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Gerardo Lissardy

Rusia y Ucrania: "Condenar la invasión rusa y apoyar el envío de armas a Ucrania es un mínimo para toda persona de izquierda"

Gerardo Lissardy

Vladyslav Starodubtsev asegura que se quedó en Ucrania en vez de abandonar su país tras la invasión rusa para mostrar que los socialistas como él pueden ayudar en tiempos de guerra.

"Trabajamos en la ayuda humanitaria, con refugiados en el oeste de Ucrania, comprando y entregando medicamentos, equipos militares o armas", dice Starodubtsev en una entrevista con BBC Mundo.

Su partido Sotsyalnyi Rukh (Movimiento Social) es una organización socialista democrática ucraniana que se define contraria al capitalismo y a la intolerancia.

Y en los últimos días también ha buscado convencer a grupos de izquierda en Occidente —desde el español Podemos hasta los venezolanos trotskistas— para que apoyen el envío de armas a Ucrania contra las fuerzas de Moscú.

Desde que el presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó la invasión de Ucrania en febrero, algunos partidos, líderes y gobiernos de izquierda han evitado condenarlo con la claridad que lo hicieron otros y, en cambio, señalaron una responsabilidad de Estados Unidos y la OTAN en la crisis.

"Ni siquiera los socialistas rusos cometen el mismo error que los socialistas occidentales" y "se oponen a la invasión", sostiene Starodubtsev.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico que este socialista ucraniano, de apenas 19 años y miembro del Consejo de su partido, mantuvo con BBC Mundo desde Kiev.

¿Cómo está la situación allí?

Está más o menos estabilizada. En los primeros días hubo pánico, pero también un esfuerzo por organizarse y ayudarse mutuamente. La gente hacía kilómetros para alistarse en el ejército.

Ahora se ha estabilizado y todo vuelve a la normalidad. La gente se ha acostumbrado a las sirenas aéreas y a los bombardeos e intenta llevar una vida normal, como antes de la guerra.

¿Qué opina de la invasión rusa de Ucrania?

Creo que la invasión rusa es absolutamente injustificada y horrible.

Algunos intentan decir que Rusia se está defendiendo de la OTAN. Pero esto no tiene ninguna correlación con la realidad.

En realidad se trata de una guerra del nacionalismo radical ruso que se cree con el derecho a decidir lo que deben ser los ucranianos, cómo deben vivir. Es una guerra del imperialismo ruso.

Su partido ha sido oposición al gobierno del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky.

¿Cómo ve la forma en que él respondió a la invasión rusa de Ucrania?

Hay dos dimensiones en esa respuesta. En primer lugar, la respuesta militar y todo lo que está relacionado con ella, como su forma de hacer campaña en los medios, su llamamiento a los europeos, etcétera.

En este sentido, Zelensky ha hecho un gran trabajo. Motivó a todos, demostró liderazgo en la guerra. Ha tomado decisiones militares correctas. Hizo un gran trabajo para unir a todos en esta lucha.

Pero hay una segunda dimensión de su respuesta: la dimensión social, defender la estabilidad del pueblo ucraniano. Aquí la respuesta es mucho peor.

En tiempos de guerra, el gobierno intenta impulsar su reforma anti laboral, reformar el código laboral para tener 60 horas de trabajo semanales y que se pueda despedir a los trabajadores sin justificación.

También están impulsando recortes sociales y una reforma de la deuda que hace recaer todas las necesidades de la guerra sobre los pobres, mientras defiende a las empresas y corporaciones. En este aspecto, Zelensky fue horrible.

¿La ideología jugó algún papel en la forma como usted y otros en Ucrania reaccionaron a la invasión rusa?

Nosotros, como socialistas, nos oponemos al imperialismo ruso desde el principio.

Pero la ideología, por desgracia, jugó un papel en la izquierda occidental para defender las políticas y el imperialismo de Putin contra Ucrania.

Algunos izquierdistas occidentales han achacado la invasión rusa a lo que llaman "expansionismo" de EE.UU. o de la OTAN en su país. ¿Cómo toma este argumento?

Creo que este argumento es descaradamente equivocado.

Es un pensamiento centrado en Occidente: que todos los problemas de Occidente deberían trasladarse a otras regiones.

