Venezuela fuera de Venezuela” debido a que “siempre es más de lo mismo”.

A su juicio, en el mundo hay problemas muy grandes y líderes muy pequeños, con el agravante de que muchos abrazan la antipolítica, que es un caldo de cultivo para los “héroes” de las tres P: populismo, posverdad y polarización.

En cuanto a la coyuntura bélica que sacude al mundo, afirma que Vladimir Putin tiene a Ucrania bajo ataque “porque teme que los rusos se quieran parecer a los ucranianos”.

-¿Qué lo llevó a escribir “La revancha de los poderosos” y qué relación tiene con “El fin del poder”?

-En el 2013 publiqué El fin del poder, cuya tesis es que en el siglo XXI el poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder; y que eso estaba ocurriendo en todos los países y en todas las actividades. El debilitamiento del poder era la columna vertebral del texto; razón por la examinamos cuáles eran las fuerzas centrífugas que lo estaban fragmentando. Nueve años después salgo con La revancha de los poderosos, que profundiza en las fuerzas centrípetas que concentran el poder. Esencialmente muestra que ambas coexisten y siempre coexistieron. La interacción, combinación y choque entre ambas fuerzas explica mucho de las convulsiones que vemos en el mundo de hoy.

-¿Qué es un autócrata “tres P”?

-Las tres P son el populismo, la posverdad y la polarización. El populismo siempre ha existido y es la tesis de divide y vencerás, la idea de que mientras fragmentes a la sociedad y a tus rivales, te puedes quedar en el poder mucho tiempo. El populismo es, con frecuencia, confundido con una ideología, pero eso es un error, solo es una serie de tretas, estrategias y trucos para obtener el poder. Eso se ayuda con la polarización. Hoy en día hay una polarización buena y una mala. La buena es donde grupos ideológicamente diferentes chocan entre sí, pero al final hay un resultado democrático. La mala es aquella en la cual la división de la sociedad es tan profunda, que se hace imposible gobernar; aquí los protagonistas no les conceden a sus rivales el derecho a existir, ni a ocupar un espacio político. Toda esa polarización es amplificada por las nuevas maneras de distribuir discordia, como las redes sociales; y a esto lo llamamos posverdad, que históricamente conocíamos con el nombre de propaganda. Entonces, lo que pasa con estas tres P es que se entrelazan y están al servicio de mantener en el poder a quien ya lo tiene o a quién lo alcanzó con métodos poco éticos.

-¿Cómo hacer para que estos países del tercer mundo, tan débiles institucionalmente, no sigan siendo el terreno idóneo para estos autócratas “tres P”?

-Pero es que, lamentablemente, ha ocurrido que países que pensábamos tenían sistemas políticos consolidados, han demostrado ser muy vulnerables. El mejor ejemplo es Estados Unidos, que fue gobernado durante cuatro años por Donald Trump; y ahora todos los días aparece un artículo en el cual se pronostica el fin de la democracia. ¿Quién iba a imaginar que eso podría ocurrir? Nosotros, los venezolanos, hemos sido muy sensibles en evaluar la conducta de Trump, sin embargo, esa película ya la vimos, pero en español e interpretada por Hugo Chávez. Lo que intento decir es que no hay una fórmula mágica para que las naciones sean inmunes a los abusos autocráticos. La única esperanza, y es el propósito de mi libro, es dar una campanada de que estas cosas están sucediendo y que muchas veces se generan de manera opaca, furtiva e invisible, pero poco a poco van minando la democracia desde adentro.

-¿Las sociedades occidentales no estarán menospreciando y subestimando la importancia que tiene la democracia?

-Yo comparto eso; y he escrito que en el mundo hay problemas muy grandes y líderes muy pequeños. Pero más importante aún, creo yo, es que el mundo también tiene una complicación con los seguidores, porque muchos son desinteresados, desinformados, ingenuos, simplistas y por eso abrazan la antipolítica, que es un caldo de cultivo para los “héroes” de las tres P; que simplemente les venden verdades que son mentiras, los engañan con promesas que claramente no van a ser cumplidas. Todo esto potenciado por las redes sociales, las tecnologías y toda la manipulación que hay en los medios de comunicación en estos tiempos.

Es muy alarmante.

-En “La revancha de los poderosos” hizo un paralelismo entre Hugo Chávez y Silvio Berlusconi, precisamente hablando del tema de los fans, la fama y la política. ¿Por qué esos dos personajes?

-Berlusconi fue el primero en entender que la relación con sus seguidores tenía que parecerse más a la que tiene una afición importante con su equipo de fútbol, o a la de un gran cantante o artista, donde hay una relación de cercanía e identificación con esa persona. Él captó muy temprano la importancia del uso del entretenimiento en la política, es decir, la política como diversión. Otra cosa que entendió rápidamente fue cómo hacer cambios legales o burocráticos sustanciales, de manera furtiva, sin que se vieran claramente. Para todo esto es fundamental la presencia en los medios de comunicación, meterse todos los días en las casas de los ciudadanos; eso lo hicieron sistemáticamente Berlusconi y Hugo Chávez. Después, la misma estrategia fue seguida, a su manera y con las redes sociales, por Donald Trump. Entonces, la lista de similitudes entre Silvio Berlusconi, Chávez y Trump es muy reveladora; porque, a pesar de que no podrían ser más diferentes en su origen, ideología, y forma de actuar; fueron pasmosamente idénticos en la manera de utilizar las tres P.

