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Luis Xavier Grisanti

EE.UU. y Venezuela: diez miradas

Luis Xavier Grisanti

Recién fue publicado el libro Estados Unidos y Venezuela: Diez Miradas, editado por el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro bajo el patrocinio de la Fundación Konrad Adenauer y la Universidad Católica Andrés Bello. La coordinación de la edición correspondió al embajador Edmundo González Urrutia, destacado diplomático de carrera venezolano.

Los autores de los diez ensayos son los académicos Ramón Guillermo Aveledo y Edgardo Monfolfi Gudat; los profesores Elsa Cardozo, Carlos Romero, Emilio Nouel, Maxim Ross y Rosendo Fraga; y los embajadores Carlos Bivero, Edmundo González Urrutia, Norman Pino de Lion y Luis Xavier Grisanti.

Nuestro ensayo: Petróleo y Democracia: Estados Unidos y Venezuela en el siglo XX aborda no sólo el nacionalismo prudente, el profesionalismo de nuestra diplomacia democrática y las relaciones amistosas y mutuamente beneficiosas entre ambos países, sino que identifica los aportes de las empresas petroleras internacionales (Creole, Shell, Mene Grande, Gulf, Texaco, Sinclair, etc.) al desarrollo nacional y a la formación del capital de nuestra industria de los hidrocarburos, a saber: inversión de capital, creación de valor y empleo, talento humano, transferencia de conocimientos y tecnologías (algunas desarrolladas en Venezuela), destrezas operativas y gerenciales, diseño y ejecución de proyectos, ingeniería y construcción, gerencia profesional y responsabilidad social (de la cual fueron pioneros en el país).

En la mayoría de la bibliografía existente, se subraya (con razón) la épica nacionalista y sus hitos importantes (la primera Ley de Hidrocarburos de Gumersindo Torres de 1920 (cuyo centenario se celebra); la suspensión de las concesiones en 1938 por el presidente de la transición democrática, Eleazar López Contreras; la Ley de Hidrocarburos de 1943 del presidente Isaías Medina Angarita (para muchos la mejor de todas); el Pentágono Petrolero de Juan Pablo Pérez Alfonzo; la fundación de la OPEP y de la Corporación Venezolana del Petróleo en 1960 por el presidente Rómulo Betancourt; la nacionalización en 1976 durante el primer mandato del presidente Carlos Andrés Pérez, etc.). Todos hitos de indiscutible trascendencia en la construcción de la que fue para muchos la más eficiente y próspera de las industrias de hidrocarburos edificadas por los países exportadores de petróleo.

En nuestro trabajo se resalta el aporte esencial del capital privado internacional en la formación del capital social de la industria y en la venezolanización de los cuadros técnicos, gerenciales y directivos desde los años 50 del siglo XX; iniciada por la empresa Shell de Venezuela en 1954 y asimilada como política de Estado por el ministro Pérez Alfonzo y el presidente Betarncourt luego de la restauración democrática en 1958. Para dicha política se contó con el empuje de los primeros geólogos e ingenieros petroleros de Venezuela, entre quienes destacan Juan Jones Parra, Arévalo Guzmán Reyes, José Cirigliano, Ernesto Agostini, Ulises Ramírez, Francisco Gutiérrez, Felix Rossi Guerrero, Manuel Alayeto, Rubén Caro, y a quien les precedió como ejemplo de profesionalismo y rectitud, Luis Plaz Bruzual. Este aporte del empresariado internacional y nacional no lo debemos olvidar. El Colegio de Ingenieros de Venezuela y la Sociedad Venezolana de Ingenieros de Petróleo (SVIP), fundada en 1958, jugaron un papel prominente en el proceso de venezolanización.

Podrá apreciarse en nuestro escrito que las empresas petroleras internacionales nunca dejaron de invertir a lo largo de seis décadas, inclusive cuando se estableció la política de no más concesiones en 1945, retomada en 1959 por Pérez Alfonzo y Betancourt. Moderaron sus inversiones, pero no las detuvieron pese a la inminente finalización. Bajo la supervisión del venerable y desaparecido Ministerio de Minas e Hidrocarburos – semillero de especialistas petroleros de gran valía técnica y ciudadana – las compañías petroleras internacionales realizaron la construcción de la infraestructura física y operativa de la industria (refinerías, plantas de desulfuración, deshidratación y reinyección, unidades de desintegración catalítica y de alquilación, flota de tanqueros, oleoductos y gasoductos, patios de tanques, estaciones de flujo, puertos, etc.), generando empleos directos e indirectos para los venezolanos.

