Pasar al contenido principal

Enrique Ochoa Antich

10 notas anti-abstencionistas

Enrique Ochoa Antich
  1. Toda abstención es (objetivamente) un voto a favor del gobierno.
  2. El abstencionismo no deslegitima nada excepto a quien lo promueve.
  3. Mientras más gobernaciones gane el gobierno, más se legitima.
  4. El argumento pro-abstencionista que habla de la supuesta trampa electoral es una profecía autocumplida: quienes se abstienen porque creen que igual el gobierno ganará las elecciones, no se dan cuenta de que es su abstención lo que puede hacer que las gane (de hecho, aunque perderá la mayoría y las más importantes, la neo-dictadura burocrática del siglo XXI ganará algunas gobernaciones que no tendría por qué ganar si no mediara tanta prédica abstencionista).
  5. La principal responsabilidad (o en todo caso, corresponsabilidad) de que en los comicios para la ANC pueda haberse aumentado fraudulentamente la votación por los candidatos postulados recae en la oposición/MUD que, no contenta con cometer el colosal error de no participar en ellos, se ausentó imperdonablemente de las mesas.
  6. Resulta comprensible que no sea fácil para quien se creyó el engaño, la demagogia irresponsable y el delirio de que el 30J comenzaba “la hora cero” o “la etapa decisiva” (como algunos necios profirieron) pasar del 350 a la participación electoral en las regionales. Por eso todo combate contra la abstención es a su vez contra el extremismo que le sirve de caldo de cultivo.
  7. La re-moda abstencionista de estos días es, con los 130 asesinados y la ANC espuria, hija legítima y resultado directo de estos cuatro meses de ofuscamiento extremista-maximalista (todo ya). Cada quién que asuma sus culpas.
  8. El abstencionismo es expresión del maduroveteyaísmo y del todo o nada: excepto el cambio en el poder político central y fuera del desplazamiento del actual presidente de la república, ninguna otra lucha tiene sentido. “Esas gobernacioncitas, ¿para qué?”, parecen exclamar los majaderos. Así, el abstencionismo contradice la estrategia de la acumulación progresiva de fuerzas (políticas, electorales, sociales e institucionales) que le es esencial a la ruta democrática.
  9. La MUD nos quedó debiendo una auto-crítica de estos cuatro meses de calle violenta contra el diálogo y la negociación: sólo una autocrítica descarnada y la asunción de responsabilidades por parte de sus principales voceros podía hacer comprensible el golpe de timón del extremismo a la moderación, de la calle sin diálogo a la participación electoral con negociaciones.
  10. La participación electoral sin ser un dogma, es componente esencial de la ruta democrática que la MUD dice defender. Sería de esperar que quienes promueven hoy la abstención tengan la delicadeza de auto-excluirse de ésta en adelante.

Las falacias contra el diálogo

Enrique Ochoa Antich

Abundan en las redes e incluso en el debate político nacional numerosos argumentos contra el diálogo (esa ahora mala palabra) que si acaso llegan a falacias. Quisiera permitirme aquí considerar ocho de ellos y mostrar cómo no sólo pueden ser rebatidos en el plano de la racionalidad discursiva sino que son negados por la experiencia histórica. Veamos:

1. La profecía auto-cumplida:

De todas las falacias, ésta es la más fácil de rebatir: “No se llegará a nada”, pontifican los anti-dialoguistas. Claro, de tanto boicotearlo, fracturando la unidad de los negociadores o imponiendo precondiciones maximalistas de imposible cumplimiento, logran su cometido, y entonces al final tienen razón: no se llega a nada. Pero es sólo una profecía auto-cumplida: así es cómodo tener razón. Difícil saberlo si no se intenta, y si no se intenta con seriedad, rigor, y tiempo, no con la prisa y la superficialidad con las que hasta ahora hemos asumido procesos que, por su propia naturaleza, requieren preparación adecuada, paciencia y tiempo. Podría evocar el escepticismo colectivo que tuvieron sus camaradas del Congreso Sudafricano frente al Mandela que asumió con audacia el diálogo y la negociación con la minoría blanca que lo mantenía cautivo, o el de las izquierdas en Chile cuando el PS resolvió hacer lo propio con el sangriento Pinochet, o en la vecina Colombia cuando Santos acometió sin temor el proceso de paz con las FARC incluso luego de perder la consulta popular en la materia. El éxito del diálogo depende de que se emprenda con resolución y convicción plena. A los profesionales del escepticismo hay que ponerlos a un lado. No creer en el diálogo y la negociación es perder la fe en la virtud de la palabra, ésa que es la base misma del origen de la democracia, y en la propia condición humana.

