Pasar al contenido principal

Opinión

Luis Ugalde

Algunos han expresado su molestia al ver a Jorge Rodríguez dialogando con el Presidente de Fedecámaras en la sede de la cúpula empresarial. Otros se alegran de que grupos empresariales y gobierno de facto se sienten a hablar sobre cómo salir de este desastre económico. Tampoco es malo que la dictadura perseguidora de la empresa privada reconozca ahora que sin recuperación de esta el país no tendrá futuro. El problema no reside en que dialoguen, sino para qué y cómo: Sin ingenuidad ante los halagos engañosos, con firmeza insobornable que da la trágica y urgente realidad y sin ignorar que este régimen tiene poder para reprimir pero no para fomentar y atraer el apoyo internacional y la inversión multimillonaria que Venezuela necesita.

Diálogos primaverales. No nos basta con que unos cuantos dialoguen en la cúpula, necesitamos cientos y miles de diálogos de emergencia donde abordemos sin miedos, ni medias verdades los problemas específicos y el drama agónico que se agrava cada día. Hablamos de diálogos y no de un diálogo, por muy Jorge Rodríguez que sea. Diálogos exigentes con el régimen de los trabajadores, de los productores y de los jubilados; diálogo por la falta de agua, de luz, de gas, de libertad comunicacional y de salario; de los dolientes educativos, de las enfermeras, médicos, farmacias… con los responsables de las políticas de salud. Diálogo en las diversas dimensiones de la vida nacional y en las regiones, sobre las más sentidas tragedias, exigiendo y proponiendo soluciones. Sin confundir esta ruina venezolana con aquella China autoritaria que con su inmenso mercado ascendente y su mano de obra barata exportadora atrajo numerosas empresas occidentales y capitales abundantes.

Diálogos de la sociedad civil en miles de núcleos, cada uno en su área específica planteando al gobierno de facto duras verdades sin contentarse con palabras engañosas y exigiendo hechos y obras. Es difícil reprimir a cientos de miles en numerosos y variados núcleos en toda la geografía nacional y con el país entero “en modo diálogo” con verdad, valentía y urgencia, sabiendo que cada minuto que pasa añade sufrimiento y muerte. Con las organizaciones civiles y partidos aliados en un amplio caminar hacia la Venezuela Libre y democrática.

Diálogos primaverales, no otoñales, ni invernales. El otoño es bello con sus hojas multicolores, pero estas van cayendo para dar paso a la muerte invernal. El diálogo otoñal es la última ilusión del régimen y de una política totalitaria que ni tiene soluciones ni futuro… Los otoñales son diálogos del que se resiste a morir, pero sus hojas de bello colorido ya están muertas. Los primaverales por el contrario traen la vida nueva que nace saliendo

de ese invierno desahuciado y sin esperanza, que brota donde parecía que todo estaba muerto.

Ningún país muere del todo; aunque sus libertades sean arrebatadas, en determinado momento y circunstancia vuelven a brotar las flores cargadas de esperanza porque sus raíces no están muertas.

No nos ilusionamos con diálogos cupulares de comisiones parlamentarias que no representan a nadie, ni con hojarascas otoñales, bellamente vestidas, pero ya en brazos de la muerte.

Diálogos sin caer en el “sálvese quien pueda” de quien considera que el naufragio es inevitable, pero yo y mi empresa podemos salvarnos tirando por la borda al resto. Hoy las soluciones parciales solo sirven como parte integral del renacer del país entero caminando de manera indetenible a una salida del gravísimo error político que ha destrozado el país. Unidos en la Constitución. ¿Pero cómo ponernos de acuerdo en una eclosión de diálogos en los que cada uno parte desde su dolor y su verdad? La unidad indispensable está en el rechazo común al desastre reinante y en la Constitución, hoy violada y abandonada, que expresa el acuerdo nacional y la apuesta por la dignidad, la justicia y la libertad de todos. Todos, absolutamente todos, civiles y militares, tenemos “el deber de colaborar en el restablecimiento de la efectiva vigencia” (artículo 333 de la Constitución). Un deber y un camino de entendimiento para crear una nueva realidad política (exigida a gritos silenciosos por el sufrimiento de toda una nación) de bien común con ciudadanía responsable y productora de soluciones.

El mundo quiere ayudar. Pero EE.UU. con la novedad del gobierno de Biden, la Unión Europea, las democracias de América Latina, ONU, OEA … poco pueden hacer sin una unidad activa de nosotros los venezolanos movilizados en miles de núcleos variados, unidos en diálogos primaverales, exigiendo condiciones aptas y organizando fórmulas unitarias de participaciones electorales y de respeto del voto. Esa unidad y movilización política atraerá apoyos económicos y democráticos sin los cuales ni Venezuela, ni Cuba, tienen futuro humano de libertad y de justicia.

20 de febrero 2021

 3 min


Emiro Rotundo Paúl

Si estuviésemos todavía en la llamada Cuarta República, hubiésemos cambiado Presidentes en los años 1998, 2003, 2008, 2013 y 2018. Nadie podría negar, ni ayer ni hoy, que hubiese sido infinitamente preferible cambiar esos cinco presidentes en esos años, aunque fuesen malos o regulares, que haber mantenido dos, que resultaron pésimos, sin poderlos cambiar durante 22 años.