De hecho, la propia Ucrania trató de entrar en la OTAN debido a esta amenaza existencial del imperialismo ruso, del nacionalismo radical ruso en sus fronteras.

Decir que se trata de una presión de EE.UU. o de la OTAN a Ucrania es absolutamente falso.

La guerra comenzó hace como ocho años en la región del Dombás cuando el ejército ruso invadió el territorio de Ucrania y se apoderó de Crimea.

Nadie en Ucrania se sentía seguro después de esto. Todos temían la invasión rusa.

Lo que la izquierda occidental no puede entender es que su problema con la OTAN no tiene relación con la situación en esta región. Esto es absolutamente diferente.

Líderes y organizaciones de izquierda de Occidente también han criticado la entrega de armas a Ucrania, diciendo que socava la paz y apoya la guerra. ¿Está de acuerdo?

Estamos absolutamente a favor del envío de armas a Ucrania. Nuestros activistas participan en el ejército y luchan en el frente en este momento. Y tratamos de suministrarles todo lo que necesitan.

La guerra y la agresión no se pueden detener con palabras. Si el ejército ucraniano y la resistencia ucraniana no tienen armas para defenderse, entonces Ucrania no existirá, el pueblo ucraniano no tendrá derecho a determinar su política, su economía, su cultura y su forma de vida.

Creo que quienes se oponen al envío de armas a Ucrania se oponen al derecho de autodeterminación del pueblo ucraniano y al derecho de Ucrania a defenderse.

Para lograr algún compromiso o alguna paz, los negociadores necesitan tener un poder y sin esto no habrá paz; habrá guerra hasta el final, como Putin quería al principio.

Así que enviar a Ucrania armas no sólo es lo correcto por la autodeterminación, sino también es lo correcto si se piensa en salvar vidas y detener la guerra lo antes posible.

¿Por qué cree que algunos izquierdistas occidentales parecen más dispuestos a criticar a EE.UU. y la OTAN que a Putin y a Rusia en esta guerra?

Debido a su frustración con EE.UU. y sus políticas en general; tratan de encontrar algo antiestadounidense que apoyar.

Están como encerrados en ese pensamiento tradicional que no tiene mucho en común con el izquierdismo y el pensamiento socialista, sino con un antiamericanismo descarado.

Muchos rusos están en contra de la guerra, pero las fuerzas del orden han respondido en contra de las manifestaciones.

Esta gente tiene sobre todo nostalgia soviética, nostalgia de un mundo bipolar. Y tienen algo de odio hacia los pueblos que se volvieron naciones independientes después del colapso de la URSS, como Ucrania, Georgia, etcétera.

¿Dice que para la izquierda lo correcto es apoyar al pueblo de Ucrania y rechazar las acciones de Rusia en lugar de culpar a Estados Unidos y a la OTAN?

Sí, absolutamente. Condenar la invasión rusa y expresar apoyo al envío de armas a Ucrania es como un mínimo para todo socialista, toda persona de izquierda que crea en la libertad de la gente, que los pueblos deben tener derecho a decidir su destino. Es lo mínimo para cualquiera de izquierda.

¿Y qué opina sobre la idea de que Rusia intenta "desnazificar" Ucrania, como dijo Vladimir Putin para justificar la invasión?

Es totalmente falso. En Ucrania tenemos un problema con la extrema derecha, sobre todo en la calle y algo en el ejército. Pero tienen una influencia pequeña en la política y la vida ordinaria ucranianas.

Tienen un papel muy específico, principalmente como bandidos políticos de los oligarcas y algunas empresas. No más. En la mayoría de los países existe algo así.

En Ucrania está el batallón Azov, que forma parte del ejército. Y el ejército ucraniano es apolítico, así que no pueden hacer nada: obedecen órdenes estrictas.

En cuanto a otras organizaciones, partidos políticos o neonazis, no tienen ninguna influencia en la política ucraniana.

Tenemos muchos menos problemas con la ultraderecha que en la Unión Europea y en especial Rusia, que justifica todo por esa ideología etnonacionalista de unir a rusos, bielorrusos y ucranianos en una sola etnia y que los rusos sean los amos de esta unión. Esto es lo mismo que el fascismo.