-En el libro usted explica que en la actualidad hay que librar dos batallas narrativas muy importantes, una contra la mentira y la otra contra los relatos iliberales, ¿por qué los liderazgos que hacen frente a estos autócratas “tres P” tienden a fallar en el discurso y la comunicación?

-No hay duda de que en la guerra narrativa, Occidente, las teorías liberales y la democracia están siendo menos eficaces que las mentiras y propaganda de los autócratas, por eso el relato, en estos momentos, lo están ganando las ideas iliberales o de tendencia autoritaria. El número de países que hoy en día son autocracias o democracias defectuosas ha aumentado, razón por la cual cada vez son más frecuentes los estudios que confirman que la tendencia es a la desaparición de las democracias y a la aparición de mucho autoritarismo o de sistemas híbridos. Eso tiene que ver con la narrativa, pero no basta con mejorarla, también hay que optimizar el desempeño de las democracias, trabajar en resolver los defectos que tienen y que las hacen tan vulnerable a los ataques de los tres P.

-Otro aspecto importante de “La revancha de los poderosos” es el punto de inflexión que representan las autocracias convertidas en una nueva normalidad o parte del paisaje. ¿Esa “normalización” no fue lo que pasó con Cuba y es lo que está pasando con Venezuela y el régimen de Maduro?

-No, no lo creo. Lo que está sucediendo en Venezuela no es la normalización de algo sostenible; estamos hablando de un país donde el 20% de la población se fue casi caminando al exterior, para escapar al infierno que representa el régimen de Maduro. Sí, hay una cierta normalización, es por los bodegones, la dolarización, la victoria de la oposición en Barinas; todo eso es utilizado para decir, “bueno, terminó todo lo peor y ya comienza la recuperación”. Pero, los bodegones son a la economía, lo que la victoria de Barinas fue a la política. Es decir, pensar que de los bodegones vas a sacar una economía y que de la victoria en Barinas vas a desplazar al régimen criminal, que si se deja el poder van presos, es un salto que no se justifica. Venezuela no es Cuba, es peor, porque, además, somos un país fragmentado, una colcha de retazos, donde cada retazo tiene como líder un narcotraficante, o un capo, o un general torcido, o a unos guerrilleros del ELN o las FARC. Somos un país internamente desintegrado e internacionalmente aislado. Las conexiones más importantes que tiene Venezuela con el resto del mundo hoy son unas pocas ventas de petróleo, los refugiados y las drogas. Esos son los tres puntos de contacto o canales de transmisión que hay entre nuestra nación y el mundo.

-¿Cómo evalúa el desafío de Vladímir Putin a Europa y Estados Unidos?

-A lo que Vladímir Putin le tiene miedo, es a que Ucrania se le vaya a Europa, que los jóvenes ucranianos adopten el estilo, preferencias y valores europeos. Él los quiere rusos, para tenerlos bajo control. Y eso lo necesita para mantener la realidad política que hoy existe su país. Él tiene a Ucrania bajo ataque, porque teme que los rusos se quieran parecer a los ucranianos, puesto que los ucranianos han dado todo tipo de muestras de que ellos con quien se quieren abrazar e integrar es con la Unión Europea. Los jóvenes rusos no quieren ir a trabajar o de vacaciones a San Petersburgo, Siberia o Moscú; ellos quieren ir a Londres, París, Italia y Suiza. Para Putin una Ucrania exitosa es muy amenazante y por eso busca un escenario bélico que la deje diezmada y la convierta en un país fallido. Él quiere una narrativa que se concentre en los refugiados y desplazados; para con eso evitar una historia de éxito que pueda inspirar un cambio en Rusia, cosa a la que Putin, por supuesto, le aterra.

-¿Cómo quedan Venezuela y Colombia en ese contexto?

-Yo creo que eso es muy, muy limitado. Pensar que tendrán un rol en este asunto tan delicado, es creerse más importante de lo que son dentro de las dinámicas mundiales. Sé que hay comentarios, declaraciones y amagues de acciones, pero de manera tangible y concreta, el peso internacional de Venezuela y Colombia no es relevante en esta crisis. Hay que tener mucho cuidado con creer que estos países pesan más en la geopolítica del mundo de lo que realmente pesan.

-¿Por qué en América Latina somos tan proclives al militarismo y el populismo?

-La necrofilia política es la respuesta. Lamentablemente América Latina tiene una gran propensión a ella. Hay una versión política de la necrofilia, que es la atracción irresistible por políticas fracasadas, o por formas de actuar que han sido utilizadas en el mismo país, pero en otros periodos, y han terminado en catástrofe. Es la fascinación por ideas muertas, ideas que no funcionan y que han sido probadas en muchas oportunidades y siempre dan el mismo resultado: miseria, corrupción, desigualdad y pobreza. Esa adoración por malas ideas que suenan tan bien, son tan seductoras y tan promisorias, pero que realmente son una trampa, es lo que estamos viendo en la campaña presidencial de Colombia; en las insólitas declaraciones del nuevo presidente de Perú; en la señora Cristina Kirchner en Argentina y, por supuesto, en Nicolás Maduro, cada vez que abre la boca hay un estallido de necrofilia política.

