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Sergio Arancibia

Producir los dólares que cada sector necesita

Sergio Arancibia

El sector agrícola, el sector manufacturero y el sector servicios, dentro de la economía nacional, no generan – ni han generado en las últimas décadas – los dólares suficientes como para que cada uno de ellos pueda producir los bienes y servicios que les son propios, ni para que puedan ampliar, por la vía de las inversiones, sus capacidades productivas.

Solo los sectores minero y petrolero han cumplido en la economía venezolana el rol no solo de generar los dólares que cada uno de ellos necesita, sino de aportar los dólares que necesitan las actividades agrícolas, manufactureras y de servicios como para funcionar y crecer.

Cada uno de los grandes sectores en que podemos dividir la economía venezolana necesita, para poder existir y crecer, de una importante y permanente dosis de insumos, materias primas, maquinarias y equipos, todo ello importado. Pero por la vía de sus respectivas exportaciones cada sector no genera los dólares necesarios como para satisfacer sus propias necesidades de divisas. Esto generaría un estancamiento estructural o sistémico de la industria, de la agricultura y de los servicios en el seno del país, si es que éste no tuviera la suerte de contar con sectores – el petrolero, y en menor medida el minero- – que han generado durante décadas una cantidad de dólares cómodamente superior a la que necesita para sus propias necesidades de funcionamiento y de crecimiento. En esa medida, el sector petrolero ha posibilitado que el sector agrícola, manufacturero y de servicios, tengan los dólares que necesitan y puedan funcionar y crecer. Pero todo eso se acabó.

Uno de los elementos fundamentales de la dramática situación económica por la que atraviesa Venezuela, en el presente, es el cuadro que exhibe su industria petrolera. Lo que parecía imposible – arruinar una industria petrolera eficiente y poderosa – se logró en el transcurso de los últimos 20 años. Hoy en día la industria petrolera nacional no produce ni la mitad de lo que se producía en décadas anteriores, está altamente endeudada, sin capacidad de inversión ni de mantenimiento adecuado y con bajísima productividad. En esas condiciones no tiene la capacidad de aportar los dólares que necesita el resto de los sectores productivos nacionales.

En la Venezuela del futuro se debe y se puede recuperar la industria petrolera, pero eso tomará varios años. Sin embargo, independientemente de los años que ese proceso dure, el gran objetivo nacional, a mediano y a largo plazo, no puede ser volver a funcionar tal como funcionó la economía nacional en los últimos 40 o 50 años. La gran meta nacional debe ser que cada sector productivo – el agrícola y el manufacturero, fundamentalmente, pero también el de servicios – tomados globalmente, puedan generar los dólares que necesitan. No se trata de que cada empresa, individualmente considerada, genere sus propios dólares, pero si es posible pensar en esos términos con relación a cada sector productivo..

Que la agricultura genere las divisas que necesita no solo para funcionar y crecer sino para alimentar a todos los venezolanos. Eso es enteramente posible. Lo mismo vale para la industria nacional, que debe y puede potenciar sus capacidades competitivas y exportadoras. Ello permitiría que las rentas y las ganancias provenientes del petróleo – aun cuando disminuidas con respecto al peso que ellas tuvieron en la segunda mitad del siglo pasado – sirvan para el desarrollo social y para el desarrollo de la infraestructura física nacional. Pero para que todo esto pueda hacerse realidad se necesita, en primer lugar, proponerse como un país ese gran salto adelante en materia de exportaciones – asumirlo como una política de estado – y generar las decisiones de política económica que la hagan posible.

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Experiencias ajenas

Sergio Arancibia

En el año 1974 la dictadura militar que gobernaba Chile, encabezada por el general Augusto Pinochet, inventó un mecanismo llamado “opción de salida”, que consistía en sacar a los presos políticos que estaban en cárceles y campos de concentración a lo largo de todo el país, y enviarlos al exterior, en calidad de exiliados, impedidos de volver legalmente al país. No se nos dio la opción de negociar nada, pero si se nos dio la posibilidad de optar entre continuar presos por tiempo indefinido, sin juicio alguno, en cualquier cárcel o campo de concentración del país, o salir al exterior. Esa opción fue presentada originalmente a 100 presos político. Discutimos entre nosotros si aceptábamos esa opción o la rechazábamos. Hicimos también la consulta con las direcciones de los partidos, en la medida de lo posible, sobre si aceptábamos o no.