Nunca hubiese sido posible la nacionalización de la industria en 1976, si no es por el capital social formado por las empresas concesionarias durante aquellas décadas. El talento humano desarrollado y entrenado entonces era considerado el mejor y más capacitado entre los países productores de petróleo y gas natural.

¿Por qué no dejaron de invertir, aunque esta fuera declinante al acercarse el término (1983) de las concesiones otorgadas conforme a la gran Ley de Hidrocarburos de 1943? Porque los hacedores de políticas públicas, desde los ministros Gumersindo Torres en los años 20 hasta Valentín Hernández Acosta durante la nacionalización en los años 70 del siglo pasado, implantaron un nacionalismo sensato. Y porque Venezuela ganó la reputación de ser un país garante de la seguridad jurídica, principal criterio para invertir de las compañías internacionales de cualquier país.

Invito a los apreciados lectores a leer el libro (http://www.fermintoro.net/portal/2020/08/estados-unidos-diez-miradas/) y constatar cómo un país pequeño, pero con una industria petrolera de significación mundial, puede desarrollar relaciones dignas, constructivas y mutuamente beneficiosas con la gran potencia norteamericana, cuyas inversiones y flujos de comercio necesitaremos en el futuro para el progreso de Venezuela en el siglo XXI.

@lxgrisanti

OPEP: Los próximos 60 años

Luis Xavier Grisanti

La creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo – OPEP fue sin duda producto del talento y la tenacidad del venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo, ministro de Minas e Hidrocarburos del presidente Rómulo Betancourt (1959-1964). Sus destrezas diplomáticas le allanaron el camino para convencer a sus renuentes colegas del Golfo Pérsico-Arábigo, particularmente al saudí Abdullah Tariki, de la necesidad de fundar un “compacto petrolero,” en Bagdad, Iraq, el 14 de setiembre de 1960. Pérez Alfonzo concibió que, si la Texas Railroad Commission regulaba en su estado la producción petrolera para sostener los precios y proteger la viabilidad económica de su industria, los países exportadores (los fundadores Arabia Saudí, Irán, Iraq, Kuwait y Venezuela) podían hacer lo mismo.

Fue además una iniciativa inteligente del estudioso y honesto abogado caraqueño para tratar de ordenar el vertiginoso ingreso al mercado de los productores de más bajo costo del Medio Oriente. Venezuela era el primer exportador mundial de petróleo (desde 1928); pero sus costos de producción eran – son – bastante más altos que los de los países exportadores del Golfo.

La OPEP alcanzó su posición de dominio en el mercado mundial en la década de los años 70 del siglo XX, cuando llegó a abastecer dos tercios (2/3) del consumo petrolero mundial. Las alzas extraordinarias de precios nominales y reales de aquel decenio (Guerra del Yom Kippur en 1973 y derrocamiento del Sha de Irán en 1978), provocaron una contracción de la demanda, una expansión enorme de los suministros no OPEP (que no ha cesado), un incremento de otras fuentes de energía y una disminución del 50% (1986 – y más tarde un estancamiento) en su producción de crudo.

La OPEP hoy suministra menos del 30% de la demanda petrolera mundial, con una clara tendencia decreciente. En 2019, antes de la pandemia del coronavirus, la demanda global subió a casi 100 millones de barriles diarios (99,67 MMBD) y la OPEP suplió 29,34 MMBD de crudo (inclusive menos que en los picos de 1973 y 1979). ¡De hecho, la OPEP está estancada en su nivel de producción desde hace casi cinco décadas! Casi todo el incremento de la demanda petrolera desde los años 80, ha sido captado por los exportadores no miembros de la organización. En un mercado de libre competencia, los Estados Unidos pudo rebasar el año pasado los 13 MMBD, convirtiéndose en el mayor productor de petróleo del mundo. Arabia Saudí y Rusia, principalmente, han capturado el incremento de la demanda en las últimas dos décadas.

La OPEP ha sido criticada por no haber nunca formulado una estrategia a largo plazo. Hace una década hicieron un intento, sin consecuencias. No siempre fue culpable de las alzas desmedidas de precios nominales y reales; los operadores del mercado y los eventos geopolíticos generaron las condiciones para incrementos desmesurados del 400% en las cotizaciones en los años 70 (dos veces) y en el período 2003-2014, los cuales fueron un bumerang contra su propia viabilidad a largo plazo.