-En una de sus recientes conferencias, explicó que es mentira o demagogia decir que los venezolanos tenemos que solventar nuestros problemas por nosotros mismos. Pero lo que se dice desde las tribunas internacionales es que la crisis debe resolverse dentro de Venezuela y por sus propios ciudadanos. ¿Por qué se insiste en esta teoría?

-Porque ya hay una fatiga a Venezuela. Todos los líderes extranjeros que se meten a tratar de resolver las cosas salen con las tablas en la cabeza. Y la gente está harta de oír de Venezuela fuera de Venezuela, porque nunca hay buenas noticias, porque siempre es más de lo mismo, porque es un Gobierno abusador, dictatorial, torturador y maligno; que se enfrenta a una oposición miope, maltratada, fragmentada y peleada entre sí, con vanidades y personalismos que le impiden actuar concertadamente. Debemos entender que la lista de eventos que sacuden a nuestra nación produce ansiedad y frustración. La segunda parte es que Venezuela está en manos de fuerzas internacionales que la han ocupado y la están saqueando; comenzando por los cubanos. Por esta razón, es mucho pedirle a una oposición tan débil, como la que tenemos, que sea ella y que sean los ciudadanos los que lo resuelvan; cuándo es obvio que están desafiando a países muy importantes y a regímenes muy sofisticados en el uso de la represión. Los aliados de Maduro son Irán, Turquía, Siria, Cuba, etcétera. El comentario de “los problemas de Venezuela se resuelven en Venezuela y por los venezolanos”, suena bien como una declaración diplomática, pero es un absurdo desde el punto de vista de la realidad práctica.

-Años atrás en su libro “Ilícito” y ahora en “La revancha de los poderosos” estudió el tema de las mafias en el poder político. ¿Qué valoración hace de Venezuela en este sentido?

-Una de las cinco batallas que hay que ganar para lograr que sobrevivan nuestras democracias es la lucha contra los gobiernos criminalizados. Estos no son gobiernos corruptos, no son gobiernos cleptócratas, son mucho más que eso. Esto es un Estado que utiliza las técnicas y formas de actuar del crimen organizado, para apoyar su poder dentro y fuera del país. Donde el crimen organizado internacional se convierte en un instrumento de política tanto adentro como afuera. Venezuela es un Estado criminalizado y los jefes de eso están en el Palacio presidencial. Es decir, es gobierno transformado en una estructura de crimen organizado para mantenerse en el poder.

La Gran Aldea

https://www.lagranaldea.com/2022/03/02/moises-naim-cada-vez-que-maduro-a...

 12 min


Jesús Elorza G.

El deporte a nivel mundial ha asumido una posición de solidaridad activa en rechazo a la invasión sangrienta y genocida ordenada por Vladimir Putin contra Ucrania. Diferentes organizaciones deportivas, atletas, entrenadores y dirigentes del mundo entero han denunciado y rechazado la invasión del territorio ucraniano por las fuerzas militares de Rusia.

Hermanados en un frente común, múltiples federaciones deportivas internacionales y el movimiento olímpico respaldados por atletas y entrenadores han expresado universalmente su condena y rechazo a la invasión rusa, ordenada por el dictador Putin, contra Ucrania.

- La Federación Internacional de Fútbol (FIFA) y la Unión de Federaciones Europeas de Fútbol (UEFA) anunciaron en un comunicado conjunto que todos los encuentros de los equipos de fútbol y de la propia selección nacional de Rusia quedaban suspendidos. En consecuencia, quedan excluidos del Mundial de Futbol 2022 a celebrarse en Qatar y la final de la Liga de Campeones no se jugará en San Petersburgo como estaba previsto sino en Paris.

- El Comité Olímpico Internacional COI procedió a retirar Orden Olímpica de Oro de Putin, concedida en 2001 y está pidiendo a todas las organizaciones deportivas suspender inmediatamente a todos los atletas rusos de las competiciones internacionales.

- La Federación Internacional de Voleibol, ha confirmado que "todos los equipos nacionales, clubes, oficiales y atletas de voleibol de playa y voleibol de nieve de Rusia y Bielorrusia no podrán participar en ningún evento internacional o continental hasta nuevo aviso".

- La Federación internacional de Remo, World Rowing, "condena enérgicamente la invasión militar rusa de Ucrania y la consiguiente violación de la Tregua Olímpica" y ha confirmado que "no permitirá la participación de atletas y oficiales rusos y bielorrusos en ninguna de sus competiciones internacionales, con efecto inmediato y hasta nuevo aviso"

- La Federación internacional de Hockey (FIH) ha decidido excluir a Rusia del Mundial Junior femenino que se va a disputar del 1 al 12 de abril en la Universidad de Potchefstroom (Sudáfrica).