¿Su posición es compartida con el resto de las organizaciones de izquierda de Ucrania? ¿O hay diferencias según con quién se hable?

Hay izquierdistas pro rusos en Ucrania y en Rusia. Pero no creo que llamarles izquierdistas sea apropiado. Son estalinistas en el Partido Comunista de Ucrania. Lo mismo con los partidos prohibidos que se denominan de izquierda, pero que en realidad son en su mayoría grupos conservadores de derecha y nacionalistas pro rusos que apoyan el racismo, el sexismo, el patriarcado, la homofobia e incluso el antisemitismo.

Así que estos partidos se unen más a la derecha que a la izquierda. Sólo tienen en común con la izquierda su nombre.

En Rusia ocurre lo mismo: algunas organizaciones estalinistas. El Partido Comunista de la Federación Rusa, apoyan la invasión. Pero en la izquierda independiente, quienes son progresistas, todos se oponen con una voz a la invasión rusa.

Incluso los socialistas rusos que no tienen estos vínculos con el gobierno, todos se oponen a la invasión rusa y apoyan las sanciones y el envío de armas a Ucrania.

Ni siquiera los socialistas rusos cometen el mismo error que los socialistas occidentales: están a favor de las armas y de las sanciones.

Gobiernos de izquierda de países latinoamericanos como Cuba, Bolivia, Nicaragua y Venezuela son aliados de Rusia y se han negado a condenarla por la invasión de Ucrania. ¿Cuál sería su mensaje a estos gobiernos?

Creo que la mayoría de estos gobiernos no son de izquierda, sino autoritarios, no democráticos y están reprimiendo a su propio pueblo, en especial en lugares como en Venezuela o Cuba. También tienen sus problemas con la OTAN, el bloqueo injustificado a Cuba y una situación complicada.

Probablemente no les diga nada a estos países o a sus gobiernos, sino a sus pueblos: deben oponerse al imperialismo ruso y a su gobierno autoritario si quieren ayudar a Ucrania y quieren llevar democracia o progreso social a sus países también. Porque estos países dependen del imperialismo ruso. Y están a favor de apoyar a Rusia porque no tienen otra opción.

Así que para la gente de estos países es importante oponerse a su gobierno y a los vínculos de su gobierno con Rusia, promover políticas democráticas y socialistas en sus países.

4 de abril 2022

BBC

https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-60991805

"No sabemos muy bien cómo la desigualdad se nos mete en los huesos y hace nuestra vida en común peor, pero tenemos la certeza de que es así"

Gerardo Lissardy

El filósofo y sociólogo español César Rendueles ha decidido arremeter contra un concepto que suele despertar simpatía: la igualdad de oportunidades.

Tan es así que Rendueles le ha dedicado un libro a criticar esa idea, que a su juicio tiende a preservar o incluso aumentar la desigualdad social.

"El problema de la igualdad de oportunidades es que es una reformulación de la meritocracia, que es siempre una forma de justificar los privilegios de las élites", explica Rendueles, que se define de izquierda, en una entrevista con BBC Mundo.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo con este profesor de la Universidad Complutense de Madrid, cuyo más reciente libro es "Contra la igualdad de oportunidades: Un panfleto igualitarista" y que participa del Hay Festival Arequipa 2021.

En su libro subraya que la igualdad es "una de las bases de nuestra vida en común". ¿Cómo es eso?

Sabemos que la falta de igualdad es la causa de una enorme cantidad de problemas sociales. Es algo que intuíamos pero que en las dos últimas décadas las investigaciones científicas han demostrado con muchísima precisión.

Las sociedades más desiguales —no aquellas en las que hay más pobreza en general— tienen menos esperanza de vida, más enfermedades mentales, delincuencia, problemas de abusos de estupefacientes, violencia escolar…

No sabemos muy bien cómo pasa, cómo la desigualdad se nos mete debajo de la piel en los huesos y hace nuestra vida en común peor, pero tenemos la certeza de que es así.

¿Cuán antiguo es el concepto de igualdad social?

La igualdad social ha sido la pauta generalizada de las sociedades humanas durante la mayor parte del tiempo que el Homo sapiens lleva sobre la Tierra.