2. La naturaleza del interlocutor o “con comunistas no se dialoga”:

El argumento que descalifica al diálogo a partir de la descalificación del interlocutor es tal vez la prueba más fehaciente de que quien lo esgrime sencillamente no quiere diálogo. Los antiguos hablaban de matar al mensajero para no oír las malas noticias (conseja rebatida por Shakespeare y explicada por Freud) y ya se sabe que es una de las versiones de la falacia ad hominem. Aquí se mata la credibilidad del interlocutor para matar el diálogo. Al decir que con el chavismo madurista, esa caterva de infames comunistas que sólo quieren la desgracia de la nación, no se puede dialogar, se olvida que es muy posible que del otro lado haya quienes tengan hacia nosotros argumento semejante, y con descalificaciones tan subidas de tono: lacayos del imperio y etc. Lógicamente, por esta vía no se llega al diálogo.

Precisamente porque los que están del otro lado de la acera representan algo enteramente contrario a lo que aquí se piensa, cree y quiere, es por lo que se le da un carácter especialísimo a lo que en democracia debería ser cotidiano. De hecho, en cierta forma los Parlamentos del mundo tienen ese fin: en vez de caernos a tiros para disputar el poder y decidir las políticas públicas, nos encerramos a usar la palabra, a parlamentar, a dialogar. Sólo cuando el diálogo natural se ha quebrantado, cuando los interlocutores llegan precisamente a la conclusión de que con el otro no vale la pena dialogar y que la única opción que se tiene es la imposición de los valores propios, es que se requiere más que nunca de diálogo.

Los ejemplos sobran, y el contraste vale la pena. ¿Pensarían los demócratas chilenos que la feroz dictadura de Pinochet, y que el propio dictador, con miles de ejecutados y desaparecidos a sus espaldas, era una contraparte digna y confiable para el diálogo? ¿Serán los chavistas para la oposición peores que lo que eran los blancos para los negros en Sudáfrica quienes hasta su condición humana les negaban luego de décadas de ignominia y crímenes de todo tipo? Y los socialistas aceptaron compartir el mismo recinto parlamentario con un dictador devenido en senador vitalicio que había ordenado la muerte de los suyos y Mandela, estando aún encarcelado por los blancos, aceptó a De Klerk como su primer futuro vicepresidente.

Quienes defienden y usan esta falacia, suelen poner como ejemplo, elevando su calidad, los insultos y agresiones de los cuales es víctima la oposición por parte del régimen. Y, ¿qué duda cabe?, los insultos y las agresiones existen y son muchos e inaceptables. ¿Pero no será por eso que precisamente se debe dialogar de modo de superar con la palabra civilizada otro tipo de relación violenta? Suelo poner como ejemplo el de los vietnamitas con los estadounidenses: ¿serán los insultos de Maduro o Cabello, las detenciones arbitrarias, las acciones anti-democráticas contra el derecho al voto, etc., incluso los asesinatos, más graves que las bombas napalm que el gobierno de Nixon arrojaba en proporciones inimaginables sobre Vietnam? Y los negociadores vietnamitas en París seguían acudiendo pacientemente a la mesa de negociaciones mientras las bombas caían sobre sus compatriotas. En algún momento durante los diálogos y negociaciones en Chile, algún extremista de izquierda asesinó mediante un explosivo al gobernador de Santiago, y; aunque no faltaron las voces indignadas que lo pidieron, ni gobierno ni oposición suspendieron los contactos.

Hay una variante de este argumento: los chavistas son comunistas y por su propia naturaleza no aceptan dialogar ni mucho menos entregar el poder por elecciones. Eso me recuerda aquél razonamiento de la ultraizquierda o de la izquierda comunista que en mi juventud combatía desde la propuesta socialista democrática del MAS, según la cual -Marx dixit- ninguna clase dominante entrega sus privilegios pacíficamente por lo que la revolución debía ser violenta, dictadura del proletariado y todo lo demás. Los extremos se tocan, en efecto.