La OPEP corrigió el rumbo en 1986, luego de una cruenta guerra de precios. Bajó las cotizaciones de referencia y fijó un nivel razonable (cesta de crudos) de US$ 18 por barril. Desde entonces, la demanda mundial empezó a crecer de nuevo. Otro tanto hicieron en los años 2000, cuando la organización permitió que los precios del petróleo crudo básicamente flotasen con el mercado, ajustando los niveles de cuotas para equilibrar la oferta y la demanda. Esto ha sido más sensato y la OPEP hoy actúa como una especie de banco central, elevando o restringiendo la liquidez petrolera, según las necesidades del mercado. Un veterano profesional y antiguo colega en la OPEP, Mohammad Barkindo, ejerce con idoneidad la secretaría general de la organización.

La fenomenal escalada de precios del período 2003-2014, cuando el West Texas Intermediate alcanzó $ 147 por barril en junio de 2008, nuevamente gestó su propia contracción cuando los valores del crudo colapsaron de nuevo en 2014-15. En febrero de 2019, una nueva guerra de precios provocó otra caída abrupta de las cotizaciones. En cada bonanza, se siembra la semilla de la próxima caída y el nuevo precio de equilibrio propende a llegar al costo marginal de los productores de costos marginales bajos, es decir, los del Golfo Pérsico-Arábigo, cuyos costos de extracción en efectivo (cash costs) todavía se ubican por debajo de los $ 5 por barril.

Al comenzar la tercera década del siglo XXI, la OPEP enfrenta desafíos mayores para su influencia y relevancia en el mercado: la transición energética hacia una economía verde, la conciencia ambientalista de la sociedad civil mundial, el calentamiento global, el cambio climático, las nuevas tecnologías e infraestructuras inteligentes, las estrategias estatales y corporativas de conservación y reemplazo de combustibles fósiles, el desarrollo sustentable, las nuevas metas del milenio de la ONU, el abaratamiento de las energías renovables (solar y eólica), los vehículos eléctricos, la III y la IV Revolución Industrial, etc. Un 70% del consumo mundial de petróleo se destina al sector transporte (aéreo, marítimo y terrestre) y los costos de las tecnologías para los vehículos eléctricos e híbridos tiene varios años reduciéndose sostenidamente.

En paralelo, ya no existe la vieja percepción de escasez de hidrocarburos, sino que la revolución del petróleo y el gas de lutitas, junto con avances tecnológicos como la exploración sísmica tridimensional, la perforación de pozos horizontales, la extracción hidráulica de yacimientos antes inaccesibles o en aguas ultra-profundas, el Big Data y los nuevos descubrimientos de hidrocarburos convencionales y no convencionales en áreas existentes y nuevas, han determinado una abundancia de suministros económicamente viables a largo plazo.

Las grandes empresas petroleras del mundo han incursionado y se preparan para la era pos-petrolera, invirtiendo no sólo en tecnologías para la mitigación y secuestro de las emisiones tóxicas de efecto invernadero, sino incursionando en fuentes renovables de energía. Ellas ya apuntan a la transición de compañías petroleras a corporaciones energéticas. El Acuerdo de París sobre Cambio Climático, suscrito por más de 190 países pertenecientes a la ONU, junto con sus nuevas Metas del Milenio (2030), han sido acogidas como propias por gobiernos y corporaciones.

Sin bien la OPEP ya no tiene la fuerza ni la voluntad para fijar o promover altos precios del petróleo (demostradamente contraproducentes a largo plazo), si debe formular una estrategia común para enfrentar con éxito los retos de la descarbonización de la economía mundial. La transición energética es irreversible. Hay un espacio muy competido que durará unas dos décadas más para que los países exportadores moneticen sus reservas de hidrocarburos. El gas natural expande su presencia en los mercados como combustible fósil más limpio. La competencia resultante en el mundo pos-Covid 19 hará que los precios se mantengan en niveles relativamente bajos. En este escenario, la economía nacional y la industria petrolera venezolana confrontan enormes desafíos para recuperar su viabilidad económica y productiva a corto y a largo plazo.

@lxgrisanti

El fondo de ahorro noruego

Luis Xavier Grisanti

En nuestro artículo anterior (La bendición de los recursos, El Universal, 08.09.17) explicamos que hoy existen herramientas comprobadas para evitar los efectos negativos de una súbita riqueza natural sobre la economía de una nación, que no existían, por ejemplo, en los años 70 del siglo XX, cuando muchos de los países exportadores de petróleo, incluyendo a Venezuela, cayó en la Maldición de los Recursos y la Enfermedad Holandesa, dolencias de las cuales no hemos salido, sino más bien acentuado, en razón del arraigo atávico a nuestra mentalidad rentística.