No es que la Cuarta República fuese una maravilla. Muchos fuimos sus opositores. Sin embargo, esa oposición, que era producto de la evaluación crítica de sus imperfecciones (populismo, rentismo, clientelismo y corrupción), nunca nos llevó a pensar que el cambio de ella por el militarismo chavista (muy evidente ya desde 1992) era la solución del problema. Intuíamos que el remedio era peor que la enfermedad.

Con la Cuarta República, como mínimo, se habría garantizado la alternabilidad democrática, el mantenimiento de la infraestructura básica del país (vialidad, agua, gas y luz) y el parque industrial, seguirían funcionando las empresas básicas de Guayana y PDVSA estaría produciendo los seis millones de barriles diarios que estaban programados por la empresa, cuyos planes y personal técnico superior fueron eliminados totalmente por Chávez. Los millones de venezolanos que se han ido seguirían acompañándonos y Venezuela continuaría integrada al bloque de los países democráticos del mundo occidental.

Cuando llegó Chávez al poder en 1998, la Cuarta República sufría una crisis económica desde principios de los años ochenta, por la caída drástica de los precios petroleros. Pero esa situación estaba por cambiar. Pocos años después, a principios del siglo XXI, se produjo el aumento de precio más grande y duradero de la historia. La Cuarta República con todas sus fallas hubiera administrado mucho mejor la inmensa riqueza derivada de esa coyuntura, por una simple razón: tenía controles en el Congreso, la Fiscalía General, el Banco Central, la Corte Suprema de Justicia y la opinión pública nacional que, con todas sus fallas, funcionaban. Chávez no tuvo ningún control y manejó esa fabulosa riqueza a su antojo. En sus manos se dilapidó un millón de millones de dólares sin un provecho real y permanente.

Lo ocurrido en Venezuela después de la Cuarta República no fue un simple estancamiento. No es que hayamos perdido 22 años de desarrollo y que estemos en la misma situación que había cuando Chávez llegó al poder. Eso sería una bendición. Es que hemos retrocedido varias décadas y hemos perdido la mayor parte de la riqueza nacional acumulada a lo largo de un siglo de desarrollo petrolero. Hemos dado un salto atrás de no menos de 70 años, regresando a la época anterior a Pérez Jiménez.

La tragedia venezolana es difícil de entender porque no tiene parangón con nada similar que haya ocurrido en otro país en la Época Moderna, ni siquiera en la Alemania nazi, totalmente destrozada en la Segunda Guerra Mundial. Los chavistas dirán que lo expuesto en este escrito es mentira o exageración. Algunos de ellos, cegados por la ideología del socialismo marxista, lo creerán de una manera ingenua y limpia, pero el resto, la gran mayoría, saben que lo dicho es cierto pero no les importa porque sacan provecho de la situación. A ellos les pedimos con toda franqueza que abran bien lo ojos, moderen su dilatado egoísmo y observen con cuidado lo que ocurre a su alrededor. Para algo le servirá al país y a ellos mismos una reflexión de ese tipo.

Y a los dirigentes de la oposición venezolana les repetimos: este año y el próximo son la última oportunidad que tienen de reivindicar sus nombres ante la Nación, el mundo y la Historia.

18 de febrero de 2021

 2 min


Ángel Oropeza

En momentos de oscuridad es cuando más se aprecia y se necesita la luz. De igual manera, en situaciones de confusión, desaliento y duda, es cuando más urgentes y necesarias resultan las reflexiones que nos ayudan a levantar la vista, recordar de dónde venimos, pero sobre todo el porqué y norte de nuestra lucha.

En el año 2005, el entonces arzobispo de Mérida, hoy Cardenal Baltasar Porras Cardoso, se dedicó a recopilar algunos de los principales discursos y homilías del entonces nuncio apostólico de la Santa Sede en Venezuela, monseñor André Dupuy, quien dejaba su cargo en nuestro país después de cinco años de fructífera y trascendente labor entre nosotros. Esa recopilación fue plasmada en un libro (Palabras para tiempos difíciles, Edit. Escuela Técnica Popular Don Bosco, Caracas, 2005), que resulta de obligatoria lectura para los venezolanos de hoy, algunos de ellos víctimas de la desesperanza y el desaliento.

Los escritos de Dupuy, hechos hace más de 3 lustros, cuando el país estaba ya en las garras de un modelo político para muchos en ese momento seductor pero generador de división, odio y violencia, son una reflexión profética que nos alerta sobre el peligro de la postración anímica y la rendición conductual como personas, al tiempo que nos impulsa a nunca cejar en la lucha por la dignidad y la liberación de nuestro país

Dupuy alertaba desde entonces a no descuidar dos de las virtudes sin las cuales la construcción de patria no era posible. No se refería por supuesto a la patria como el fetiche acomodaticio preferido por los tiranos para ocultar su explotación, sino al vínculo afectivo, histórico y cultural que une a las personas entre sí y con una tierra a la que aman y con la cual se identifican. Estas dos virtudes eran la esperanza y el buen juicio. Sobre la primera, nos pedía a los venezolanos tener la “valentía de esperar”, que no es otra cosa, lejos de una actitud de resignación o de aguardar soluciones mágicas, que asumir como causa de vida que las cosas injustas pueden y deben cambiar. Y sobre la última, advertía que la “pérdida del buen juicio” –no saber diferenciar la verdad de la mentira, lo justo de lo injusto, y vivir en un mundo de ilusiones y engaños– “es la peor de las calamidades que pueden acechar tanto a las personas como a una sociedad”.