Pero esta falacia se fundamenta en una inamovible falta de fe en la capacidad transformadora de la palabra, de la que nos habla Mandela cuando en sus memorias nos cuenta la transformación experimentada por sus propios carceleros al entrar en relación con su testimonio de no-violencia. Gandhi nos recuerda en su autobiografía que “la otra mejilla” que pregonaba Jesús no era un acto de cobardía o auto-castigo sino que con ese testimonio más bien valiente se perseguía la transformación interior del agresor. Si perdemos la fe en la palabra, perdemos la fe en la propia condición humana. El diálogo es un proceso en el que cada uno de los interlocutores se transforma. Perder esa esperanza es perder la esperanza en la vida misma. Al final de todo proceso de negociaciones, en el que cada una de las partes conquista algo de sus aspiraciones pero cede en otras, ni unos ni otros serán los mismos.

3. El tiempo o resultados ya:

Si algo ha hecho fracasar las tentativas de diálogo entre el gobierno chavista-madurista y la oposición democrática en Venezuela, y hacerle cometer a la oposición el error (a mi juicio) de levantarse siempre de la mesa de negociaciones a las pocas semanas de instalarse, ha sido la exigencia de resultados inmediatos. Se sientan los negociadores (a veces muy pusilánimes) y comienza la deplorable presión de algunas minorías extremistas que exigen resultados ya. Incluso la no muy recomendable práctica de informar qué se discutió luego de cada sesión, es expresión de esa insana visión.

El diálogo, en particular cuando la fractura entre los interlocutores es muy grande, requiere de tiempo, es casi obvio decirlo. Los ejemplos sobran. Mandela cuenta en sus memorias que necesitó cinco años (¡cinco años!) de diálogo, en los que iba de su calabozo primero y luego de su casa de reclusión al despacho presidencial y del despacho presidencial de vuelta, para obtener el primer resultado. Y se trata de la negociación más breve entre las que en el mundo han sido. Creo que en Chile se requirieron diez años de diálogo para arribar finalmente a resultados. ¿Cuántos años duró el diálogo en Colombia? Veamos algunos números: El Salvador 10, Guatemala 11, Irlanda 21, Angola 14, Sudán 7, y la lista continúa por el mismo tenor.

Sé que se me dirá que el país no aguanta más. Recuerdo cuando en 2002 (que fue el año de los atajos) se me decía que el país no aguantaba hasta 2004 (revocatorio) y aquí estamos en 2017. Pero de aquella afirmación sólo puede desprenderse una conclusión obvia: si hubiésemos empezado hace cinco o diez años, tal vez hoy tendríamos resultados. Así que mejor empecemos cuanto antes que mientras más tarde empecemos, más tarde se verán los resultados. Claro, no está demás subrayar que en Venezuela es necesario y se puede lograr que los resultados se vayan ofreciendo en la medida en que el diálogo va teniendo lugar.

4. Los resultados convertidos en precondiciones:

Uso a este respecto el concepto que le escuché al padre Arturo Sosa: dice él que un error en la forma de asumir el diálogo es el de comenzar convirtiendo lo que se supone deben ser sus resultados en sus precondiciones.

Ya hemos escuchado decir: acudiremos al diálogo si se liberan los presos políticos, si se reconoce a la AN, si se convoca a elecciones (algunos llegan a agregar: generales), y si se aprueba la ayuda humanitaria. ¿Y entonces? ¿Para qué es el diálogo?

Debemos partir de una premisa que les es cara a los extremistas: vamos a dialogar con un régimen autoritario (una neo-dictadura del siglo XXI), no con otro partido liberal-democrático. Entonces, se supone que nos sentamos para lograr que esas conquistas se den, no si esas conquistas se dan.

