La decisión de Europa de levantar las restricciones al alcance del armamento que suministra a Ucrania marca un punto de inflexión estratégico: por primera vez, Kyiv tiene luz verde para golpear en lo profundo del territorio ruso con respaldo explícito de sus aliados. Esto no solo incrementa el riesgo de represalias directas de Moscú, sino que desdibuja las líneas que hasta ahora mantenían contenida la guerra dentro del marco de “apoyo defensivo”. 

Si Alemania libera finalmente los misiles Taurus —con capacidad para impactar hasta 500 kilómetros dentro de Rusia—, el conflicto podría entrar en una nueva fase de escalada prolongada, con ataques dirigidos a infraestructura crítica lejos del frente. Moscú ya ha advertido que responderá “sin restricciones”, lo que podría incluir ciberataques sistémicos, sabotaje en territorio europeo o una intensificación del uso de armas hipersónicas.

A nivel político, la retórica de Trump —al calificar a Putin como “absolutamente loco”— sugiere que, incluso con un eventual regreso republicano a la Casa Blanca, el vínculo con Rusia no se reconstruiría fácilmente. Más bien, nos adentramos en un escenario de diplomacia rota, donde el conflicto se prolonga no por falta de canales, sino por un creciente desprecio mutuo entre líderes clave. 

En este contexto, la probabilidad de una negociación significativa antes de 2026 es baja. En su lugar, veremos una guerra más distribuida, más híbrida y más cínica: drones sobre Moscú, sabotajes en Crimea, ciberataques a redes eléctricas y una carrera silenciosa entre Europa y Rusia para definir no solo el terreno militar, sino el orden estratégico posterior a la guerra.

27 de mayo 2025

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