- El comité ejecutivo de la Federación Internacional de Rugby (World Rugby) ha acordado "la suspensión total e inmediata de Rusia y Bielorrusia de todas las actividades de rugby internacional y de clubes de rugby transfronterizo hasta nuevo aviso", así como "la suspensión total e inmediata de la Unión de Rugby de Rusia como miembro de World Rugby hasta nuevo aviso".

- La Federación Internacional de Natación (FINA) ha decidido este domingo cancelar los Mundiales júnior, que iban a disputarse en agosto en la ciudad rusa de Kazán, y ha acordado que Rusia no acoja prueba alguna en el futuro si continúa el proceso de invasión de Ucrania.

- La Federación Europea de Balonmano (EHF) ha decidido, "Con efecto inmediato, suspender a las selecciones nacionales de Rusia y Bielorrusia, así como los clubes rusos y bielorrusos que compiten en competiciones europeas de balonmano.

- La Federación Internacional de Automovilismo ha decidido cancelar el Gran Premio de Rusia de F1 por la situación conflictiva que hoy se vive en Ucrania.

- La World Taekwondo, es decir, la organización que vendría siendo la federación internacional de este deporte, se ha visto obligada a retirar al presidente ruso, Vladimir Putin, el cinturón negro honorífico de 9º dan que le había otorgado en noviembre del 2013. Esta decisión fue ejecutada porque las acciones y el carácter que ha demostrado en los últimos días el líder ruso, no estaría yendo de la mano con el espíritu y los valores que enseña y profesa este arte marcial.

- A la luz del conflicto bélico en curso en Ucrania, la Federación Internacional de Judo anuncia la suspensión del estatus del señor Vladimir Putin como presidente honorario y embajador de la Federación Internacional de Judo.

-Organismos rectores del boxeo, el Consejo Mundial de Boxeo, la Asociación Mundial de Boxeo, la Organización Mundial de Boxeo y la Federación Internacional de Boxeo, se unieron para rechazar la invasión rusa a Ucrania y pugnar por la paz.

-Elina Svitolina es una de las figuras del deporte en Ucrania y, a su vez, una de las referencias en la lucha por la paz en pleno conflicto e invasión de Rusia, manifiesta “que la situación actual requiere de un posicionamiento claro por parte de nuestras organizaciones: ATP, WTA e ITF. Los jugadores ucranianos hemos pedido a la ATP, WTA e ITF que sigan las recomendaciones del COI para aceptar a los deportistas rusos y bielorrusos sólo como neutrales, sin lucir ningún símbolo, color, bandera o himno”

- Los boxeadores, tenistas y futbolistas que se convertirán en soldados para defender a su país de la invasión rusa: los boxeadores Vasyl Lomachenko, Oleksandr Usyk, los hermanos Klitschko, el tenista Sergiy Stakhovsky, los futbolistas Vasyl Kravets, Oleksandr Zinchenko, Oleksandr Petrakov y Andriy Shevchenko.

- Yuriy Vernydub, entrenador del Sheriff Tiraspol, se ha unido al ejército de Ucrania en su lucha por contener la ofensiva rusa bajo sus fronteras.

- Markus Gisdol, el entrenador alemán de 52 años había llegado al club en octubre del 2021 y tras la decisión de Putin de invadir Ucrania habló con el diario Bild y explicó los motivos de su decisión. “Para mí, entrenar fútbol es el mejor trabajo del mundo. Pero no puedo seguir mi vocación en un país cuyo líder es responsable de una guerra de agresión en el centro de Europa. Eso no está en línea con mis valores, por lo que renuncié a mi cargo como entrenador del Lokomotiv Moscú con efecto inmediato"

En fin, el deporte como un solo ser, ha asumido, frente a las agresiones, como uno de sus valores fundamentales, la solidaridad activa con todos aquellos que sufren los rigores de las acciones invasoras y genocidas de regímenes tiránicos y dictatoriales. El deporte está al lado de Ucrania.

 4 min


Fernando Mires

Los acontecimientos continúan sucediéndose. En la noche en que escribo estas líneas, Kiev está rodeada por los tanques de Putin. Nadie sabe lo que pasará mañana. En las Naciones Unidas los representantes de cada país pronuncian discursos que quedarán para la historia pero no la cambiarán. Ursula von der Leyen, comisionada de la UE, planteó claro el dilema.

Ucrania está a punto de caer en las manos de Putin, un agresor cuyo equivalente más cercano solo puede ser Hitler. Lo más probable es que Ucrania no sea un episodio aislado en el mar de la historia. Habrá un después de Ucrania y en ese después el mundo seguirá atravesado por una contradicción que es la misma que llevó Putin a atacar a Ucrania. Esa es la contradicción que hoy se presenta -en las palabras de Biden que Ursula von der Leyen hizo suyas- entre autocracias y democracias, entre estados que se rigen de acuerdo al derecho constitucional e internacional y gobernantes que intentan imponer la ley de la selva. Esa contradicción es a su vez también la misma que en términos antropológicos ha impregnado a toda la historia de la humanidad. Es la que se ha dado y sigue dándose entre la civilización y la barbarie.