La igualdad social en distintos grados, pero a unos niveles que hoy nos parecerían prácticamente revolucionarios, ha dominado las sociedades de cazadores y recolectores hasta la revolución neolítica.

Es en ese momento, hace unos 10.000 años, cuando empieza a aumentar paulatinamente la desigualdad. Y no ha dejado de crecer.

Los niveles estratosféricos de desigualdad económica que conocemos hoy no tienen parangón a lo largo de la historia.

Según Rendueles, la desigualdad comenzó a aumentar paulatinamente a partir de la revolución neolítica.

¿Y de dónde viene la idea de competencia, de ganadores y perdedores entre nosotros?

La meritocracia, la idea de que quienes tienen privilegios los tienen porque lo merecen y que eso es el fruto de una sana competición que ha colocado a cada cual en su lugar, es el ideal que han difundido las clases altas desde hace cientos, tal vez miles de años.

Lo novedoso de nuestro tiempo es que esa ideología meritocrática ya no es exclusiva de pequeños grupos sociales de élite, sino que se ha difundido al conjunto de la población.

En aquellas sociedades en que se ha dado un mayor crecimiento del mercado y de la desigualdad, más cree la gente en la meritocracia. Es curioso: un mecanismo de compensación ideológica, si se quiere decir así.

Desde una lógica de capitalismo liberal dirán que es a través del mayor esfuerzo o capacidad individual que se logra el progreso colectivo, y por lo tanto no está mal que alguien quiera ser exitoso y como consecuencia de eso gane más que otros. ¿Qué responde?

Que en esa afirmación, que parece de sentido común, en realidad hay dos afirmaciones mezcladas que no tienen nada que ver entre sí.

La primera es que el esfuerzo es importante. Estoy completamente de acuerdo y además hay que promocionar el esfuerzo de aquellos que tienen ciertos talentos escasos. Pero eso si se quiere es una defensa de la movilidad social horizontal.

Otra cosa completamente diferente es que haga falta premiar con ciertos beneficios económicos y mayor prestigio a ciertas ocupaciones frente a otras. Eso implica una visión caricaturesca de la gente con más talento.

Es como si pensáramos que los médicos o ingenieros fueran una especie de niños malcriados a los cuales hay que estar sobornando permanentemente para que cumplan con su obligación.

La realidad es que la gente tiende a cumplir con sus obligaciones cuando siente que su trabajo está bien valorado, es importante y tiene sentido. Y eso ocurre con todas las ocupaciones, no sólo con las más prestigiosas.

Durante la pandemia hemos visto que la valoración social de qué se considera importante muchas veces está equivocada.

Damos prestigio o dinero a ocupaciones que socialmente son muy poco importantes o incluso negativas, como la especulación financiera. En cambio, ocupaciones vitales para el funcionamiento de la sociedad las infravaloramos o pagamos mal.

Era más importante la limpieza de los hospitales que la publicidad, por ejemplo.

Vimos también que gente con ocupaciones poco prestigiosas y mal pagadas se toman muy en serio esas labores, incluso arriesgando su vida.

Los transportistas, cajeros de supermercados o limpiadores de hospitales arriesgan su vida.

Distintos liberales también argumentan que el igualitarismo tiende a igualar hacia abajo, que nivelar las diferencias económicas quita estímulo a la búsqueda de superación individual. ¿No es así?

A veces sí es así, por supuesto. Esa es una de las prevenciones que tenía el propio Marx contra ciertas formas de socialismo. Hay un párrafo muy bonito de Marx en el que alerta de esta igualación hacia abajo de los talentos.

Pero lo cierto es que la competencia también hace eso muy a menudo: desperdicia una enorme cantidad de talento.

A veces pienso que lo peor de la desigualdad no es tanto los lujos repugnantes que proporcionamos a una pequeña élite, sino la cantidad de esfuerzo que se desperdicia por abajo.

Es algo que vemos muy bien en el ámbito del deporte: queremos que haya competencia, pero sabemos lo enormemente nociva que es la competencia extrema, cuando todos los esfuerzos deportivos están diseñados como si fueran un embudo para generar una pequeña élite de superatletas. Ese proceso impide que el deporte sea disfrutado por millones de personas.

El filósofo Rendueles compara el reparto de oportunidades con el síndrome embudo que se genera en el deporte, con una competencia extrema que puede resultar nociva.

