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Opinión

Alberto Barrera Tyszka

En el oficio de escribir guiones para la televisión usamos la expresión “ñaca ñaca” para referirnos a los personajes de maldad caricaturesca. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la cúpula chavista se han esforzado por reclamar esa vileza al criminalizar hasta la solidaridad en Venezuela.

La expresión tiene, popularmente, significados distintos en diferentes países. Me apresuro a aclarar que me refiero a una modalidad que tiene que ver más con el oficio que con la geografía. En el mundo de la escritura para televisión en el cual me muevo, muchos guionistas usamos estos dos sonidos para designar a un tipo de vileza caricaturesca. Nos referimos a un “villano ñaca ñaca” para hablar de un personaje típico de la telenovela más clásica: el malo malísimo, el perverso a dedicación exclusiva; el villano que despierta todas las mañanas soñando y planeando qué crueldad puede hacerle a los demás. Para eso vive.

Los líderes de la autoproclamada Revolución bolivariana a veces se empeñan demasiado en parecer unos villanos de ese estilo. Se muestran presumidos y altaneros. Les gusta exhibirse, les parece magnífico aparecer en público irrespetando las formas y demostrando su poder. Todos los miércoles en la noche, Diosdado Cabello, figura capital de la cúpula chavista, tiene un programa en la televisión del Estado. Su símbolo es un mazo cavernícola. Su espectáculo, en general, consiste en burlarse, acusar e intimidar a cualquiera que el propio Cabello señale como enemigo de la patria. Es un esquema simple pero eficaz: un animador cínico y burlón, un público diseñado para aplaudir cuando tiene que aplaudir, un mensaje permanente, dicho siempre con una sonrisita de medio lado: cuidado conmigo, tenga miedo, yo soy un malo ñaca ñaca.

Todo esto no pasaría de ser un performance peculiar si no tuviera consecuencias. La violencia que, desde el Estado, ejerce el chavismo sobre la ciudadanía no solo es impune sino descarada, grosera. Por eso cada vez contrasta más con la lentitud, la prudencia y a veces hasta el silencio de algunos organismos multilaterales. ¿Acaso no es necesario tratar de reaccionar de otras maneras ante un poder que —tras perseguir a la oposición política, a los medios de comunicación y a la sociedad civil— ahora acosa a las organizaciones humanitarias?

El pasado 12 de enero, la Dirección General de Contrainteligencia Militar allanó, sin una orden judicial, la sede de la organización Azul Positivo en la ciudad de Maracaibo. Se llevaron detenidos a cinco de sus miembros, presentándolos primero ante un tribunal militar y acusándolos de legitimación de capitales y asociación para delinquir. Azul Positivo es una organización que se dedica a la atención y el apoyo a comunidades vulnerables en el estado Zulia, incluyendo a gente que vive en situación de inseguridad alimentaria o personas con VIH. Pero el régimen y sus voceros piensan, más bien, que nada de esto es cierto, que la acción humanitaria solo esconde la intención de dar un golpe de Estado.

No es una novedad. El año pasado, en plena pandemia y en el contexto de la alarmante crisis venezolana, el gobierno congeló las cuentas de organizaciones similares como Alimenta la Solidaridad y Caracas Mi Convive, también allanó la sede de la asociación civil Convite. Pero en este comienzo de 2021 el chavismo avanza con renovada saña en contra de los espacios de poder y de organización de la ciudadanía. En su programa, Cabello amenazó a Rafael Uzcátegui y a Marino Alvarado, miembros de PROVEA, una organización no gubernamental de defensa de los derechos humanos en el país, tildando además al segundo de “colombiano”, como si esto fuera un insulto. En la misma tónica, mencionó a Carolina Jiménez, directora de investigación de Amnistía Internacional para la región. Todo forma parte de un afinado plan para —ahora desde la Asamblea Nacional, que domina el chavismo después de las elecciones legislativas del año pasado, ampliamente consideradas fraudulentas— implementar un estatuto legal que impida el financiamiento exterior de las organizaciones civiles.

El chavismo también comenzó este año arremetiendo con mayor furia contra los medios de comunicación independientes. Siempre con el mismo estilo y sin ningún recato. En lo que va de año, ha atentado de distintas maneras en contra de diferentes espacios: el canal VPItv, las plataformas de los periódicos Panorama y Tal Cual, los medios digitales El Pitazo, Caraota Digital, Efecto Cocuyo… Esta semana, en las redes sociales de la Fuerza Armada aparecieron mensajes que criminalizan a Efecto Cocuyo, a la Red Fe y Alegría y al Sindicato de Trabajadores de la Prensa, acusándolos de ser instrumentos de intereses extranjeros en la guerra en contra de Venezuela. Como los villanos de las telenovelas: no descansan. Esa es su formar de asumir y de ejercer el poder. Viven para destruir.