Suele decirse que el gobierno incumplió los acuerdos y que hasta que no los cumpla, no podemos sentarnos a la mesa de diálogo. Todos los acuerdos comenzaban por la desincorporación en cámara de los diputados de Amazonas, pues así el TSJ levantaba la inconstitucional, abusiva e ilegal declaratoria de desacato contra la AN; luego la AN podía elegir por acuerdo un nuevo CNE; después se convocaba elecciones en Amazonas; y etc. Reconozcamos que la oposición no quiso hacerlo (no voy a detallar aquí las razones incluso individuales de ese incumplimiento). Tanto fue así, que la primera decisión que adopta la nueva legislatura es esa desincorporación, sólo que con una directiva electa en "desacato", lo que dio argumentos al adversario para no reconocerla. Así que no es verdad que sólo el gobierno haya incumplido los acuerdos.

Pero aunque fuera cierto que sólo el gobierno los hubiese incumplido: precisamente por eso nos debemos sentar en la mesa de diálogo, para combatir ese incumplimiento, para denunciarlo ante el Vaticano, los expresidentes y el mundo. Y para discutir y negociar la forma de superarlo. Es fácil denunciarlo sin actuar para que se supere.

5. Todo debe saberse:

Otra exigencia absurda es la de pretender que todo debe saberse, cada conversación, cada propuesta, cada avance y cada retroceso. Se ha llegado al extremo de exigir que a cada sesión siga una rueda de prensa en que se rinda cuenta de lo acordado. Lo que parte de otra falacia, la falacia del tiempo, que hemos expuesto más arriba: como se imagina que el resultado esperado debe ocurrir ya, pues se exige que se informe rápidamente su logro. Incluso se cuestiona como si fuera un delito la idea misma de la privacidad necesaria, propia a toda negociación.

Todo proceso de diálogo, negociación y acuerdo ha sido casi por definición privado, reservado, pues parte de la premisa según la cual los negociadores deben tener absoluta autonomía y cierta discrecionalidad al menos para explorar aquellos puntos que puedan ser cedidos a cambio de otros que serán obtenidos a efectos de lo cual no pueden estar sometidos a la presión constante de quienes no conocen la complejidad y los vericuetos del conjunto generalmente complejo que se está negociando. Claro, es obvio que al final los negociadores presentarán sus resultados primero a las organizaciones a las que representan y luego al pueblo que incluso puede tener la última potestad de aprobar o no mediante referendo su contenido final.

6. En suelo patrio:

Así llegamos a otra falacia que es complemento de la anterior, aquélla según la cual se pretende que las negociaciones deben hacerse en suelo patrio pues de lo contrario estaríamos en presencia de una ofensa a la dignidad nacional. Se sugiere así que al hacerse fuera de nuestro territorio, se estaría en presencia de un contubernio sospechoso y que sólo si las negociaciones se hacen aquí, entre nosotros, puede asegurarse su transparencia. Así se lo escuché decir a varios voceros principales de la MUD. Por supuesto, todo eso no es más que una ridiculez, y, cuando mucho, un ejercicio demagógico e irresponsable.

Sobran los ejemplos que prueban la utilidad de que las negociaciones se hagan fuera del entorno propio del conflicto. Las razones son tan obvias que no necesitan ser mencionadas. Es claro que en el propio lugar de los acontecimientos se multiplican las posibilidades de interferencias, presiones indebidas, y, last but not least, la colocación de los negociadores frente a hechos diarios, frente a urgencias que pueden hacerlos mirar el árbol y no el bosque, perdiendo el sentido trascendente y de largo alcance que generalmente tienen estos acuerdos. De Vietnam cuyas negociaciones fueron en París hasta Colombia cuyas negociaciones fueron en La Habana, así ha sido.

7. La rendición:

Otra falacia, conectada con la que en el punto 4 hemos definido como la de pretender convertir los resultados en precondiciones, es aquella según la cual el único objetivo de un proceso de diálogo y negociación es la rendición incondicional del adversario. Lógicamente, confundir diálogo y negociación (a través de los cuales cada parte cede algo y a la vez deja saber aquello en que no está dispuesto a ceder) con una rendición del adversario, es no saber de qué se habla.

En nuestro caso, diálogo y negociación persiguen, sí, abrir el camino a un proceso de transición democrática que al final permita un desplazamiento del gobierno de aquellos que hoy lo detentan. Pero este último objetivo dependerá de la fuerza real que cada quien tenga. Como se ha dicho tanto, creer que por ser mayoría electoral se tiene más poder que aquel factor que es minoría, muestra un errado análisis de la correlación de fuerzas.