Está más que demostrado que los países con un recurso natural abundante tienden a crecer menos que los países sin recursos naturales (y a veces mucho menos). En su conocido estudio La abundancia de recursos naturales y el crecimiento económico, Jeffrey Sachs y Andrew Warner (1995) demuestran la relación inversa entre la abundancia de un recurso natural y el crecimiento económico de un país a largo plazo, en comparación con aquellos que carecen de dichos recursos.

Nosotros vamos más allá y hemos sostenido que las naciones con mentalidad rentística que no se inserten en la sociedad del conocimiento, ni asimilen los avances tecnológicos evidenciados por la inteligencia artificial, el Internet de las cosas, la impresión en 3D, etc., quedarán rezagadas y la brecha del desarrollo se ensanchará (La brecha se ensancha, El Universal, 07.10.16).

Una de las medidas más sabias tomadas por Noruega para evitar la Maldición de los Recursos (bajo o negativo crecimiento después de una bonanza de precios) y la Enfermedad Holandesa (sobrevaluación de la moneda local, abaratamiento de la divisa, desindustrialización y economía de puertos), fue la constitución en 1990 del Fondo Petrolero noruego, hoy Fondo de Pensiones.

El fondo de inversiones más grande del mundo fue creado para ahorrar los excedentes de ingresos petroleros para las futuras generaciones y evitar los perjuicios a la economía derivados de la inyección desordenada de liquidez monetaria y gasto público improductivo. El activo del Fondo asciende a US$ 958 mil millones, invertido en acciones y bonos que rinden más de US$ 50 mil millones al año. Por ello, cuando los precios del petróleo bajan, los noruegos duermen tranquilos.

@lxgrisanti

Rentismo y petro-estado

Luis Xavier Grisanti

Juan Pablo Pérez Alfonzo esgrimió la hipótesis según la cual un aumento súbito de los ingresos petroleros ocasiona una intoxicación económica una vez que la economía rebasa su capacidad de absorción. El cuerpo económico de un país es incapaz de digerir, sin atarantarse, el descomunal influjo de ingresos financieros.

Pérez Alfonzo, en su libro Petróleo y Dependencia (1971), calculó que, entre 1936 y 1948, Venezuela pudo armonizar el crecimiento de la economía petrolera y el de la no petrolera; pero en la década 1948-1958 (dictadura de Pérez Jiménez), el buen desempeño sufrió una ruptura debido a la intoxicación económica. Luego de la restauración democrática en 1958, Pérez Alfonzo arguyó que en los años siguientes la economía venezolana se reactivó, e inclusive, las actividades no petroleras crecieron más que las petroleras, disminuyendo la dependencia externa del país.

En los años 70 el fundador de la OPEP definió el fenómeno Efecto Venezuela como aquel conforme al cual un país exportador de petróleo desborda su capacidad de absorción, al inyectar en forma desordenada un volumen enorme de liquidez monetaria producto de una bonanza de precios. Los actores políticos, económicos y sociales adquieren una mentalidad rentística y surge el Petro-Estado (Terry Lynn Karl, 1997).

A partir de 1936 y sobre todo desde 1958, la democracia edificó una asombrosa infraestructura física y productiva (amplia red de hospitales, liceos, universidades, autopistas, carreteras y vías agrícolas, el vasto complejo industrial e hidroeléctrico de Guayana, el sistema eléctrico y de acueductos nacionales, el Metro, etc.). Hubo un pujante desarrollo industrial. La gerencia macroeconómica fue equilibrada, exhibiendo altas tasas de crecimiento y empleo con bajísima inflación.

El largo período de auge económico de Venezuela se extendió desde la instauración del Programa de Febrero, en 1936, hasta la bonanza petrolera de 1973-1974, cuando la Guerra del Yom Kippur hizo cuadruplicar los precios del petróleo. Sobrevino un punto de inflexión en el modelo de desarrollo (democracia, economía mixta de mercado, inversión social y cooperación entre el Estado y el sector privado), gestándose el Petro-Estado rentístico, del cual no hemos salido hasta la fecha.

@lxgrisanti

http://www.analitica.com/opinion/rentismo-y-petro-estado-2/