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Vladimiro Mujica

UCV: La batalla por vencer las sombras

Vladimiro Mujica

Escribo estas notas de madrugada en Tierra Santa, meditando con una mezcla contradictoria de angustia y esperanza sobre lo que ocurrió ayer en la UCV con la suspensión de las elecciones y el caos que se presentó frente a una comunidad universitaria que acudió masivamente a votar, y frente a un país que asistía incrédulo al espectáculo de un proceso que debía haber estado pensado y protegido hasta el último detalle y que parecía colapsar ente dificultades técnicas y logísticas sobre las cuales es necesario exigir una explicación convincente y exhaustiva de la Comisión Electoral y las autoridades universitarias. Angustia, porque no es posible disimular la gravedad de lo acontecido con la suspensión de unas elecciones vitales para insuflarle energía al proceso de repensar y recrear una institución clave para el país, una que ha sido sometida a un acoso que ya se prolonga por más de 20 años, por parte de un régimen constructor de miseria y pobreza. Angustia, porque es mucha la frustración y el desaliento que existe en Venezuela, tanto por la acción inmisericorde de un gobierno enemigo de su propio pueblo, como por las dificultades manifiestas de la oposición en unificarse para salvaguardar y privilegiar los intereses de la nación por sobre los de los individuos y las parcialidades. Angustia porque el país necesitaba, y necesita, de demostraciones creíbles sobre el poder del voto como un elemento clave para transformar nuestra dura realidad.

Al mismo tiempo me embarga una esperanza que crece y se expande, porque al margen de la vergüenza que sentimos los ucevistas frente al país por lo ocurrido, está el hecho indiscutible de que el elemento esencial para el cambio democrático, que es la voluntad de la gente de participar y la decisión indiscutible de los candidatos por avanzar una campaña con propuestas y sin agresiones, está presente. La masiva asistencia a las mesas electorales de estudiantes, empleados y profesores revela una voluntad, un compromiso y una resiliencia extraordinarios de nuestra comunidad. Frente a ello, la suspensión de las elecciones pasa por ser solamente un tropiezo en la ruta por la liberación de Venezuela y por el renacimiento de la UCV. Por supuesto que es necesario hablar con la verdad por delante y exigir las explicaciones indispensables sobre porqué se tomaron ciertas decisiones técnicas, que en su momento fueran objetadas por destacados miembros de la comunidad universitaria con experiencia en procesos electorales, y por qué no se anticipó adecuadamente el volumen de votantes o la preservación del material, o cualquier otro elemento que clarifique la responsabilidad de la Comisión Electoral o de las autoridades universitarias. Pero más allá de eso, es indispensable estar preparados para navegar en estas aguas turbulentas del bochorno y la frustración para alentar la confianza en el voto y corregir lo que sea necesario corregir para que en una nueva convocatoria se produzca la magia inevitable del encuentro entre la decisión de la comunidad ucevista por participar, y la traducción de esa voluntad universitaria, en decisiones vinculantes para todos. Esa es la fortaleza indetenible de la democracia a la cual estamos obligados a apostar.

Son los tiempos de la arrechera y la voluntad de seguir. Arrechera y frustración porque se perdió una oportunidad dorada de darle un ejemplo a un país que exige cambios en la ruta de su empobrecimiento y destrucción, y que demanda el surgimiento de liderazgos confiables. Voluntad de seguir, porque los ucevistas estamos obligados a defender el poder del voto como elemento disruptivo en sociedades en crisis como la nuestra. La UCV tiene una oportunidad dorada para honrar su himno virtuoso y vencer las sombras que nos acosan, no solamente siguiendo el mandato de actuar con su “lumbre de fiel claridad” sino con la sabiduría política y la honestidad de rumbos que la nación nos está exigiendo. Como ucevista desde mi adolescencia, pasando por estudiante y luego profesor en la Facultad de Ciencias, estoy seguro de que vienen otros tiempos donde se recordará con agradecimiento en nuestra historia, la elección de la UCV que está por venir. Manos a la obra a todos quienes corresponde ejecutar este llamado.