La historia no tiene porque ser diferente a sus actores. Así como en cada ser humano laten los impulsos más agresivos y las ideas más sublimes, así ocurre en el alma colectiva, constatación que hizo decir a Kant que, aunque si fuéramos ángeles necesitamos de una república asentada sobre la base de leyes. El economista A. O. Hirschman, reviviendo la constatación kantiana, sugirió que el progreso de la humanidad solo ha sido posible gracias a la conversión de las pasiones en intereses. Pesimista como era, Hirschman pudo percatarse, además, que las pasiones lograban disfrazarse cada cierto tiempo bajo la forma de intereses para terminar imponiendo su hegemonía sobre otras instancias del ser. En cierto modo Hirschman rearticulaba una idea sugerida por Freud, a saber, que el Yo racional es el resultado de una conflagración entre nuestros impulsos primarios – entre ellos el de matar– anidados en las capas superiores del Ello y los de nuestros ideales, encapsulados en el por Freud llamado “aparato” del Sobreyo. De esa conflagración comenzó a surgir esa línea mediadora que es nuestro Yo de cada día. Un Yo que debe coordinar entre nuestra naturaleza más arcaica y el mundo de la razón, tarea que demanda tanto trabajo que en algunos termina por ocasionar un profundo malestar. Es el que Freud llamó, Malestar en la Cultura. Tesis muy conocidas y que aparentemente nos llevarían a contradecir las teorías evolucionistas de Charles Darwin, no en el sentido de que la humanidad avanza desde formas simples a más complejas, sino en que las primeras no han sido superadas por las segundas.

Hay dos modos de entender a Darwin. Podemos hacerlo de un modo mecánico, que es el que se enseña en las escuelas secundarias, o podemos entenderlo de un modo dialéctico. Marx, que como Hegel era dialéctico lo entendió así hasta el punto que pensó dedicar El Capital al evolucionista británico. Al final, tal vez para no meterse en bretes, optó solo por enviarle como regalo su monumental obra. Nunca se supo si Darwin la leyó.

Desde el punto de vista dialéctico, el humano no habría sustituido sino solo superado al mono de tal modo que el mono continuaría viviendo al interior de cada humano, domesticado por el poder de nuestra razón e inteligencia. O dicho así: nuestra civilización, surgida de la más oscura noche de la barbarie, no habría anulado ni sustituido a la barbarie sino simplemente integrado de modo subordinado al interior de la civilización.

En términos darwinianos, las mutaciones cambian o modifican el curso del desarrollo de las especies, pero no eliminan las fases primarias, simplemente las transportan a nuevos estadios. Por lo mismo, ni como seres individuales ni como seres colectivos estamos libres de caer en los pozos de la barbarie más primaria. Ahora bien, justamente, para evitar esas caídas, nos hemos inventado las religiones, después la moral codificada o civil, y finalmente las leyes y las constituciones por las que regimos los actos de nuestra vida en ese espacio que a falta de un nombre mejor denominamos sociedad. En términos antropológicos, el Homo sapiens no había suprimido al neandertaler sino, de acuerdo al conocido postulado de Yuval Harari, a vivir junto con él, o más todavía: con él y en él, integrado en nuestra propia naturaleza. Pero ese bárbaro maltratado por la civilización y la cultura se niega a desaparecer y cada cierto tiempo asoma su desobediente cabeza, sin borrar del todo a la civilización sino -y este es el caso de los grandes criminales de la modernidad como Hitler, Stalin y Putin -sirviéndose de alguno de sus logros, sobre todo de la ciencia y de la técnica– para imponer su ideal supremo: el regreso a la barbarie. Si quisiéramos definir a Putin en una fórmula física habría que escribir entonces: A+BA =P (Atila, más bomba atómica, igual Putin)

Como la historia no está determinada por nada diferente a su propia autoreproducción, las mutaciones experimentadas a través de su curso han sido casi siempre resultados de casualidades o errores, vale decir, de hechos no previstos. Y bien, una de esas invenciones ha sido la democracia, la que no habría sido nunca posible si no hubiéramos inventado antes a la política, pues la democracia no es más que una forma de la política.

De la política en la polis nació la democracia a la que podemos definir provisoriamente (toda definición es provisoria) como un orden político reglamentado por el derecho público y privado surgido de la discusión y del debate público en el espacio de un territorio llamado nación. El estado-nación, sería, a su vez, la nación jurídica y políticamente constituida. Esa constitución de cada nación es la que explicaría, entre otras cosas, porque entre dos naciones políticas y democráticas nunca ha habido guerra. Lo que no quiere decir que entre dos naciones democráticas no surjan antagonismos. Quiere decir simplemente que esos antagonismos son regulados por dispositivos racionales (órganos discutitivos o parlamentarios) del que carecen las naciones no democráticas.

Las guerras, o confrontación no política, surgen siempre entre naciones no democráticas, o entre una nación no democrática y otra democrática. Disculpen, pero es así. Ha sido siempre así. Y eso quiere decir que, para vivir en paz, no solo requerimos de instituciones republicanas civilmente reglamentadas como ocurrió en la antigua Roma, sino de instituciones que regulen interna y externamente las diferencias a través del debate discursivo, como ocurrió en la antigua Grecia.