¿Por qué ha decidido poner el punto central de su crítica en el concepto de igualdad de oportunidades?

Porque la igualdad de oportunidades es un lema que suena bien. ¿Quién va a estar en contra? De hecho, es un modelo irrenunciable en muchos procesos competitivos, como por ejemplo cuando tenemos que seleccionar para una beca o un puesto en la administración.

Pero cuando se difunde como único modelo de igualdad social esconde una trampa: supone renunciar a la igualdad real.

Porque lo que nos ofrece la igualdad de oportunidades es la promesa de que cada cual recibirá lo que se merece en función de sus méritos. Eso en primer lugar sabemos que es falso, que tanto el sistema educativo como el mercado de trabajo actual reproducen y amplían las desigualdades.

En segundo lugar, el igualitarismo profundo asociado a las tradiciones democráticas no es dar a cada cual lo que se merece, sino dar a cada uno lo que necesita para desarrollarse como persona.

El igualitarismo profundo democrático no es una especie de control antidoping antes de la competición social. Al revés, consiste en limitar los efectos más nocivos de esa competición.

El problema de la igualdad de oportunidades es que es una reformulación de la meritocracia, que es siempre una forma de justificar los privilegios de las élites.

Usted habla de una "igualdad real". Pero el concepto de igualdad de oportunidades surge de la premisa de que los humanos somos naturalmente desiguales y por lo tanto es necesario ajustar el punto de partida para que haya una competencia justa. ¿Qué hay de malo en eso?

No hay nada de malo allí donde creamos que deba haber competencia para regular nuestra vida común.

La cuestión es si queremos que la competencia domine nuestra vida social, convertir nuestras sociedades en una especie de partido de fútbol en el que sólo pueda haber ganadores y perdedores, desde la educación o cultura, al campo laboral.

Yo tenía una profesora de griego en educación secundaria que no dejaba que nadie suspendiera. No porque regalara el aprobado sino porque repetía los exámenes tantas veces como hiciera falta hasta que conseguías aprobar. Nadie se quedaba atrás, con lagunas educativas. No todos sacaban la misma nota, pero todos acababan sabiendo lo que tenían que saber.

¿Qué pasa si decidimos que sólo en algunos ámbitos de nuestra vida social debería haber ganadores y perdedores? Que, por ejemplo, en el ámbito de la vivienda no debería haberlos y todos deberíamos tener una vivienda digna. O que en el ámbito de la alimentación no debería haber gente que come con lujos obscenos y gente que no tiene para comer.

Claro que no somos iguales al nacer. Precisamente por eso necesitamos una intervención política constante para generar igualdad, no como punto de partida sino de llegada.

América Latina es considerada la región más desigual del mundo, donde el 10% más rico concentra una porción de ingresos mayor que en otras regiones. ¿Qué ejemplo debería seguir para paliar estas diferencias?

Sabemos razonablemente bien cómo reducir esas diferencias extremas, porque es algo que ya ha ocurrido.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en muchos países se produjeron unas reducciones brutales de las desigualdades sociales en un plazo muy breve y además sin generar grandes fracturas sociales.

Uno de los elementos básicos de esos procesos es una transformación profunda de los impuestos: básicamente obligar a las grandes empresas a que empiecen a pagar impuestos. Lo mismo con las grandes fortunas.

Durante los años '50 se generalizaron en muchos países de Occidente —no en la Unión Soviética, ni sólo en países gobernados por la izquierda— tasas fiscales superiores al 90% para las rentas más elevadas.

Eso significa que a partir de cierto nivel de renta, que hoy vendría a ser aproximadamente de US$300.000, de cada dólar adicional el Estado se quedaba con 90 centavos.

Sin esa transformación fiscal no se pueden financiar los programas educativos, la sanidad pública ni los programas de viviendas.

Y para que eso ocurra también necesitamos recuperar la soberanía económica: no se pueden poner esas tasas fiscales si las empresas y las grandes fortunas pueden traicionar el país donde estaban asentadas y huir a paraísos fiscales.

Podría decirse que a menudo la derecha ha sacrificado la igualdad en nombre de la libertad económica, pero también la izquierda suele descuidar la libertad en busca de la igualdad. ¿Es posible lograr un equilibrio perfecto entre ambas?