27 de mayo 2023

La Patilla

https://www.lapatilla.com/2023/05/27/ucv-la-batalla-por-vencer-las-sombr...

Fobétor en Venezuela

Vladimiro Mujica

La traducción al inglés de ‘pesadilla’ es “nightmare”, un vocablo compuesto, casi poético, formado por las palabras night + mare. Un “mare” es una entidad maliciosa en el folklore germánico y escandinavo que cabalga en el pecho de la gente mientras duermen. A pesar del uso de la palabra cabalgar en esta descripción, no hay ninguna relación entre la “mare” de las pesadillas y la acepción moderna de la palabra “mare” en inglés que se traduce como yegua. La palabra pesadilla en español tiene un origen menos esotérico y, según el DRAE, es el diminutivo de la palabra “pesada” en una de sus acepciones en desuso: ensueño angustioso y tenaz.

En uno de mis sitios web favoritos para la búsqueda de información médica, el de la Clínica Mayo, me encuentro con lo siguiente sobre la palabra parasomnia: Los médicos se refieren al trastorno de pesadillas como «parasomnia», un tipo de trastorno del sueño que implica experiencias indeseables que ocurren al dormirse, durante el sueño o al despertar. Por lo general, las pesadillas ocurren durante la fase del sueño conocida como «movimiento ocular rápido» (sueño desincronizado). No se conoce la causa exacta de las pesadillas.

Sigo meditando sobre las pesadillas y recuerdo vagamente de mis tiempos de bachillerato, que en la mitología griega, Fobétor (del griego phobétor: “el que da miedo”) era uno de los oniros, los hijos de Hipnos, que personificaban los sueños. Fobétor aparecía en los sueños en forma de serpiente, pájaro o cualquier otro animal. Mientras su hermano Morfeo servía como mensajero de los sueños, él era el portador de las pesadillas y, ocasionalmente, solía representar sueños proféticos. De modo que Fobétor es, en cierto modo, un análogo del mares germánico.

Esta larga introducción sobre las pesadillas está indudablemente asociada con mi reflexiones sobre Venezuela y lo que nos está tocando atravesar como nación. Por un lado está la pesadilla interminable que acosa al pueblo venezolano desde la llegada de Chávez al poder, hace ya más de dos décadas. Bajo la máscara de una revolución popular que se suponía iba a corregir los legados de pobreza y corrupción de la mal llamada IV República, el régimen ha transformado a nuestro país en el más pobre del continente después de Haití, una tierra insomne donde se tortura y reprime a mansalva, como han terminado por reconocerlo tanto la ONU, como la OEA y la Corte Penal Internacional.

El último capítulo de la parasomnia nacional es el horrífico espectáculo de los náufragos de Güiria, más de 20 venezolanos, entre ellos varios niños, perecidos en el mar, tratando de huir de un país que se les había tornado invivible. Con todas las connotaciones que el término tiene, el régimen de Maduro es el gobierno del mal, inteligente, astuto y atroz para imponer su dominio sobre la población a través del hambre y el miedo.

Pero, al cataclismo del régimen del mal, se le une la pesadilla de una resistencia incapaz de unificarse y de actuar con una estrategia bien definida para enfrentarse al enemigo jurado del pueblo venezolano. Es difícil no indignarse frente al espectáculo de una hidra de varias cabezas que intenta desesperadamente tenderse zancadillas y morderse una a otra mientras los verdugos de Venezuela celebran su última trapisonda, el fraude del 6D para acabar con el último reducto de democracia, la AN.

Por supuesto que es necesario reconocer que Guaidó y el gobierno interino han mantenido una actuación digna y valiente en defender la soberanía del pueblo, que se expresó en la reciente Consulta Popular. Pero luego de cumplirse esa jornada épica, donde los principales actores fueron los millones de venezolanos, en Venezuela y en la diáspora, que se expresaron contra viento y marea, contra la represión, en medio de la pandemia y enfrentados a todas las trampas físicas y cibernéticas del régimen, ahora nos encontramos, nuevamente, en las arenas movedizas de la incertidumbre.