Cuando hay diferencias entre naciones no democráticas prima la hegemonía de la guerra por sobre la política. Para decirlo con ejemplos subjuntivos: Si Rusia o Alemania, Serbia o Austria, hubiesen estado dotadas de instituciones democráticas no habría sido posible la primera guerra mundial. O si Hitler no hubiera logrado destruir el legado democrático de la república de Weimar, no habría habido una segunda. Y si en Rusia, la revolución democrática iniciada por Gorbachov y Jelzin no hubiese sido traicionada por Vladimir Putin, no estaríamos al borde de la tercera guerra mundial. Frente a la Rusia de Putin ha fracasado la diplomacia y la política internacional. Si en Rusia no se hubiese impuesto el autocratismo putiniano sobre la débil democracia que sucedió al fin del comunismo, hoy habría distensión en el mundo y Ucrania, convertida en nación independiente y soberana, se aprestaría a vivir en paz y en democracia como cualquiera otra nación de Europa.

De acuerdo al discurso de Putin, la agresión a Ucrania es una respuesta a la expansión de la OTAN cerca de sus fronteras geográficas. En ese sentido Putin pasará a la historia (vamos a suponer que la historia continuará después de Putin) como un manipulador superior a Hitler y a Stalin. No fue en efecto la expansión de la OTAN lo que llevó a la amenaza putinista, sino esta -materializada en genocidos como los de Chechenia o Georgia, o apropiaciones coloniales como en Bielorrusia y Siria- lo que ha llevado a la expansión de la OTAN.

No obstante, en un punto tiene razón Putin. No la NATO, ni siquiera las instituciones públicas occidentales son exportables. La democracia es expansiva, incluso imperialista, aunque no quiera serlo (Michael Ignatieff nos habla incluso de un imperialismo democrático). La realidad lo muestra así. Los jóvenes rusos no miran hacia el pasado arcaico de la Rusia de Putin sino hacia el mundo occidental. Miles de ciudadanos que viven bajo dictaduras o autocracias solo anhelan vivir en los países democráticos del occidente político. Visto así, una democracia como la ucraniana, habría sido para la autocracia rusa tan intolerable como fue la vecindad de la Alemania Democrática para la Alemania Comunista. Nadie quería atravesar el muro hacia el lado oriental. Eso lo sabía hasta ese oscuro y alcoholizado espía llamado Vladimir Putin, cuando vivía en la Alemania comunista. Ucrania, fue quizás su deducción, no debía ser nunca democrática como lo fue Alemania Occidental. Y si llegaba a serlo, debería ser destruida. La democracia es y será siempre un mal ejemplo para los dictadores.

No se trata por supuesto de que en las naciones occidentales habitan ángeles democráticos. La democracia está tejida sobre una frágil estructura y en cualquier momento puede ser destruida, eso lo sabemos todos. En los propios EE UU, el trumpismo, no solo el de los republicanos, rinde culto a Putin. No hablemos de América Latina donde la anti- democracia suele tomar formas masivas (o populistas). Putin como Hitler y Stalin ayer, ha captado que el Homo politicus, producción exquisitamente occidental, no ha asegurado su hegemonía en Occidente, vale decir, que la historia es perfectamente reversible, si no hacia el pasado, hacia otro mundo social y políticamente peor al que conocemos.

El Homo politicus es un proyecto, y no tiene ningún lugar asegurado en el futuro. Tampoco está escrito -eso sería darwinismo puro– que todas las formaciones sociales deben avanzar necesariamente desde el Homo sapiens al Homo politicus. Hay por ejemplo una gran nación llamada China que nunca ha conocido algo parecido a la democracia. China evoluciona, pero hacia otros lindes que no tienen nada que ver con los del mundo occidental. Así lo entendió perfectamente Henry Kissinger después de sus conversaciones con Mao. “China tiene otra historia, dejemos que ellos vivan la suya y nosotros la nuestra, al fin no somos vecinos y no tenemos por qué saludarnos todos los días”, fue tal vez la pragmática conclusión del gran historiador y ministro de Nixon. Distinto es el caso de Rusia, nación que tiene puesto un ojo en la democracia europea y otro en el despotismo asiático. Cuando Rusia (me refiero a sus representantes) ataca a Ucrania, en el fondo lucha consigo misma. Y eso la hace más peligrosa. Pero sobre todo, más impredecible.

Las democracias de Occidente deben aprender a dirigirse y activar a la parte democrática que late en Rusia, pero al mismo tiempo a defenderse de una barbarie despótica, como es hoy la putinista. Tarde, pero necesariamente, Europa Occidental ha entendido que la democracia liberal no puede ser liberal con sus enemigos. Que así como necesitamos dentro de la polis no solo a la polí-tica sino también a la poli-cía para defendernos de nuestros propios bárbaros, necesitamos también de los ejércitos para defendernos de los eternos Atilas que desde fuera nos asolan.

¿Y si el bárbaro -en este caso Putin- nos amenaza directamente y desde un comienzo con el exterminio atómico? A veces hay que aceptar y decir que frente a determinadas preguntas no podemos tener siempre una respuesta inmediata. El Homo politicus no responde siguiendo sus intuiciones sino de acuerdo al orden que imponen los hechos, tal como ellos se van dando. Estamos efectivamente frente a un desafío inédito en la historia universal y sobre ese tema tenemos que seguir pensando y discutiendo de un modo muy intenso.