Desde aquellas palabras de Dupuy, nuestro país no ha hecho otra cosa que involucionar y tribalizarse. El ambiente externo de depauperación constante de las condiciones de vida ha terminado generando un ambiente psicológico generalizado de desazón, angustia e incertidumbre, que puede peligrosamente conducirnos a la resignación y a la entrega. Es en estos momentos, justamente para atajar ese peligro, que el llamado a actuar desde la esperanza y el buen juicio cobra crucial importancia. Y esa es la necesaria actitud política que las difíciles circunstancias exigen de los venezolanos de hoy. La misma actitud política que Gandhi predicaba como indispensable cuando la lucha por la liberación de su país en ocasiones era amenazada por la desesperanza: “Voy a seguir creyendo, aun cuando la gente pierda la esperanza. Voy a seguir construyendo, aun cuando otros destruyan. Y seguiré sembrando, aunque otros pisen. Y seguiré gritando, aun cuando otros callen. Invitaré a caminar al que decidió quedarse, y levantaré los brazos a los que se han rendido”.

Acabamos de conmemorar un nuevo aniversario del heroico 23 de enero de 1958. El año anterior, penúltimo año de la penúltima dictadura, el signo de la cotidianidad era el miedo. El régimen había convertido al terror y al chantaje en su herramienta privilegiada de control social, a pesar que no existía en ese entonces el fascista “carnet de la patria”, y la sede de la Seguridad Nacional no quedaba como hoy en el Helicoide o en los cuarteles de la tenebrosa FAES. Decenas de líderes políticos, sindicales y estudiantiles habían sido asesinados, mientras otros centenares sobrevivían en el exilio o en las cárceles de la dictadura. La gente temía abrir la boca, ante el temor a ser delatados por no pensar como el régimen. Sin embargo, ese año los liderazgos políticos, religiosos y sociales, a pesar de sus diferencias, conformaron una unidad de propósitos que hizo imposible materializar los planes continuistas del gobierno. Fue un asunto de actitud y organización. Tal como hoy, el gobierno lucía con la fuerza represiva como para aplastar y acallar el rechazo popular. Pero el país y su dirigencia asumieron retarle. Y entendieron que no era un asunto de sentarse a esperar que las cosas ocurrieran, sino de organizarse y unirse para hacer que pasaran.

Pero, además, era un asunto de atreverse a abrir los ojos a pesar de las lágrimas y el desánimo. En otra de sus proféticas reflexiones, y hablando del desvanecimiento anímico que observaba en algunos venezolanos, Dupuy escribe: “Reflexionando sobre este desvanecimiento, tengo la impresión de que se está repitiendo el famoso episodio de los dos discípulos de Emaús, en la mañana de Pascua. Ellos se alejaban de Jerusalén para regresar a su aldea, con el rostro triste y el corazón invadido por el abatimiento. ¡Hermanos, cuantos ciudadanos, a imitación de estos discípulos anónimos, han regresado a su casa, a su cotidianidad, desconcertados, incluso escandalizados! Su desesperanza era tanto mayor cuanta más grande había sido su esperanza”. Esa desesperanza nublaba su juicio y eran incapaces de reconocer que aquel forastero que les hablaba y acompañaba en el camino no era otro que su Maestro resucitado, a quien creían muerto y con él perdida toda esperanza de redención. Su liberación estaba allí, cerca, tan cerca que caminaba junto a ellos. Pero su desaliento y confusión eran tan grandes que no la podían ver.

La Venezuela que la mayoría aspira y merece no llegará nunca si no asumimos, desde las virtudes de la esperanza y el juicio correcto, que solo la unidad, la organización y la presión popular constante y efectiva, imposible sin las dos primeras, constituyen la única estrategia con posibilidad de éxito. Y si no abrimos los ojos y el ánimo para escapar de la trampa de la desesperanza, esa que engañosamente nos quiere hacer creer que no hay nada que hacer, y que la única opción es renunciar a la grandeza de los libres para resignarse a la indignidad de la esclavitud.

@angeloropeza182

18 de febrero 2021

El Nacional

https://www.elnacional.com/opnion/los-consejos-de-dupuy

 5 min


Fernando Mires

Escribo sobre el declive y no sobre el fin de la sociedad liberal como en tantos textos se anuncia. El término “fin” vende más, sin duda, pero es definitivamente apocalíptico. Da la impresión de que la historia avanzara a saltos, y no es tan cierto. Sin necesidad de recurrir a Hegel como mentor, la experiencia histórica indica que las formaciones pretéritas siguen prevaleciendo al interior de las nuevas, sin ser suprimidas. Podríamos, claro está, usar otro término. Por un momento pensé incluso en titular este artículo como el “eclipse” de la sociedad liberal.