Por eso no sorprenden las primeras decisiones del chavismo tras la ocupación ilegítima de la Asamblea Nacional (AN): exigir juicio y detención de los diputados anteriores, despedir a todos los empleados, proponer una sesión para discutir el costo de la renta que supuestamente paga el líder opositor Leopoldo López en Madrid… Esto es lo que les preocupa e interesa a los nuevos supuestos “representantes” del pueblo, mientras el país que dirigen sin contrapesos tiene 3713 por ciento de inflación. Muy pocos días han hecho falta para confirmar que la AN solo responde a los intereses de la casta, solo es una herramienta del régimen.

Nicolás Maduro, esta semana, le ha pedido a Joe Biden dejar atrás la “demonización” del chavismo y “pasar la página”. Pero el chavismo debería entender que esa puesta en escena no funciona, que nadie les cree, que no se puede ser al mismo tiempo un villano ñaca ñaca y un emotivo pacifista. Mientras Maduro denunciaba la “crueldad de Trump”, los cinco miembros de la organización humanitaria Azul Positivo, detenidos en una sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar, comenzaban a presentar síntomas de contagio del coronavirus.

24 de enero 2021

NY Times

https://www.nytimes.com/es/2021/01/24/espanol/opinion/venezuela-ong.html

 4 min


​José E. Rodríguez Rojas

Las Universidades privadas han logrado diversificar sus ingresos, a fin de obtener los recursos necesarios para hacer las inversiones requeridas para instrumentar el teletrabajo y la educación a distancia. Gracias a ello han logrado continuar con su actividad docente, sus actos de grado e impulsar actividades de extensión e investigación, ¿Deben las universidades públicas seguir la misma estrategia para reducir su dependencia del presupuesto del Estado?

En una entrevista en el programa Univérsate auspiciado por la UCAB, el rector de la Universidad Metropolitana (Unimet) Benjamin Scharifker, detalló los principales retos y desafíos que enfrenta la Unimet en sus 50 años y se refirió también a la situación de las universidades públicas. El Dr. Scharifker fue previamente profesor y rector de la Universidad Simón Bolívar, por lo cual está familiarizado con la situación de las universidades públicas. Debido a su experticia consideramos conveniente divulgar sus planteamientos sobre la crisis que enfrenta la universidad venezolana, a fin de contribuir al debate que se está dando en la actualidad.

Cuando se le interrogó sobre los desafíos que enfrenta la Unimet en sus 50 años respondió que el principal desafío de la universidad es a su vez el principal desafío de la sociedad venezolana. Venezuela no puede seguir confiando en la explotación de los recursos naturales. Hay que hacer inversión en formación de talento. Ese es el principal desafío de la universidad y de la sociedad venezolana.

En la misma línea de pensamiento se le preguntó sobre los retos que enfrenta la educación superior privada en nuestro país. En relación a esto respondió que la educación superior en Venezuela se ha venido desenvolviendo dentro de un modelo anticuado. Las universidades públicas dependiendo del presupuesto del Estado y las privadas de la matrícula. A juicio del rector había que progresar hacia un modelo sostenible lo que implica la diversificación de ingresos. En ese sentido señaló que había que profundizar la relación con el sector productivo. No hay que olvidar que la Unimet fue fundada, a inicios de la década de 1970, por un grupo de industriales venezolanos que pensaban que hacía falta formación de recursos humanos para la industria y otras actividades productivas. Estas relaciones hay que profundizarlas. Debe haber también una mayor vinculación con los egresados, en particular con los que están en el exterior, algunos de los cuales se han involucrados en actividades productiva que pueden ser útiles a la universidad. Señaló el rector que su objetivo es convertir a la universidad en un motor de desarrollo.

Al final se le interrogó sobre la situación de parálisis de las universidades públicas y lo que éstas debían hacer para superar esta situación. A juicio del rector las transformaciones tienen que ocurrir en toda la sociedad. Las universidades públicas no tiene capacidad de inversión. Las privadas han debido invertir en plataformas tecnológicas de información y en la formación de profesores y estudiantes, para poder desarrollar las capacidades que se requieren para continuar las actividades a distancia. Las públicas no han podido hacer esas inversiones porque el Estado no las provee con los recursos necesarios para hacer las inversiones mencionadas. Los recursos del Estado no son suficientes ni siquiera para remunerar adecuadamente a sus profesores, los cuales reciben salarios muy por debajo la canasta básica. La Unimet ha tenido que diversificar sus fuentes de ingresos para no depender solo de la matrícula. Sus fuentes de ingresos hoy son muy diferentes a las que tenía hace cinco o diez años. Enfatizó el rector: ya no dependemos de la matricula como nuestra fuente de ingreso principal. Estamos trabajando en que nuestros programas de postgrado tengan reconocimiento internacional. Las universidades públicas deben buscar otras fuentes de ingresos porque el Estado no está en capacidad de proveerlas con los recursos que requieren, debido a la quiebra de su principal fuente de ingresos que era la actividad petrolera.

En síntesis, gracias a la estrategia de diversificación de ingresos la Unimet ha logrado sortear con éxito la construcción de una plataforma tecnológica y la formación de los recursos humanos en las capacidades requeridas para que las actividades continúen a distancia. Gracias a ello han podido celebrar sus 50 años de creación con la graduación de la reciente cohorte, tanto de estudiantes de pregrado como de postgrado. Igual ha sucedido con la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) la cual ha logrado continuar con sus planes de grado. Adicional a ello ha logrado implementar una nueva edición de la Feria del Libro del Oeste que en el año 2020 se dio en forma virtual, así como liderar la última edición de la Encovi.