Un proceso de diálogo y negociación es eso, un proceso. Por tanto, el único objetivo no puede ser el derrocamiento del gobierno. Comenzando porque quien lo detenta ha dejado saber una y otra vez que ésa es una línea roja: se ha pedido siempre que se reconozca que Maduro será presidente hasta diciembre de 2018. ¿No negociamos entonces? ¿No hay nada más que obtener para las fuerzas democráticas?

Más allá del cambio de gobierno hay otros objetivos valiosísimos para la oposición democrática, que entre otras cosas permiten mejores condiciones para la lucha por ese cambio de gobierno. El año pasado, 2016, estaban sobre la mesa otros logros, que hoy harían mucho más fácil la lucha por el cambio de gobierno: elecciones en Amazonas, reconocimiento de la AN, elecciones regionales, recomposición del TSJ y del CNE, libertad de los presos políticos, ayuda humanitaria. Obsesionarse sólo con el cambio de gobierno como objetivo único, como si de él dependiera todo lo demás (error esencialista), hizo que la oposición democrática no consiguiera otros objetivos que en su momento eran perfectamente conseguibles.

8. El diálogo y la calle: la coartada perfecta:

La última falacia que queremos mencionar es una que adquiere verdaderos ribetes metafísicos: el diálogo es una trampa del gobierno para ganar tiempo y para apagar la calle, se dice. ¿Cómo es eso? Los problemas del país, la capacidad de denuncia de la oposición, las luchas de calle, las demandas sociales de gremios y sindicatos, las protestas de las comunidades, la realización y/o exigencia de elecciones, etc., etc., etc., ¿desaparecen porque la oposición se siente a negociar alternativas de acuerdo con el gobierno? ¿De dónde se saca ese vínculo determinante (y metafísico) entre el diálogo y la supuesta paralización de las luchas democráticas? Si ésta ocurre no es por causa del diálogo sino de quien tiene el deber de mantener activa la movilización popular.

Esa supuesta contradicción entre calle y diálogo ha llegado al extremo de que las últimas protestas violentas animadas por algunos sectores extremistas de la MUD fueron en términos fácticos no sólo sin sino contra el diálogo. Muchos hemos insistido en que la lucha pacífica de calle debe acompañar como factor de presión cualquier proceso de diálogo y negociación.

Pero esta falacia tiene un modo muy curioso de auto-cumplirse. Por 19 años, la oposición ha actuado mediante este procedimiento ya histórico:

a. Primero niega cualquier escenario de diálogo y negociación (con base en las falacias enunciadas aquí.

b. Luego, se lanza a confrontaciones -unas veces violentas, otras no- con el gobierno con un objetivo central: su derrocamiento. Es el todo o nada que ya conocemos. Así fue en abril de 2002, luego con el paro de 2002/2003, años después con las guarimbas de 2014 y La (mal llamada) Salida, e incluso cuando el año pasado se convirtió al revocatorio en un dogma que no se aceptó negociar bajo ningún respecto.

c. Por supuesto, la protesta o la movilización de calle ya han entrado en declive debido a la derrota misma.

d. Derrotada en cada uno de estos eventos, entonces la oposición se ve constreñida a acudir al diálogo.

Así concluye: ¡Fue el diálogo el que apagó la calle!

Una coartada, pues.

Esta Venezuela fracturada sólo tiene una manera de salir de la crisis que la agobia: la reunificación de todo el país, la reconciliación, y la reconstrucción de un consenso político y social nuevo que se exprese en un gobierno de unidad nacional. Y eso sólo tiene una vía posible: diálogo, negociación, acuerdo. Depende, claro, de que quienes detentan el poder comprendan por fin que no les es, que no tiene por qué serles una tragedia su salida del poder, internalicen la idea misma de alternancia democrática como parte de su proyecto político, y dejen de colocar obstáculos a la interlocución civilizada entre gobierno y oposición. Pero depende también de que la oposición (aquélla representada en la MUD y aquélla muy vasta que no) supere la falsa racionalidad de las falacias que aquí hemos analizado, y que constituya al diálogo, a la negociación y a los acuerdos posibles como componentes esenciales a su pensamiento y su proyecto.