Sin duda “eclipse” es más poético, más estético, más bonito. Pero eclipse significa un oscurecimiento transitorio que indica que después volverá a aclarar y las cosas seguirán siendo igual que antes. Declive, por el contrario, significa que algo declina, sin anunciarse ni saberse lo que ocurrirá después, ya que, dicho con certeza, eso no lo sabe nadie.

Para imaginar futuros utópicos después del declive de la democracia liberal, no hay ningún motivo. Para imaginar futuros distópicos, sobran. No solo porque la diferencia central entre las utopías y las distopías reside en el hecho de que las primeras son optimistas y las segundas no, sino en el hecho muy documentado de que las primeras nunca se han cumplido y las segundas, sí.

¿Podría por ejemplo alguien imaginar en los años treinta en la Alemania liberal, rebosante de arte, cultura, música, tan deliciosamente decadente, que diez años después iba a tener lugar el más horroroso crimen colectivo vivido por la humanidad, en el marco de una guerra mundial que dejaría el legado de millones de muertos?

Pocos tuvieron la intuición imaginativa de un Thomas Mann quien en su novela, Mario y el Hipnotizador (1929) viera los groseros rasgos del nazismo antes de que estos aparecieran nítidos sobre la superficie. Y sin embargo, todas las huellas que llevaron al Holocausto y a la Guerra Mundial ya estaban marcadas en la Alemania de Weimar, la misma del Cabaret (sin Liza Minelli): la crisis económica, la violencia callejera, los mensajes mesiánicos, el racismo y el antisemitismo, el odio a la libertad, el miedo a la Rusia estalinista, el militarismo, solo por nombrar algunos. Esos elementos estaban dados, ahora lo sabemos, pero estaban separados, es decir, no articulados entre sí. Del mismo modo -y eso produce cierta alarma- muchas realidades que pueden llevar al fin de la llamada democracia liberal ya han cristalizado y algunas de ellas, ya están políticamente articuladas.

¿Qué entendemos por democracia liberal? No está de más recordarlo antes de que pase al olvido. Nos referimos a un orden político que permite la libertad de pensamiento, opinión y asociación, en el marco de un estado de derecho que garantiza la división de los tres poderes clásicos, a las instituciones que los consagran y cuyo personal gubernamental es renovable a través de elecciones libres y soberanas surgidas de una pluralidad de partidos competitivos entre sí. Karl Popper la llamó “sociedad abierta”.

¿Por quiénes está cuestionado ese orden? Muy simple: por los enemigos de la sociedad abierta. Movimientos nacional-populistas de nuestro tiempo, legítimos herederos del fascismo del siglo XX, avanzan hacia el poder en diferentes países del mundo occidental, apoyados por regímenes antidemocráticos cuyo centro político es Rusia y cuyo centro económico es China. Sin embargo, ahí no reside el origen del problema. Ese es más bien un síndrome.

El aparecimiento de un síndrome tiene orígenes que el mismo síndrome revela. En una primera capa ya vemos que el nacional-populismo en todos sus formatos obedece a una crisis de representación, a una en donde los partidos políticos hegemónicos en el espacio occidental son hoy mucho menos representativos que en el pasado reciente. Como hemos reiterado en otras ocasiones, la triada política tradicional de la democracia liberal, formada por partidos de orientación conservadora, liberal y socialista, ya no cubre todo el espacio social que abarcó tiempos atrás.

Una segunda capa analizable nos muestra que la no representación política de lo social tiene que ver con cambios radicales habidos en las relaciones de producción económica. Nos referimos al tránsito que se da entre la llamada sociedad industrial y la sociedad digital. Después del “adiós al proletariado” de André Gorz, muchos lo han dicho: los antiguos trabajadores industriales, el proletariado de Marx, se encuentra, si no en vías de extinción, remitido a un lugar subalterno con respecto a nuevos tipos y formas de trabajo. Hay un notorio desfase entre la formación social que está naciendo y la formación política que solo en parte lo representa. Esta es la señal más notoria de una crisis de representación política. Un fenómeno que, se quiera o no, trae consigo el deterioro de las culturas políticas que predominaban en la modernidad.

La ruptura del hilo que unía a los sectores sociales con sus representaciones políticas es ya demasiado visible. Los partidos, en su gran mayoría, representan a clientes pero no a sectores sociales claramente definidos. La desconexión entre sociedad, economía y política, es cada vez más evidente. Gran parte de la ciudadanía – no solo en los países post-industriales- siente que la política, en su forma existente y real, ya no los representa. Y, desgraciadamente, tiene razón.

Estamos asistiendo a rápidos procesos de descolocación de los centros productivos, hoy repartidos en el inmenso espacio global. Como decía un dirigente sindical alemán, “ya nadie sabe para quién trabaja, los dineros no van solo a parar en los bolsillos del antiguo empresario que combatíamos, convertido hoy en un mero intermediario, sino en un circuito financiero global cuyos ritmos de reproducción virtual nos son absolutamente desconocidos”. Ya ni siquiera podemos hablar de la alienación del trabajo por el capital de acuerdo a la ex-terminología socialista, sino de la alienación del capital por un supercapital reproducido en una galaxia mundial a la que nadie tiene acceso.