Claro que no es posible encontrar un equilibrio perfecto entre igualdad y libertad. Son conceptos en tensión. Pero también es cierto que mantienen una relación tan compleja que tienden a confundirse.

La libertad, si no se dan ciertos niveles mínimos de igualdad, es pura ficción. Pero al mismo tiempo la igualdad sin libertad es el imperio de la mediocridad, de la homogeneidad. ¿Quién querría vivir en una sociedad así?

Tiendo a pensar que la igualdad es un valor mucho más transversal políticamente de lo que a veces creemos.

Ha habido momentos en los que tanto la izquierda como la derecha compartían ciertos valores de igualdad que hoy parecen casi revolucionarios. Nadie decía estar en contra de la igualdad. Y en parte creo que eso sigue vigente.

6 de noviembre 2021

HayFestivalArequipa@BBCMundo

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59082212

Jair Bolsonaro: las sorprendentes semejanzas entre el Brasil que eligió al nuevo presidente y la Venezuela que escogió a Hugo Chávez hace 20 años

Gerardo Lissardy

Acertijo: ¿qué exparacaidista del Ejército fue electo presidente de un país sudamericano, en medio de una ira generalizada con la clase política, la corrupción, la postración económica y el crimen?

Respuesta correcta: Jair Bolsonaro en Brasil, 2018.

Respuesta también correcta: Hugo Chávez en Venezuela, 1998.

Pese a todas las diferencias entre Bolsonaro y Chávez, a menudo ubicados en las antípodas ideológicas, el ascenso de ambos al poder guarda llamativas semejanzas.

Bolsonaro ganó el balotaje del domingo con un discurso de extrema derecha que incluyó fuertes críticas a la Venezuela socialista del fallecido Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro,

Pero en el pasado Bolsonaro llegó a elogiar a Chávez y, al igual que él, aprovechó en su campaña la animosidad con el establishment, con llamados a salvar la nación y exaltaciones de un patriotismo militarista.

"La coalición de Bolsonaro tiene muchos parecidos con la coalición de Chávez en el '98", compara Javier Corrales, un profesor de Ciencia Política en el Amherst College de Estados Unidos y coautor del libro "Un dragón en el trópico" (2011) sobre el legado de Chávez en Venezuela.

"Hay un desencanto muy grande con la clase política, un sentimiento de que (los partidos en el gobierno) no resolvieron los problemas principales de criminalidad e ineficiencia de la economía, y crearon una corrupción descomunal", agrega.

"En ambos países surge una persona con un trasfondo militar, abiertamente admiradora del militarismo", dice Corrales a BBC Mundo.

Chávez triunfó en las elecciones venezolanas en 1998 más de seis años después de haber protagonizado un intento fallido de golpe de Estado, con la promesa de refundar el país, limpiar la corrupción y acabar con la pobreza.

"Bolsonaro es más comparable a Hugo Chávez y Rafael Correa que a populistas de derecha"

Además dijo que creía que Chávez iba a hacer en Venezuela lo que los militares hicieron en Brasil en 1964 —cuando dieron un golpe de Estado para instalar hasta 1985 un régimen de facto que mató y torturó opositores—, y negó que fuera "anticomunista".

Cuando esas declaraciones comenzaron a circular en las redes sociales al inicio de la reciente campaña brasileña, Bolsonaro sostuvo que se trataba de un "juego sucio" y dijo que Chávez, fallecido en 2013, debería preparar "el infierno para recibir a los líderes comunistas de nuestro Brasil".

Así como Bolsonaro capitalizó el rencor de parte del electorado brasileño con el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que gobernó entre 2003 y 2016, Chávez se fortaleció con el desgaste de Acción Democrática (AD) y Copei, las fuerzas que se alternaron en el poder de Venezuela por décadas.

El expresidente Carlos Andrés Pérez, de AD, había sido destituido por el Congreso en 1993 y luego encarcelado temporalmente por orden de la Corte Suprema de Justicia, en el marco de un proceso por malversación de fondos.

En Brasil, el expresidente y líder del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, está preso tras ser condenado por corrupción y su sucesora y correligionaria, Dilma Rousseff, fue destituida en un juicio político por manipulación ilegal del presupuesto en 2016.