Por increíble que parezca, es de sectores de la propia oposición de donde surgen algunas de las más graves dudas y cuestionamientos sobre el carácter vinculante de la Consulta Popular y sobre quiénes son los destinatarios del mandato del soberano.

Cuando deberíamos estar evaluando cómo se emplean los resultados de la Consulta Popular para enviar un mensaje claro a todos los países democráticos del mundo, cuando el liderazgo de la resistencia debería estar construyendo una estrategia de reunificación de las fuerzas opositoras al régimen que pueda hablarle a todo el país, incluyendo al chavismo disidente, en fin, cuando deberíamos no solamente celebrar la participación popular como un acto de desafío cívico y ciudadano al régimen, nos encontramos sumidos en nuestras propias inconsistencias, en nuestros propios egoísmos, en nuestra propias agendas personales y políticas.

A espaldas del pueblo y su sufrimiento, se sigue haciendo la pregunta: ¿para quién es el mandato de la Consulta Popular? La respuesta es evidente e ignorada al mismo tiempo. El mandato del soberano es, en primera medida, para que el usurpador cese en su tropelía contra la Constitución. Lo es también para todos los poderes legalmente constituidos, es decir, la AN y todos los organismos nombrados por esta, lo que incluye predominantemente al presidente encargado Juan Guaidó. Y, por último, el mandato popular debe ser obedecido por cualquier sector de la nación, civil y militar, que se sienta convocado a la lucha por el restablecimiento de la Constitución, violentado por la acción del régimen.

¿Qué es lo que no está claro en el mandato del soberano? ¿Cómo se pretende llevarle nuestro caso al presidente electo de los Estados Unidos —nuestro principal aliado, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca— si no hay claridad sobre la permanencia de la AN y el gobierno interino hasta que pueda haber una convocatoria a elecciones presidenciales y parlamentarias libres?

Los venezolanos no podemos inventar un nuevo liderazgo político. Tenemos la gente que tenemos y no les falta valor ni inteligencia. No ganamos absolutamente nada desacreditándonos entre nosotros mismos. Pero la sociedad civil, la ciudadanía de Venezuela se ha ganado el derecho de exigir a la dirigencia política que se reencuentre, que cesen las disputas estériles y prematuras por un poder inexistente. Que cese la disputa por una botella vacía.

La travesía de Fobétor por Venezuela nos ha resultado dura y difícil, pero como en todos los casos médicos de parasomnia, nuestra conducta durante el día contribuye a abrirle la puerta a las pesadillas en la noche. Hace 22 años, el pueblo venezolano, en medio de una equivocación fatal, le abrió las puertas del poder al régimen del mal, a su propio lado oscuro de resentimiento. Ese, nuestro error histórico primigenio que llevó a Chávez a Miraflores, lo estamos todavía pagando con sangre y sufrimiento.

Pero si ahora no logramos salir de Maduro y su régimen, a pesar de que cuenta con más del 80% de rechazo, como se evidenció en el fraude del 6D, es en buena medida por nuestra propia inhabilidad para ponernos de acuerdo.

¿Cómo le podemos pedir en buena conciencia a todo el mundo democrático que nos ayude cuando nosotros nos rehusamos a ayudarnos a nosotros mismos? Ayúdate, que yo te ayudaré, reza el proverbio bíblico, contra el régimen del mal y contra las tretas de Fobétor.

Doctor en Química. Profesor emérito de la UCV y actualmente en Arizona State University. Activista en ONG

Diciembre 18, 2020

Los tiempos de la pandemia y los tiempos de la política

Vladimiro Mujica

Este artículo se benefició en gran medida de un extenso diálogo con mi entrañable amigo José Domingo Mujica. Así que decidimos escribirlo a dos manos.