Se deduce de las declaraciones del rector de la Unimet que el reto de las universidades públicas en la actualidad es reducir su dependencia del presupuesto del Estado, el cual no está en capacidad de sufragar los gastos de las universidades. En entrevista a uno de los directivos de la ONG Aula Abierta, en el programa citado de Unión Radio, éste reveló que el gobierno ha aprobado entre 1 y 5% de los recursos solicitados por las universidades públicas. En ese sentido deben llevar a cabo un proceso de diversificación de sus ingresos. El ingreso del cobro de matrícula no es suficiente y deben desarrollar otras fuentes de ingreso. Este esfuerzo de generación y diversificación de ingresos, debe llevarse a cabo haciendo lo posible para que ello no implique un encarecimiento de la matricula que cobran las universidades públicas en las carreras de pregrado. Las instituciones públicas de educación superior vienen, desde hace décadas, avanzando en planes de generación de ingresos para compensar las carencias que plantea la precaria asignación de recursos por el Estado. Se trata de profundizar estas iniciativas.

Profesor UCV

Fuente: Entrevista al rector de la Unimet en el Programa Univérsate auspiciado por la UCAB, transmitido el domingo 20 de diciembre del 2020.

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Américo Martín

Estaba escrito que Joe Biden, a partir de ahora nuevo presidente de EEUU, quisiéralo o no, tendría que depositar su esperanza de victoria y la solidez de su liderazgo en la idea fulgurante de un cambio visible y creíble en la conducción política de América y el mundo. Se hizo muy evidente que semejante cambio se correspondía con sus deseos personales. El primero de los cuales –y así lo dejó ver– era imprimir un serio viraje respecto al modelo atrabiliario del presidente republicano Donald Trump, cuyas sonoridades expresivas y, en general su peculiar estilo, terminaron enredando hasta extremos peligrosos la urdimbre de su política.

Podría decirse que Biden aprovechó las gratuitas pugnacidades de su adversario para deslizar sin gran esfuerzo la índole y urgencia del cambio que sugería y que la humanidad comenzaba a esperar de su futuro gobierno. Lo que puesto en términos de catch-as-catch-can no era más que aprovechar los excesos pugilísticos del otro con el fin de vencerlo sin necesidad de malgastar los propios. Si se me objetara que aquello difícilmente hubiera sido pensado así, respondería que en todo caso de esa manera concluyó.

Si no ha sido un nítido éxito, cuando menos a eso se parece y confieso no distinguir con nitidez entre “parecerse a una victoria” y serlo efectivamente.

—Sí, pero Maduro y los iraníes siguen en su puesto.

—Bueno, sí, pero el caso es que la unión solidaria en su contra también lo está y en las declaraciones del nuevo gobierno norteamericano, al igual que la Unión Europea y la comunidad internacional, se observa una apreciable determinación.

Por eso la situación se mantiene bloqueada y no se avizora que en algún momento deje de estarlo. ¿Quién pierde más con eso? Obviamente el más débil de la ecuación, quien sin embargo podría escapar del atolladero, si por fin entendiera la importancia de negociar de veras con la oposición y la comunidad internacional la salida pacífica articulada en unas elecciones universales, directas, secretas y transparentes; vale decir, creíbles. Si fuera de esa naturaleza desaparecería casi por encanto la oprobiosa costumbre de la persecución, la tortura, la venganza, la irracionalidad y el odio.

Biden invoca palabras sencillas pero armoniosas y quizá las más efectivas. La primera, la mejor, la unidad que en su discurso oficial suena como toda una panacea y, en efecto, puede serlo.

El macizo cúmulo de desgracias que asedian nuestro acosado planeta, incluido el virus que atenta contra el género humano, podría retroceder enfrentado y vencido en el marco de la unidad, si unimos los hallazgos alcanzados por los laboratorios de la ciencia médica.

El firme combate contra la sistemática violación de los DDHH que se ha convertido en causa común de la especie, en emblema mundial de la humanidad.

Con la mayor firmeza, el presidente Biden se aferra a esas nobles banderas. Razones, todas ellas, para dar fuerza a la defensa de los derechos del hombre, asociándola a la paz y la libertad.

El objetivo más reiterado del programa del presidente Trump cargaba un trasfondo pugnaz. Proclamaba que norteamérica sería “grande otra vez”. Lo que tal eslogan agitaba es que la grandeza se había perdido en manos de mandatarios débiles y quizá genuflexos. Una de las que se sintió más herida fue Hillary Clinton, quien protestaba: ¡Como si no hubiese perdido alguna vez!

Lo cierto es que a juzgar por la opinión de sus competidores y enemigos, EEUU es el peor enemigo del hombre. Así lo sostenían Stalin y sus violentos aliados, y con análogos epítetos, Mao, Castro, Ché Guevara y el oficialismo soviético compactado alrededor del Pacto militar de Varsovia. Se parecía más a la verdad, con lo que confirmarlo pero sin poder evitarlo, la opinión de Hilary se acercaba más a la verdad que la de los interesados personajes arriba mencionados.