Los errores de la MUD

Enrique Ochoa Antich

El acierto se basa en la autocrítica de los errores. Escribió Bolívar: “El arte de vencer se aprende en las derrotas”. La MUD, esa parte de la oposición en la que conviven pragmáticamente moderados y extremistas, más alianza electoral que dirección política, ha cometido graves errores de estrategia luego de que en diciembre 2015 obtuviera la resonante victoria de conquistar las 2/3 partes de la AN con algo más de 7.000.000 de votos frente a los algo más de 5.000.000 del PSUV. Sometida a una tensión permanente entre sus dos almas, como si fuese una versión política criolla de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, oscilando entre la ruta democrática y La Salida (dos visiones estratégicas contradictorias), cada una estorbando y trabando a la otra, de entonces a esta parte la MUD -y, claro, el gobierno, pero lo que nos interesa destacar aquí es la parte de responsabilidad que le corresponde a la oposición, en particular a la MUD- la ha conducido hasta esta situación pastosa con sabor a derrota que vive hoy. Intentemos reseñarlos aunque sea a beneficio de inventario:

1. No convocar al diálogo y la negociación desde la AN conquistada. En vez de asumir de partida, con aquella necedad de los seis meses, que su único propósito era desplazar a Maduro del poder, debió aprovechar su posición de fuerza para impulsar un escenario de diálogo y negociación con el gobierno. No lo hizo porque al final de cuentas no cree en eso, o cree sólo si sobre la mesa de conversaciones se pone casi como precondición, la rendición incondicional del adversario. Característica casi estructural de la MUD y en general de esa oposición que ella representa hoy, es que cada vez que se ve victoriosa, se va de bruces, se desliza hacia posturas maximalistas, pidiéndolo todo sin contar con la fuerza suficiente, y nunca propiciando el diálogo, la negociación y los acuerdos desde esa posición de victoria lo que sólo hace cuando se halla sumida en la derrota, constreñida y no a voluntad propia. Ha sido una ley de su conducta durante 18 años.

2. Sin negar que podía haberse planteado el referendo revocatorio como ejercicio de un derecho constitucional, es evidente que el segundo error consistió en olvidarse de las elecciones regionales poniendo todos los huevos en la misma cesta, la del rr. Podía haberse hecho las dos cosas. Alguna vez llegué a proponer públicamente que se fuera al diálogo y la negociación con una sola exigencia: fecha inamovible y condiciones claras para las regionales. Todo lo demás pudo ponerse a un lado. Estoy seguro de que en presencia del Vaticano y de los expresidentes, esa exigencia se habría satisfecho. Observando con claridad que era más viable que el rr y que de realizarse habrían comportado una rutilante victoria para la oposición y una importante acumulación de fuerza institucional (hoy se tendrían 17 gobernaciones que serían barricadas democráticas contra el proyecto dictatorial), la MUD no debió concentrarse sólo en el más sensible de los objetivos, que para el gobierno era el desplazamiento de Maduro del poder. Para la MUD en cambio, iguales pero al revés, ésa era la única tarea de la política democrática, mostrando así la pobreza de su visión estratégica.

3. No aceptar en julio de 2016 la negociación sugerida por J. L. Rodríguez Zapatero (entendemos que con la aquiescencia del gobierno) de que la MUD renunciara al rr a cambio de un paquete que, según se nos ha dicho, incluía elecciones regionales en diciembre 2016 y municipales en diciembre 2017, un 50/50 en las Salas Constitucional y Electoral del TSJ, un 3-2 en el CNE, la normalización de las relaciones Ejecutivo/AN, la libertad de los presos políticos con L. López en su casa, y la ayuda humanitaria que el país pedía a gritos. La MUD dijo que no. Eran los tiempos en que oíamos a Maduro decir que “el rr es un derecho pero no una obligación” y a los voceros de la MUD llenarse la boca argumentando que “los derechos constitucionales no se negocian”. Tal vez si con un poco de más sensatez hubiésemos calibrado mejor la verdadera correlación de fuerzas existente, y que aún con el 80 % del favor popular en contra, el 20 % del gobierno era más poderoso y tenía menos escrúpulos que la MUD, habríamos anticipado lo que luego ocurrió: que con un manotón dictatorial, el gobierno le arrancara a la MUD el rr. Y ante esa posibilidad, habríamos escogido la negociación sugerida por JLRZ.