Estamos convencidos de una verdad que no es posible exagerar y en la que coinciden muchos expertos: en Venezuela estamos corriendo un riesgo considerable de que se produzca una catástrofe. Una combinación letal de la acción destructora de 22 años de desgobierno chavista, que ha literalmente arruinado al país, su economía y sus sistemas educativo y sanitario, con la dramática pandemia asociada al covid-19.

A la crítica situación del sistema de salud, se le unen dos elementos más que gravitan sobre la terrible situación del país: la carencia extrema de combustible, producto de la destrucción de la capacidad de refinación y producción de crudo, y la creciente incapacidad para producir y transportar alimentos.
En medio de la cuarentena impuesta sobre la población, en los sectores más empobrecidos se vive cada vez más intensamente un cuadro de ansiedad creciente, donde el miedo al coronavirus se conjuga con el espectro del hambre.

En resumen, estamos en presencia de una tormenta perfecta que puede no abatirse sobre nuestro país, pero que representa un riesgo real.

La situación es de tal complejidad, que es necesario advertirle con claridad a la población que nuestras posibilidades de enfrentarla sin ayuda humanitaria internacional son muy reducidas. Y que es necesario intervenir y actuar antes de que el hambre, la carestía y la pérdida de empleos y de las posibilidades prácticas de ejercer la economía informal, rompan las restricciones de la cuarentena y precipiten un aumento importante en el número de contagios por la pandemia.

Todo ello coexistiendo con el fantasma latente de la violencia social, eventualmente enfrentada a un régimen fascistoide que pretende la imposición policial y militar de la cuarentena.

Esta dinámica marca las estaciones y los tiempos de la pandemia. Una dinámica que se rige por eventos parcialmente incontrolables porque tienen que ver con inestabilidades epidemiológicas y sociales coexistiendo en un complejo laberinto.

En la otra dimensión están los tiempos de la política. Por un lado, el régimen conectado umbilicalmente a un ejercicio del poder que combina una dimensión autoritaria, populista y militarista de control de la sociedad, con vínculos con otros regímenes autoritarios del mundo, como el cubano y el ruso, y conexiones con el crimen y el narcotráfico.

Todo ello cabalgando sobre esquemas de explotación de los recursos del país, que son completamente opacos al control de los menguados órganos contralores de la nación. Un increíble laberinto de ejercicio criminal del poder que ha transformado a Venezuela no solamente en un Estado fallido, sino en una quimera de economía dolarizada coexistiendo con un bolívar depauperado.

Una mezcla explosiva que depende tanto de la corrupción como del lavado de divisas, y que puede colapsar en cualquier momento frente a las dificultades impuestas por la cuarentena, los bajos precios del petróleo y la vigilancia internacional sobre Venezuela.

Por otro lado están los actores internacionales y especialmente la presión del gobierno norteamericano sobre el régimen venezolano, con el apoyo de los países vecinos, el Grupo de Lima, la OEA y la Unión Europea, cuya última expresión son las requisitorias judiciales sobre un grupo numeroso del círculo del poder alrededor de Maduro, con la amenaza creciente de un bloqueo naval sobre Venezuela.

Los tiempos de esta dinámica están impuestos en buena medida por las decisiones de los Estados Unidos, que de manera cada vez más explícita considera las dimensiones regionales de la crisis que gravita alrededor de Venezuela y que ha propuesto, de manera muy inteligente, un esquema de gobierno de transición que ha aumentado enormemente la presión sobre el régimen venezolano y ha re-direccionado en buena medida la percepción internacional acerca de la responsabilidad del régimen de Maduro en la crisis del país.

Por último están los actores de la resistencia democrática, reunidos alrededor del presidente encargado Guaidó, que han hecho extraordinarios esfuerzos para presionar por una salida que combine una apertura política basada en la propuesta de los Estados Unidos, con un conjunto de decisiones sobre un gobierno de emergencia que abra la compuerta a la ayuda internacional.