Dado que para ser el más feroz de los países no se necesitara ser tan fuerte como desalmado.

Sin concitar en su contra sentimientos adversos.

¡Complicado ser mandatario de una gran potencia! Predicar la superioridad tampoco es recomendable.

Biden cuida claramente mejor que Trump estos aspectos de la conducta de los gobernantes. El orgullo natural de una poderosa nación debido a sus logros es perfectamente comprensible, pero suele ser percibido como arrogancia racista y, por lo tanto, un gobernante hábil, como Biden, está obligado a no dejarse arrastrar por estos suelos pantanosos. Recordó que durante dos siglos presidentes norteamericanos se han sucedido en el mando con ejemplar respeto a la voluntad soberana de los ciudadanos. El primero de todos fue Washington, primero igualmente en la guerra y en la paz. Para mostrar prendas de legítimo orgullo, parece que el presidente Biden ha querido resaltar la condición democrática y el amor por la libertad antes que amenazar con las uñas del poder. Bravo entonces por él.

Twitter: @AmericoMartin

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Carlos Raúl Hernández

El hundimiento de los últimos cinco años, ahogó la fuerza institucional de la sociedad para defenderse del gobierno. Los “hábiles” se hicieron los locos como siempre, “a ver qué pasaba”. Pero el bloquecito social instalado, nulo para procesar ideas, sin lo que llama Berlin “sentido de la realidad”, reaccionó con prepotencia, calumnia, descrédito contra quienes pedían discutir, analizar, pensar, para corregir los errores, salir de la peste abstencionista y demás gafedades.

Contrataron palangristas de abolengo y también algunos nuevos para el trabajo sucio, precarizados de empleo y de moralidad. El resultado lo conocemos y en vez de organizaciones con poderes regionales, municipales y nacionales, hay un hueco negro. Tan desgraciado el quinquenio, que los responsables reconocen su error, sin la honradez de explicar en qué erraron hasta el 5 de diciembre, hace apenas mes y medio.
Hay que tener muy poco auto respeto, pero también por la gente, a la que conciben como “la vaca multicolor” de que hablaba Nietzsche. Los asesores “intelectuales” son de autoridad fallida y calificación a años luz de poseer, porque su larga historia es de 30 años es empujar al barranco incansablemente a las fuerzas que tuvieron la ingenuidad de creerles, y al país en conjunto.

Ni cabeza propia ni ajena
Si ya hasta los activistas de abstención y golpismo de piñata saben que se equivocaron, no suponemos qué se puede tener bajo el cráneo para proponer hoy de nuevo “protestas” que nadie acata. Quien quiere asesorar debe tener un mínimo de experiencia y conocimiento real de lo que “asesora” y no vivir de viejas patrañas, ideología muertas y de cometer siempre el mismo error.
En la década anterior Francis Fukuyama, a propósito de la experiencia venezolana, escribió un ensayo para evidenciar que las protestas masivas no sirven para nada. Con o sin ellas, lo único que derrota a un gobierno son las mayorías electorales o, para los insurreccionalistas, la guerra civil. Los que vuelven al riqui riqui de “la protesta” solo proponen seguir fracasando.
Ellas por sí mismas, solo representan el riesgo, hasta en EEUU, de producir muertes o detenciones de manifestantes. Hay que vivir en un mundo muy raro, descolgado de la realidad, para no saber eso a estas alturas. Y peor si estás en Venezuela, record Guinness de eventos políticos masivos. Pero Zaratustra lanza grandes sentencias vacías, retóricas, altisonantes.
La viga en el ojo propio
Si las víctimas que aconsejamos ya entendieron el desastre incurrido, como es que yo no y me dedico a adivinar errores que vendrán al volver a la política real. Desde su montaña, ilumina que cualquier esfuerzo para torcer la marcha económica y social del gobierno, aunque debiera usar por lo menos la linterna del teléfono para ver el caos que ayudo a crear.
Lenin tenía cierta aptitud en la acción, estableció que el primer paso para desarrollar la “conciencia de las masas”, era que los revolucionarios lucharan por sus reivindicaciones materiales, con lo que marcó un abismo entre su partido y los grupos de activistas alucinados llamados narodniky y narodnovolsky, estudiantes que predicaban la revolución sin hacerse entender por la gente sencilla.
Betancourt en 1939 rompe con los predicadores a los que llamó “clubes políticos”, para sumergirse en el país profundo “ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, aldea por aldea” a crear sindicatos y ligas campesinas en defensa de los trabajadores. Llamó a los ideólogos delirantes y radicales “cabezas de ñema” porque no entendían el imperativo de emplazar al gobierno para el cambio a partir de las necesidades reales.
El alto precio del ñame
Eso no significa que los políticos hablen como fiscales de precios, el error contrario. El gobierno tiene ante sí el imperativo de mejorar la economía y sacar de la miseria a las mayorías, lo que requiere quitarse las sanciones económicas. Pero para eso tiene que reinstitucionalizar. Escribí muchas veces que las sanciones solo dañan a los pueblos. Otra parte de la gente compra en “bodegones” y comienza a hacer negocios.
Ahí no puede comprar la gente de los barrios. Las sanciones son como los grilletes de 20 kilos que arrastraban presos de la Rotunda y Puerto Cabello durante el gomecismo: no matan al gobierno, aunque le amargan la vida. Hay que cambiar el metal inmediatista del discurso democrático, para encontrar perspectivas reales, como los, consejos regionales, alcaldías y municipios. Pero Zaratustra quiere convocar marchitas e inutilidades.
Por otro lado ¿cuántas convocatorias de R.R serán necesarias para entender que es una ficción? Creo en ganar estados y municipios, rehacer los partidos desde abajo, refundar sindicatos y demás organizaciones sociales para ir a la próxima confrontación presidencial con fuerzas. No acudir como corderos a la matanza revocatoria. Esperemos a ver qué pasa en las elecciones regionales.
A largo plazo espero volver a vivir en un país sin lechinas tercermundistas como el tal RR y la tal constituyente. Me crea poca confianza que el gobierno constantemente rete con él, porque sabe que para revocarlo habría que obtener más votos que los que contó en 2018. Sobre Zaratustra, esperemos deje de producir sentencias vacuas y sonoras. O que se jubile.

