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Cardenal Baltazar Porras Cardozo

El rostro del que sufre nos interpela

Cardenal Baltazar Porras Cardozo

El rostro del Jesús sufriente que entre nosotros tiene expresión en la popular devoción del Nazareno, no es algo extraño ni lejano. En el rostro sufriente de la mayor parte de los venezolanos hay una identificación, mejor una experiencia personal y colectiva interpelante, desde la realidad que vivimos. Semana Santa es una invitación constante a descalzarnos, cercanos en lo profundo con quienes están sumidos en el mundo de la exclusión, para compartir con ellos el escándalo que no se puede comprender, la maldición de una cruz llevada a cuestas.

Para la mayoría de nuestros conciudadanos no hay respuesta racional al dolor de estar viviendo una marginación a la que no tenemos derecho. La falta de lo más necesario, el calvario de tener que mendigar comida, medicinas, empleo, seguridad, despojándonos de afectos, rebajándonos a la humillación de tener que pensar y actuar como quieren quienes nos gobiernan, tiene rostro concreto: el Siervo de Dios que nos narran las lecturas de estos días, no es alguien lejano. Está a nuestro alrededor, lo palpamos en cada esquina, en las colas interminables, en las caras tristes de quienes están ayunos y solitarios, sin seres queridos ni amigos con quienes desahogar sus penas. No podemos hacernos los indiferentes, ni pensar que es asunto que no nos incumbe.

Pero no estamos llamados a vivir quejándonos de las limitaciones de la existencia, la mayor parte de las veces provocada por quienes pretenden acapararlo todo, nuestra libertad, nuestras necesidades, nuestros bienes, para ponerlos al servicio de ellos y no del bienestar colectivo. Cuando se pierde el norte, lo esencial, que no es otro que el rostro de cada ser humano. Desde la entrada triunfal en Jerusalén, aclamado por unos y denigrado por los más poderosos, signo que se repite en todos los tiempos y lugares. La opción de Jesús por los más pequeños no es improvisado, indica bajar al lugar más denso de Dios: en la debilidad está la fuerza, en la aceptación del otro sin acepción está la medida del auténtico servicio.

Esta semana santa debe estar plagada de gestos de acercamiento y servicio a los más débiles y necesitados. Es una de las medidas de la auténtica caridad. Pero no basta, es necesario explorar los caminos del entendimiento con quienes no quieren ceder ni un palmo. Conjugar la doble dosis de la justicia y la misericordia nos abre las puertas a la reconciliación, aunque parezca imposible o inútil. La primera reacción humana es la de pagar con la misma moneda pero esa senda no conduce a buen puerto. Perdonar no es la actitud arrogante de sentirnos superiores porque perdonamos. El perdón se hace preciso cuando la acción del otro nos ha dañado de tal forma que hemos perdido el equilibrio de lo que somos: cuando nos han hecho daño de verdad. Es lo que está sucediendo en nuestra patria.

La consecución del perdón implica la restitución del daño. Por ello se requiere un gran sentido de unidad y de desprendimiento de apetencias particulares. Hay que transitar machaconamente todos los caminos pacíficos, racionales y emocionales que pongan en evidencia la falta y el daño de quienes no quieren ceder nada de sus privilegios y prefieren la esclavitud de los más. La vía hacia la pascua de resurrección, hacia la vida plena, pasa por la fe esperanzada. La resurrección da a la vida histórica de Jesús una actualidad permanente. La actividad salvífica de Jesús no termina con su muerte. El que curaba y aliviaba el sufrimiento hoy nos sigue llamando. Jesús no es algo acabado, está vivo y su historia se sigue escribiendo hoy en nosotros y con nosotros. Mirar la realidad lacerante que vivimos con los ojos de Jesús es el compromiso por un cambio de actitud personal y de transformación social que nos está vedado, pero que hay que romper. Que estos días santos lo sean en demasía para que nos lance hacia adelante como nos dice el Papa Francisco (EG 3). Así la Pascua es tarea para que las fuerzas del maligno no se impongan sobre nuestra flojera.

bepocar@gmail.com

Los días del odio

Cardenal Baltazar Porras Cardozo

El sugerente título está tomado de un artículo del teólogo español Olegario González de Cardedal, quien a su vez lo toma de “un humilde, verdadero poeta y novelista” llamado Alfonso Albalá quien reflexionó sobre el fantasma de la guerra que causó divisiones y que décadas más tarde seguía rondando sobre la mente de los españoles. Estimo que nos viene bien a todos los venezolanos en esta hora menguada de la convivencia social vernos en el espejo de situaciones similares. Me tomo la libertad de transcribir algunos párrafos y glosar en referencia a nuestra realidad local.

“Si las mociones de censura fueran reales exámenes de conciencia serían un eficaz instrumento para dirigir la mirada a los fondos subterráneos de nuestra conciencia social, moral y política, para enfrentarnos con los impulsos profundos de los que nacen y se alimentan nuestras acciones en el día a día, y de los que raras veces somos conscientes”. Preguntémonos qué valores y qué temores están detrás de la conciencia moral de quienes nos dirigen.

“Las grandes preocupaciones que movían y conmovían las conciencias eran la paz, la convivencia, la reconciliación y la concordia”. Son los mismos conceptos vacíos de contenido que se nos vende, una sesgada constituyente que pretende cerrarle el paso a todo pensamiento y acción distinto al de quienes la proponen como salida de la crisis. Se necesita curar las heridas profundas que deja el uso indebido y abusivo del poder y de las armas que dejan heridas abiertas en el alma de los venezolanos. Hay que “saltar sobre ellas al futuro: un futuro común, en un estado social y democrático de derecho”.

“El pasado puede ser siempre alma para el presente pero nunca puede ser arma con la que se quiera resolver problemas contemporáneos que son reales pero cuya solución debe nacer de una actitud de justicia a la vez que de contrición y perdón”. “Pero si se me preguntara cual es el signo más grave que veo yo en nuestra convivencia social, diría que es la aparición del odio en palabras y acciones. Odio a personas, a grupos y a las instituciones que los representan”. “Se intenta recomenzar la historia como Adán en el paraíso, para dar por supuesto que es necesario un cambio total, proponiendo no una reforma de pequeñas cosas sino una revolución, que traería el bienestar, la justicia, la felicidad… quienes lo ejercen lo que pretenden es la voluntad de eliminación del otro”.

“No todo es política ni la política lo es todo; hay muchas cosas sagradas, intocables e irrenunciables antes y después de ella. Las tres palabras paz, piedad, perdón, deben presidir el comienzo de todas las acciones y no solo ser recitadas al final ante los desmanes consumados”. Poner en remojo nuestras barbas cuando hemos visto las del vecino arde, nos debe devolver la cordura que nos falta ante la culpable irresponsabilidad de ciertas locuras. Es el camino que tiene que alimentar nuestra esperanza de que los días del odio no construyen los días de la paz.

bepocar@gmail.com