La grave pregunta que continúa gravitando sin respuesta en medio de este análisis de dinámicas sociales, epidemiológicas y políticas es ¿Qué ocurre si los tiempos de la pandemia desatan una crisis social de dimensiones incontrolables, mientras los tiempos de la política siguen a un ritmo distinto, en suspenso, esperando que la presión internacional quiebre la intransigencia criminal del régimen madurista?

Por supuesto que en un mundo ideal, la expectativa es librarse simultáneamente de la amenaza del coronavirus y del virus autoritario que corroe y destruye al país. Pero esta expectativa plantea un dilema terrible: ¿Es la protección de la gente una prioridad superior a inducir el cambio político que los demócratas queremos para Venezuela? ¿Son los tiempos de alguna tregua negociada?

Estas preguntas no tienen ninguna respuesta evidente, sobre todo porque la negociación con el régimen venezolano no ocurre con ningún actor honorable, sino con un grupo arrinconado y dispuesto a arriesgar y sacrificar todo por mantenerse en el poder.

Pero independientemente de que tengamos respuestas, estas son las preguntas que continuaran presionando la percepción angustiada de nuestra gente, que ahora vive no solamente frustrada por el estancamiento político, sino atemorizada por la bomba de tiempo de la pandemia.

Sobre todo esto la respuesta del régimen son las que ya conocemos, cargadas de mentiras y evasivas. ¿Son suficientes las de la resistencia democrática? Los dos relojes y los dos tiempos siguen su ritmo ineluctable.

https://talcualdigital.com/los-tiempos-de-la-pandemia-y-los-tiempos-de-l...

La hora de todos o la hora de nadie

Vladimiro Mujica

Es difícil imaginarse un momento más precario para la lucha por la restauración de la democracia y la libertad en Venezuela. A un gobierno represivo y controlado por una mafia de grupos internos en colusión con factores de poder internacionales, una verdadera neo-dictadura cuya plasticidad le ha permitido mantener algunos de los privilegios de gobiernos electos por decisión popular, se le une ahora una oposición dividida, que parece presa de un enfermedad auto-inmune que le impide hacer lo que tiene que hacer para conducir al pueblo venezolano a una salida a la tragedia que vive.

La división de la oposición crece y se multiplica en variedad y profundidad como si hubiese sido planificada por el régimen. A los salidistas y anti-salidistas, se les unen los pro-MUD y anti MUD, los pro-intervención internacional, y los anti-intervención internacional. A estas posiciones genéricas se les agregan los grupos pro- y contra de cada uno de los líderes de la oposición que actúan de acuerdo a la tesis del “guevón favorito” que tanto parece atraer a los venezolanos. Cada grupo tiene el suyo a quien se hace responsable de todos los males en una alucinante carnicería de liderazgos en buena medida manejada desde las inefables redes sociales; reyes y señores de la manipulación de la realidad y la construcción de los escenarios post-verdad que influyen en buena medida sobre la conducta de un liderazgo que parece responder más a la mercadotecnia de las redes que a las realidades y exigencias de una complejísima lucha política.

La profunda incoherencia de la oposición la lleva a pasar alternativamente del referendo como arma única, a la calle, la salida y el 350, a destruir el espacio de diálogo que podía jugar a nuestro favor y que se convirtió en una caricatura; a transmutar con alucinante insensatez, con la ayuda de las redes sociales, los honores de salvadores a los líderes elegidos por los de traidores si los mismos líderes caen en desgracia. Las agendas de grupos, partidos e individuos se superponen y se alteran en una sucesión interminable y destructiva de alianzas y coqueteos inútiles con un régimen implacable que utiliza cualquier resquicio de división para asegurarse el control del poder. Todo mientras se estigmatiza el diálogo y la negociación seria con los grupos disidentes del chavismo que es indispensable para la reconciliación del país. A todo este pasmoso proceso interno de auto-destrucción hay que añadirle la obliteración del apoyo internacional frente a un mundo que asiste atónito a los cambios de rumbo de la oposición venezolana.