@CarlosRaulHer

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Ismael Pérez Vigil

La fecha que hoy recordamos –23 de enero de 1958– y los momentos de reflujo político como el que vivimos, impulsan a la reflexión y el afloramiento de temas que estaban algo pospuestos por el fragor mismo de la lucha política. Entre estos están: el siempre subyacente tema de la unidad opositora, la discusión acerca de si participar o no en procesos electorales y el papel de la sociedad civil y los partidos políticos. Los dos primeros son de carácter más práctico, pero me ocupare del tercero el día de hoy, que tiene algunas facetas más teóricas y conceptuales.

La discusión acerca del papel de los partidos y sobre todo el de la sociedad civil, el de los ciudadanos, para decirlo de otra manera, es necesario ubicarlo en su contexto, que no es otro sino considerar que este régimen tiene ya veintiún años en el poder, impulsando una supuesta “revolución” que no solo ha destruido la economía del país, sino que además ha resultado ser un plan magistral para eliminar el equilibrio entre los poderes y desmantelar las instituciones democráticas.

Mal que bien existía en el país hasta 1998 una separación de poderes y un cierto balance entre ellos, hasta el punto que fue obligado a renunciar un Presidente de la Republica –en un país netamente presidencialista como lo es el nuestro– al haberle encontrado la Corte Suprema de entonces motivos para que fuera enjuiciado por el Congreso Nacional. Lo justo o apropiado de esa decisión es otro tema, pero todo eso ya es historia, pues ahora el llamado Poder Ejecutivo, el Presidente de la Republica, tiene secuestrados y controla todos los demás poderes, que actúan a sus ordenes y bajo su caprichoso mandato. Desde Miraflores se escribe el guión que todos los demás ejecutan, la partitura que todos tocan al unísono.

Entre todas las instituciones políticas contra las que han arremetido, los partidos políticos están entre los que han llevado la peor parte; y no es por casualidad, sino porque la tiranía sabe que son la base de la democracia. Es una mezquindad no reconocer que casi todo lo que tuvimos en la Venezuela moderna –y en el fondo por lo que seguimos luchando– en materia de instituciones, estado de derecho y democracia, lo debemos a la dinámica que introdujeron los partidos, con sus reformas sociales, sus luchas económicas y sus propuestas políticas e institucionales.

Eso lo sabía bien Hugo Chávez Frías y por eso, en su empeño por destruir a la democracia, inició su gobierno continuando el ataque despiadado a los partidos políticos, recogiendo y usufructuando más de 30 años de diatribas contra ellos, no siempre justificadas. Ese intento de eliminar los partidos cristalizó en la Constitución de 1999, en la cual ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado. Algunos pensaron, erróneamente, que esto era un comienzo de liberación y depuración, cuando en realidad al quitarles el financiamiento público se los arrojó en manos de los grupos económicos que pudieran financiarlos y de cuya influencia se pretendía liberarlos. Con esa disposición, aún vigente, se hizo más dependientes, a los de la oposición, de intereses particulares que pudieran financiarlos y se favoreció indirectamente a los del Gobierno, porque son los únicos que pueden contar con los recursos del Estado, como hemos visto hasta la saciedad en estos veintiún años.

Durante los últimos seis años el régimen ha continuado con especial saña contra los partidos, con arremetidas y persecuciones a sus líderes, encarcelándolos u obligándolos a salir del país o refugiarse en embajadas. El CNE, otro de los órganos del régimen, desconoció a los partidos democráticos, los obligo a registrarse de nuevo, con un complicado y engorroso proceso, dificultando esa actividad y suspendiéndola cuando se percató que de todas maneras los partidos opositores lograrían hacerlo. Por su parte, la Contraloría, también órgano del régimen, inhabilitó a sus líderes; y la arremetida, que el régimen cree definitiva, fue completada desde hace dos o tres años, cuando el dócil Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) comenzó a dictar sentencias contra los partidos, tarea que concluyó el año pasado, interviniéndolos, designando a sus directivas y despojándolos de sus símbolos, recursos y sedes. Y, sin embargo, no han podido concluir con esa tarea, pues se encontraron con un obstáculo insospechado.