4. Levantarse de la mesa de diálogo y negociaciones a la que acudimos finalmente luego de la derrota del rr abortado (siempre acudimos al diálogo cuando estamos derrotados y débiles; luego del golpe de Carmona, luego del fracaso del paro 2002/2003, y ahora) y no cumplir el primer acuerdo, aquél con el que se iniciaba todo: desincorporar a los diputados en plenaria de la AN y no, como se intentó, por secretaría (tanto es así, que la nueva legislatura pretendió hacerlo pero con una nueva directiva en “desacato”, lo que le dio al gobierno el pretexto para no levantar el atropello judicial). Si se hubiese cumplido el acuerdo, todo lo demás habría tenido lugar sin contratiempos: restitución de la AN, elección de un nuevo CNE con una correlación 3-2, convocatoria de elecciones regionales y en Amazonas en diciembre del año pasado, y etc.

5. Escoger finalmente la vía del 350. Oscilando entre la ruta democrática, que implicaba diálogo, negociación y acuerdos con el gobierno y una vía privilegiadamente electoral, y La Salida, que invitaba a una calle no sólo sin sino contra el diálogo (de lo que fue protuberante muestra que la nueva legislatura iniciara primero desincorporando a los diputados de Amazonas en un supuesto gesto propiciador del diálogo y paso seguido declarando la necedad ésa del abandono del cargo del presidente Maduro que era poco menos que una declaración de guerra), la MUD al final se entregó en los brazos del extremismo más funesto: tal vez delirando con un pronunciamiento militar contra el gobierno y/o con una intervención militar extranjera (únicos apoyos que en términos de poder harían de la MUD un factor más fuerte que el gobierno), la MUD se arrojó a la calle, rechazando retóricamente pero tácitamente alcahueteando numerosos hechos de violencia, en todo caso creando las condiciones objetivas para su ocurrencia, se declaró en desobediencia, y acarició la idea de conformar un gobierno paralelo que a lo sumo habría terminado en el ridículo, algo como un gobierno en el exilio pero adentro. Al final, esta estrategia sólo produjo 120 muertes inútiles, miles de heridos, centenares de presos, y una Constituyente que por espuria que sea, “legitimó” electoralmente el desplazamiento del régimen autoritario con prácticas dictatoriales pero de origen democrático que hasta ahora había sido, hacia algo que al menos se parece mucho a una neo-dictadura burocrática del siglo XXI. Es el tránsito histórico del chavismo al madurismo, de lo que fuera un fenómeno contradictorio, autoritario, con práctica dictatoriales, estatista, centralista y populista, pero indiscutiblemente popular y de origen democrático, a su degeneración burocrática y neo-dictatorial. Todo facilitado cuando no casi propiciado por la MUD.

6. Rechazar, justo antes de que Maduro tomara la iniciativa de convocar a Constituyente (es decir, a finales de abril), la propuesta del Papa y del expresidente Martín Torrijos de un acuerdo que se proponía firmar en el Vaticano, en presencia del Sumo Pontífice, y que, según se sabe, incluía: elecciones regionales en octubre y municipales en diciembre, restitución de la AN a cambio del compromiso de aprobar los compromisos financieros internacionales del gobierno, ayuda humanitaria, libertad de presos políticos y… eso sí, reconocimiento por parte de la oposición de que Maduro concluiría su período presidencial en diciembre de 2018. Aunque AD, UNT y AP aprobaron esta senda, al final se dijo que no (en particular por el rechazo de VP, MCM y especialmente H Capriles Radonsky quien escribió su famoso tweet contra el Papa y así arrastró a PJ a esta política), imagino que bajo la creencia de que el 350 y la calle conseguirían su derrocamiento: pero Maduro respondió de inmediato convocando a la ANC, pasaron tres meses de violencia inútil, se intentó legitimar esta estrategia absurda con un “consulta popular” convocada por la MUD y manipulada por el extremismo, y al final la oposición está en peor situación que hace año y medio.