3 de marzo 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/03/fernando-mires-homo-politicus.h...

 9 min


Mariza Bafile

Las bombas que incendian Ucrania muestran una realidad que, hasta tan solo unos meses, pensábamos imposible. El mundo se está acercando peligrosamente a una tercera guerra mundial. Un conflicto que sería muy diferente de los anteriores ya que esta vez los países tienen armas nucleares.

Aun tomando en cuenta el ciego narcisismo y deseo de poder de Putin, nos resulta difícil entender hasta dónde piensa llegar y si, en su locura, confía más bien en la cordura del resto del mundo.

Los intereses geopolíticos y económicos que se mueven detrás de sus acciones son evidentes, así como lo son los de Estados Unidos y Europa. Sin embargo, hasta este momento, conflictos similares se resolvieron transitando las vías diplomáticas. De no ser así Estados Unidos hubiera tenido que bombardear Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Argentina, Brasil, países todos que abrieron las puertas tanto a Rusia como a China y por lo tanto escapan, cada día más, de la influencia de Estados Unidos.

Bien lo están demostrando en los actuales momentos. En cuanto empezó el conflicto ucraniano, Venezuela corrió a arrodillarse frente a Rusia y a asegurar todo su apoyo a Putin. Lo mismo hicieron Cuba, Nicaragua y con menos vehemencia Bolivia. Más cuidadosas las posiciones de Brasil y Argentina, cuyos presidentes coquetearon con Rusia al punto que Bolsonaro visitó ese país a pesar del conflicto creciente con Ucrania, y Fernández quien también fue a Moscú a principios de febrero, dijo que “Argentina debe ser la puerta de entrada de Rusia en América Latina”.

Desde el momento en el cual, gracias a Chávez en Venezuela, se abrió la posibilidad de tener una presencia fuerte en América Latina y además en un país particularmente cercano a Estados Unidos, Putin ha aprovechado para insinuarse y crear alianzas en una región que siempre estuvo bajo la influencia norteamericana. Lo mismo ha hecho en África, Asia y Oriente Medio. Su objetivo: el de volver a tener el poder internacional que un día fue de la Unión Soviética y que perdió tras la caída del Muro.

En ese contexto América Latina juega un papel al mismo tiempo marginal, por su lejanía de Rusia, y fundamental por su cercanía con Estados Unidos. Más de una vez de manera más o menos velada Rusia ha amenazado con posicionar misiles en Venezuela.

Para alcanzar sus objetivos Putin ha empleado, hasta el momento, todas las tácticas de la guerra blanda, desde los hackers que lograron modificar las elecciones en Estados Unidos, hasta la entrega de vacunas contra la Covid-19 a varios países de América Latina, al apoyo económico a los gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia y a las promesas de ayuda a Bolsonaro y Fernández.

Sin contar el sostén a las campañas de desinformación de gobiernos que necesitan mostrar una realidad distorsionada a sus ciudadanos.

Si a esto agregamos el respaldo del ex presidente Trump a Putin y sus consideraciones sobre la necesidad de replicar sus acciones (es decir someter con las bombas) en México, la actitud complaciente de China, así como las simpatías de las cuales goza el líder ruso entre los movimientos de derecha en otras partes del mundo, se vuelve cada día más evidente que el conflicto en Ucrania responde sobre todo a una clara voluntad de construir un nuevo orden internacional. Ucrania representa solo un primer paso para alargar más y más las fronteras rusas e imponer una visión autoritaria de la gobernanza.

Eso conllevaría a la destrucción de todo vestigio democrático. Es lo que ya está pasando en Rusia, país en el cual la oposición es silenciada con la fuerza y los derechos humanos son regularmente pisoteados.

Por esas mismas razones Rusia se está transformando en el sueño hecho realidad para los autócratas quienes consideran superflua toda concesión a la voluntad de las personas. El nuevo orden al que aspiran es claramente antidemocrático. Por un lado, pretende sofocar, a nivel interno las escogencias individuales de vida, y por el otro, a nivel internacional, desea someter los países más débiles a las decisiones de los más fuertes.

Muchas y graves son las consecuencias a las que llevará el conflicto que empezó con el bombardeo de Ucrania por parte de las tropas rusas.

Nadie en el mundo, y mucho menos América Latina, será exento de sufrirlas.

@Mbafile

28 de febrero 2022

ViceVersa

https://www.viceversa-mag.com/ucrania-y-america-latina/?goal=0_fd015c953e-å1c394f31d1-443605597&mc_cid=1c394f31d1&mc_eid=5c25f6a6b5

 3 min


José Machillanda

La guerra es el choque natural entre elementos de daño y defensa del que disponen dos poderes sociales del Estado que se encuentran en oposición de intereses, tal como lo explica Villa Martín. La guerra decretada por Rusia estremece al mundo, así como a múltiples e importantes actores globales que se dilatan en análisis prospectivos para reconocer sus impactos geopolíticos, geoeconómicos y estratégicos, con la gravedad que permea este grave conflicto. En consecuencia, reconocer los aspectos referidos a la guerra como la seguridad y la injusticia es la tarea dialéctica propia de quienes representan el poder político, que de manera simplista han tomado lo que se llama el poder político de Rusia.