Los trabajadores que con sus luchas dieron origen a sus partidos socialistas y sociales, son hoy piezas de museo. Hoy viven incomunicados entre sí. De hecho han llegado a ser -para emplear la terminología hegeliana de Marx- una clase en sí pero no una clase para sí, o sea una clase sin conciencia de clase, que es lo mismo que decir, “una no- clase”. Debajo de esa cada más delgada capa laboral, ha aparecido un sub-proletariado incuantificable, multinacional, muchas veces ilegal, pero generador de cientos de oficios transitorios. Y más abajo aún, un Lumpenproletariat, pero esta vez sin Proletariat.

¿A cuál clase social pertenecen los miles de trabajadores que realizan jobs circunstanciales en una home-office? Qué lejos se ven hoy los tiempos en que después de la jornada diaria, los trabajadores reunidos en sus cantinas, compartían problemas personales, hablaban del presente y del futuro y, por supuesto, como dice el tango Carloncho de Mario Clavell, conversaban sobre “minas, burros, fútbol y de la cuestión social”. Si esos trabajadores todavía existen, son miembros de multitudes, pero no de grupos sociológicamente definidos. Por cierto, a veces logran conectarse entre sí y realizan actos de protestas. Pero esas solo adquieren la forma de “estallidos sociales”, al estilo francés o chileno, pero sin continuidad en el espacio y en el tiempo.

Las clases no han desaparecido, eso está claro. Pero han sido subsumidas en las masas y estas, sin partidos ni organizaciones, suelen actuar como hordas o, como ya lo hemos visto no solo en los EE UU. de Trump, como turbas. Ellas son y serán, lo estamos viendo a diario, la carne de cañón de los líderes y partidos nacional-populistas. La sociedad post-moderna no ha sido desclasada pero sí – la diferencia no es banal- desclasificada. Hecho que no tarda en repercutir en las biografías, marcadas cada día más, por un sentimiento colectivo de no-pertenencia, ni social ni cultural.

Pero el humano, gregario al fin, quiere ser algo y alguien en un espacio determinado por un nosotros identitario. El problema es que la oferta de identidades colectivas que ofrece el mercado social es muy inferior a su demanda

¿Quién soy yo? La respuesta en el pasado era segura: soy un empresario, soy un trabajador, soy un profesional. Todavía hay algunos privilegiados que pueden dar respuesta afirmativa a esa pregunta socio-ontológica. Pero cada vez son menos. Y cada vez son más los que no pueden definir su identidad en términos laborales o sociales. El “yo soy”, esa es la conclusión, está dejando de ser una referencia social. Bajo esa condición, el ser, para ser, busca otras referencias, y estas solo pueden ser encontradas en identidades ya no sociales sino a-sociales, e incluso anti-sociales, y por lo mismo, anti-políticas.

Para usar una terminología en boga, el tema de la identidad del ser ha sido rebajado a sus instancias más primarias, ahí donde habitan identidades que al no ser adquiridas tampoco son intercambiables entre sí. Identidades definidas por un “yo soy” pre-social y pre-político: un ser biológico, nacional, étnico, cultural.

Para usar los términos de Paul Ricoeur (Sí mismo como el Otro) asistimos al avance de una identidad sin ipseidad. O dicho más simple, a una identidad determinada no por lo que he llegado a ser sino por lo que yo soy por nacimiento: negro, blanco, indio, hombre, mujer, latino, y, sobre todo, miembro de una comunidad imaginaria llamada nación. El ser social ha sido desplazado por el ser nacional. Y si miramos el pésimo ejemplo que dan los catalanistas, por un ser regional.

El grave problema es que las identidades primarias no son intercambiables entre sí. Los negros que se levantan en los barrios marginales de Europa y de los EE UU nunca van a dejar de ser negros ni los blancos que siguen a Trump en contra de los no-blancos, nunca van a dejar de ser blancos. Y al no ser intercambiables, esas identidades yacen fuera de toda deliberación, de toda discusión o debate. Nadie podrá jamás convencer al otro de que su identidad primaria es falsa. Pues las luchas identitarias, a diferencias de las sociales y políticas, no son argumentativas, ni siquiera ideológicas. Bajo su primado, la lucha de los discursos termina por convertirse en lucha de cuerpos que, desprovistos de argumentos e ideas, se encuentran mucho más cerca de la guerra que de la política.

Los nacional-populistas y sus fanáticos líderes son hoy los portadores de futuras y cruentas guerras identitarias. Eso quiere decir que mientras la sociedad no logre ordenar sus estructuras, o mientras no reaparezcan nuevas identidades sociales y políticas, los nacional-populistas, con sus retóricas de derecha e izquierda, o de ambas a la vez, continuaran avanzando y la llamada democracia liberal continuará declinando.