Todas las consultas y debates coincidían unánimemente en que era mejor salir. Primero, porque libres, aun en el exterior, podíamos ser más útiles en la lucha contra la dictadura que encerrados en cualquier punto del país. En segundo lugar, porque era mejor, desde un punto de vista personal, estar libres que estar encerrados, y eso tenía que ser respetado. No era posible para nadie levantar razones morales o políticas para decirle a un preso que rechazara condiciones de mejoría en sus condiciones personales para efectos de potenciar una determinada imagen negativa que se quisiera dar de la dictadura. La imagen de la dictadura no descansaba, por lo demás, en lo que hiciera a o dejara de hacer con ciertos presos políticos, sino que descansaba en las coordenadas básicas que definían su concepción de la democracia y del respeto a los derechos humanos. Así que todos tomamos la decisión de salir del país, lo cual no solo definió los cursos posteriores de nuestras vidas, sino que probablemente significó, para muchos, la diferencia entre la vida y la muerte.

No pudimos volver al país hasta 1988, dos años antes de que terminara la dictadura de Pinochet. Si pudimos volver - los cientos o miles de exiliados o expulsados - fue gracias a una negociación – o quizás se pueda decir, para ser más diplomáticos, debido a las gestiones de alto nivel realizadas por el Vaticano ante el gobierno de Pinochet - en el contexto de la eventual visita del Papa a Chile. Esa negociación, si se le puede llamar así, fue positiva para Chile y para cada uno de los beneficiados.

No hubiera sido bueno para nadie continuar preso por una década más, ni hubiera sido bueno que el Papa no utilizara su capacidad de presión o de negociación para permitirnos volver a nuestra patria.

Ténganse presentes las experiencias ajenas, en el ámbito latinoamericano, en los análisis que se hacen del presente venezolano.

TAL CUAL (edición impresa)

13 de Julio de 2017

No es lo mismo sapo que rana

Sergio Arancibia

La verdad verdadera es que el Presidente Correa no goza de universal simpatía en el seno de Venezuela, pues ha sido permanentemente un aliado fiel de los Presidentes Chávez y Maduro, y como tal, no ha expresado nunca apoyo alguno a los procesos de defensa de la democracia y de los derechos humanos que se llevan adelante al interior de Venezuela.

Su afiliación al Alba lo ha ligado a una política exterior que no le ha reportado nada bueno. Pero aun con todo eso, hay que reconocer que hay una diferencia abismal entre la política y los resultados logrados en Ecuador por el Presidente Correa y la política y los resultados llevados adelante por los Presidentes Chávez y Maduro en Venezuela. No se les puede meter en el mismo saco.

Siendo Ecuador y Venezuela economías petroleras, los Presidentes Chávez y Correa presidieron sus respectivos países en el mejor momento de los precios internacionales del petróleo. Eso significó incremento de los ingresos por concepto de exportaciones e incremento consiguientemente de los ingresos nacionales y de los ingresos fiscales. Se amplió así considerablemente el campo de acción económica y social de los respectivos gobiernos.

Pero mientras en Venezuela esos ingresos petroleros se dilapidaron en una política social de reparto, en incrementos de las importaciones y en subsidios de todo tipo – sin mencionar otros usos más subterráneos- en Ecuador los ingresos se canalizaron en mejor forma, dejando una moderna red de carreteras y autopistas, hospitales y escuelas, y una economía interna mejor preparada para enfrentar los desafíos de una economía internacional que cambia de signos y de direcciones.

Por eso Venezuela presenta hoy en día los retrocesos productivos más grandes de su historia, y sume a su pueblo en la miseria, mientras Ecuador puede exhibir orgulloso una tasa promedio de crecimiento interanual de su PIB cercana al 4 % a lo largo de los años que van desde el 2005 al 2016.

Para Venezuela la caída en el precio internacional del petróleo se ha dado a parejas con una baja en la cantidad producida, lo cual ha generado una caída doblemente dolorosa en los ingresos por concepto de exportaciones. Ecuador, en cambio, ha aumentado su producción petrolera desde los 502 mil barriles diarios que extraía en el 2005 a 543 mil barriles diarios promedio del año 2015.

En Venezuela la inflación es la más alta del mundo, y supera anualmente el 500 %, mientras que en Ecuador la inflación fue de 3.3 % en el 2015 y de 1.1 % en el 2016.

Mientras Venezuela se ha aislado internacionalmente, saliéndose de la Comunidad Andina de Naciones, afiliándose al Mercosur sin cumplir con todas sus normas y acuerdos, y sin buscar alianzas y negociaciones comerciales de nuevo tipo con otros países del mundo, Ecuador ha permanecido en el seno de la CAN, ha establecido acuerdos de desgravación arancelaria con el Mercosur y recientemente ha firmado un acuerdo de liberación comercial con la Unión Europea.

Mientras Venezuela no hace nada por promover exportaciones no petroleras, Ecuador ha potenciado nuevas y viejas áreas productivas – camarones, pescados, flores, bananos- etc. -que han pasado a ser una parte importante de su oferta exportable.