7. Ni siquiera discutir con seriedad la posibilidad de participar en las elecciones a la Constituyente. Lo que se impuso fue la tesis de que hacerlo significaría “legitimar la dictadura” (la consabida frase) como si los candidatos no pudieron haber mantenido a viva voz durante la campaña su denuncia acerca de su origen inconstitucional. “Con el pañuelo en la nariz”, fue la frase que acuñó hace ya casi un siglo Rómulo Betancourt. Es cierto que el sistema electoral propuesto tal vez hacía cuesta arriba ganar esa elección, aunque a veces me pregunto: Si es verdad que el 80 % rechaza al gobierno, ¿no se pudo haberlo sorprendido con una victoria democrática pasando por encima de las bases comiciales (como la oposición chilena a Pinochet cuando el plebiscito o la nuestra en el 52 frente al de Pérez Jiménez)? ¿No habrían los demócratas en vasta alianza que incluyera al chavismo disidente, a otros sectores despolarizados y a la MUD, ganado los constituyentes estudiantiles, empresariales, de los pensionados? ¿No habrían triunfado en la mayoría de los municipios? Vamos a suponer que la oposición no hubiese ganado la mayoría de los constituyente debido a la triquiñuela de las bases, en el peor de los casos nos habríamos contado, habría quedado claro que la oposición era votada por el 80 % y el gobierno por el 20 % de los venezolanos. Con ese respaldo, los constituyentes de la oposición aunque fueran minoría pero elegidos por la mayoría del pueblo, se pudieron haber retirado en señal de protesta denunciando un evidente timo electoral y a la “mayoría” de la ANC como espuria y fraudulenta.

8. Por último, no mantener su maquinaria electoral como contrapeso y control del sistema electoral durante la elección de la ANC madurista. No contenta con todos los errores anteriores, y bajo el lema extremista de la desobediencia al régimen, de no “legitimar” la Constituyente, y otras sandeces, la MUD tomó una decisión costosísima a la postre: no participar con sus testigos y técnicos en todo el proceso electoral constituyente. Esa presencia al menos, habría asegurado conocer de veras la realidad del resultado electoral y no estaríamos en esta vaga nebulosa en la que Torino Capital y Datanálisis dicen que votaron 3.500.000 (que es una votación muy significativa, dicho sea de paso), Smartmatic dice que 6.000.000, y el CNE y el gobierno aseguran que 8.000.000. Esta estupidez nos ha retrotraído a etapas hace rato superadas por la oposición: otra vez se oyen necias prédicas abstencionistas y la moderación debe hacer el mismo trabajo que en 2006 y 2007, de convencimiento de que si se está allí, con testigos y en todo el proceso de auditorías y control, los resultados son los que son. Recuerdo que Teodoro Petkoff me dijo recientemente que a la oposición siempre le pasa que cuando está victoriosa, le entra un no sé qué, una fiebre, la peste extremista que llamo yo, se va de bruces y comete tales errores, que dilapida la fuerza acumulada, y debe volver a empezar. Como el Sísifo aquél.

Ojalá los demócratas saquemos las lecciones de rigor de este desbarrancadero de desaciertos, que evoca mucho, guardando las distancias que son muchas, al del 2002/2005. Venezuela necesita una nueva referencia que a partir de los errores de la MUD pueda construir un nuevo modo de hacer oposición. Una nueva oposición: plenamente identificada con la ruta democrática, que crea en el diálogo y la negociación y que esté dispuesta a explorarlos a todo evento, que crea en una estrategia de acumulación progresiva de poder (electoral, político, social e institucional), que vea a la calle como un instrumento para presionar en la búsqueda de acuerdos y no como un escenario para el cambio político violento, que defienda sin ambages el derecho de los venezolanos a resolver soberanamente nuestros problemas sin injerencia ni mucho menos intervención extranjera. Que no vea a la unidad como un fin en sí mismo sino como un instrumento que debe ser útil para el cambio, sin temor a los deslindes necesarios. Esa oposición es posible; entonces, trabajemos por ella.

Agosto 2017