Simultáneamente con la llegada al poder de esta “revolución”, comenzó un proceso de resistencia al régimen. Resistencia con la que nadie contaba y que ha sido muy difícil de manejar y doblegar. Buena parte de ese factor de resistencia al régimen fue el surgimiento impetuoso de un actor inesperado: El ciudadano y la sociedad civil. Ciudadanos y sociedad civil, son actores, protagonistas indiscutibles, de este proceso de resistencia a una “revolución” que resultó ser un fraude.

El papel de la sociedad civil durante estos veintiún años ha sido clave; dio la cara, movilizó a la opinión pública, contribuyó a la discusión y no cabe duda que debe seguir participando; pero el salto modernizador hacia la plena democratización se produce solo por el auge de las organizaciones políticas y el fortalecimiento de las instituciones.

Pero esto es cierto sí, y solo sí, los partidos y sus líderes entienden ese proceso histórico, su papel en él y la necesidad de una renovación ideológica profunda. Pero esa afirmación axiomática, se ha convertido casi en un o mito ideológico, que a todos nos impulsa a compartirla. Pero el vacío que vivimos ahora parece evidenciar que esa renovación profunda y necesaria, de la que se habla, no ha ocurrido en los partidos políticos venezolanos; es todavía una tarea pendiente.

Por eso creo que la tarea política de la sociedad civil y los ciudadanos es fortalecer partidos, sindicatos, organizaciones gremiales y apertrecharse para después, para el nuevo Gobierno, para evitar que se retroceda a situaciones de inamovilidad política como las que tuvimos en los periodos anteriores. Por eso se ha hablado de un nuevo pacto político y social, para salir de este régimen de oprobio, pero para evitar también retrocesos que nos conduzcan de nuevo al punto en que nos encontramos ahora.

No todo lo ocurrido en los dos últimos años en el país es negativo, a pesar que no se logró el objetivo de salir de este régimen y reestablecer la democracia. La actividad de recolección de firmas del 12 de diciembre –que algunos ya empiezan a querer apropiarse como sus “voceros”– demostró la vitalidad que aún mantiene la oposición, constatamos que se cuenta con un “capital social” nada despreciable, con más de seis millones de participantes, tres de ellos de manera presencial, miles de activistas de cientos de organizaciones políticas y de la sociedad civil, a pesar de todas las arremetidas e intentos de intimidación por parte del régimen. Contamos, entonces, con dos componentes fundamentales, una sociedad que resiste y sus expresiones organizativas –partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil– como base para reconstruir y organizar la resistencia al régimen.

Durante mucho tiempo tuvimos poca capacidad de comprensión del momento político que vivíamos –los ciudadanos, me refiero–; ahora somos conscientes de que estamos enterrando todo un ciclo de la vida política venezolana. Encarnamos una realidad y una historia –me refiero al período previo a esta oscuridad iniciada en 1999– no denigremos de ella, ni la desconozcamos, pero tampoco la demos por completamente buena.

De este proceso de más de veinte años aprendimos muchas cosas sobre la política. Lo más importante, aprendimos como realmente es y no como la estudiamos en los libros o la contemplamos desde lejos. Nos servirá de mucho para la tarea que viene ahora: Construir una verdadera opción política, democrática, transparente y plural, que tenga como centro el respeto a la persona humana.

Esa es la enseñanza práctica que sacamos de este proceso y a la que hay que dedicar buenos esfuerzos.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Pedro Vicente Castro Guillen

Sectores universitarios de la UCV se han activado para solicitar las elecciones de las autoridades que fueron arbitrariamente suspendidas en el 2012 por una sentencia del tsj, con la consecuencia que las autoridades permanecen en sus cargos desde hace 11 años. Este artículo no está destinado a condenar tal iniciativa sino a evaluar sus riesgos, por aquello de la sabiduría China repetida por Oscar Wilde: “cuidado con lo que deseas”.

La actual situación de la UCV en relación con la población profesoral y estudiantil es de una total dispersión, con lo que no sería demasiado arriesgado asegurar que pueda existir un gran desinterés en estos sectores por la actual situación universitaria ocupados en los duros quehaceres de la sobrevivencia, en virtud de los salarios inexistentes, amén de lo no pocos que han optado por el exilio forzoso.

Es verdad que esta solicitud de elecciones está respaldada por el hecho de la reducción a escombros de la universidad tanto material como intelectual, que conduce a la conclusión de que la universidad necesita soluciones urgentes. Pero no es menos cierto que una solitud de elecciones conlleva riesgos que no han sido suficientemente evaluados:

La ya mencionada dispersión de los sectores universitarios, aislamiento que se vuelve más severo por las dificultades de comunicación en todos los sentidos tanto presencial como virtual, impide llegar con un mensaje claro a la gran masa de la población profesoral y estudiantil.