En síntesis, Ecuador puede elegir a un Presidente o a otro, pero su base económica es hoy en día más sólida que hace 10 años atrás, cosa que no se puede decir de Venezuela. En alguna medida no pequeña, Ecuador ha sembrado el petróleo y puede enfrentar con más tranquilidad los años de vacas flacas.

http://www.talcualdigital.com/Nota/138149/no-es-lo-mismo-sapo-que-rana

Venezuela y la nueva política norteamericana

Sergio Arancibia

Los diferentes gobiernos norteamericanos a lo largo de los últimos 60 años han ido paulatinamente incrementando la cantidad de mercancías que Estados Unidos compra y vende en el mercado internacional y, consecuentemente, han ido impulsando una creciente liberalización del comercio mundial, como corresponde a quien quiere vender lo más posible al resto de los países del mundo. Algunos gobiernos han avanzado más rápido y otros más lentos, pero todos han seguido más o menos el mismo camino: exportar lo más posible y lograr, por la vía de la imposición, de la presión o de la negociación la mayor apertura posible de los mercados internacionales. Sin embargo, sin perjuicio de esa política - y de todo lo que se pueda decir sobre la potencia y la prepotencia del imperialismo norteamericano - lo cierto es que la presencia comercial de Estados Unidos en el mundo contemporáneo ha ido en continuo descenso en el transcurso de los últimos 60 años.

Cuando termina la Segunda Guerra Mundial y se reestructuran los canales y las normas del comercio internacional, Estados Unidos emerge como el país con mayor poder económico, comercial, financiero y tecnológico en el escenario mundial. Sin embargo, las exportaciones de dicho país representaban en 1948 solo el 21.7 % de las exportaciones mundiales. Cinco años después ese porcentaje había bajado al 18.8 %. En el año 1963, el porcentaje de las exportaciones norteamericanas en el total de las exportaciones mundiales bajó a 14.9%. Diez años después ese nivel se ubicaba en 12.3 %. En 1983 había alcanzado un porcentaje de 11.2%. En 1993 presentó un ligero aumento con respecto a la década anterior y alcanzó un porcentaje de 11.6 %. Pero en el año 2003, ya en el siglo XXI, el peso de Estados Unidos en el comercio internacional se había reducido al 9.8 % de las exportaciones mundiales. Para el 2014 ese porcentaje bajó al 8,8 %.

Podemos decir, por lo tanto, que hoy en día el peso de Estados Unidos en el comercio mundial está en el nivel más bajo de los últimos 60 años. Y por primera vez en las últimas décadas Estados Unidos tiene un presidente que pregona abiertamente que pretende reducir las importaciones norteamericanas y modificar toda la red de acuerdos que han conformado el cuerpo normativo del comercio internacional contemporáneo, de modo de generar no más liberalización comercial, sino más proteccionismo. Si eso lo intentara llevar adelante un país pequeño, de poco peso en el comercio internacional, lo más probable es que no pasaría nada. Pero si lo intenta quien todavía detenta el 8.8 % del comercio internacional, es indudable que el conjunto del sistema se tiene que sentir afectado o trastocado. No tan afectado como cuando Estados Unidos controlaba el 20 % o más del comercio internacional - situación en la cual su poder de imponer, de normar o de influir era extraordinariamente alta – pero lo suficientemente afectado como corresponde ante las acciones de un socio que no es marginal en el comercio mundial. Hay hoy en día otros actores que tienen tanto o más poder comercial que Estados Unidos. La Unión Europea y China, fundamentalmente, y en menor medida, Japón y Rusia, países todos que reaccionarán en defensa de sus intereses. Ellos no tendrán una actitud pasiva o meramente contemplativa de lo que quiera hacer el Sr. Trump, sino que reaccionarán en forma preventiva, defensiva y/o retaliativa. Por lo tanto, estamos a las puertas de una gran modificación de la estructura, de los volúmenes, de las normas, de los canales y de los flujos del comercio internacional contemporáneo.

¿Cómo puede todo eso afectar a Venezuela? Como el comercio exterior venezolano es bastante simple, esa pregunta se responde analizando que puede pasar en el mercado petrolero internacional. Si la política proteccionista del Sr. Trump alcanza también a este mercado - y no hay razones para suponer lo contrario - es dable suponer que Estados Unidos caminará hacia la autosufuciencia petrolera, incentivando la producción interna en desmedro de las importaciones. Eso implica incentivar la producción de los yacimientos petroleros convencionales y potenciar también la producción por la vía del fraking, todo lo cual puede llevar a incrementar la producción mundial de petróleo y a reducir más aún más las exportaciones venezolanas hacia el mercado norteamericano. Eso se suma a la ya consolidada búsqueda internacional de energías no contaminantes y a la difusión de los automóviles eléctricos, todo lo cual puede implicar a mediano plazo un mercado petrolero poco propicio para los intereses de Venezuela.

http://www.talcualdigital.com/Nota/136348/venezuela-y-la-nueva-politica-...