Pero hay que insistir: lo que presenciamos no es el fin definitivo de la democracia liberal. En Rusia, Bielorrusia, Turquía, Irán, Cuba, y varios otros países, hay quienes luchan orientados por principios democráticos heredados de, y propios a la, democracia liberal. Pero seríamos ciegos si no advirtiéramos que en muchas otras naciones, precisamente las que fueron guías políticas del orden democrático liberal, las fuerzas democráticas se encuentran a la defensiva.

Sin intentar pronósticos, ni mucho menos construir distopías, solo podemos afirmar por el momento que en las confrontaciones que vienen, la democracia-liberal, la que conocemos o conocimos, no saldrá ilesa. O en otras palabras: la llamada democracia liberal, si es que subsiste, no será la misma de antes. Es mejor decirlo ahora que después.

Puede suceder incluso que la democracia del futuro sea, si no más liberal, más democrática. Lo que no siempre es bueno. La voz del pueblo no es la voz de Dios solo porque viene del pueblo. No pocas veces ha sido la voz del Diablo.

Febrero 18, 2021

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2021/02/fernando-mires-el-declive-de-la...

 9 min


Ignacio Avalos Gutiérrez

El día del sociólogo fue el martes o el miércoles de la semana pasada. Lo celebré, a pesar de la pandemia pero, sobre todo, de la propuesta del Gobierno, en donde indica que lo que estudié no es útil para el país, que poco o nada tiene que ver con sus necesidades y prioridades, opinión que se extiende, en general, a filósofos, historiadores, psicólogos, en fin, a todo aquel que se le haya ocurrido pisar el territorio académico marcado por las Ciencias Sociales y Humanas.

Tal propuesta ha recibido no pocas críticas, pero en este caso reiterar hasta el fastidio no es pecado, es una obligación. Y yo cumplo con ella, aunque llueva sobre mojado

El Gobierno dice lo que se debe estudiar

Hago, pues, referencia a un documento titulado “Redimensión del Sistema Nacional de Ingreso Universitario” que el gobierno se sacó de la manga, sin que mediara diálogo alguno con las numerosas instituciones involucradas y violando, por cierto, algunos artículos de la Constitución Nacional. En el referido informe se muestra una lista en la que se definen cuales son las Carreras Prioritarias, las Carreras Derivadas y las Carreras Complementarias (en total de ciento cuarenta y cinco) y si bien es cierto que en ninguna de sus páginas deja ver la eliminación de las Ciencias Sociales y Humanas, dentro del contexto de su redacción uno entiende que se trata de disciplinas de las que puede prescindir el país.

La anterior me parece, entonces, una iniciativa que, bajo el propósito de “contribuir a resolver las necesidades del país”, le pasa por encima a las claves que rigen estos tiempos, marcados por numerosos cambios originados primordialmente a partir de un conjunto de nuevas tecnologías que no en balde han sido calificadas como “disruptivas”.

Así las cosas, palabras tales como inteligencia artificial, impresora 3D, robótica, energías renovables, “machine learning”, computación cuántica, internet de las cosas, redes neuronales, big data, pasan a formar parte de una serie interminable de nuevos vocablos, mediante los que se dibuja la época actual, obligando a cambiar los anteojos desde los que se observa y calibra, en todos sus ámbitos, la vida de los terrícolas, inclusive, quizá sea necesario advertirlo por si acaso, la de los venezolanos.

El historiador Yuval Harari llega a preguntarse en uno de sus libros “… qué sucedería si lo humano, tal como lo concebimos, comenzara a tornarse obsoleto y nos encontráramos en la antesala de una redefinición radical de las nociones” de individuo, libertad, mente, conciencia, espíritu, emoción, sentimiento, organismo, vida. En síntesis, una redefinición de la propia condición humana … ”. Vistas las nuevas realidades que están asomando, nadie diría, creo, que esta pregunta no es pertinente.

Se achica el horizonte del país

El ritmo de desarrollo del conocimiento ha llegado a ser exponencial, afectando a todas (subrayo: a todas) las disciplinas. En este sentido, se plantea en varios documentos, una concepción distinta, más realista de la ciencia, a fin de darle respuesta a las múltiples y difíciles interrogantes envuelven a un planeta que transcurre en medio de niveles crecientes de complejidad, incertidumbre y riesgo. Un enfoque, reza en su contenido, que le dé base a una política que permita institucionalizar un diálogo fluido entre especialistas de distinta procedencia académica, que desvanezca la frontera entre humanidad y naturaleza, que coloque el acento en lo complejo, temporal e inestable y que maneje la tensión entre lo universal y lo particular, lo global y lo local.

En virtud de lo arriba indicado se le abre la puerta a intensos procesos de “hibridación”. La interdisciplinariedad se ha vuelto un criterio esencial en la producción de conocimientos, estrechándose los vínculos entre las ingenierías, las ciencias naturales, las ciencias sociales, las humanidades, ampliando de manera antes inimaginable su espectro, pensando y analizando no única ni principalmente lo real, sino también lo posible, buscando mirar cuál civilización es la que presagia.

Obviamente, todas las consideraciones apuntadas a lo largo de estas líneas entrañan la modificación los enfoques que determinan en el presente la organización de los estudios universitarios.