Brasil celebró esta elección tras su peor recesión histórica, luego de su boom económico de la década previa, mientras que el PIB de Venezuela en 1998 estaba en pleno declive tras una expansión promedio de 3,8% en los siete años previos.

En 2016, Brasil superó por primera vez en su historia los 30 homicidios cada 100 mil habitantes.

Chávez llegó al poder con una tasa de 19 homicidios cada 100.000 habitantes en Venezuela, lo que ya suponía una "epidemia de violencia" según la Organización Mundial de la Salud, y el problema de la violencia se agravó significativamente en su gobierno.

Bolsonaro venció en las urnas con la bandera de aplicar mano dura contra el crimen en un Brasil que en 2016 superó por primera vez en su historia los 30 homicidios por cada 100 mil habitantes.

En ambos países hubo sectores de la población que comenzaron a añorar sus regímenes militares del pasado, bajo la idea —falaz o infundada, según analistas— de que antes había menos corrupción, la economía funcionaba mejor y había más seguridad.

Chávez fue electo presidente de Venezuela con 56% de los votos. Bolsonaro ganó en Brasil con 55%.

"Ellos tienen muchos puntos en común", dice Mauricio Santoro, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Estatal de Río de Janeiro, a BBC Mundo.

¿Diferencias en el gobierno?

Claro que hay diferencias importantes entre Chávez y Bolsonaro, más allá de las definiciones ideológicas.

Una de ellas, señalada por Corrales, es que si bien el venezolano movilizó a votantes evangélicos, nunca buscó convertirse en líder de sus causas sociales como hace el brasileño, por ejemplo, con su rechazo abierto a la diversidad sexual.

En materia de seguridad pública, Chávez buscó mejoras con políticas sociales y un plan para desarmar a la población (que tuvo dudoso impacto), mientras que Bolsonaro promete liberalizar la tenencia de armas restringida por ley desde 2003.

El presidente electo de Brasil nunca ha encabezado un intento de golpe de Estado como Chávez, aunque ha expresado más nostalgia que éste por el régimen militar en su país, incluso elogiando a uno de los torturadores.

No obstante, en la campaña de 1998 Chávez visitó y obtuvo el apoyo del expresidente de facto de Venezuela, el ya fallecido general Marcos Pérez Jiménez, que presidió el país en los años 1950.

Tras ser electos, Chávez y Bolsonaro prometieron respetar las reglas de la democracia liberal, ante temores de que las violaran. El venezolano murió en 2013, acusado por críticos de imponer el autoritarismo en su país.

El líder bolivariano eligió a militares para cargos clave del gabinete, algo que el brasileño también ha dicho que piensa hacer.

Pero si sus gobiernos se parecerán en la práctica es una pregunta de respuesta aún incierta.

Bolsonaro ha indicado que en materia económica tendrá una orientación liberal y para ello designó como "superministro" a Paulo Guedes, un economista que defiende la reducción del Estado y agrada a los mercados, al contrario de la llamada revolución socialista del chavismo.

Sin embargo, en el entorno de Bolsonaro ya asoman diferencias entre esa orientación liberal y el enfoque más nacionalista y desarrollista de la economía que impulsó el régimen militar en el pasado.

El propio presidente electo ya ha expresado su falta de entusiasmo con la idea de privatizar áreas estratégicas, como la compañía petrolera Petrobras o la eléctrica Eletrobras.

Y muchos recuerdan que, como diputado en la década del '90, Bolsonaro se opuso a privatizaciones y al fin del monopolio del petróleo o las telecomunicaciones.

La historia de votación de Bolsonaro en el Congreso es de nacionalismo económico, incluso mucho más parecido con el voto de la izquierda tradicional en Brasil de lo que la gente imagina", señala Santoro.

"Bolsonaro cambió su discurso hace algunos años", agrega. "Fue la manera que encontró de volverse aceptable para la élite económica brasileña, pero su compromiso con esos temas es muy frágil: realmente no sabemos si va a mantener eso".

Entonces, además de los antecedentes en común, tal vez Bolsonaro termine presidiendo un gobierno más parecido al de Chávez de lo que muchos podrían esperar.

BBC News Mundo

1 noviembre 2018

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-46052751