Capítulo especial de toda esta historia lo merece el tema de la participación electoral. Votar y atender las exigencias que ello conlleva frente a los abusos y triquiñuelas de un régimen cuya única agenda es mantenerse en el poder, ha sido la única arma que le ha dado triunfos verdaderos y estables a la oposición, hasta culminar con la resonante victoria para las elecciones de la AN. Frente a este hecho irrefutable se plantan corrientes y liderazgos que apuntan a la abstención y que confunden el uso de una estrategia combinada calle+elecciones+apoyo internacional con una suerte de apuesta privilegiada a la salida por conmoción social y protesta popular que no se corresponde con las realidades de nuestras fuerzas. Después de cientos de muertos y miles de detenidos y torturados, puestos por el mismo pueblo al cual se pretende liberar, debería estar claro que si no se divide el chavismo y la fuerza armada es virtualmente imposible salir del régimen por un acto de voluntad opositora en la calle.

En paralelo con esta conducta, se pretende exigir al ciudadano común que mantenga un sólido respaldo al movimiento opositor y que adivine el nuevo rumbo que el liderazgo prepara, sin que éste lo haga partícipe de sus decisiones. Se argumenta por una unidad superior contra el régimen que no tiene correlato en la unidad práctica política de organizaciones y líderes a quienes se les debe reconocer el valor, el sacrificio y dedicación de haber estado en la primera línea de acción pero que están en una deuda muy seria con el pueblo venezolano en cuanto a encontrar un mecanismo para actuar con coherencia y como una verdadera dirección política. Frente a todo este cuadro desolador no falta quienes proponen como cura la misma conducta que nos trajo aquí: terminar de destruir al liderazgo de la MUD y reemplazar a unos líderes por otros. Sin duda que no todas las conductas de los líderes opositores son las mismas, pero este es más un momento de apuntar a los que nos une y no a lo que nos divide. Y sobre todo es el momento de no jugar a la anti-política e intentar arrasar con los partidos.

Quizás es tiempo de pensar con humildad e inteligencia. Quizás es tiempo de terminar de entender que toda persona o líder que crea en la democracia y la libertad, opositor o disidente del chavismo, tiene un lugar en esta desigual contienda contra un régimen enemigo de su propio pueblo. Quizás es tiempo de finalmente privilegiar la agenda de los venezolanos que huyen en oleadas de su propio país no solamente porque se ha tornado invivible sino porque dejaron de confiar en que la oposición entienda y esté dispuesta a hacer lo que hay que hacer para salir de esta tragedia. Quizás es tiempo de admitir que todos somos necesarios, en la MUD y mucho más allá de la MUD. Quizás es tiempo de admitir que los liderazgos iluminados y convulsivos, que pretenden dirimir el tema de la conducción del país post-chavismo, sin resolver el dilema de cómo salir del chavismo, tienen que ser sustituidos por liderazgos con vocación unitaria trascendente, no solamente discursiva.

Nunca como ahora fue tan cierto que si esta no es la hora de todos quienes creen en la democracia y la libertad, no será la hora de nadie, porque el régimen se impondrá aun siendo minoría, y no sólo por tener los recursos de la violencia y el chantaje a la gente sino también por nuestras propias carencias. No hay ningún hecho milagroso en que un régimen que tenga el 80% de rechazo acumule el 80% de las gobernaciones. Al fraude continuado, que es fácil de señalar y repudiar, hay que añadirle la incoherencia del liderazgo, mucho más difícil de tragar.

La consigna de “los nuestros son los buenos”, es vital para que el proceso de resistencia sobreviva, pero los buenos tienen que estar dispuestos a serlo más allá de sus planes individuales y partidistas. Al menos hasta que renazca la esperanza de la democracia en Venezuela. No hay motivos para abandonar la resistencia, pero es indispensable repensar todo.