La falta de una propuesta clara, mas allá de la escogencia de nuevas autoridades, que indique un camino cierto y compartido para toda la comunidad con objetivos claros y la forma de alcanzarlos: un proyecto.

La carencia de fuerza política real por la poca capacidad de convocatoria a los sectores universitarios, hace un muy fácil al gobierno bloquear la iniciativa de lucha por elecciones para la escogencia de nuevas autoridades, lo que podría convertir a la misma en una nueva frustración en las aspiraciones de cambio en la UCV. Y que terminara siendo una oferta engañosa.

La solo solitud de elecciones no comporta un cambio, al contrario, plantearla como se ha planteado suena a un movimiento desesperado marcado por un deseo irreflexivo de cambio.

Como dije al principio, este artículo no está destina a desestimar la iniciativa de elecciones, lo que me parece pertinente plantear para la discusión de los diferentes sectores es discutir con franqueza la actual situación y construir una ruta que pueda hacer de la iniciativa electoral una vía fructífera para construir una nueva universidad. Para ello se requiere:

Discutir un proyecto para la nueva universidad, que implica construir un nuevo edificio académico y sus formas de gobernabilidad. Con la discusión de este proyecto podríamos intentar unificarnos para proponer este nuevo proyecto a la Comunidad Universitaria.

Este nuevo proyecto implicaría un camino claro para enfrentar la crisis, las tareas, metas y objetivos a alcanzar, de tal manera de indicarle a los universitarios de manera clara que queremos, y lograr amplios consensos.

Esto no supone unanimidad en todos los sectores, sino un proyecto de creación de la nueva Educación Superior que puede alimentar diversos programas de gobierno, en tanto, cada sector tiene sus modos y manera de enfrentar las ideas así existan puntos en común.

Una vez unificados y logrado trasmitir las ideas expresadas en el proyecto podemos buscar las elecciones con algo concreto que ofrecer.

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Fernando Mires

“Pensar el pasado como si fuera presente, pensar el presente como si fuera pasado”. La recomendación del historiador Ferdinand Braudel continua vigente. Desde esa perspectiva, los recientes acontecimientos que han tenido lugar en los EE UU., viéndolos sin las furias que calientan el momento, no son tan extraordinarios como parecieran a primera vista. De un modo norteamericano, digamos, muy cineasta y por cierto, dramático, el final de la administración Trump puede ser enmarcado en el contexto macro histórico caracterizado por el fin de las formaciones políticas correspondientes a una era que se nos va.

Robert Dahl, Alain Touraine, André Gorz, Richar Sennett y otros pensadores de las llamadas sociedades modernas, dieron cuenta de las profundas transformaciones que trajo consigo el fin del industrialismo basado en la pesada maquinaria de la gran revolución industrial europea y americana. Hoy hemos avanzado un trecho más. Hoy estamos situados en medio de la revolución digital. Razón de más para afirmar, sin caer en determinismos, que “lo social” busca diferentes formas de representación en “lo político”.

Las transformaciones sociales devenidas de la hegemonía del modo de producción digital sobre el industrial debían derivar tarde o temprano en la alteración del orden político que prevalecía en el pasado reciente. Estamos, efectivamente, contemplando el aparecimiento de nuevas formas políticas en medio de un periodo de transición histórica que, como todos, es contradictorio, tormentoso y políticamente sísmico. Las viejas formas políticas desaparecen, las nuevas no están definidas. Hay que pensar en medio de los escombros y ruinas del periodo industrial. Los llamados análisis políticos, bajo estas condiciones, solo pueden ser simples aproximaciones.

Por de pronto, hay que constatar que la digitalización ha procreado sectores sociales emergentes, muy distintos a las clases de la así llamada sociedad industrial. Contratos laborales de corta duración, predominio de jobs temporarios por sobre el laborismo contractual, empresas que aparecen y desaparecen en el espacio virtual, deslocalización geográfica de los grandes consorcios, capitales volátiles autonomizados de la producción, globalización de los mercados, migraciones masivas de fuerza de trabajo, multiculturización de las naciones monoculturales. Y hasta aquí no más llego. Estos son solo algunos trazos de los tiempos que vivimos.

En términos estrictamente sociológicos ya no podemos hablar de una sociedad de clases (lo que no es lo mismo que hablar de una sociedad sin clases). Las llamadas clases coexisten hoy con conglomerados sociales que viven un momento pre-formativo de su historia, sin adscripciones ni lealtades políticas definidas, desconectados del sistema político vigente y por lo mismo, desconfiados de partidos políticos que ya no los representan. En fin, hay condiciones ideales para que, por doquier, aparezcan organizaciones, movimientos, líderes, partidos y gobiernos a los que a veces por comodidad llamamos populistas.

Dicho de modo general, independiente a la cantidad de partidos que competían en cada nación occidental, la mayoría de ellos obedecía a un patrón estándar formado por una triada: los conservadores, los liberales y los socialistas. En una primera fase, esa triada fue una dupla: a un lado los conservadores, defensores de la religión, la patria y la familia, al otro los liberales, partidarios de la libertad de culto, cosmopolitas y, en materias sexuales, más flexibles.