En suma, proyectos como el comentado, le achican el horizonte a la sociedad venezolana. Sobre a todo a sus jóvenes.

El Nacional 17 de febrero de 2021

 3 min


Jesús Elorza G.

El debate de la transexualidad no es nuevo y lleva años generando una gran polémica en el deporte mundial. En 2016, la lucha por el derecho a la identidad sexual obtuvo uno de sus mayores triunfos. El Comité Olímpico Internacional (COI ) tomó la decisión de permitir que los deportistas transgénero participasen en los Juegos Olímpicos (JJOO) bajo ciertas condiciones.

En una revisión histórica, podemos ver que el mundo deportivo fue sacudido en 1976, cuando la tenista trans Renee Richards abrió el camino, disputando el US Open. Primero, la estadounidense compitió varios años bajo el nombre de Richard Raskin y en 1975 decidió cambiar de sexo. Al año siguiente cuando se inscribió en el US Open femenino, sus colegas estallaron y el Comité Organizador del evento exigió un análisis de cromosomas, según la normativa del COI para la época.

Ofendida por la medida, Richards demandó a la Asociación de Tenis de los Estados Unidos ante la Corte de New York. Un año mas tarde, el tribunal le dio la razón y en consecuencia Renee pudo participar en el US Open 1977, en donde logró clasificar a la final de dobles.

También, resalta el caso de la atleta sudafricana Carter Semenya, quien luego de haber ganado su prueba de 800 metros en el Campeonato Mundial de Atletismo 2009 fue acusada por otras participantes de "no ser mujer", siendo sometida a una prueba de verificación de sexo, solicitada por la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF).

Hoy en día, en los torneos internacionales ya no se practica la verificación de sexo directa, que a partir de 1946 se basaba inicialmente en examen visual. Luego, a las trans que querían participar en unos Juegos Olímpicos se les exigía tanto una terapia hormonal como una cirugía para eliminar los atributos sexuales externos (2003); después se pasó al estudio de los cromosomas.

El último reglamento del COI (2016), elimina ya la necesidad de operaciones quirúrgicas, y establece que quien quiera participar como mujer tiene que declararse mujer, y que no puede cambiar de género al menos durante cuatro años, para la práctica deportiva. Además, fija en un tope de diez nanogramos de testosterona por mililitro de sangre el máximo que puede tener una mujer para poder participar en pruebas femeninas. Eso les exigirá la toma de medicación para bloquear la llamada hormona masculina, la de la fuerza y la barba. Para las mujeres que hagan la transición a hombres no hay ninguna exigencia.

El conflicto ha aumentado en los últimos tiempos por la cercanía de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (JJOO). Allí se darán cita, si el coronavirus lo permite, los mejores deportistas del planeta, pero hay dos nombres que acaparan parte de los focos por ser transexuales: Tiffany Abreu y Laurel Hubbard.

Tifanny Abreu, jugadora de voleibol que compitió como Rodrigo Abreu hasta 2012, podría formar parte del equipo femenino de Brasil en los JJOO.

La deportista neozelandesa, Laurel Hubbard, se sometió a un cambio de sexo en 2012 y fue cinco años después cuando su nombre empezó a sonar en el panorama mundial del deporte tras cosechar sus primeros grandes resultados internacionales. Hubbard es elegible para competir en eventos femeninos, de acuerdo con las pautas de la Federación Internacional de Halterofilia para la inclusión de atletas transgénero.

Sin embargo, es importante resaltar que el debate en torno a este tema sigue abierto. Los Juegos Olímpicos de Tokyo, de llegar a realizarse, pondrán sobre el tapete la lucha por el derecho a la identidad sexual y cobrará mayor fuerza la igualdad y la no discriminación por razón de sexo, como una obligación de derecho internacional general, que vincula a todas las naciones y dado su carácter primordial, se establece siempre como un principio que debe inspirar el resto de los derechos fundamentales..

 2 min


Julio Castillo Sagarzazu

El principio básico de la percepción de la Terapia Gestalt, establece que “El todo es más que la suma de las partes” En otros terrenos del pensamiento humano y de la vida social, este principio es irrebatible. La concreción de esfuerzos patentizados en alianzas, en acuerdos, en esfuerzo común, suele ser siempre más que la sumatoria de las partes que han participado en el proceso de la formación de ese todo.

En Venezuela, urge un acuerdo que ponga por delante lograr una unidad superior que sería, sin duda, mucho más importante que la suma de los intereses de las partes que lo logren.

Ese acuerdo, obviamente, debería reconocer que todos: empresarios, dirigentes políticos y sociales, tienen todo el derecho de tratar de proteger sus intereses legítimos. En efecto, tanto derecho tiene un empresario a defender su empresa, como un dirigente político a postular su liderazgo y recurrir a sus conciudadanos para validarlo.

Otro elemento importantísimo seria reconocer que en el duro camino de lograr la libertad total, podrían y deberían alcanzarse logros parciales. Esto está en la esencia misma de toda lucha política. No hay trasformación alguna que se haya logrado, en la lucha contra poderosos adversarios, de la noche a la mañana o de una sola vez.