La guerra hoy en el siglo XXI debe ser entendida como una amenaza para cualquier grupo social, habida cuenta sus características y capacidades para encima de la confrontación táctica-militar y el grave daño que padece una sociedad por la vía de la táctica al generar grave daño en espacios distantes y en áreas diferentes, como son la economía, las relaciones internacionales y -en especial- la geoestrategia en el inmediato futuro. Venezuela como país democrático, con una ubicación de basto interés estratégico, además de una producción petrolera importante, con una trascendente dificultad en el costado nor-sur-occidental y el costado norte tiene que darle la importancia que significa la guerra de Rusia. La guerra de Rusia nos muestra la invasión, deja claro lo que significa la confrontación y evidencia las consecuencias de esa guerra en la geopolítica y la geoestrategia dentro de este mundo globalizado.

El belicismo mostrado por Rusia revela que todo Estado -por este hecho de grave connotación- proceda a revisar su seguridad y, mediante métodos específicos, pueda esclarecer su situación en la complejidad que implica la guerra, cómo pudiera proyectar en dirección inimaginable propia de todo conflicto posmoderno. El belicismo del siglo XXI está anclado en la híper-tecnología y en las agrupaciones de Estados según su credo político, además de intereses geoeconómicos que, al colocar la guerra como instrumento de defensa, obliga a entender la necesidad de ponerle límites. Es allí cuando se sostiene que la guerra como fenómeno político no tiene límites, sino extremos. Impone a los Estados y a sus naciones la necesidad de una clara comprensión y gran prudencia, en especial en el caso específico de Venezuela.

El Estado venezolano y su gobierno encuéntrense en el continente americano y su realidad está vinculada a la más importante potencia nuclear del mundo en cuanto a la economía y a la técnica, lo cual determina una conducta de responsabilidad, previsión e inteligencia ajustada la Ciencia Política, especialmente la Geoeconomía. El Estado venezolano tendrá que definir un modo de reacción. Modo de reacción que tiene que comprender no quiero o quiero la guerra, sino el Estado defina ese modo de relación. Quienes son responsables por el Estado venezolano hoy tendrán que emplear la Ciencia Política y la Geoeconomía, pero también la Geoestrategia, tendrán que utilizar a sus expertos para tomar el mejor camino con la mejor resolución frente a la complicada realidad, como la que se corresponde con la situación de guerra internacional que conmueve a mundo con sus gravísimas consecuencias.

El Estado venezolano frente al mundo real tiene que tener en cuenta que la guerra de Ucrania es compleja por sí misma, lo cual merece ser visto como una referencia que requiere estudio, necesita análisis para que cualquier decisión no comprometa al Estado-nación sin un previo análisis, sin un previo estudio prospectivo de esta complejidad. Cualquier declaración por parte de alguna autoridad del Estado venezolano, frente a esta delicada situación de muerte y dolor, debe ser previamente analizada. Por lo tanto, el Estado tiene que considerarse bajo la óptica de la ciencia que aproxima el estudio de la guerra, estudio multidisciplinario, estudio que prevén las organizaciones internacionales, estudio que conduce al surgimiento de voces que puedan aproximar la posición del Estado venezolano.

Cualquier otra exposición y/o anuncio realizado por diferentes vías, resulta contrario al pensamiento del cuerpo socio-político venezolano, ya que por incapacidad o ignorancia pudiera haber orillado los estudios sobre conflicto, sobre la ciencia que auxilia al pensamiento y el saber que es la polemología, que se ocupa el problema bélico. La conflictología y la tarea de ese grupo de trabajo multidisciplinario sería la única forma que permitiría que el Estado venezolano, jamás y nunca ningún otro actor o grupo, pudiera expresarse en cuanto al conflicto que ha venido ocurriendo en espacios distantes a Venezuela, que nada tienen que ver con la república, su democracia y la complejidad de ese tema hoy, convertido en un elemento medular y crítico en Europa, totalmente distinto a lo que pueda acontecer en el territorio americano.

Esta guerra de Ucrania, brutal, dolora y destructiva impone a los gobiernos democráticos del globo se enfrenten a la delicada controversia entre Rusia y otros Estados. Las democracias, en especial la venezolana, tienen que tener profundo juicio y responsabilidad frente a la necesaria conducta que resguarde y defienda el territorio, pero además están impuestas de entender de geopolítica y relaciones internaciones. Obliga a quienes gobiernan tengan la precisa responsabilidad en el saber sobre la guerra, así como en el qué y cómo de la guerra, contenidos que deben ser estudiados en función de la conflictología, para que con ese saber, puedan ser inteligentes y oportunos en su función de gobierno en explicar, enunciar la posición del Estado venezolano frente a la complejidad de la guerra internacional.

Es original,

Director CEPPRO-CSB

@JMachillanda

Caracas, 3 de marzo de 2022

 4 min