La triada apareció con la civilización de los partidos obreros, los que en sus formas laboristas y socialistas abrieron la posibilidad para la formación de un sistema en donde no estaban excluidas alianzas políticas que terminarían tomando la forma de coaliciones de centro-izquierda o centro derecha. Ese, más o menos, fue el centro del orden político de la sociedad democrática de la modernidad. Ese es también el centro que en estos momentos ha perdido funcionalidad pues de acuerdo a las transformaciones ya señaladas, hace aparición una multiplicidad de actores sociales excluidos de la triada política del periodo pre-digital. De ahí que, la que contemplamos en diversos países del occidente político ya no es tanto una crisis política sino, lo que es diferente, una crisis de la política. La crisis de la triada ideológica y política del siglo XX.

Si usamos como premisa la transformación señalada, podemos quizás pensar de modo menos pasional acontecimientos como el de los asaltos de las turbas que han tenido lugar en Alemania y en los Estados Unidos. Son analógicos. El primero tuvo como objetivo el Reichstag. El segundo, el Capitolio. En ambos casos, los corazones democráticos de ambos países fueron el objetivo a demoler. Asaltos poderosamente simbólicos, sin lugar a dudas. Masas convertidas en chusma, aleonadas por elites políticas, las que en un alarde de democracia directa no-representativa, asaltaron a los edificios en donde tienen lugar los debates de la polis nacional. ¿Qué nos dice este símbolo? Nada menos que lo siguiente: se trata de rebeliones fragmentadas en contra de la clase política, organizadas por políticos pertenecientes a esa misma clase política.

En el fondo, nada nuevo. Los partidos nacional-populistas que en este momento asolan la política europea, la norteamericana y también la latinoamericana, tienen dos características. La primera es que actúan sobre un vacío que intentan llenar con una suerte de democratismo anti-partidario y anti-parlamentario. La segunda, sus líderes provienen por lo general del antiguo tronco político y en el último periodo, de las derechas extremas de las derechas tradicionales.

En Alemania, AfD proviene de los bordes más derechistas de la CDU/CSU, en España, VOX de las disidencias ultraderechistas del PP, la Liga Norte italiana nace del más puro y oscuro conservadurismo, el lepenismo de la reacción conservadora francesa y el trumpismo, todavía en el vientre republicano, a punto de salir a luz, ya no es totalmente republicano. Por eso son llamados “populismos de derecha”. Pero las apariencias engañan.

De las derechas clásicas los populismos nacionales extraen fragmentos discursivos: defensa del orden patriarcal, desprecio a las reivindicaciones feministas, cierto apego a las instituciones cristianas, reivindicación de un “pasado glorioso” que nunca existió, más un nacionalismo verbal que linda con la retórica fascista. Pero a la vez, extraen otros fragmentos que pertenecieron al patrimonio de las izquierdas extremas: anti-autoritarismo, amor al líder mesiánico, odio desatado a las elites intelectuales y al establishment (la nueva “burguesía”) anti-parlamentarismo radical, y sobre todo, culto a la acción callejera e incluso a la violencia.

Para decirlo con Hannah Arendt cuando se refería a los movimientos precursores del totalitarismo moderno, hoy tiene lugar una nueva alianza entre la chusma (Mob) y las nuevas elites, ya no culturales, sino simplemente económicas. El objetivo de esa alianza es tomar el poder mediante una combinación de diferentes formas de lucha, atrayendo a las multitudes que habitan ese espacio grande aparecido como consecuencia del derrumbe histórico de “la sociedad de clases”. Los partidos democráticos del orden prevaleciente han sido empujados a posiciones defensivas. En nombre de la democracia total los nacional-populistas, en sus versiones de izquierda y de derecha, intentarán apropiarse del poder total.

¿Estamos llegando a las orillas de otra época totalitaria? No lo sabemos. Probablemente no, no todavía. Solo sabemos que la democracia liberal se encuentra amenazada. Bajo esa condición, lo peor que pueden hacer los defensores de la democracia occidental es quedarse encerrados en sus liberales torres de marfil. Hay que bajar a las barricadas políticas a enfrentar a los populistas nacionales, salir a buscarlos en sus propias madrigueras, incluyendo a las redes sociales.

Con el nacimiento objetivo del trumpismo y sus millones de seguidores, el populismo nacional desatado por Trump avanza primero en su propio país donde de hecho ya ha liquidado informalmente la estructura bi-partidista. Pero es el mismo nacional-populismo que avanza en otros reductos de la democracia moderna como son Alemania, Francia e Inglaterra. El problema adicional es que el trumpismo -con o sin Trump- y sus millones de seguidores repartidos en el mundo, liberado del corset partidario republicano, podría llegar a convertirse en el eje articulador de diversos populismos nacionales a nivel mundial. Y todo eso, bajo la mirada sonriente de Vladimir Putin. No es para reírse.

Digámoslo más claramente: el trumpismo puede ser más peligroso como movimiento que como gobierno. Y ese movimiento no ha terminado con la derrota electoral de Trump. Gracias a esa derrota - malvada paradoja - está comenzando.

18 de enero 2021

Polis

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