Probablemente, la más emblemática de las lecciones, en este sentido la leamos en el decurso de la Revolución Rusa. En sus prolegómenos, ocurrió el enfrentamiento de dos facciones del Partido Obrero Social Demócrata Ruso. Una, la de los Bolcheviques (en ruso significa maximalistas) y la otra, la de los Mencheviques (que significa minimalistas) Teóricamente, los primeros eran los partidarios de derrocar los zares con la fuerza de su propia organización e instaurar el socialismo directamente. Los segundos, planteaban la necesidad de alianzas con otras organizaciones y que tal proceso serio necesariamente gradual. Paradójicamente, los grandes maestros del gradualismo fueron, en realidad, los bolcheviques quienes, desde 1905 cuando formaron el primer soviet, hasta 1917 cuando lanzaron la consigna. ¡Todo el poder a los soviets!, realizaron alianzas y convivieron con numerosos adversarios políticos. Tanto fue así, que dejaron como legado para la lucha política el axioma de acuerdo con el cual, todo proceso de cambio pasa por un periodo de “dualidad de poderes”. Dicho de otra manera: Mientras no seas poder, crea un poder alterno para enfrentar al poder establecido.

En Venezuela, en el 2015, con la extraordinaria victoria parlamentaria de la oposición, se comenzó un periodo objetivo de dualidad de poder. Ya las calles habían demostrado que Maduro era minoría, pero la conquista de la AN, convirtió en tangible, lo que hasta ese momento no lo era. Este proceso conoció altas y bajas, hasta que vino el hito de esa dualidad con la juramentación de Juan Guaido como presidente interino. Este hecho logró, no solamente volver a recuperar el entusiasmo social interno, sino el prodigio inimaginable de lograr que más de 60 países (las democracias más importantes del mundo) desconocieran a Maduro y le reconocieran a él. Un hecho sin parangón en la historia universal contemporánea. Al fin, se visualizó un poder dual con perspectivas ciertas.

Estos dos acontecimientos, debemos subrayarlo, tuvieron un denominador común: La estrecha unión de todos los factores democráticos de la nación. Una excelente demostración de cómo se pusieron de lado intereses particulares y de cómo se logró esa unión superior para avanzar.

Hoy día está planteado, ni más ni menos que el mismo compromiso. Ningún reflujo anímico puede justificar que esta unión se rompa. Ningún interés es lo suficientemente importante para sacrificar a los demás.

Incluso, las luchas graduales, las que pueden permitirnos acceder a posiciones para disputar el poder “oficial”, deben ser planteadas y desarrolladas como parte de un plan estratégico común que es el de salir del régimen que nos oprime.

Aquí van unas líneas que pudieran permitirnos transitar este espinoso y minado camino. Las proponemos con toda humildad desde Carabobo. Desde donde libramos la batalla que selló nuestra independencia en 1.821; donde nació Venezuela como República independiente en 1.830 y donde comenzó la industrialización a fínales de los años 50.

1. Un acuerdo de todos los sectores interesados en recuperar la democracia debería comenzar por plantear un amplio avenimiento de todo el país para hacer frente a la horrorosa crisis humanitaria, comenzando por un pacto nacional para hacer frente al COVID y para acelerar la llegada de las vacunas a ser aplicadas universalmente.

2. Un acuerdo de esta naturaleza debería elaborar un protocolo común para hacer frente a los reclamos y exigencias para que se logre el respeto de derechos básicos como la libre expresión, la libertad de los presos políticos y militares; el regreso de los exiliados; el establecimiento de condiciones electorales establecidas en la Constitución; las libertades económicas, el respeto al derecho de propiedad, el inmediato cese de invasiones urbanas y privadas; la garantía de seguridad jurídica y personal; la eliminación de las trabas burocráticas y fiscales.

3. Este protocolo debería contener también mecanismos para tramitar las diferencias entre los sectores que concurran al acuerdo, sean estos políticos o gremiales. Es urgente dejar de tramitar estentóreamente las lógicas diferencias entre nosotros.

4. Igualmente se deberían acordar mecanismos de lucha unitario para apoyar los planteamientos sectoriales acordados y, en particular, la concreción de elecciones libres en el país, para lo cual nos apoyan las democracias más importantes de todo el planeta. Este último punto es de importancia capital. Venezuela es un problema político planetario y en su solución están interesados muchos países. Hay signos prometedores de que, con la nueva realidad geopolítica mundial, la agenda sobre Venezuela pueda consensuarse en favor de la democracia. Una hipotética negociación internacional, que supere las falencias de formato de Oslo y Barbados, debe conseguirnos unidos en torno a estos pedidos de elecciones libres. Sería una tragedia que, intereses subalternos, nos muestren ante nuestros aliados como un saco de gatos, sin estrategia común.

Como se verá, una alta dosis de voluntad política, de sindéresis, de sacrificios particulares, nos van a demandar lograr acuerdos como los que aquí sugerimos. Nadie debe pensar que su plan, su interés, su propuesta, es más importante que la de los demás, por mucho que parezca urgente en este momento. No le quitemos la vista a la pelota. Las libertades de unos, no son más importantes que la libertad para todos.

 5 min